25 años sin Elena Garro: a la mujer de Paz no se la llevó la muerte
Elena Garro fue contemporánea de los señores del «boom» latinoamericano, aquel fenómeno que fue casi por completo masculino y dejó fuera a muchas de las grandes escritoras de su tiempo. Además, estuvo casada durante 20 años con el Nobel Octavio Paz, con quien compartió una desdichada vida conyugal (y tuvo una hija, Helena). Este contexto social, cultural y personal le robó protagonismo a una escritora que brillaba con una luz inmensa, cualidad que desgraciadamente no se la reconoció por completo en vida. Cuando se cumple un cuarto de siglo de su fallecimiento (el 22 de agosto de 1998), publicamos un capítulo del libro «Elena Garro: Los recuerdos sin porvenir» (Aguilar), un texto en el que Laura Ramos, la que fue editora de la mexicana (alguien que convivió con ella y la ve, más allá de la gran autora que es, como un ser humano con luces y oscuridades, tormentas, amarguras...), recuerda el momento en que supo de la muerte de «la exesposa del escritor y poeta mexicano Octavio Paz», una persona que no puedo quitarse «el "ex" en el anuncio de su muerte... ni después de ella».
Por Laura Ramos
Foto de Elena Garro en el Bois de Boulogne de París. Crédito: Archivo familiar.
Tras la muerte de Octavio, Helenita siguió con depresión y descuidaba la atención a su madre; Jesús trataba de resolver la demanda para solicitar la herencia de Paz. Aunque ya se había asignado el fideicomiso y una propiedad para Helena, ellos no estaban conformes; entraban en discusiones constantes tratando de conseguir dinero para los abogados, para gastos de salud y otros requerimientos de Elena; para comer… ya no había ni ánimos. Llamaban a la editorial para pedir de nuevo apoyo económico.
Aún estábamos de vacaciones de verano cuando me localizó Alfonso para avisarme que habían internado a Elena en el hospital de Cuernavaca, que llamara para saber en qué podíamos ayudar. De inmediato llamé a Helenita, ¡estaba muy triste!, desolada y consternada. Había muerto Olga, su amiga, Ernst Jünger y su padre. Sólo le pedí a Dios que no se llevara a su madre.
Escuché la notica en la televisión: «Murió Elena Garro, la exesposa del escritor y poeta mexicano Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, quien murió en abril de este mismo año, con quien se casó en 1937 y de quien se divorció en 1959 antes de exiliarse del país. La escritora mexicana Elena Garro falleció hoy martes 22 de agosto de 1998 en Cuernavaca, Morelos, a sus setenta y siete años de edad, por motivo de una insuficiencia respiratoria y cardiaca, la acompaña su hija Helena Paz. Sus restos serán trasladados al cementerio Jardines de la Paz, en Cuernavaca».
Se diría que Elena esperó la muerte de Octavio para después seguirlo, o que lo siguió siempre… en su muerte resignada e indiferente, quizás Paz vino por ella y ella como siempre, no se negó.
Nuestra escritora hasta la fecha no ha podido quitarse el «ex» en el anuncio de su muerte, ni después de ella. Hasta la fecha, le anteponen al poeta que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1990, ocho años antes de morir ambos.
Deseo, dolor y abismos
Todas las noticias se referían a Elena como la exesposa y nunca a Octavio Paz como el exesposo de la «gran escritora mexicana». No había cómo disimularla, me refiero a la «ex» Elena o «Helencitos», como él la llamaba, era indisociable de su vida con Paz. Sin ofender su memoria, él sabía cómo manipular a la opinión pública, cuidó su nombre y controló las relaciones, colaboradores, adversarios, amigos íntimos, todo y a todos los que le rodeaban, hasta a los enemigos. Admiro en gran término su diplomacia, él fue su mejor promotor, una gran carrera de relaciones públicas.
Helenita, desheredada y huérfana, fue desacreditada desde su nombre; el ponerle la «H» es un significado que en el inconsciente dice: «tu voz no cuenta», es igual a muda. Elena anuló involuntariamente a Helen por parecerse tanto a su padre, él nunca quiso hacerse cargo de ella, no en lo económico, sino en la vida diaria, cedió la patria potestad en el divorcio a una edad ya casi adulta; siempre presumió de pagar la pensión hasta 1972, pero el dinero que les dio nunca fue suficiente para ellas y el amor menos. Helenita necesitaba mucho amor para vivir y jamás lo tuvo, entre los dos la pusieron en el lugar de «nadie», hasta sus apellidos eran una lucha de poder, estaban en el significado opuesto, un antónimo, un sustantivo opuesto y en medio su hija, entre el caos y la violencia, sumada a su inmadurez.
—Mis padres, dos grandes genios de la literatura, para mí fue imposible alcanzarlos. Mi padre siempre dijo que yo copiaba mis poemas de Rimbaud.
—Tú eres muy talentosa escribes con el color de los dos, tienes el contraste de ambos. —le mencioné intentando animarla.
—Nadie lo ha reconocido, Leona, nadie; tal vez el elogio de Ernst Jünger.
—¿Era como un padre para ti?
—No, me respondió con enojo, era lo contrario a mi padre, era un amigo, lo admiraba, él sí tenía humildad, mi padre nunca la tuvo, mi padre siempre usaba a sus amistades para subir escalones y luego los pisaba. Quiso usar a Jünger y muchas veces quiso destruir nuestra amistad, mi padre fue un niño mimado, vulnerable a las adversidades de la vida, inseguro, lo único que me unía a él era el amor a la literatura.