Hay un topo (literario) en la CIA: David McCloskey, el «espía» que devino novelista (¿o fue al revés?)
Con apenas tres novelas (las dos primeras editadas ya en español por Salamandra), este texano especializado en Oriente Medio que trabajó como analista de la CIA ha conseguido afianzarse como una de las voces más respetadas del «thriller» de espionaje. «Moscú X», su segunda obra (la primera se titula «Estación Damasco»), supone una electrizante inmersión en la Rusia de Putin que aúna la fiebre de una película de gran presupuesto de Hollywood con el rigor de una voz que ha conocido desde dentro los pormenores de los servicios internacionales de inteligencia.
Por Antonio Lozano

David McCloskey en Barcelona en abril de 2025. Crédito: Roser Ninot.
En los años 90, la novela de espionaje abandonó la recurrencia a Rusia como villano predilecto para poner el foco en otros lugares (Oriente Medio, por ejemplo) o sectores (desde el tráfico de armas a las grandes compañías farmacéuticas). Los vaivenes de la geopolítica internacional, y más concretamente el afianzamiento de Vladimir Putin como una suerte de neozar, han devuelto al país al centro del género. Un ejemplo de la mejor formulación de este retorno se encuentra en Moscú X, segunda novela de David McCloskey (Dallas, 1985), ex analista de la CIA en diversos puntos de Oriente Medio y luego consultor de una empresa privada con clientes poderosos en el gobierno, la aeronáutica y los transportes. Su trabajo de campo en Siria durante la guerra civil fue la semilla de su ópera prima, Estación Damasco (Salamandra), conjugación de acción y romanticismo sobre una sólida base de conocimientos históricos y geográficos, elegida mejor novela de espías del año por The New York Times.
Moscú X sigue la arriesgada operación encubierta de dos agentes -una sudafricana y un mexicano con empleos tapadera- para captar como activo a una ciudadana rusa que ha prometido vengarse de un oligarca cercano a Putin, responsable de desvalijar la fortuna familiar. Tensión y adrenalina a espuertas, análisis de las emociones humanas llevadas al límite, radiografía del arte del engaño y la manipulación, el libro supone una inmersión en el tradicional carácter ruso y su presente convulso, al tiempo que abre numerosas ventanas a la complejidad operativa, tecnológica y humana detrás de las actuales misiones de inteligencia. Sin renunciar a las licencias obvias que demanda el género para despertar interés y servir entretenimiento, McCloskey trufa de información curiosa su libro, como la política de la CIA respecto a las relaciones sexuales de sus agentes, el recurso a purasangres como fachada comercial o la existencia de una red de metro secreta bajo la capital rusa. El escritor, rebosante de elegancia y buena disposición (y al parecer no temeroso de las posibles represalias al aterrizar de vuelta a Dallas tras sus objeciones a Trump, dado que mantuvo su teléfono encendido durante la charla), conversó con LENGUA en un hotel de Barcelona.
LENGUA: Hablemos un poco de sus etapa previa a la de novelista ¿Cómo acaba trabajando para la CIA? ¿Tuvo algún peso en su salto a la escritura?
David McCloskey: Mi camino hacia la escritura fue sinuoso. Al crecer nunca pensé que acabaría trabajando en la CIA ni escribiendo. Cuando estaba en la universidad, estudiando Relaciones Internacionales, visitaron el campus unos reclutadores de la CIA, y dado que me interesaba explorar cómo funcionaba el mundo y viajar todo lo posible, la agencia me pareció un destino muy atractivo. A los 20 años entré como becario, puesto que ocupé durante dos veranos; tras graduarme, entré en plantilla, siendo destinado a Siria hasta el año 2014. Ahí ejercí de analista, ocupación que tiene concomitancias con el periodismo ya que has de elaborar una historia, por ejemplo, intentar conjeturar cuánto tiempo en el poder le queda al presidente, para lo cual necesitas fuentes, que no son las mismas del periodista ya que hablamos de llamadas interceptadas, datos obtenidos por satélite, información reservada que obtienen los agentes desplegados sobre el terreno... Luego coges este tapiz tan fragmentado y lo ensamblas en algo coherente que contenga el por qué, el cómo, el cuándo... de cara a presentárselo al departamento que define las medidas a tomar en ese ámbito específico. El analista posee también algo del escritor pues redacta, entrevista a gente para documentarse, peina textos diversos y estructura un contenido con el fin de dar sentido a un relato. Las preguntas que podía formularme eran si el ejército sirio estaba movilizando activos militares en una dirección concreta o si sería capaz de retomar alguna ciudad. Mi paso por Siria fue una experiencia muy trágica y emotiva al ver cómo un país pasaba de una cierta estabilidad al desgarro total por medio de una guerra civil. Al regresar empecé a tomar notas de cara a procesar el conflicto, lo que había visto, mis experiencias... no eran más que entradas de diario si quieres, no era en absoluto la base de una futura novela, no había trama alguna. De todos modos, descubrí que la escritura fluía y que era una actividad a la que podía dedicarle muchas horas, me entró el gusanillo de dar forma a alguna historia, pero el proceso no fue para nada vocacional sino azaroso.
«Mi paso por Siria fue una experiencia muy trágica y emotiva al ver cómo un país pasaba de una cierta estabilidad al desgarro total por medio de una guerra civil. Al regresar empecé a tomar notas de cara a procesar el conflicto, lo que había visto, mis experiencias... no era en absoluto la base de una futura novela».
LENGUA: También estuvo en plantilla de la firma McKinsey & Company realizando labores de asesoramiento para temas de seguridad nacional y en los campos de la aeronáutica y los transportes. ¿Cuál era la naturaleza de su trabajo?
David McCloskey: Al dejar la CIA, el único lugar en el que había trabajado hasta la fecha, quise probar en otro lugar, me sentía algo inquieto y busqué un puesto en McKinsey & Company, que asesora tanto a gobiernos como a grandes empresas. Lo que hacía ahí no distaba tanto de mi labor como analista para la CIA; por ejemplo, colaboré en la definición y lanzamiento de nuevas estrategias -vía informes- para un banco y una empresa de electrodomésticos estadounidenses de cara a expandirse por varios estados y aumentar los beneficios. Al final las preguntas eran muy distintas pero el marco analítico/mental era similar, en definitiva, se trataba de resolver problemas y pensar con espíritu crítico. En mi tercera etapa profesional, la de novelista, el tipo de escritura es muy diferente, pero no deja de haber conexiones: por ejemplo, en tus informes para la CIA tenías que ser muy preciso y demostrar capacidad de síntesis, dos principios rectores que luego he aplicado en mis libros, donde constantemente me cuestiono si cada página es necesaria para el avance de la historia. Sin embargo, en las novelas obviamente todo pasa por la definición de los personajes y por dar con una voz, mientras que antes la prioridad recaía en el análisis.
LENGUA: ¿Desde el momento en que empezó a escribir ficción ya tuvo cuál sería su ángulo de entrada al género, en qué tradición quería trabajar?
David McCloskey: Cinco años después de haber tomado aquellas notas/entradas de diario sobre Siria pude volver a ellas con la idea de convertirlas en una novela, lo que desembocaría en Estación Damasco. Me puse a darle vueltas a un argumento y una estructura, y aunque intenté esbozar en detalle toda la obra, no fui capaz, de modo que avancé un poco a tientas. Sí que tenía claro que quería hacer dos grandes cosas con el libro: que el retrato de Siria y los dos primeros años de la guerra civil fuera honesto con los hechos, veraz, y que le hiciera justicia a la CIA, a la naturaleza de sus operaciones y su código moral. La mayor parte de la novela de espionaje con la que crecí, y que en buena medida sigue siendo predominante en el mercado, puede ser muy entretenida e incluso interesante, pero ni siquiera se acerca a reflejar cómo es el trabajo en realidad. Estas fueron las guías maestras detrás de mi primera novela.

David McCloskey. Crédito: Roser Ninot.
LENGUA: ¿Puede profundizar un poco en cómo diría que resuelve ciertas tensiones en sus libros: hechos versus ficción, ánimo de entretener versus autenticidad, experiencias propias versus imaginación...? ¿Cómo cree que equilibra estos contrarios?
David McCloskey: El orden personal con el que construyo una novela parte de la ambientación, es lo primero que defino. ¿Dónde tendrá lugar la acción? ¿Damasco? ¿Moscú? ¿Langley?. De estos escenarios brotan luego los personajes. La fidelidad a la realidad del lugar mitiga las licencias obvias que me tomo en relación con unos personajes inventados. Para mí la clave radica en ser fiel al carácter y las emociones de los personajes. Si intento resolver la novela a partir de la trama, la cosa se complica, entonces sí que afloran muchas tensiones entre la autenticidad y la realidad, de ahí que no sea bueno esbozando todo el desarrollo antes de sentarme a escribir. Si me concentro en los personajes, su forma de ser, sus motivaciones, anhelos y emociones me van revelando la dirección de la trama. Dicho esto, en cada uno de mis libros me he topado con encrucijadas en las que me he tenido que detener a pensar: «A ver, en la realidad los acontecimientos tomarían este camino -por ejemplo, una operación como la descrita implicaría la intervención de cuarenta personas, no de dos-, pero en aras de hacer que la acción avance e interese debo sacrificar la autenticidad». En estos casos procuro compensar las libertades que me tomo de otra manera. Si me pusiera a describir con absoluta fidelidad el modo en que se desarrolla una operación, con toda la gente, burocracia y reuniones que conlleva, ahora no estaría aquí conversando contigo porque no me habrían publicado ningún libro. Un agente real de la CIA no está en peligro durante el desempeño de su trabajo, su día a día no es Misión imposible, pero a su vez debes romper algunas reglas si quieres escribir una novela. Cuando transgredo, intento dar señales al lector de que soy consciente de ello y que si lo hago es por su bien, lo que confío en que me retorne en modo de credibilidad en otros momentos.
LENGUA: ¿Cuáles diría que son los principales malentendidos acerca del mundo del espionaje que compartimos los profanos por influencia de las películas y las series de televisión?
David McCloskey: Creo que el mito más destacable que circula es la idea del espía superhéroe, encarnado por personajes como James Bond, Ethan Hunt o Jason Bourne, siempre en medio de tiroteos, persecuciones de coches y momentos de acción en los que su vida está en juego. Cualquier persona medianamente inteligente sabe que esto no es verdad, pero prácticamente se ha convertido en el único filtro a través del cual vemos el oficio. Otro mito mayúsculo es el ángulo conspiranoico, donde las centrales de inteligencia son fuerzas omnipresentes y retorcidas que maquinan en las sombras para moldear nuestras vidas de maneras que no podemos ni llegar a imaginar. En el caso de Estados Unidos, todo esto viene de la opacidad con que operó la CIA durante las primeras tres décadas de su existencia, con muchas operaciones encubiertas en el extranjero y muy poco sometida al escrutinio del Senado. No digo que algunos de estos mitos no tengan ciertos elementos de realidad, pero cuando miras con rigor cómo funciona la CIA, descubres que, al igual que cualquier servicio de inteligencia occidental, la legitimidad y la transparencia son la norma.
LENGUA: Sus novelas son un ejemplo de cómo la tecnología tiene una relevancia creciente en las labores de espionaje, pero también que el factor humano conserva un papel crucial. Por ejemplo, tanto Estación Damasco como Moscú X se centran parcialmente en el esforzado y decisivo trabajo de reclutamiento.
David McCloskey: En los últimos quince años se han vivido cambios fundamentales en el modo en que se lleva a cabo el espionaje. Tenemos teléfonos móviles, cámaras y sensores por todos lados. En el aeropuerto de París me escanearon el rostro antes de embarcar hacia Barcelona... A esto debes sumarle el hecho de que veinte, treinta o cuarenta años atrás almacenar toda esta información era caro y requería de aparatos del tamaño de una nevera, hoy sale barato y contamos con chips del tamaño de una uña. Así que precios bajos y posibilidades ilimitadas de almacenamiento. También disponemos de máquinas analíticas muy potentes, algunas operadas por la Inteligencia Artificial. Todo esto significa que si tú y yo quisiéramos mantener una reunión en secreto en Barcelona, supondría un quebradero de cabeza. La tecnología ha revolucionado la relación entre la operación y el tiempo, porque los sistemas de vigilancia son tan omnipresentes que hay rastros que pueden brotar meses después de haberse desplegado una operación aparentemente bajo el radar. A resultas de esto, la inteligencia humana es hoy mucho más cara -reclutar y desplegar agentes, recolectar información...-, sobre todo en lugares clave como Irán, China o Rusia. Al mismo tiempo, es muy valioso poder contar con alguien que estaba en una habitación con alguien que estaba reunido con Putin y que luego te cuente cómo fue la reunión, una extracción de información personalizada, no por vía digital. La inteligencia humana está perdiendo cuota de mercado frente a la inteligencia digital, pero ese trozo del pastel que representa continúa siendo muy importante. En la CIA solíamos decir que un número asombrosamente bajo de agentes sobre el terreno era el que permitía pagar las facturas y los novelistas de espionaje seguimos en gran medida centrándonos en esta cuota tan reducida.
«Un agente real de la CIA no está en peligro durante el desempeño de su trabajo, su día a día no es Misión imposible, pero a su vez debes romper algunas reglas si quieres escribir una novela. Cuando transgredo, intento dar señales al lector de que soy consciente de ello y que si lo hago es por su bien, lo que confío en que me retorne en modo de credibilidad en otros momentos».
LENGUA: Ha comentado que no tiene muy delineado el argumento una vez empieza a escribir, pero tantas peripecias y escenarios invitan a pensar en un plan muy detallado. ¿Cómo resumiría su metodología de trabajo?
David McCloskey: Empiezo con la ambientación y el concepto, que para mí son casi lo mismo y se resumen en una idea: la guerra civil en Siria, Moscú en el presente, a la caza de un topo en la CIA (base de mi tercer libro). A partir de aquí busco averiguar qué pone todo en marcha y hacia dónde quiero dirigirme en un sentido amplio (lo que incluye una escena troncal cargada de emoción). Me pongo a escribir sin apenas indicaciones y por el camino trato de dar con escenas y personajes que rezumen energía. Después de escribir unas veinte o treinta mil palabras de material que en gran medida sé que no harán el corte final, vuelvo atrás y a partir de esta relectura completo unas dos o tres páginas con un tratamiento que me otorgará más orden y dirección. A partir de aquí, completo un primer borrador en tres meses que luego reviso entre diez y quince veces, y en cada una de estas ocasiones salgo con notas para introducir cambios, cortes, ampliaciones o mejoras, o detecto que debo reunirme con especialistas en distintos terrenos para que me ayuden a entender o dar verismo a algunos aspectos de la trama o de los personajes. Siguen nuevas revisiones y pulimientos hasta que creo que ha alcanzado el punto más perfecto posible.
LENGUA: En Moscú X apunta que el carácter ruso está marcado por su enorme resistencia al sufrimiento, que los rusos poseen una amplia colección de cicatrices históricas y que la Rusia actual es una suerte de mundo cerrado cuya defensa explica la guerra contra Ucrania. ¿Todo esto implica que de alguna manera viven y se comportan bajo unas condiciones que a Occidente pueden parecerle indescifrables?
David McCloskey: Mientras escribía el personaje de Anna me sorprendió descubrir que el concepto ruso de libertad era mucho más constreñido que el que albergaríamos en Occidente. Creo que esto es producto de una larga serie de traumas históricos que se han ido acumulando y traspasando generacionalmente. Su ética y moral se han visto moldeadas por el hecho de vivir en un sistema político autoritario y su consiguiente clima social. Para Anna la libertad final no viene de una óptica personal de la misma, digamos ligada a sus derechos, sino de haber conseguido robar a un ladrón. Percibí algo profundamente ruso en esa conclusión. Si vives en una sociedad sin libertad, inevitablemente tu idea de la misma adolecerá de restricciones acusadas.

David McCloskey. Crédito: Roser Ninot.
LENGUA: En su novela leemos que en Rusia es imposible vivir sin transgredir la ley, lo que convierte a cada persona en un criminal en potencia. ¿Esto no significaría que está más cerca de la era estalinista de lo que podríamos pensar? En paralelo, se diría que todo el mundo está centrado en amasar fortunas, lo que se suele identificar con la Rusia postsoviética, la de los años 90.
David McCloskey: Esa tendencia hacia la oligarquía estuvo presente en los 90 y sigue vigente, aunque con alguna diferencia, empezando porque hoy es un proceso concentrado en menos manos, a lo que se suma que la competición terminó ya que Putin ganó. En los 90 y principios del siglo XXI, hubo una encarnizada competición ligada a la circulación del dinero que procedía del imperio caído, donde confluyeron rivales de muchos contextos sociales y políticos diferentes. A esto Putin respondió tomando el control de una forma metódica, controlando el gas, los minerales, el petróleo... La avaricia, sin embargo, la idea de que Rusia es un macronegocio antes que un país, perdura. La lucha se ha trasladado fuera de la arena política, a los círculos cercanos a Putin; quién de estos se queda con los recursos es un proceso que se desarrolla en secreto, fuera del ojo público. En los 90 tenía lugar a la luz del día y con total desvergüenza, con clanes mafiosos disparándose en las calles y grandes empresarios copando puestos de poder político.
LENGUA: Vladimir Putin se nos describe como un gran misterio, un individuo lleno de contradicciones, pero en última instancia en el centro de todo, el indiscutible maestro de ceremonias. ¿Tan difícil es de interpretar, más allá de su obvia omnipotencia?
David McCloskey: Si eres el líder de un sistema tan gigantesco y a su vez con un poder tan centralizado, que resultes fácilmente interpretable acarrearía desventajas muy marcadas. De conocerse por adelantado las reglas del juego, más fácil sería transgredirlas o sortearlas. Si por el contrario te muestras caprichoso y arbitrario en la toma de decisiones políticas, neutralizas la posibilidad de que te desafíen. Esto es un poco como el experimento de las ratas con las palancas y las descargas eléctricas: si te pillan el truco, se acaban atiborrando. A Putin le beneficia mucho ser impredecible. Imagino que cualquier figura autócrata cultiva este rasgo.
LENGUA: ¿Le resulta en ocasiones frustrante tener que resistir la tentación de incluir información clasificada, o cuanto menos sensible, que dejaría anonadado al lector?
David McCloskey: Pienso sinceramente que mucha de la información sensible que podría verter no le impresionaría. Otro asunto son los gadgets pues los hay muy avanzados, desconocidos y secretos, capaces de alucinar a cualquiera pues parecen directamente extraídos de las películas de espías más descabelladas. De todas maneras, nunca he creído que una novela mía habría mejorado de haber incluido alguna carta que me vi forzado a guardarme bajo la manga. La simple descripción de cómo se llevan a cabo las operaciones de inteligencia ha hecho pensar erróneamente a algunos lectores que he revelado información interna, cuando esta sería algo en realidad tan poco interesante como los nombres de los agentes de la CIA infiltrados en Siria, por ejemplo, lo cual me costaría ser arrestado y no aportaría nada excitante para la novela.
LENGUA: Moscú X sigue teniendo un lado tecnológico muy atractivo -la partición Clancom, cámaras prácticamente invisibles, el funcionamiento de las criptomonedas...-, donde me ha sorprendido el uso del polígrafo, un sistema que daba por obsoleto a estas alturas.
David McCloskey: Es cierto que muchos servicios de inteligencia ya no los utilizan por haberse demostrado poco fiables a la hora de detectar si alguien miente, pero otros lo conservan porque es un método de presión, de generar incomodidad, de apretarle las tuercas a un individuo para ver si revela algo útil.
«Como reza el dicho, "la Historia no se repite, pero sí rima". La época actual rima mucho con la década de los años treinta del siglo pasado: mucha inestabilidad geopolítica, nuevas potencias expansionistas, aislacionismo americano (...). En definitiva, hay muchos paralelismos históricos entre el periodo de entreguerras y la actualidad, el riesgo radica en que esta miríada de conflictos no conectados acabe por conectarse».
LENGUA: Donald Trump también es un presidente explosivo, impredecible y que genera mucha inestabilidad. ¿Es lícito asumir que un perfil así no es celebrado por la inteligencia de su país, que preferiría la calma y el orden para el desempeño de su trabajo?
David McCloskey: Sin duda es un momento complicado. El equipo de Trump supone un desafío particular en el sentido de que, para empezar, no creo que el presidente sea alguien que preste ninguna atención a los informes de inteligencia. En segundo lugar, dado que el sistema de inteligencia funciona dentro de una burocracia federal, estoy seguro de que ahora en Langley el sentir general es de miedo ante posibles despidos y el menosprecio hacia su trabajo. En Washington cunde el temor a que los republicanos en general vean a los funcionarios como parásitos. Nuestros aliados tradicionales al otro lado del Atlántico desde la Guerra Fría, especialmente los europeos y con Rusia como enemigo común, también están inquietos por si Trump considera que estas relaciones de seguridad mutua son prescindibles o muy recortables. Por ejemplo, la CIA estuvo once años estrechando lazos con Ucrania hasta conseguir que deviniera en uno de los puestos de resistencia americana a los rusos más destacados, de aquí que el acercamiento de Trump a Putin levante muchas suspicacias. La CIA es en esencia una organización apolítica que sirve para darle malas noticias al presidente, y recordemos que solo el director y el codirector son nombramientos que realiza la máxima autoridad política del país, pero con Trump existe la inquietud de que se politice e intente plegarse más a sus dictados.
LENGUA: La confluencia de diversos líderes autocráticos por todo el globo (Putin, Trump, Xi Jingping, Kim Jong-un, Netanyahu...) y el crecimiento de las fuerzas políticas de extrema derecha en muchas partes de Europa hace temer a algunos el advenimiento de la Tercera Guerra Mundial, o cuanto menos genera un enorme desasosiego. Desde su experiencia en Inteligencia, ¿tenemos más razones que los ciudadanos de otros momentos históricos en temer un cataclismo global o cada época sucumbe al mismo tipo de discurso catastrofista?
David McCloskey: Creo que, como reza el dicho, «la Historia no se repite, pero sí rima». La época actual rima mucho con la década de los años treinta del siglo pasado: mucha inestabilidad geopolítica, nuevas potencias expansionistas (Rusia, China, Irán... como antes lo fueron Italia, Alemania o Japón), aislacionismo americano (desinterés por ser el árbitro internacional de los conflictos), radicalización política por ambos extremos (derecha e izquierda), guerras comerciales, economías deprimidas, Gran Bretaña ejerciendo un papel secundario... En definitiva, hay muchos paralelismos históricos entre el periodo de entreguerras y la actualidad, el riesgo radica en que esta miríada de conflictos no conectados acabe por conectarse. Un ejemplo micro al respecto: la presencia de soldados norcoreanos luchando en el bando ruso en la guerra de Ucrania. En los años 30 estos pequeños escenarios acabaron juntándose para desencadenar un enfrentamiento a escala global. No tiene por qué ocurrir, pero sí es algo que temer un poco y sobre lo que reflexionar. Existen demasiados paralelismos inquietantes como para ignorarlos. Lo que está claro es que los autores de thrillers de espionaje no andamos cortos de material.
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