Natalia Ginzburg por Elena Medel: el viaje de una hormiga por las grietas de un muro
La de Ginzburg era una escritura sencilla pero potente, una prosa nacida del fondo de la tierra y atenta a todas las pequeñas cosas de la vida... La autora hizo de lo doméstico un instrumento para mirar el mundo, y aunque nunca supo cómo llevar un diario, sí consiguió enlazar vida y literatura con compromiso y belleza. «Las tareas de casa y otros ensayos» (Lumen) recopila las lúcidas reflexiones de quien convertía en arte todo cuanto erigía en palabras. Las siguientes líneas corresponden al prólogo con el que la poeta Elena Medel introduce esta colección de textos de una de las escritoras italianas más importantes del siglo pasado.
Por Elena Medel

Natalia Ginzburg en Turín, Italia, circa 1990. Crédito: Getty Images.
«Una vez, en el transcurso de mi adolescencia, oí decir que de todo se podía hacer una historia, incluso del viaje de una hormiga por las grietas de un muro. Estas palabras me impresionaron profundamente». En un artículo a propósito de la película Dillinger ha muerto, Natalia Ginzburg pausa el rumbo, toma un respiro y desvía la mirada a su memoria. Comparte su opinión sobre lo que ha visto, pero también los recuerdos que le ha despertado, y que incluyen experiencias de vida y de lectura: algo que escuchó y que no olvida, la familiaridad de un cuento infantil, el influjo posible o imposible de Kafka, una carta en un libro recién disfrutado. Luego enlaza, retoma, se detiene una vez más, avanza, avanza, avanza, qué generosas las grietas que abre Ginzburg: por ellas nos asomamos para ver más lejos.
Las tareas de casa y otros ensayos se desarrolla igual que una crónica de vida. Para Natalia Ginzburg la vida incluye la lectura y la escritura, las películas y las conversaciones, lo que nos ocurrió y lo que no nos ocurrió, las preguntas que se nos despiertan y que quizá tampoco convenga responder, o responder ahora. En caso de duda, afirma lo contrario: «amigos del frente del sí, yo soy del frente del no». Se demora al expresar sus ideas: sin prisa. El paso del tiempo nos marca —lo cuenta en muchos de los textos: «La vejez», «Infancia», «Sin una mente política» o el que titula el libro, «Las tareas de casa», estremecedor—, desde luego, y sus trazos se pueden interpretar desde el daño, pero también desde el mapa: desde la conciencia de que por las grietas adivinamos un horizonte cierto, también desde la voluntad de buscar otros caminos antes de saltar el muro. Estos artículos de Natalia Ginzburg nos convierten en hormigas en un viaje que se dice: nos hacen historia en sus acepciones múltiples.
Por una de las grietas de esta crónica de vida se atisba lo político. Ginzburg fue diputada por el Partido Comunista, ella y su familia —su primer marido, sus padres, sus hermanos— lucharon contra el fascismo durante la dictadura y la guerra. Cada uno de sus libros permite —exige— una lectura ideológica, defiende un posicionamiento, y este compromiso se revela firmísimo en sus ensayos. Como política no pretende Ginzburg trabajar por la cultura, avisa, sino por los «derechos de los ancianos». Por supuesto que sueña con un gobierno comunista, pero no «con las características de los vencedores», sino con la conciencia de quien lo perdió todo. No descarta ningún asunto: la política bien desde la burocracia, bien desde su influencia en nuestro día a día... Arremete contra los eufemismos, que difuminan o esconden lo que sucede: «a veces las palabras que oímos usar y que finalmente usamos nosotros mismos por docilidad, no son solo hipócritas, sino también aberrantes». Defiende la libertad de expresión, aunque no comparta las opiniones que escucha, y cuestiona las decisiones de sus amigos de siempre cuando piensa que se equivocan, y se manifiesta con valentía a favor de la legalización del aborto y de la aprobación de la ley contra la violencia sexual. Su apuesta política bebe de su apuesta literaria, y viceversa: por el espacio común, por lo cotidiano. Y marca distancia entre su expresión política y el discurso de los intelectuales: no «nosotros», sino «ellos». «Los intelectuales comentan la realidad, los novelistas la representan». Ella se incluye en el último grupo. Su actitud ante la realidad, ante la manera de contarla, es otra bien distinta.
Su mundo ahora es nuestro
Aquí la libertad equivale a la alegría. Otro espacio: otra grieta en el muro para nuestro viaje. La libertad se cuenta en Las tareas de casa como un acto íntimo y, al mismo tiempo, como un acto de respeto; comienza en el momento en el que asumimos y celebramos la libertad ajena. Se resume en la decisión —llena de humor en la voz de Ginzburg— de comprar una casa: con ella nos cuestionamos y nos construimos, derribamos paredes —muros, grietas—, nos reformamos, nos levantamos otra vez, decidimos qué propuestas asumir y cuáles ignorar. Desde la libertad —desde la alegría— recomienda Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y Primera plana, de Billy Wilder, que la transforma en una mujer «inteligente y feliz». Desde la libertad y la alegría comparte «el milagro de la diversión» que vive en los espectáculos de Paolo Poli, o del lado contrario arremete contra Dario Fo. Ante la posibilidad de conocer a la novelista inglesa Ivy Compton-Burnett, a quien tanto admiraba, ella se define como «ridícula, superflua, sentimental»; a su hijo mayor, uno de los primeros lectores de sus textos, la propia Ginzburg le parece «una escritora azucarada». Y recuerda a las amistades que murieron: Italo Calvino, Cesare Pavese o su admirada Elsa Morante.

Natalia Ginzburg. Crédito: Agnese de Donato.
Este volumen abarca, a su vez, dos recopilaciones de artículos: Nunca me preguntes, con textos publicados en La Stampa entre 1968 y 1970, y No podemos saberlo, más diverso en fechas —desde 1965 a 1990— y difusión, y que incluye no solo piezas de opinión, sino también un poema y algunos prólogos. «Nunca he conseguido llevar un diario», confiesa, «estos textos son quizá algo parecido a un diario, en el sentido de que he consignado lo que recordaba o pensaba». La actualidad prende la literatura, señala el porqué de cada artículo —la representación de una obra de Carlo Goldoni, la relación entre el papa Pablo VI y el dictador Franco—, pero los textos viajan por sí mismos, resisten lo efímero noticiable: leídos hoy, hoy nos importan.
«Estas palabras me impresionaron profundamente», retomamos. «Durante muchos años me estuve preguntando qué historia se podía escribir sobre el viaje de una hormiga». El viaje de una hormiga por las grietas de un muro, se preguntaba Natalia Ginzburg. Un insecto que escapa de la tierra de la que proviene, que escala por el hormigón hacia el vacío: insignificante para quien mira, abismal para ella. En otro momento, Natalia Ginzburg propone lecturas alternativas de estos artículos al margen de la cronología: «por una parte los textos o relatos de la memoria y por otra el resto». El muro divide el terreno: a un lado lo que dejamos atrás, al otro lo que nos espera, entre tanto el trayecto, la vida, la literatura.
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