Karina Sainz Borgo: «El deterioro del espacio público es violencia, la proliferación de rejas es violencia y la pobreza también es violencia»
En 2019, Karina Sainz Borgo publicó «La hija de la española» en medio de una enorme expectación. El libro se convirtió en un fenómeno y catapultó su nombre al extranjero. Las traducciones se pusieron en marcha a muy buen ritmo. En 2021 llegó a las librerías su siguiente novela, «El tercer país», que también alcanzó un enorme éxito; y en 2023 publicó «La isla del doctor Schubert» (editada por Lumen, como las anteriores), que mantuvo el nivel de ventas y aplausos. Este buen hacer se ha visto recompensado -además- en forma de premios, como el reciente Premio de Periodismo David Gistau o el Premio Jan Michalski 2023. Ahora, cuando está escribiendo su próxima obra, Karina Sainz Borgo conversa con LENGUA sobre sus raíces y su falta de arraigo y sobre cómo Venezuela marcó su infancia y su posterior relación con la literatura y el periodismo.
Por Javier Ors
Karina Sainz Borgo. Crédito: Diego Lafuente.
Los aficionados a la taxonomía, a encuadrar el conocimiento en ordenaciones, catalogaciones o inventarios, y que tienen cierta propensión natural a enmarcar a los escritores en cronologías, familias o generaciones, aseguran que Karina Sainz Borgo pertenece a la llamada literatura del exilio o la diáspora, a las prosas variadas y ricas en argumentos y emociones que alientan los sentimientos procedentes del desarraigo, del hecho crucial que supone dejar atrás la tierra natal y abandonar los patios de la infancia donde uno creció y jugó.
Karina Sainz Borgo nació en Caracas, en Venezuela, en el año 1982, un país abundante en naturalezas desbordantes y urbes de atmósferas convulsas y taraceadas de riesgos, y aunque reside en España desde 2006, su memoria no olvida aquellos recuerdos todavía laten con viveza en ella y asoman en su conversación conjugados en presente, como si aquellos días que el calendario ha dejado atrás aún permanecieran a su lado. «Todo lo que escribo está hecho con esa maleta, la del exilio, salvo La isla del doctor Schubert. Estoy sensibilizada con ese tema. En La hija de la española estaba de una manera cruda y poco modulada. Tenía ira. En mi siguiente libro, El tercer país, había reverberaciones del llano venezolano, de su inseguridad rural... Estoy acostumbrada a la violencia, al matón... No quiero volver. Ahora no me siento de ninguna parte y asumir que no eres de ninguna parte es magnífico. Ese país, para mí, ya es un fantasma».
La hija de la española
Karina Sainz Borgo
SE PUEDE PERDER TODO. SE PUEDE EMPEZAR DE NUEVO. SOLO SI ERES OTRA.
Un fenómeno editorial sin precedentes en la literatura en español,
traducido en veintiséis idiomas y considerado uno de los mejore...
Opción de compra
LENGUA: ¿Qué supuso nacer allí?
Karina Sainz Borgo: Yo te diría que fue toda una experiencia. Aprendí a crecer con la incertidumbre. Aunque no seas consciente de ello, todo el espacio público está de alguna manera marcado por la sensación de depredación. En La hija de la española lo explico. Los niños no salen de su casa. Viven enjaulados comiendo dulces. El espacio urbano en Caracas es una de las infancias menos tranquilas que hay. Si te ibas al campo todo era distinto, con esa naturaleza sobrecogedora. Pero la ciudad es tremendamente agresiva. Tienes la sensación de que te amenaza y que es amenazante. Hasta los perros dan más miedo ahí...
LENGUA: ¿Qué le enseñó eso?
Karina Sainz Borgo: Que me quería ir. Siempre tenía esa sensación de que quería estar en otra parte. Me aislaba muchísimo. No sé si necesariamente por la violencia. Tampoco me sentía cómoda en el espacio en el que vivía. Es decir, yo pertenecía a un estatus social de clase media. Estudiaba en un colegio de monjas. Todas las niñas allí pertenecíamos más o menos a un mismo perfil. Los padres pensaban lo mismo, leían lo mismo, pero afortunadamente mis padres provenían de unas profesiones liberales, eran curiosos y, claro, en casa había una biblioteca.
LENGUA: ¿Eso marcó la diferencia?
Karina Sainz Borgo: Bueno, empecé a leer, en buena medida, primero, porque no había mucho que hacer por las tardes y, segundo, porque a mí me aburría el entorno inmediato. Tengo amigas y las quiero mucho, pero siempre quería estar en otra parte. Prefería estar en el París del siglo XIX, en la Inglaterra del siglo XVII. En cualquier parte. Todo eso que viví me marcó de niña. Eso hizo que fuera más sensible físicamente a las cosas... Esa sensación de escuchar disparos, el olor que desprende la basura, el poco orden que existía en los espacios públicos, donde la gente puede orinar o hacer de vientre en la calle y el hecho de que no se recogiera nada, ni siquiera los cadáveres de los perros. Podía haber un animal muerto y abombado durante tres días tirado en la acera. Eso me dio una conciencia de la muerte y de la finitud, de la excrecencia y de la pudrición muy manifiesta.
LENGUA: Le afiló la sensibilidad.
Karina Sainz Borgo: Muchísimo. También es verdad que poseo cierta predisposición a lo que tiene que ver con los sentidos y en un lugar así tienes la sensación de ser o de sentirte presa de algo. Sabes que tienes que tener cuidado, que te están mirando por todas partes. De eso era muy consciente. Y desde muy pequeña. Es cierto que mis padres eran especialmente cuidadosos y paranoicos conmigo, porque era la menor. La ciudad estaba mucho más violenta respecto a la época de mis hermanos y creo que eso me volvió una persona que amplificaba todo lo que veía. Además, con el calor, allí, todo es más fuerte: los olores, los colores... Es la impronta que me dio la ciudad.
LENGUA: Por un lado, el colegio; por el otro, la ciudad.
Karina Sainz Borgo: Pero yo ya encontraba una crueldad dentro del colegio de monjas. El colegio en el que me formé era tremendamente clasista y racista, aunque de un racismo velado. Pero, sobre todo, había un elemento de clase. Si tenías dinero, podías ser objeto de veneración. Por otra parte, la mayoría de las niñas que estudiaban ahí eran hijas de militares. Para mí era corriente ver a una madre, la esposa de un general, con dos soldados cargándole la compra.
LENGUA: Pero eso no es normal.
Karina Sainz Borgo: Desde luego, era una cosa que siempre me pareció un poco lesiva, porque había una mezcla entre el servidor público y el militar que hacía de guardaespaldas, llevándole las bolsas a una señora y buscando a la niña como si fuera un chófer. Eso era un microclima de todo lo que era el sistema de élites. El Ejército siempre fue un elemento de ascenso social. Por eso, veías a unos padres con una economía bien, sobrevenida, pero con una educación muy justa, muy tosca, muy de militar. Y había muchísimo racismo. Recuerdo que conmigo estudió una niña preciosa, indígena. Pertenecía a esa cuota de becas del colegio. Su mamá limpiaba casas, era muy bella, pero era objeto de racismo activo por parte de todas las alumnas y de los profesores.
«Estoy acostumbrada a la violencia, al matón... No quiero volver [a Venezuela]. Ahora no me siento de ninguna parte y asumir que no eres de ninguna parte es magnífico. Ese país, para mí, ya es un fantasma».
LENGUA: ¿Con qué se inició en la lectura?
Karina Sainz Borgo: Lo primero que leí fueron las poesías de Tagore. Me acuerdo. En sexto grado. A mi madre le encantaban. Estaban en la biblioteca. También me gustaba mucho el cuento. Había una serie de cuentos orales recogidos en un libro. Los había de espantos y aparecidos, y de leyendas de amor. Eran leyendas latinoamericanas. En el colegio de monjas sentía que estaba como en la mili. En primer grado, lloraba todos los días porque no quería ir. Era evidente que yo no quería estar y un día, una profesora me sacó, con toda la razón, para que dejara de leer libros en sus clases. Gritaba como una loca, por Dios. A esa edad, leía de todo, sobre todo Roald Dahl, quizá por esa sensación de que pretendía vivir en otro lado.
LENGUA: ¿Otra literatura? ¿O literaturas?
Karina Sainz Borgo: La venezolana me resultaba opresiva. Gallegos me parecía deprimente. Siempre estaba buscando la literatura extranjera, anglosajona, mejor. Me parecía más interesante las vidas que estaban planteadas en esos libros, porque en la literatura venezolana todo ocurría entre cuatro paredes. No era una literatura referencial, reflexiva. Toda la literatura clásica me parecía viva. Adoraba a Julien Sorel.
LENGUA: Y luego estaba Hugo Chávez. ¿Le marcó?
Karina Sainz Borgo: Tremendamente. Con él no había una sensación de condena, sino una sensación de adoración. Chávez era un líder popular. Recuerdo los dos intentos de golpe de Estado. Yo tenía 10 años y Chávez para mí era el gran saboteador. Primero porque me echó a perder mi fiesta de cumpleaños (risas) y todos sabemos lo que es una celebración para un niño. Chávez suspendió todas las garantías y eso implicaba no poder circular por la calle. Y segundo, porque recuerdo unas imágenes sangrientas, que atesoro en mi cabeza, y que tienen que ver con la aparición de Hugo Chávez, cuando él aparece vestido de militar diciendo que no han podido tomar el poder. Eso ocurrió durante una jornada de madrugada, porque todo sucedía de madrugada, y la prensa se llenó de fotografías de gente con la cabeza reventada. Es una cosa que me persigue. Parece que desde que nací he estado viendo gente muerta. Por eso, en concreto, me llamó la atención y me generó tanto terror... Luego recuerdo que en 2002...
LENGUA: Tenía entonces...
Karina Sainz Borgo: Veinte años. Trabajaba en un diario que se llamaba El nacional.
LENGUA: ¿En qué sección?
Karina Sainz Borgo: Cultura, pero me encantaba el periodismo, la calle. Estamos viviendo un momento histórico, de transformación. Entonces íbamos a ir a una marcha. Fue la primera marcha del 11 de abril y, claro, había un montón de francotiradores. Mataron a veintidós personas, entre ellos cuatro periodistas. Yo estaba allí con un montón de amigos del periódico, compañeros, becarios... Estábamos jugando a Kapuściński. No teníamos ni idea de lo que estábamos haciendo... Luego estaba esa sensación de ver gente muerta, con un charco de sangre al lado. En el fondo, lo que estás viendo desde pequeño está relacionado con el mismo proceso. Es un proceso donde la calle siempre es la caja negra de la democracia. Era lo mismo que pasaba cuando yo era pequeña. Chávez siempre estaba ahí como la figura de un padre cruel. Era querida y esperpéntica. Era un tío que daba risa y despertaba afecto popular. En mi casa siempre fue mal visto porque mis padres, como abogados, veían con recelo a los militares, pero muchos en el país estaban encantados. Mantengo una serie de imágenes asociadas al chavismo. Así como dije antes que había mucho racismo y mucho clasismo, se dio un ajuste extrañísimo de clases. Es como si se dijera: ahora los que nunca tuvimos nada vamos a ir a por todas. Fue una de las cosas del chavismo. Eso siempre estuvo ahí. Esa sensación de cuando vengan a por nosotros...
LENGUA: El comunismo.
Karina Sainz Borgo: Las banderas de la izquierda latinoamericana estaban todas centradas en la épica del castrismo. Castro era épico, el Che era épico. Toda esa generación de la izquierda y del Partido Comunista tenían encumbrado al comunismo. Cuando vino la Primavera de Praga, hubo una división en el Partido Comunista. Los moderados rechazaban el estalinismo. Entonces había toda una confusión entre el comunismo viejo y los comunistas revisionistas, pero el elemento común era la adoración al comunismo. Cuando Venezuela estuvo en su peor momento y empezaron a tomarse una serie de medidas estalinistas, hubo escasez de determinados productos y entonces todo el mundo decía, el comunismo ya no mola tanto. Los cubanos están terminando, pero nosotros estamos empezando ese tipo de cosas... Eso mezclado con una pulsión militarista tremenda, porque yo siempre he pensado que Venezuela la tiene, mete toda esa confusión en un país que no tiene cultura política...
Karina Sainz Borgo. Crédito: Diego Lafuente.
Karina Sainz Borgo no se marchó de golpe. Comenzó a marcharse poco a poco, yéndose muchas veces, una detrás de otra. Quería estudiar para comisaria de exposiciones, un sueño que llegó a emprender y que inició en Estados Unidos. Estuvo en la ciudad de San Francisco, visitó el MoMA. Iba y volvía. «Cada vez que me iba, lloraba. Hasta que hubo un momento en el que me di cuenta de que no quería volver porque cada vez que volvía a la ciudad estaba peor y yo misma iba haciendo vida aquí y empecé a sentir un rechazo». Hasta que tomó un vuelo definitivo. «Cuando me vine para acá y me monté en el avión, no estaba tan convencida de que yo no regresaría. Yo todavía quería volver. Lo del país era un desgarro». Entonces es cuando aterrizó en España. Era 2006 y tenía 23 años. El relato de su estancia en Madrid dejó un rastro escrito que hoy puede leerse en Crónicas barbitúricas.
LENGUA: ¿La ausencia de ese país pervive con uno?
Karina Sainz Borgo: Sí y no. Es un fantasma para mí y ya no aspiro a volver, no me siento de allí. No pertenezco a ninguna parte y eso te vuelve entusiasta con todo.
LENGUA: Tiene una prosa de marcada violencia. ¿Es un rastro de ese país vivido?
Karina Sainz Borgo: Es personal, sin duda alguna, pero fíjese, existe una generación de escritoras, como Mónica Ojeda, por ejemplo, que tiene una violencia muy distinta a la mía, y es también muy violenta. Y Fernanda Melchor. La propia Mariana Enriquez. Todas las escritoras nacidas entre los 80 y 90 en una sociedad machista, donde la literatura estaba narrada desde el punto de vista masculino, la tienen. Nunca había una contestación a esa violencia. Está asociada con el abuso de poder, con los aspectos hacia los que no había una contestación, como la violencia sexual, por ejemplo...
LENGUA: ¿Y?
Karina Sainz Borgo: Un día, hablando de literatura con Ronaldo Menéndez, le pregunté por qué había tanto sexo en la literatura cubana . Me dijo que el único lugar donde el Estado no te puede ver es en las alcobas. Ese desenfreno, toda esa pulsión erótica, es resultado de un ejercicio, de una opresión del ambiente. Entonces, vemos que el deterioro del espacio público es violencia. La proliferación de rejas es violencia. El exceso de caminar mirando hacia atrás todo el rato es violencia. La pobreza es violencia y es la mayor expresión de la violencia.
Karina Sainz Borgo en una imagen del año 2020. Crédito: Jeosm.
Karina Sainz Borgo emprendió su carrera literaria en España. En 2019, publica La hija de la española (Lumen) en medio de una enorme expectación. El libro se convierte en un fenómeno y catapulta su nombre también al extranjero. Las traducciones se ponen en marcha. Dos años más tarde, llega a las librerías su siguiente novela, El tercer país (Lumen), que también alcanza un enorme éxito. Unos libros a los que se suma el reciente reconocimiento del Premio Jan Michalski, y el prestigio que poco a poco ha ido obteniendo con sus reportajes desde distintos medios y el intenso ejercicio del columnismo, sobre todo desde las páginas del diario ABC. Por una de ellas, de hecho, titulada «Aunque digáis lo contrario», una reflexión aguda y optimista de España, recibiría el Premio de periodismo David Gistau.
LENGUA: ¿Cómo ve la salud política de este país después de lo vivido?
Karina Sainz Borgo: No me atrevo a establecer paralelismos, pero sí identifico que todo empieza deshaciéndose por la capa más superficial. Empieza con el lenguaje y luego avanza hacia la separación de poderes, que a mí es lo que más me preocupa cuando el Congreso es incapaz de defenderse de un Ejecutivo con demasiadas injerencias o cuando un Ejecutivo comienza a interferir en el Poder Judicial, que me llama bastante la atención.
LENGUA: Pero...
Karina Sainz Borgo: Siempre me lo repito. España viene de un proceso muy complejo de recuperación de la ciudadanía después de cuarenta años de aislamiento y de dictadura, y de haber sido el gran laboratorio de la Segunda Guerra Mundial. Además ha avanzado hacia la democracia con un terrorismo como el de ETA. Es una sociedad que está más hecha a las heridas y a reaccionar ante ellas. Pero hay cosas que me traen muy malos recuerdos, como que la Unión Europea diga que no se cumplan las leyes. Me parece un mal signo.
LENGUA: ¿Y?
Karina Sainz Borgo: Se está pasando por una etapa donde es evidente que hay algunas averías. Pero si las hay, se arreglan, no vas aclamar por la demolición del edificio, ¿no? Siento que mucha gente está jugando a eso, al enfado. Desde la aparición de Podemos, y con la irrupción de Vox, la gente se ha dejado llevar por una especie de hartazgo. Todos los extremos han tenido ese elemento común... Es como si dijeran: «Vamos a fastidiar a la democracia». Los medios no estamos ayudando. La mayor parte está haciendo cosas que yo ya he visto hacer y que salen mal, que es cuando los medios intentan convertirse en un mecanismo no de auditoría al poder, sino ellos mismos convertirse en fiscal. Todo medio es una empresa intelectual y una empresa privada. Pero hay un momento en el que los medios no pueden sustituir a los poderes políticos porque se vician. Todo el debate político está muy viciado. Todo el mundo ha elegido una orilla. España tiene mucha propensión a crear bandos.
LENGUA: En el artículo por el que mereciste el Premio David Gistau defendías lo que bueno que había en España.
Karina Sainz Borgo: El hecho de que unas cosas no estén bien no quiere decir que todo esté mal. Ese artículo parte de una conversación con Santiago Roncagliolo. Los dos nos decíamos que los españoles tienen al menos la opción de discutir. En nuestros países normalmente no hay una modulación de la violencia. Ahí te va bien o te matan o te secuestran. La primera opción es violencia. La violencia va por dentro. España tuvo un siglo XX muy sangriento, pero España modula. Es una sociedad madura. Aquí las leyes funcionan. Nadie tiene que tomarse la justicia por su mano. El voto también funciona y es un acto civil. Cuando yo llegué, me sorprendió que los colegios electorales los llevaran civiles y que no hubiese militares con armas de asalto. Todo esto son signos de salud de la democracia española, pero hay mucha gente empeñada en decir que está en el chasis. La aparición de los populismos es un signo de cansancio, de agotamiento. Hace falta reformar cosas, pero no se puede seguir pensando en hacer la misma política de hace años. Los métodos han cambiado, pero considero que España es un país y una sociedad tolerante con la gente que viene de fuera. Son más intolerantes con los propios españoles que con los que vienen de fuera. Es una sociedad muy tolerante y abierta.
«El deterioro del espacio público es violencia. La proliferación de rejas es violencia. El exceso de caminar mirando hacia atrás todo el rato es violencia. La pobreza es violencia y es la mayor expresión de la violencia».
LENGUA: Hablemos de un escritor. Javier Marías.
Karina Sainz Borgo: No es solamente cómo escribía, sino cómo te enseñaba a pensar y a leer. Yo no hubiese leído a Shakespeare con la misma profundidad de no haber leído a Marías. Él fue el descubrimiento español. Lo leía en Caracas, pero cuando llegué a entenderlo fue aquí, me refiero a toda su relación con el lenguaje. Me sucede igual que con Coetzee -para mí, Dios en la Tierra-, porque, ¿cómo se puede contar una cosa tan específica como Sudáfrica y que sea tan universal? Aparte, me encanta el desasosiego y la miseria moral de sus personajes. Él también fue un gran aprendizaje. Yo estuve como dos años en paro y me leí todo. Thomas Mann y David Gistau, porque a mí no me gustaba Umbral. Yo cuando llegué aquí Umbral todavía vivía. Recuerdo perfectamente que Gistau me hacía reír, que me gustaba. Umbral marca y me parece que tenía una música muy particular, pero notaba que tenía un efecto contagio en mis compañeros de periodismo. Hice el máster de El Mundo y todos querían ser Umbral. Cuando yo me encontré con Gistau me di cuenta de que era mucho más cosmopolita, que se parecía mucho más a mi generación. Es lo que creo que le falta al columnismo español. En muchos aspectos falta una mirada mucho más amplia. Los hay, cuidado, pero creo que ahí no se ha matado al padre. Hay un montón de padres y madres que nadie ha matado. Pero David Gistau jugaba con la columna. Hacía cosas que yo no le leía nadie. A mí me parecía mucho más creativo. No hay alguien que se le acerque. Tiene un montón de acólitos, pero es único en su estilo. Umbral estaba demasiado entretenido con el sonajero de su propia prosa.
LENGUA: ¿Cómo ve el feminismo?
Karina Sainz Borgo: De etiqueta de mermelada, de pocas lecturas. Hay un borrado de lo femenino incluso en nuestro feminismo. Toda la preeminencia de la agenda trans invisibiliza muchas cosas, ¿no? Sin embargo, insisto. Susan Sontag o Doris Lessing fueron más rompedoras que las actuales, que tienen una sensación de reivindicar ya no la igualdad, sino el desagravio. Almudena Grandes no es santo de mi devoción, pero la verdad, cuando le pregunté qué opinaba del feminismo actual, me dijo que los movimientos para avanzar tienen que radicalizarse para que luego bajen las aguas. Creo que tiene razón. Hay cosas que ya no se admiten, como los chistes vejatorios a la capacidad intelectual de una mujer. Hay cosas que ya se censuran moralmente y que no se pueden hacer porque es lógico. Creo que al feminismo actual le hace falta lectura canónica y clásica. Si vas a romper la norma, necesitas conocer a los clásicos.
LENGUA: ¿Y qué opina de que la corrección política?
Karina Sainz Borgo: Que no se puedan expresar o no se puedan decir determinadas cosas es un poco peligroso. Hay que delimitar algunas cosas. Cuando leo una obra, escucho una ópera o veo una película o una obra de teatro, eso es un pacto que hace uno. Soy yo quien decido voluntariamente ir a ver esa obra, leer ese libro. Accedo a ese pacto de ficción. Por lo tanto, tengo que saber con qué normas estoy jugando. Es decir, cuando leo a Thomas Bernhard puedo entender perfectamente que lo que está haciendo es una metáfora del odio. Otra cosa es el espacio público. Eso es distinto, porque no es una representación. El espacio público es una práctica de ciudadanía, de convivencia. Yo no estoy a favor para nada de la corrección política en la obra de arte, pero en la cosa pública siempre hay que tener en consideración al otro. Ahí sí que no admito el racismo, ni el clasismo ni el machismo, pero sí es una obra de ficción o de arte, lo puedo entender.
LENGUA: Su próxima novela es Nazarena. ¿Algo que se pueda comentar?
Karina Sainz Borgo: Nazarena está loca, está manifiestamente loca y enloquece de dolor. Es la idea de la locura y de la enfermedad, cómo algo que se hereda, como algo de lo que no puedes escapar. En mi familia hay alguien que tiene problemas de trastorno bipolar. Yo desarrollé el miedo que tú puedes llegar a tener por alguien que no sabes cómo va a reaccionar. Lo veía gritar y romper y a mí eso me daba miedo. No es culpa de él, está enfermo, pero siempre pienso en eso, en la poca capacidad de controlar ese tipo de cosas porque toda mi educación estuvo marcada por eso.
OTROS CONTENIDOS DE INTERÉS:
Escritoras latinoamericanas: Una detallada biografía de un fenómeno mundial
Agustina Bazterrica y la fe después del apocalipsis
Paula Vázquez por Laura Fernández: la librera, la escritora... y la madre
«Vladimir», de Leticia Martin: Lolita era él
Aroa Moreno Durán y las vidas que transcurren en los márgenes
Isabel Allende por Lydia Cacho: la mujer que gritó su nombre al viento