Invitación a la lectura de «Diario alfabético»: Sheila Heti por Sara Barquinero
Hay libros que no se leen: se habitan, se respiran, se deslizan por los pliegues de la conciencia. «Diario alfabético», de Sheila Heti, es uno de ellos. En apariencia, un experimento formal —una vida ordenada letra por letra, pensamiento por pensamiento—, pero en el fondo, una excavación feroz en el caos íntimo de una escritora que se pregunta qué significa vivir, crear, perseverar. Heti convierte el alfabeto en estructura y exorcismo: cada palabra es una piedra lanzada contra el espejo del yo. El resultado es un libro tan hipnótico como inquietante, donde la arbitrariedad se vuelve método y el orden revela su propia fragilidad. Bajo estas líneas publicamos el prólogo que Sara Barquinero ha escrito para la edición en español (Lumen, octubre de 2025), un texto que funciona como brújula y como espejo. Barquinero —una de las voces más lúcidas de su generación— ilumina el gesto radical de Heti con una mezcla de precisión analítica y empatía feroz. Leer su prólogo es entrar en el territorio movedizo donde la escritura se confunde con la vida. Y allí, como en todo buen diario, nada es casual, ni siquiera el abecedario.
Por Sara Barquinero

Sheila Heti en una imagen de 2006. Crédito: Getty Images.
Hasta cierto punto, resultaría ridículo presentar un libro como este haciendo una nota biográfica de su autora, que se ha esforzado en este texto por desligar su subjetividad de los datos más concretos y mundanos de su día a día. Baste con decir que Sheila Heti es canadiense, hija de inmigrantes húngaros judíos, autora de varios libros de ficción y no ficción, algunos de ellos disponibles en castellano, como Color puro (Mutatis Mutandis, 2023), Maternidad (Lumen, 2019) o ¿Cómo debería ser una persona? (Alpha Decay, 2013). En general, la obra de Heti parte del trabajo con la propia experiencia cotidiana, se vale de formas experimentales y podría considerarse una voz pionera de la autoficción, aunque con un estilo muy sui generis.
Alphabetical Diaries se publicó originalmente en 2024 en la editorial Fitzcarraldo y da exactamente lo que promete: un conjunto de diarios ordenados alfabéticamente. Para su realización, Heti recopiló todas sus anotaciones de diez años y después las reordenó con hojas de Excel, haciendo que cada letra constituyera un capítulo de un solo párrafo. El resultado final son unas 55.000 palabras tomadas de un volumen casi diez veces mayor (500.000 palabras).
Como Heti señaló en una entrevista para Interview Magazine, la decisión de ordenar sus diarios alfabéticamente fue solo la primera de otras muchas (y difíciles) decisiones:
Me llevó mucho tiempo decidir qué forma final quería que adoptara. El orden alfabético es la decisión más insignificante. ¿Debería tener 500.000 palabras? ¿50.000 palabras? ¿Debería ser un proyecto que escroleas en internet? ¿Debería ser un feed de Twitter? ¿Una novela? ¿Debería ser un proyecto de arte experimental y conceptual? ¿Debería dejar cada frase en su propia línea o debería hacer un párrafo continuo? Me planteé muchas preguntas y tardé mucho tiempo en sentirme satisfecha con la forma, pero ahora lo estoy (*1).
En esa misma entrevista, Heti señala la influencia fundamental de Soliloquy, del escritor experimental Kenneth Goldsmith (conocido por su Escritura no-creativa). Para crear Soliloquy, Goldsmith pasó una semana de 1996 grabándose a sí mismo desde que se levantó el lunes hasta que se acostó el domingo. Dividió el resultado de las transcripciones en siete capítulos, uno por cada día de la semana en un único párrafo, incluyendo las vacilaciones y los ruidos, pero sin ningún elemento ambiental que permitiera saber con quién está hablando o dónde está en cada momento (*2). Este contraste entre lo íntimo y una rigurosa y restrictiva frialdad (*3) en los registros puede verse en otras obras de Heti. En ¿Cómo debería ser una persona? se valió de grabaciones; en Maternidad, del I Ching; en «According to Alice», una pieza breve para el New York Times, de un chatbox.
¿Qué se gana con el uso de técnicas como estas para narrar la propia vida? Hay tantas respuestas posibles a esta pregunta como lectoras, pero en este libro lo que a mí (como lectora especialmente pertinaz, pues he tenido que traducirlo) más me llamó la atención desde el principio fue cómo, gracias a la fragmentariedad de las anotaciones (sean ligeras: «Comimos helado»; o severas: «Al final, todos a tu alrededor morirán pensando en su propia muerte y en la de su pareja, sin tiempo para apreciar lo mucho que has logrado o si has llevado una vida intachable»), Sheila lograba desarticular la experiencia íntima de la mera exposición de su vida privada.
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Entiendo por «vida privada» aquella que se posee. La vida privada se define por las cosas que son nuestras, sean objetos, propiedades o adjetivos con los que solemos narrarnos quiénes somos. La vida privada se opone a la pública, pero igualmente se basa en hechos, y por eso puede ser invadida por otros o incluso vendida en una exclusiva o revelada por la atenta mirada de los demás. Si alguien nos busca en internet puede acceder a los aspectos que hemos decidido exponer, sea nuestro currículum o nuestras amistades; o tal vez encuentre algo que nos avergüenza pero no conseguimos borrar de la red. Si alguien pudiera vernos todo el tiempo, gracias a un detective o a mecanismos de vigilancia poco éticos, podría robarnos ciertas partes de nuestra vida privada que quizá quisiéramos mantener ocultas: un hobby bochornoso, una mentira, un hábito despreciable. Pero ninguna de esas cosas nos daría la intimidad de la vivencia: alguien podría averiguar que tenemos una amante a la que visitamos dos veces por semana, pero no por qué lo hacemos o qué sentimos cuando lo hacemos. Podría acceder a un ridículo historial de navegación, pero solo podría inferir qué era lo que estábamos buscando. Esa cosa que se hurta es justo la intimidad, aquello que no puede ser visto del todo ni darse, ni tan siquiera expresarse en el lenguaje objetivo y útil que empleamos para hablar del resto de las cosas del mundo. Por eso, amigos y parejas necesitan generar un nuevo lenguaje para alcanzar dicha intimidad, un lenguaje propio y circunstancial en el que las palabras no significan lo que significan para el resto. Al mismo tiempo, por mucho que cueste alcanzarla, todas las intimidades se parecen, al igual que podemos aceptar que la razón es común y compartida. Es, como decía José Luis Pardo, una animalidad específicamente humana.
Podría decirse que la intimidad es una de las fuentes más fértiles de la literatura, especialmente de la literatura confesional. Sin embargo, es muy difícil narrarla sin apoyarse en lo que he llamado vida privada, y por eso en las novelas confesionales es fundamental que sepamos qué ha estudiado la protagonista y cuál es su trabajo, dónde ha vivido o vive, cómo es su familia y qué relación tiene con ella, quiénes han sido sus amantes, cuántos hijos ha tenido, cuántas drogas ha probado, a dónde ha ido de vacaciones (quizá no es necesario que se respondan todas estas cuestiones, pero sí al menos unas cuantas). En algún sentido, Heti ha conseguido saltarse este paso, el de la subjetividad privada que puede interesarnos o no, con la que podemos empatizar o no, e ir directamente al corazón de lo íntimo. No sabemos cuándo ha bebido té, leído novelas, perdido a todos los hombres que le gustaban o le espera un día miserable: sabemos que es «Ahora». No sabemos quiénes son exactamente Lars, Agnes o Pavel, quién ha dicho o hecho qué; pero sí sabemos qué significa tener a un hombre como Lars, a una amiga como Agnes o a un novio como Pavel. No podríamos reconstruir ninguna de las historias que le sucedieron a Sheila durante los años de escritura, pero eso hace que sea incluso más sencillo empatizar con ella que si lo hiciéramos, o al menos de forma más pura.
Los temas recurrentes de la novela son los hombres (con algún momento bisexual), el sexo, la necesidad creativa y las vacilaciones a la hora de labrarse una carrera profesional, el dinero y su falta. El hecho de que las frases se reordenen alfabética y no cronológicamente hace que leamos antes cómo rompe con alguien que cómo lo ha conocido, y que, en general, la mayor parte de los datos sobre una persona estén contenidos del tirón, pues todas comienzan con su nombre. «No sé cómo vivir, nadie lo sabe a estas alturas de la historia, así que leemos biografías y memorias con la esperanza de encontrar alguna pista», dice Heti (obvio, en la N). De alguna forma, estos diarios consiguen regalarnos esa comprensión que buscamos en una biografía sin darnos ninguna regla de cómo deberíamos estar viviendo.
Traducir este libro ha requerido tomar muchas decisiones. Una posibilidad era mantener el orden original (y que, por tanto, el resultado final no fuera alfabético), pero enseguida fue desechada, aunque no del todo. Sheila había dejado claro en diferentes entrevistas que, pese al gran papel que había tenido la aleatoriedad en la confección del libro, sí había pensado qué frases quedaban bien al lado de otras, cuáles comunicaban algo por sí mismas y por dónde cortar. En este sentido, intenté que todos los bloques que comenzaban igual (como «Anoche», «¿Cómo?», «Tú» u «Ojalá», por poner algunos de los cientos de ejemplos; y como sucedía cuando se trataba de nombres propios) se mantuvieran juntos, aunque en muchas ocasiones la traducción de alguna de las frases hubiera sido diferente. De esa forma, todo lo que Sheila había puesto junto se mantenía junto, aunque estuviera en otra posición en el libro o las frases dentro de ese bloque aparecieran en un orden distinto (en los casos en los que era importante mantenerlas en su posición original forcé un poco la traducción para que así fuese).
Los dos ejemplos en los que esta intervención ha sido más intrusiva son los siguientes: Alphabetical Diaries comienza con todas las cosas que puede ser un libro, algo que en inglés es bastante natural («A book»), pero que a la vez parecía muy deliberado. En la traducción opté por cambiar el inicio de todas esas frases para que se mantuvieran al principio («Abrir un libro») e hice por que ninguna otra se pusiera por delante. El otro ejemplo es la letra Q, que en el original solo contiene una frase. «Quiet days, not seeing people, feeling fine». Aunque no fue tan difícil hacer que esta frase cayera en la Q («Quietud estos días, sin ver a nadie, sintiéndome bien»), sí lo fue hacer que ninguna otra frase comenzase por la Q para así mantener el espacio de reposo que esta letra tenía en el libro. En cualquier caso, algunas serendipias del texto original se han eliminado con la traducción y han aparecido otras nuevas. Es por esto que hemos decidido llamar a este texto «Versión» y no «Traducción».
Notas al pie:
(*1) Interview Magazine. 6 de febrero de 2024.
(*2) La versión digital de Soliloquy, en inglés, puede encontrarse en la web de Electronic Poetry Center.
(*3) En este sentido, Julia Berick señaló en su reseña para Los Angeles Review of Books que la escritura de Heti tenía «resonancias oulipianas». El término «oulipiano» proviene de OuLiPo, siglas de Ouvroir de littérature potentielle («Taller de literatura potencial»), un grupo fundado en 1960 por Raymond Queneau y François Le Lionnais que reunía a escritores y científicos interesados en la creación literaria a partir de restricciones formales. Según ellos, estas restricciones, lejos de limitar la creatividad, funcionan como motores que la favorecen. Ejemplos de esto serían escribir sin usar una letra determinada (lipograma), como en El secuestro (1969) de Georges Perec, donde no aparece la letra «e»; o emplear estructuras combinatorias, como en Cent mille milliards de poèmes (1961) de Queneau, un conjunto de sonetos intercambiables con cien billones de combinaciones posibles. También se usan palíndromos, fórmulas matemáticas o procedimientos como el N+7 (sustituir cada sustantivo por el séptimo siguiente en un diccionario). Lo oulipiano, pues, alude a una literatura lúdica y rigurosa al mismo tiempo, cuyos resultados suelen ser experimentales y estar salpicados de cierta inhumanidad robótica, como sucede en Alphabetical Diaries, por muy emotivos y personales que sean los temas tratados.

