Miranda July: sexo, verdades, vídeos y libros
Pasado «stripper» y punk, con la «performance» como instrumento de expresión por defecto, creadora multitentacular, diosa «cool» para unos, reina del postureo para otros, Miranda July lleva décadas explorando la feminidad y el sexo desde la excentricidad y la heterodoxia. Su segunda novela, «A cuatro patas» (Random House, 2025), ha acumulado tantos premios y elogios relevantes como ataques feroces. No podría ser de otra forma.
Por Antonio Lozano

Miranda July en el Festival de Cine de Sundance de 2011. Crédito: Getty Images.
Los libros de Miranda July (Berkeley, California, 1974) deben ponerse en el contexto de una artista multidisciplinar que ha deconstruido el papel de la mujer en el siglo XXI y explorado la figura del otro como entidad fascinante que nos lleva al autoconocimiento por vías sorprendentes e inesperadas, a veces devolviéndonos imágenes poco gratificantes o dolorosas de nosotros mismos pero que, a la postre, resultan catárticas y permiten romper las cadenas del solipsismo. Si esta frase introductoria le ha parecido algo pomposa, buena señal, avanzamos por la vía de la coherencia con nuestro objeto de estudio ya que otro de los elementos que lo han caracterizado ha sido el riesgo de parecer pedante. Entre lo sublime y lo ridículo existe a veces una línea muy fina que July ha atravesado una y otra vez cual funambulista, es decir, asumiendo que el precio a pagar por tirar por el camino del atrevimiento y el desprecio de lo normativo es que uno puede estrellarse. Tal y como sentenció un genio tan bufonesco como Andy Warhol: «Siempre déjalos con ganas de menos». Además, tal y como ella misma evidenciaba en su cortometraje Are You The Favorite Person of Anybody?, consistente en interrogar a espontáneos sobre su grado de certeza acerca de su posición en lo más alto de la escala afectiva de otra persona, si ni siquiera podemos estar seguros de ser los favoritos de nadie, la idea de gustar a todo el mundo sí que se antoja ridícula. July juega en esta liga de la división salvaje de opiniones, adorada o aborrecida de forma extrema, probablemente la seña de identidad de cualquier creador disruptivo.
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Dicho esto, su último libro, A cuatro patas, la ha acercado como nunca a las mieles del establishment, al éxito sancionado a un tiempo por la crítica y las ventas: bestseller, finalista del National Book Award y el Women's Prize for Fiction, en las listas de lo mejor del año en varios medios de prestigio como The New York Times, The Washington Post, The New Yorker, Vogue u Oprah, elogios de colegas de la talla de Emma Cline, George Saunders y Michael Cunningham. ¿Cómo reconciliar estas bendiciones con una artista que se abrió camino en la escena post punk de los 90 y que durante la primera década de los dos mil era un referente de la comunidad cool, la santa de los modernos? ¿La edad la había domesticado? ¿La ampliación del público y el respaldo de grandes instituciones significaba a la fuerza una propuesta más conservadora y adocenada? Aunque el punto de partida de la novela -una mujer en la cuarentena que emprende un camino de transformación personal, desafiando el guion predeterminado de su vida- puede sugerir una muestra más en la actual corriente de literatura con ánimo feminista que retrata a protagonistas liberadas y desafiantes, A cuatro patas contiene sobradas dosis de delirio y provocación para convertirla en una obra 100% identificable con la autora. July simplemente ha llevado la radicalidad sistemática de su propuesta a su target generacional -«la primera gran novela de la perimenopausia», la tildó The New York Times-, a la brutal honestidad de las preguntas que siempre se ha ido formulando acerca de la pareja, la amistad y el sexo, ahora toca abrirlas al matrimonio, la monogamia, la maternidad y la esfera doméstica. Idéntico espíritu sísmico, diferente momento vital. Volveremos sobre ello, antes echemos la vista atrás.

Miranda July en el Festival de Cine de Sundance de 2011. Crédito: Getty Images.
De punk a Prada
Hija de una pareja de escritores y docentes que fundaron una editorial dedicada a espiritualidad, terapias naturales y artes marciales, sita en Berkeley, uno de los centros de la cultura progresista americana en los años 70, Miranda July siente desde muy joven la llamada de los escenarios, actuando primero en obras alternativas -con apenas 16 años escribe y dirige The Lifers, basada en su relación con un hombre condenado por asesinato- y luego decantándose por performances individuales, siempre en clubs ligados a la revitalización de la cultura punk en la década de los noventa, y adscribiéndose a su combativo movimiento feminista Riot grrrl. En paralelo, encadena trabajos alimenticios como cerrajera y stripper, graba discos con bandas underground y protagoniza y dirige vídeos y cortos, atravesados por los mismos intereses que sus performances, resumibles en la exploración de vínculos sentimentales y emocionales tirando a perturbadores (muchas veces con desconocidos), el cuerpo femenino, las relaciones de poder, la culpa, el trauma... desde un planteamiento gamberro y denunciativo en el que el humor, unas veces incómodo, otras absurdo, tiene un papel destacable. Una apuesta explosiva que tan pronto abre las puertas al hallazgo sugerente y a la reflexión o el gag inspirados que al vacío o la pose.
A medida que se fue haciendo un nombre, July abandonó los circuitos marginales -sus instalaciones artísticas se han visto en lugares como el museo Guggenheim, el MOMA y en dos bienales de Whitney- y encontró financiación para dar el salto a largometrajes que acogen festivales de renombre: Tú, yo y todos los demás (2004) recibió un premio especial del jurado en el Festival de Cine de Sundance y la Caméra d'Or en el Festival de Cannes, mientras que el segundo, El futuro (2011), compitió por el Oso de Oro en el Festival de Berlín, y el último hasta la fecha, Kajillionaire (2020), tuvo su estreno mundial en Sundance. Un salto evolutivo en la magnitud de su figura puede apreciarse en sus colaboraciones con poderosas firmas internacionales en la última década: en 2014, Miu Miu le financió una aplicación de móvil, Somebody, para enviar mensajes a tu círculo íntimo, eso sí, a través de un desconocido que se los transmitía en persona; en 2019 fue directora creativa de un catálogo fotográfico de Uniqlo, y para la campaña de otoño de 2024 de Prada, la artista lanzó un proyecto que mezclaba fotografías de famosos y una línea telefónica gratuita con mensajes pregrabados por ella misma.

Miranda July en el Festival de Cine de Sundance de 2011. Crédito: Getty Images.
Amar y desear sin cortapisas
Junto a nombres como los de Lena Dunham y Sheila Heti, Miranda July ha buscado especialmente en las últimas décadas proponer una reflexión abierta, rabiosa y juguetona sobre qué supone ser mujer hoy y las dificultades de conectar profundamente con nuestros pares. Descaro, autoconciencia, ganas de agitar y de provocar, que han resultado en toneladas de hype. Su obra literaria debe pues entenderse como una extensión, o una faceta más, de una trayectoria multitentacular atravesada por una cierta rareza, excentricidad y exhibicionismo. Su primera colección de cuentos, Nadie es más de aquí que tú -la mayoría previamente publicados en revistas de lo más in como Zoetrope, Bridge o The Fence, lo que de nuevo situaba el tono y el público objetivo en esa esfera tan ambigua que es lo alternativo- estaba dominado por almas solitarias que intentaban conectar con los demás de formas estrambóticas (ejemplo: Una joven encontraba sentido a su vida dando clases de natación a tres ancianos en la cocina de su casa, sin más agua que la que cabe en una palangana). Pobladas de raritos necesitados de afecto, estas historias agridulces, artificiosas y con mucho erotismo partían de situaciones desconcertantes para componer retablos de nuestra fragilidad y desnortamiento. Su siguiente libro, Te elige, ha sido probablemente lo más cerca que ha estado de trasladar las dinámicas de la performance y del corto de guerrilla a la página. Atraída por las historias personales detrás de individuos capaces de poner a la venta una ristra de pertenencias tan estrafalarias que detrás de cada una latía la promesa de un (micro) relato digno de su cosecha, se lanzó a un safari de atesoradores de cazadoras de piel, renacuajos, jarrones... revelando una fauna humana fascinante. Un nuevo cruce entre la antropología y la experimentación.
Tras una primera novela, El primer hombre malo (Random House, 2015), que mezclaba las fantasías lúbricas, transmigración de las almas, técnicas de defensa femeninas e instintos maternales insospechados, nos llega A cuatro patas. En ella una artista anónima de cierta fama, en la cuarentena, casada y con un vástago (el sexo no se especifica, reflejo de que su creadora tuvo un hijo no binario con el director de cine y vídeos musicales, amén de diseñador gráfico, Mike Mills, hoy expareja) decide emprender un viaje por carretera de Los Ángeles a Nueva York, que le sirva de desconexión de la familia, la empuje a la introspección y le ahuyente la sospecha de ser un espíritu sedentario y nada emprendedor. Sin embargo, a la media hora de salir de casa se registrará en un motel desangelado en un pueblo semi muerto del que no saldrá en la siguientes dos semanas y media. Ahí se gastará una fortuna en redecorar la habitación, se enamorará locamente de un empleado de Hertz y volverá al hogar dispuesta a arrasar con las inercias que la han encorsetado hasta el momento.
El descubrimiento tardío del potencial del propio cuerpo, la amistad femenina como puerto seguro ante la tempestad interior, la duda como estado mental permanente, la lucha entre fantasía y obligación y la necesidad de romper tabús sostienen una obra donde, como es característico en la autora, el deseo sexual tomará caminos que, usted, querido lector, jamás sospecharía. Novela plagada de concomitancias autobiográficas -July ha jugado recurrentemente a emborronar las fronteras entre lo personal y lo imaginativo, al tiempo que los bailes sensuales que se detallan en la trama tienen su equivalente en la vida real en los reels de su cuenta de Instagram, busquen, busquen...-, muchos han querido ver en ella un grito de desahogo y un ejercicio de «máscaras fuera» en un momento vital complejo (entrada en la madurez, separación sentimental, lidiar con la adolescencia de tu descendencia...). Miranda July, sin embargo, ha restado relevancia a estos vínculos para poner el acento en que se trata de una obra sobre las mujeres, y que escuchar sus reacciones a la misma le borró la sensación de vergüenza y aislamiento que la embargó mientras la escribía. Este comentario apunta al fenómeno social en que devino A cuatro patas en el mercado anglosajón; tal y como apuntaba una periodista de The Guardian, «a los escasos meses de la salida del libro, todo el mundo tenía una historia sobre una mujer que había puesto su vida patas arriba tras leerlo».
De todas maneras, tratándose de un trabajo de Miranda July, este llamamiento a amar y gozar desde la más absoluta libertad, esta defensa de la exploración sin cortapisas del propio placer y de aspirar a experiencias más auténticas, ha sido también objeto de un rechazo furibundo, una nube de haters que la han acompañado desde sus inicios. ¿Cómo podría haber sido diferente tratándose de una artista controvertida, feroz, atrevida e indómita?

