50 años de un magnicidio maldito
«Argala» aprieta el botón: a 50 años del asesinato de Carrero Blanco
La mañana del 20 de diciembre de 1973, Luis Carrero Blanco asistió a misa en la madrileña iglesia de San Francisco de Borja, tal y como solía hacer cada día antes de acudir a la sede de la Presidencia del Consejo de Ministros. Sin embargo, aquella mañana no llegaría a su destino: tras salir del oficio religioso, el por entonces presidente del Gobierno de la España de Franco volvió a subirse a su coche oficial. Cuando este circulaba por la calle Claudio Coello, alrededor de las 09:27, terroristas de ETA activaron tres cargas explosivas justo en el momento en que el vehículo pasaba por encima de una zona señalada con un coche aparcado por los etarras. La explosión acabó en el instante con la vida del almirante, así como con la de sus dos acompañantes. Cuando se cumplen 50 años del magnicidio que cambió la historia de España, publicamos un capítulo íntegro del libro «Carrero» (Plaza & Janés), de Manuel Cerdán, un texto que ofrece un perfil de «Argala», el terrorista que ejecutó el plan que acabaría con la vida del «Ogro».
Por Manuel Cerdán

Estado del lugar donde explotó la bomba que mató al almirante Luis Carrero Blanco instantes después del atentado, el cual tuvo lugar la mañana del 20 de diciembre de 1973. Crédito: Getty Images.
«Josu, Josu me ha dado fuerza», grita Argala mientras camina a paso ligero en dirección al coche en el que le espera Atxulo al volante. El miembro ilegal (ver nota a pie de texto: 1) de ETA acaba de accionar el detonador de la potente carga explosiva, acumulada en un túnel del semisótano de la calle Claudio Coello. El etarra pasa por un trance místico. No anda, levita. Su mente sólo tiene cabida para la imagen de su amigo Josu, un etarra que ha muerto en un enfrentamiento con la Guardia Civil en el País Vasco.
Argala se siente orgulloso de su hazaña. Realizado. El atentado que acaba de perpetrar tiene para él una doble finalidad: satisfacer los intereses estratégicos de ETA y saciar su sentimiento de venganza personal. Con la muerte del presidente redime todo su odio hacia el Régimen franquista. En ese impulso de revancha, el cerebro del comando Txikia reivindica asimismo la memoria de su también amigo Eustaquio Mendizábal, fallecido en otro tiroteo con la Guardia Civil. Txikia, de quien el comando adopta su nombre de guerra, era el aguerrido jefe del Frente Militar de ETA, a quien el flacucho Argala siempre quiso imitarle.
En la huida del escenario del crimen se le une su compañero de comando, Jesús Zugarramurdi Huici, Kiskur, el ojeador que al grito de «ahora» le ha dado la orden para accionar el detonador. Los dos etarras se resisten a correr para no levantar sospechas. Aunque en medio de tanta confusión los viandantes no reparan en ellos. Van vestidos con monos azules y pasan desapercibidos. Ése ha sido el disfraz del que se han servido para hacerse pasar por electricistas y tender un cable hasta el sótano del número 104 de la calle Claudio Coello. Está frente a la fachada trasera de la iglesia de San Francisco de Borja por donde pasa todos los días y a la misma hora la comitiva del almirante. El plan etarra se ha consumado y el coche oficial en el que viaja el presidente ha salido despedido hasta la cornisa de las dependencias religiosas de los jesuitas.
Objetivo: matar al «Ogro»
Los etarras se alejan, poco a poco, de la calle Claudio Coello gritando «¡Gas, gas!», para confundir a los vecinos. Cruzan Diego de León y se suben en un Seat 124, conducido por Atxulo, que el comando ha alquilado un día antes. Y se dan a la fuga, sin tener que desenfundar sus armas ni pegar un tiro. ¿Destino? En contra de lo que sospecha la policía, no se dirigen a un paso fronterizo de España o Portugal. Se quedan en los alrededores de Madrid; en Alcorcón, donde han construido un piso franco en los bajos de una casa. Allí permanecen más de un mes, hasta que se despejen los controles policiales en las carreteras.
Pero ¿quién es ese joven vasco que acciona el detonador de la bomba y pone patas arriba al Régimen de Franco? Se llama José Miguel Beñarán Ordeñana, pero en la banda lo conocen por el seudónimo de Flaco (Argala, en vascuence). Tan sólo tiene veintitrés años y es un lampiño tímido y muy reservado. Argala no es un simple apodo sino la pura descripción de su fisonomía: un joven enjuto, de extrema delgadez, piel cetrina y nariz aguileña.

Fotografía tomada el 29 de diciembre de 1973 en una ciudad indeterminada del sur de Francia. En ella aparecen cinco de los miembros de ETA responsables del atentado que nueve días antes había acabado con la vida de Carrero Blanco, quien por entonces ostentaba el cargo de presidente del Gobierno del régimen franquista. Crédito: Getty Images.
Ha crecido en el seno de una familia nacionalista que, en casa, se comunica en euskera. Él también lo habla, pero después de asistir en su pueblo, de manera clandestina, a un curso nocturno. Llega a aprenderlo, de manera lenta, sirviéndose de un método un tanto rudimentario: cantando canciones tradicionales y populares. Nunca alcanza un nivel alto, pero sí lo suficiente como para defenderse en las reuniones clandestinas de la banda terrorista en las que sólo está permitido el vascuence. Uno de sus profesores es Ramón Etxeberría que, como él, acaba cruzando la frontera para ingresar en ETA. En aquel curso de euskera conoce a José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, Josu Ternera, con quien labraría una gran amistad y, como él, escalaría puestos de responsabilidad en la estructura de mando ETA.
El asesino de Carrero es apocopado y retraído. Su marcada timidez la arrastra desde su época de seminarista. Está claro que la religión es una marca que identifica a la mayoría de los militantes de la banda terrorista, como sucede con Txikia, Pertur o Ezkerra.
Argala, a pesar de su enfermiza idealización del odio y la venganza, del ojo por ojo, es un joven de fuertes convicciones religiosas. Durante años, ha colaborado con los curas de la parroquia de Arrigoriaga, su pueblo natal, y ha sido miembro de La Legión de María.

Luis Carrero Blanco (izquierda) y Francisco Franco en una imagen de 1973. Crédito: Getty Images.
En 1960, cuando era un monaguillo de once años, vivió muy de cerca un conflicto político que le afectó profundamente en aquel período histórico de dictadura y represión. Más de trescientos curas vascos fueron represaliados tras enviar una carta a los obispos de su diócesis en la que denunciaban la tortura y los malos tratos contra los detenidos en Euskadi. En aquellos días ETA tan sólo contaba con un año de vida.
Tiempo después, Argala abandona la parroquia para dedicarse a obras sociales. El joven vasco se ha radicalizado y orientado su vida a otros cometidos. Ya no quiere influir en las almas sino cambiar la sociedad. Para él la religión no tiene sentido sin libertad y justicia social. Deja sus estudios de ingeniería y, como se le da muy bien la contabilidad, se presenta a unas oposiciones para un puesto de trabajo en el Banco de Vizcaya. Las gana y, al igual que su amigo Josu Ternera, obtiene una plaza en la sede de la entidad bancaria en la Gran Vía de Bilbao. Desde entonces, Argala y Ternera se convierten en dos amigos inseparables.
Con el dinero que gana en el banco se matricula en el turno de noche en la Universidad de Sociología de Deusto al tiempo que inicia sus primeros escarceos con la banda terrorista. Ya ha cumplido los veinte años e ideológicamente se sitúa en la corriente marxista-leninista. Desde el primer momento, Argala se pronuncia a favor de una división de la IV Asamblea desde sus perspectivas ideológicas socialista y abertzale. ETA pasa por una crisis interna, de identidad y de operatividad, y él está decidido a participar en el reflotamiento de la organización. Desde el principio apuesta por la lucha armada y por la independencia de Euskadi. Y para ello está convencido de que hay que cruzar el árbol Malato para golpear al Régimen en las entrañas de la capital.
Nota a pie: 1) Así se conocen a los etarras que están fichados por la Policía, en contra de los legales, que pasan desapercibidos y desarrollan una actividad a favor de ETA, integrados en la sociedad.
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