«Cinco meses de invierno», la novela total de James Kestrel: guerra, crimen y redención bajo el cielo del Pacífico
Mezcla de novela negra, histórica, de aventuras y «thriller», con sus dosis también de romanticismo y belicismo, «Cinco meses de invierno» (Salamandra, 2025), de James Kestrel —seudónimo de Jonathan Moore (Stanford, California, 1971)—, es una obra de extraordinaria ambición, reconocida con el premio Edgar a la Mejor Novela y finalista del no menos prestigioso premio Hammett. Ambientada en el frente del Pacífico durante la II Guerra Mundial y con un brutal asesinato doble en su centro, deja la sensación de una escala épica por la cantidad de sucesos, peripecias y golpes de timón que recoge, repartidos a lo largo de una trama absorbente que nos lleva sin descanso de Hawái a distintos puntos de Asia, y de vuelta al principio.
Por Antonio Lozano

Postales desde la guerra del Pacífico. Crédito: Getty Images.
Diciembre de 1941. Mientras los nazis desatan el terror en Europa y Estados Unidos intenta mantenerse al margen del conflicto, en Honolulú la tranquila rutina del inspector Joe McGrady, miembro de la policía de Hawái, se rompe de forma abrupta cuando le asignan investigar el brutal asesinato del joven Henry Kimmel Willard —sobrino de un almirante de la marina estadounidense destacado en la zona— y de una muchacha japonesa, ambos hallados sin vida en la granja de un terrateniente local. La investigación llevará a McGrady a emprender un peligroso viaje por el Pacífico, desde Hawái hasta Hong Kong y otros rincones lejanos, mientras la flota japonesa se prepara en secreto para el ataque a Pearl Harbor, preludio de la guerra más devastadora de la historia. Aun así, ni siquiera el estallido del conflicto logrará frenar al solitario y perspicaz McGrady en su obstinada búsqueda de una verdad tan perturbadora como inevitable.
Aclamada por escritores como Stephen King o Dennis Lehane, Cinco meses de invierno trasciende el género policíaco para convertirse en una epopeya sobre los años decisivos de la II Guerra Mundial en el Pacífico y sus repercusiones visibles e invisibles. Es también una profunda reflexión sobre el enfrentamiento entre culturas y una conmovedora historia de amor, traición, supervivencia y descubrimiento personal. Kestrel respondió a las preguntas de LENGUA desde su domicilio de Hawái, que no fue un barco por poco (y también por amor, como leerán).
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LENGUA: Su biografía invita a pensar que saltó de una etapa aventurera -guía de barcas en descensos por el río Grande, investigador para un abogado de Washington, dueño del primer restaurante mexicano abierto en Taiwán... a tomar un camino más convencional y tranquilo -estudiar Derecho, escribir...-. Imagino que es una simplificación, ¿pero hay algo de verdad en un perfil tan apresurado?
James Kestrel: No, lo resume y capta bien. Desde el momento en que me gradué del instituto en 1995 hasta que comencé a estudiar Derecho en 2004, hice un montón de cosas peculiares. Abandoné varias carreras universitarias y acepté trabajos poco convencionales, hasta que senté la cabeza y conseguí una licenciatura universitaria. Es cierto que pasé unos años en Taiwán, dando clases de inglés y estudiando chino mandarín, práctica esta última que sigue vigente a día de hoy.
LENGUA: Desde su primera novela, Redheads, el mundo del crimen ha estado en el núcleo de sus historias. ¿Una pasión temprana por el género y una exposición directa al tema en su calidad de investigador y abogado serían las principales razones que lo explicarían?
James Kestrel: Cuando me siento a escribir una novela jamás me digo: «Hoy voy a escribir una novela negra». En vez de eso, me limito a pensar: «Voy a contar una historia». De modo que afiliar mis libros a un género específico no es algo que se me cruce por la cabeza, lo que no quita que podrían compartir estantería con otras historias de perfil criminal sin desentonar en absoluto. Siempre me ha entusiasmado leer todo tipo de obras de ficción y no ficción, pero por algún motivo, cuando me siento a escribir, mis historias se impregnan de materia criminal. Las polillas se sienten atraídas hacia las llamas por lo que quizá mi mente funciona de manera opuesta a la de la polilla, se siente fatalmente atraída por la oscuridad.
LENGUA: Después de varios thrillers, su anterior novela, De entre los muertos, tomó un desvío al jugar con elementos propios de la ciencia ficción, mientras que Cinco meses de invierno abarca un marco histórico de gran alcance. ¿Diría que la madurez ha potenciado sus ganas de explorar y enfrentarse a mayores retos?
James Kestrel: Sin duda. Cuando empecé Cinco meses de invierno mi propósito fue intentar algo mucho más ambicioso que todo lo que había escrito con anterioridad.
«Afiliar mis libros a un género específico no es algo que se me cruce por la cabeza (...). Siempre me ha entusiasmado leer todo tipo de obras de ficción y no ficción, pero por algún motivo, cuando me siento a escribir, mis historias se impregnan de materia criminal».
LENGUA: ¿Qué originó el libro?
James Kestrel: La idea se remonta al año 2018. Siendo abogado tenía entre manos un caso en el que mi cliente se hallaba viviendo en Japón, y uno de los acusados se escondía en Hong Kong (junto a una bonita cantidad de dinero robado). Esto provocaba que pasara mucho tiempo volando entre Hong Kong, Tokio y Honolulu. Me apasiona hacer largas caminatas, explorar las ciudades a pie, y siempre que tenía tiempo eso es lo que hacía en las tres ciudades. Además, el hecho de residir en Honolulu te hace muy consciente de la historia y de las huellas dejadas por la guerra del Pacífico. Uno todavía se encuentra cajas con medicinas enterradas en colinas y playas, al tiempo que sigue borboteando petróleo a la superficie en el punto de Pearl Harbour donde el acorazado USS Arizona explotó y se hundió. Durante todos aquellos viajes entre Honolulu y Asia, empecé a darle vueltas a cómo podría utilizar la guerra y ese marco temporal como telón de fondo sobre el que desplegar una historia de una extensión y profundidad que superaran cuanto había firmado hasta entonces.
LENGUA: Ciertamente, las miras de la novela son épicas y toca tantos géneros (noir, histórico, aventuras, thriller, bélico...) con la determinación de impulsar al lector sin descanso hacia delante que en cierta manera nos lleva a pensar en una actualización del roman-feuilleton decimonónico. ¿Le parece que es ir demasiado lejos?
James Kestrel: Me avergüenza admitir que he tenido que buscar el significado de roman-feuilleton, pero ahora que me he familiarizado con el término, te diré que no creo que sea una comparación descabellada, al menos en términos de objetivos iniciales. Mi propósito era contar una historia apasionante y con hechuras, capaz de mantener al lector clavado en el asiento, y no menos importante, que significara algo. No sé si conseguí nada de esto, pero sin duda hacia ahí se dirigía mi voluntad.

James Kestrel (seudónimo) aka Jonathan Moore (nombre real). Crédito: cortesía de Salamandra.
LENGUA: Aunque Cinco meses de invierno es una obra de ficción, el marco es lógicamente histórico. ¿Cómo quería que la imaginación y los hechos documentados interactuaran de modo que consiguiera entretener al lector sin sacrificar el respecto por aquellos años y lugares?
James Kestrel: Quise hacerle la mayor justicia posible al periodo histórico y para ello llevé a cabo un proceso de documentación concienzudo. Al mismo tiempo, me esforcé por evitar que todos esos conocimientos acabaran volcados en exceso sobre el relato, con el riesgo consiguiente de sacar a los lectores del hilo ficcional para sentirse que han caído por accidente en una entrada enciclopédica. Para ello procuré introducir los detalles de un modo lo más natural y fluido posible. La historia se nos narra en tercera persona, pero es una tercera persona muy cercana, pegada siempre a lo que el protagonista, Joe McGrady, ve, oye y piensa. Al moverse por terrenos que le resultaran familiares, McGrady no se detendría mucho a pensar o describir elementos cotidianos, por ejemplo, relacionados con costumbres u objetos. Por consiguiente, cuando se encuentra en Honolulu, la narrativa y sus pensamientos son ágiles y contundentes. Sin embargo, cuando lo tenemos en Hong Kong y Japón, rodeado de gente, lugares y costumbres que le son ajenos, inconsciente de los peligros sobre los que debería estar alerta, al hallarse fuera de su elemento, sus ojos se posan con más detenimiento en las cosas y su cabeza procesa los detalles con más atención. De manera que la prosa de la historia se expande y se abre un poco en aquellas secciones en las que McGrady se desplaza por Asia.
LENGUA: Joe McGrady muestra un sentido del deber y un código moral tan férreos que recuerdan al investigador privado clásico -Marlowe, Spade...-. Al mismo tiempo, su cruzada está tan llena de incidentes y peligros que también llevan a pensar en los héroes griegos. ¿Está de acuerdo o los parecidos con estos dos arquetipos son sólo anecdóticos y estuvo más pendiente de otros referentes?
James Kestrel: Veo las conexiones, pero la verdad es que no creo que buscara en ningún sitio en particular a la hora de perfilar a Joe McGrady. Básicamente me lo imaginé como un buen hombre, un hombre con un sentido acusado de la moral y la lealtad. Entonces la cuestión devino la siguiente: ¿Qué le ocurre a un hombre de estas características cuando se ve atrapado en medio de los peores años en la historia de la Humanidad, y lo pierde todo, y se ve arrojado a una situación donde el único modo de sobrevivir o acabar su trabajo consiste en emborronar las líneas que previamente había tenido marcadas con tanta claridad en términos de moral y lealtad? (Pobre Joe, me siento agradecido de que los personajes de ficción no puedan demandar a sus creadores porque no hay duda de que se las hice pasar canutas).
«No tenía la menor idea de qué trataba la historia ni de hacia dónde se encaminaba hasta que no tuve completada la mitad. Arranqué sin ningún tipo de planificación. Poseía unas directrices mínimas».
LENGUA: El volumen de peripecias que atraviesa McGrady y de lugares que visita -una investigación tan tortuosa y absorbente- parecía exigir una trama y una estructura muy delineadas de antemano. ¿Fue este el caso o se permitió cierto margen de improvisación?
James Kestrel: Te sorprenderá saber que no tenía la menor idea de qué trataba la historia ni de hacia dónde se encaminaba hasta que no tuve completada la mitad. Arranqué sin ningún tipo de planificación. Poseía unas directrices mínimas, resumibles en algo tan básico como: «Falta una semana para el ataque a Pearl Harbor y un policía se enfrenta a un caso de asesinato particularmente crudo. Y, de una manera u otra, su investigación sufre un desvío considerable por culpa de la guerra, lo que lo acabará conduciendo a Japón». Un planteamiento así me obligó a un exhaustivo proceso de documentación, pero que corrió en paralelo a la escritura. Ya había visitado todos los escenarios de la novela, con la excepción de la Isla Wake, antes de sentarme a escribir, lo que no quitó que debiera volver a algunos de ellos una vez el proyecto estaba un poco avanzado.
LENGUA: Durante este proceso de documentación, ¿se topó con información sobre el papel de Estados Unidos en el frente del Pacífico a lo largo de la II Guerra Mundial que le chocara? (Quizá porque tanto el aparato de propaganda como las películas apuntalaron una visión sesgada).
James Kestrel: Tengo la sensación de que el grueso de mis descubrimientos fueron interesantes -con frecuencia en grado sumo-, pero no necesariamente sorprendentes. Por ejemplo, aprendí que los japoneses intentaron bombardear Pearl Harbor de nuevo, esta vez recurriendo a hidrocanoas que hicieron el vuelo de ida y vuelta con fines bélicos más largo jamás completado. Sin embargo, para cuando los pilotos llegaron a Honolulu, ya había oscurecido y estaba muy nublado, de modo que acabaron lanzando sus bombas a trece kilómetros del objetivo inicial, consiguiendo apenas destrozar algunas ventanas del instituto Roosevelt. Una operación de la que nadie habla.
LENGUA: Sus editores americanos optaron por una estrategia de lanzamiento que podríamos calificar de pulp, empezando por una portada con una ilustración sensual y de colores saturados, que recordaba a las de esa revistas o libros de bolsillo para el gran público.
James Kestrel: Antes de responder a esta pregunta, ofreceré un poco de contexto acerca de cómo acabé con mi actual editor americano. El sello Houghton Mifflin publicó mis cuatro libros anteriores, que no tuvieron unas ventas muy destacables en Estados Unidos. Cuando mi agente ofreció el manuscrito de Cinco meses de invierno a Houghton Mifflin, lo rechazaron sin tomarse siquiera la molestia de acabar de leerlo. A continuación, otros veintiséis editores también descartaron su publicación. A mi agente le llegaba con frecuencia el comentario de que a los editores les había encantado, pero que el departamento de marketing no lo veía dado mi pobre historial de ventas. Fue entonces cuando se la ofrecimos a Hard Case Crime, una editorial muy pequeña, de nicho, asociada con Titan Books en Londres. Fue fundada por un tipo llamado Charles Ardai, quien amasó una fortuna con un banco de inversiones y decidió darse el gusto de invertir parte de los beneficios creando un sello que recreara el look y el estilo de los pulps de género negro de la década de los cuarenta. Todas las portadas de Hard Case Crime están pintadas a mano y si hay unos elementos estrella que se repiten sin descanso son los de «una chica y una pistola». Han publicado libros de Stephen King, Joyce Carol Oates, Brian De Palma... y en todos aparecen ambos. A mi editor le gustó tanto el libro que por un momento se planteó traicionar esta seña de identidad de su diseño y apostar por una portada que recordara a las empleadas para los títulos literarios de los años treinta y cuarenta (por ejemplo, la portada de la primera edición de Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway). Incluso encargó una, pero al final se decantó por lo que siempre le había funcionado.

Propaganda y carteles estadounidenses durante los años de la guerra del Pacífico (1941-1945). Crédito: Getty Images.
LENGUA: ¿Qué lo llevó a firmar con un seudónimo?
James Kestrel: Lo del seudónimo fue básicamente una elección que hicimos mi editor, mi agente y yo pensando en el mercado. Nos preocupaba que si veintiséis editoriales habían rechazado el manuscrito en base a las bajas ventas de mis títulos anteriores, quizá nos enfrentáramos al mismo problema con los compradores para las grandes cadenas de librerías y con los reseñistas de los periódicos más destacados. Acordamos usar un seudónimo, pero también que seríamos honestos y no esconderíamos que pertenecía a un novelista con varios títulos a sus espaldas, y que no se trataba de una primera novela de un desconocido. Imagino que la estratagema funcionó.
LENGUA: Cinco meses de invierno clama a gritos por una adaptación cinematográfica o una serie televisiva pues reúne todos los ingredientes necesarios (asesinato, aventura, amor, guerra...), pero al mismo tiempo requeriría de un gran presupuesto, lo que podría complicar las cosas. Aunque evidentemente uno nunca sabe, ¿es optimista respecto a su salto a la imagen?
James Kestrel: Me hace feliz y me embarga la emoción poder decir que me han pedido con la mayor gentileza que no entre en detalles si en algún momento me formulan esta pregunta. Me siento muy esperanzado.
«[Mi editor, mi agente y yo] acordamos usar un seudónimo, pero también que seríamos honestos y no esconderíamos que pertenecía a un novelista con varios títulos a sus espaldas, y que no se trataba de una primera novela de un desconocido».
LENGUA: ¿Qué tipo de vida lleva en Hawái? ¿El lugar le resulta inspirador?
James Kestrel: Adoro Hawái. Para ser honestos, no sé si en estos momentos me gustaría vivir en ningún otro lugar de Estados Unidos. El clima es estupendo, los paisajes son arrebatadores, la cultura encierra una personalidad única y en general impera una gran amabilidad. Mi vida dio un giro muy loco por la época en que se publicó Cinco meses de invierno. Me divorcié y decidí abrazar la crisis de la mediana edad con todas mis fuerzas, de modo que acabé viviendo en un barco, al que llamé Hell's Belle, durante un año. Luego conocí a una exmodelo/ejecutiva de una empresa de videojuegos que residía en Shanghái. Esta relación no habría podido prosperar de ninguna de las maneras si no hubiera continuado estudiando chino. Su nivel de inglés es muy básico, pero en chino podemos hablar sobre lo humano y lo divino. Comencé a visitar Shanghái con mucha frecuencia, hasta el punto de que me empezó a inquietar la posibilidad de que algún agente de aduanas -bien en China o en Estados Unidos- pudiera apretarme las tuercas sobre los motivos de tanto viajecito arriba y abajo. Mientras estábamos separados, cada uno en su casa, yo le escribía a diario una carta, a mano y en caracteres chinos tradicionales. A veces necesitaba dos horas para completarla y me acababan doliendo las manos y escociendo los ojos, pero era una práctica la mar de útil. Con el tiempo, Zhongyun se vino a vivir conmigo a Hawái. Puesto que Zhongyun es una persona demasiado maravillosa como para pedirle que viva a bordo del Hell's Belle -los barcos como lugar de residencia no es plato para todos los gustos- y no tengo intención de pasar por otro divorcio, ahora compartimos un apartamento en Waikiki. Es muy estimulante redescubrir Hawái con sus ojos. Ella estaba acostumbrada a vivir en la ciudad más grande, moderna, despiadada y acelerada del planeta. Honolulu está en las antípodas de todo esto. Puesto que intento observar las cosas desde su punto de vista, como si todo fuera nuevo, desfamiliarizar el entorno, absorbo Hawái del mismo modo en que Joe McGrady absorbía Hong Kong. Percibo más detalles y redescubro cosas que había olvidado o que la costumbre había borrado. Lo estoy disfrutando una barbaridad.

