Rosa Montero y Claudia Piñeiro: cuando la muerte aparece por ahí
Rosa Montero (Madrid, 1951) y Claudia Piñeiro (Burzaco, Argentina, 1960) son dos escritoras ajenas a cualquier tipo de etiqueta. Ambas han firmado novelas, obras de teatro, guiones... Se podría incluso decir que han inventado géneros: Claudia ofrece una ficción realista con voz propia, como un coro que es a la vez una conciencia social; Rosa escribe libros que son testimoniales y a la vez son ficción, que son biografía pero que no lo son. Habiendo transitado tantos caminos, ¿qué aporta la novela negra a su narrativa? Con motivo de su presencia en La Noche Más Negra 2023, el festival de «thriller» y «true crime» de Penguin Random House Grupo Editorial en colaboración con Fundación Telefónica, reproducimos la conversación que mantuvieron con el periodista y escritor Toni Iturbe sobre la difuminación de las fronteras entre géneros, la tendencia a la introspección de la novela policiaca contemporánea, la prevalencia del mal, las vicisitudes del lenguaje inclusivo y la involución reaccionaria que estamos viviendo en los últimos tiempos.
Por Revista LENGUA
Conversación entre Rosa Montero y Claudia Piñeiro en La Noche Más Negra 2023.
Toni Iturbe: Hola a todos. Estamos en las sesiones online de La Noche Más Negra, con un encuentro entre dos escritoras que lleva por título El dedo en la llaga. Nos acompaña, para empezar, Claudia Piñeiro. Ella iba para socióloga, pero las cosas se le torcieron un poco y acabó de economista, aunque finalmente la rescatamos para la literatura. En sus novelas siempre late la pulsión por radiografiar la sociedad de los personajes, el mundo que los envuelve, que al final es nuestro propio mundo. Su última novela, El tiempo de las moscas, devuelve a los lectores de Claudia a una vieja conocida, Inés, que sale de prisión 15 años después de haber matado a la amante de su marido y que se encuentra con una Argentina muy distinta a la que dejó atrás. Y nos acompaña también Rosa Montero, quien ha publicado en 2023 La desconocida, coescrita el francés Olivier Truc. Rosa estudió periodismo y psicología, que no es una mala combinación. No voy a extenderme porque ocuparía mucho espacio contar todos los premios, vinculaciones con la universidad, géneros, etcétera, tanto de Rosa como de Claudia. Así que solo decirles que hay algo que las une, y es que su literatura no sólo está compuesta por relatos bien armados, sino que siempre hay algo más profundo, algo que late en todas sus historias, que nos importa y que nos interpela.
Para arrancar, un poco de información sobre ambas novelas. En El tiempo de las moscas está esa Inés que sale de prisión, que no tiene un céntimo en el bolsillo y a la que nadie espera, salvo esa compañera de presidio, la Manca, con la que monta una empresa de investigación y de fumigación de plagas. Y resulta que el cartero siempre llama dos veces y a Inés, que quiere reemprender su vida, le hacen una propuesta complicada, tirando a indecente, para volver a prisión. Pero esa propuesta podría arreglarle la vida. Por otro lado, la novela de Rosa arranca en el puerto de Barcelona, donde aparece en un contenedor una mujer atada, golpeada, drogada, que ha perdido la memoria. Y le ponen de nombre María, porque nadie sabe cómo se llama, ni siquiera ella misma. Luego, un asesino intenta matarla en el hospital, pero ella se deshace de él y a partir de ahí una inspectora de la Policía de Cataluña. La ayuda Zapori, un policía francés muy desastroso que llega más o menos escondiéndose de su compañero de Asuntos Internos, y dispuesto a investigar el crimen.
Dicho todo esto, vosotras sois escritoras todoterreno, ajenas a cualquier tipo de etiqueta. Habéis hecho teatro, guiones... Hasta habéis inventado géneros, yo creo. Claudia, esa novela realista tuya tiene una voz, un coro que es como una conciencia social. Eso me parece muy original. Y tú, Rosa, escribes esas novelas que son testimoniales y a la vez son ficción, que son biografía pero que no lo son. Habiendo transitado tantos caminos, ¿qué os aporta la novela negra? El hecho de que haya un crimen en medio de todo, ¿qué aporta a vuestra narrativa?
Rosa Montero: Hola. Estoy encantada de estar aquí porque Claudia es una de mis mejores amigas y además me encanta cómo escribe, es una de las mejores escritoras actuales en lengua española. Y también por ti, Toni, que somos amigos desde hace mucho. Mi novela, La desconocida, es un juego que nos propuso un festival francés, y que he escrito a cuatro manos con el escritor Olivier Truc. Es una novela corta de ocho capítulos que hemos escrito de manera alterna, un experimento febril que hemos hecho en poco más de tres meses. Nos ha salido bien y en dos meses hasta nos han contactado dos productores para hacer una película, uno de ellos de una gran plataforma. Pero lo hicimos sobre todo como entretenimiento. No se puede comparar con esta novela de Claudia, que en mi opinión es una de las mejores que ha escrito. Y Claudia siempre escribe muy bien, así que si digo que es una de las mejores es que es buenísima. Así que son dos cosas distintas. La mía está fenomenal como lectura ligera. Es, más que nada, un experimento literario. En cuanto al tema de la muerte y el crimen, a mí no me gusta mucho el género, pero tampoco creo que haya géneros como tales a estas alturas de la vida. Yo creo que Claudia no hace literatura de género. Esta última novela, por ejemplo, es absolutamente transversal, existencial. Social, como tú decías. En ella hay de todo, por eso es tan buena. A mí los géneros no me interesan nada, pero en todas mis novelas utilizo muchos recursos de la novela negra. A veces son crímenes concretos, como en La buena suerte, mi novela anterior, pero sobre todo se trata de la amenaza de la vida. Para mí la vida es una verdadera amenaza, una inquietud, y de ahí el suspense de cómo sobrevivir. Y hay muchos crímenes, sin muertos ni sangre de por medio, pero que sí que son crímenes de confianza, de respeto, de los propios ideales... En la vida hay verdaderas pérdidas truculentas y violentas todo el rato, y eso sí que está en todos mis libros. Eso y el suspense. Claudia, ¿cómo te manejas tú con la etiqueta de género negro?
Todo al negro
Claudia Piñeiro: Lo primero, muchas gracias por esta invitación. Para mí estar compartiendo esto con Rosa, por la admiración y el cariño que le tengo, es un regalo. La verdad es que, tal como ella ha dicho, para mí esta cosa de los géneros no existe en el momento de la escritura. Acepto la clasificación porque mucha gente la utiliza, pero no me digo: «Voy a escribir una novela negra». Yo escribo pensando en los personajes, en la historia, buscando las palabras más adecuadas para contar lo que quiero. Y después alguien viene y dice que es del género negro. Y a mí no me molesta que se diga, o que se la encasille en algún tipo de género, pero no es una voluntad en mi escritura. Mi voluntad es escribir una novela, y entonces sí me pasa, como dijo Rosa, que siempre aparece la muerte por ahí. Creo que es porque la muerte es uno de los enigmas fundamentales. Así que entonces hay que buscar la verdad de esa muerte y con ello viene el suspense, por lo que se acerca a la novela negra. Y si la acción tiene lugar en Latinoamérica, que es lo que sucede en mis novelas, por lo general hay violencia, por lo que se le acerca aún más. Por eso, a medida que voy contando, por ejemplo, esta historia sobre dos mujeres que salen de prisión y a quienes se les propone una nueva alternativa con la que podrían volver a prisión, todo está muy cerca del género. A veces siento que, sin querer, la novela se me va yendo para ese lado. Por otra parte, en alguno de los textos que escribió sobre el género policiaco, Borges dice que, en un mundo donde todo es caos, el género negro nos promete cierto orden, algún lugar hacia donde dirigirnos, una búsqueda de la verdad que va a ser respondida. Aunque no siempre, porque algunas de mis novelas terminan de forma bastante abierta. Ricardo Piglia también tiene novelas que terminan sin que el crimen se resuelva, y no dejan de ser novela negra. Se restablece un cierto orden en un mundo muy caótico, y creo que eso también es atractivo.
Rosa Montero: Pero eso es la novela en general, ¿no? La novela nos gusta porque da orden al caos, sea novela negra o no. Por muy experimental que sea, siempre hay un comienzo y un final, siempre está encuadrada dentro de las tapas de los libros, cosa que no podemos hacer con la vida.
Toni Iturbe: Es verdad que durante mucho tiempo nos habían dicho que la novela policíaca estaba fundamentada en el crimen, en la investigación, en las pistas, en el procedimiento, pero da la impresión de que esto ha ido mutando, y que, tal como ocurre en vuestra literatura, interesan más los asuntos internos que el propio procedimiento. Por ejemplo, los asuntos de los que huye Zapori. ¿Creéis que la novela negra ha derivado hacia una novela de interiores, más que de procedimiento?
Rosa Montero: Yo creo que hace mucho que existe esa distinción entre la novela negra y la novela policíaca, que es un subgénero de la primera. La novela policíaca es el modelo Agatha Christie, que es el juego de enigmas, casi como si hicieras un puzle, y lo que interesa es el juego. Por otro lado, la novela negra siempre ha sido una novela de retrato social, de un clima moral y de la búsqueda del bien y del mal. Yo creo que eso ha sido así siempre, y esas son las que a mí me interesan. Y me interesa también el sustrato psicológico. Por ejemplo, en La desconocida, está esa identidad que ella misma desconoce porque ha perdido la memoria, con el conflicto con la vida que eso supone a nivel personal: el miedo a descubrir quién eres en un ambiente de trata de personas. Todos esos conflictos interiores, esos miedos del yo, de los muchos yoes que tenemos frente a la vida, me interesa mucho más que la trama.
Claudia Piñeiro: Sí, yo creo que cada vez nos interesa más, como lectores y como escritores, el crimen que se esconde detrás del crimen. En la novela de Rosa aparece el cadáver de una mujer, y ese es el crimen concreto. Pero detrás de él hay otros crímenes que explican por qué ella llega a esa circunstancia. Por ejemplo, en una de las novelas más recientes de Márkaris aparece un cadáver y a las dos páginas llega un señor y dice: «Ah, sí, yo la maté». Y entonces te dices: «¿Y ya está resuelto el crimen?». No, porque lo que interesa en qué condiciones vivía ese inmigrante en Grecia, cómo amenazaban a su familia… Hay un crimen detrás de su crimen. Esas circunstancias hablan de una sociedad donde se producen situaciones que llevan a que aparezca un muerto, lo que es mucho más interesante que la muerte en sí, que el primer cadáver que aparece, y que responde a una pregunta que le quedó corta al género policiaco. La pregunta de la novela policiaca clásica es quién la mató y por qué, y ahora esa pregunta ya se nos queda corta y hay otras cosas que averiguar. De todos modos, como dice Rosa, yo creo que eso probablemente estuvo siempre ahí, y leyendo a posteriori no somos tan conscientes de ello por una cuestión de contemporaneidad. Por ejemplo, en la novela clásica ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy, aparece un muerto en un concurso de baile, y uno puede pensar: «De esto va la historia, de esta investigación». Sin embargo, cuando él la escribió en Estados Unidos había una pobreza enorme tras el crack de 1929, y muchas parejas se apuntaban a concursos donde bailaban sin parar durante 24 o 48 horas seguidas para ganar dinero. Algunos desfallecían en la pista, y la última pareja en dejar de bailar ganaba. Así que él estaba denunciando una situación social. Si mis hijos leyeran esa novela, quizá no sepan lo que pasaba en ese momento en Estados Unidos y no pueden hacer esa conexión con lo social. Pero quizás siempre, incluso con Agatha Christie, había algo escondido que desconocemos. La voluntad de ella era más de puzle, como dice Rosa, pero creo que en casi todas estas novelas debe haber algún componente social que quizá se nos escapa.

Rosa Montero en Lyon, Francia, en una fotografía de 2013. Crédito: Getty Images.
Toni Iturbe: Sin duda. Lo que también se ve de forma muy clara en vuestras novelas es la mutación de los héroes. Es evidente que aquel héroe de la novela negra, ese detective de gabardina y whisky en la mano, ya no existe. Por ejemplo, en la novela de Claudia me llama la atención que Inés es realmente un personaje que ha matado a otra mujer, que no es especialmente simpática, que por mucho que se esfuerza la Manca ni siquiera ella es muy empática. Y en la tuya, Rosa, al final uno no tiene muy claro si la víctima es tan víctima o si esconde algo. La policía catalana tampoco es muy simpática, el policía francés es un desastre... ¿Cómo son los héroes literarios del siglo XXI?
Rosa Montero: No sé... En mi caso, en La desconocida, el policía francés, que es genial y lo escribió Olivier, es el más clásico, el que más se parece al de la gabardina. Yo casi me lo imagino hasta entrando con gabardina… Llena de manchas, pero gabardina. ¿Tú crees que los detectives de Chandler no iban con algún lamparón? Yo creo que sí, que también. O sea, no salían de la tintorería. A mí me hace mucha gracia, justamente por ese remake que ha hecho Olivier de un arquetipo clásico, componiendo un detective completamente roto, machista y desesperante. Pero al final terminas queriéndolo, ¿no? Y me ha encantado lo que ha dicho Claudia. Incluso en este caso, que es un juego a pie forzado y se nos obligaba, digamos, a hacer una novela negra, cuando una escribe no parte del estereotipo. Yo por lo menos intento, justamente, no partir de él. Llevo toda mi vida intentando luchar contra esas ideas previas e intentando hacer algo mío, mío de verdad. Las ideas previas seguro que están, seguro que todos terminamos copiando cosas sin darnos cuenta. Pero yo no quiero hacerlo. Yo creo que uno intenta realmente escribir algo que le salga de dentro, y sigue el dictado de esa especie de sueño con los ojos abiertos que es escribir una novela. Así que no estás pensando en prototipos ni personajes anteriores, y lo que te sale es el sueño de tu época. Obviamente ahora los detectives van a ser distintos de los de hace 50 años porque el mundo es distinto. Y si tú eres fiel a esos sueños que salen de tu inconsciente, cuanto más profundices en ello más fiel vas a ser a tu época. Y muy dentro de cada uno de nosotros, estamos todos, y hoy la gente posiblemente sea más consciente que hace 50 años de que dentro de sí mismo hay multitudes... Yo huyo de los prototipos y de los estereotipos.
Toni Iturbe: Háblanos de tu heroína o antiheroína, Claudia.
Claudia Piñeiro: Al escuchar a Rosa me estaba acordando de que esta mañana, muy temprano, me escribió mi hermano y me dijo: «Quiero que leas este cuento, a ver qué te parece». Y le dije: «Pero dime quién escribió el cuento, porque yo no leo a cualquiera». Y me contesta: «Bueno, es que le pedí a la inteligencia artificial que escribiera un cuento policial como si lo hubiera escrito Claudia Piñeiro». Yo no haría eso en mi vida, pero el cuento empezaba diciendo: «El detective se adentró en la mansión», y yo dije: «Mira, la palabra "adentrar" yo no la hubiera usado jamás»...
Rosa Montero: ¡Y «mansión», tampoco!
Claudia Piñeiro: ¡«¡Mansión», jamás! O sea, La viuda de los jueves está llena de mansiones, pero no es una palabra que yo use para describir una casa. Pero peor que todo eso es que aparezca un detective, porque no tengo ni una sola novela policial donde aparezca uno. En Argentina, de la dictadura militar en adelante hay una ruptura con todo lo que son las instituciones policiales, de detectives, etcétera, que hace que nos cueste construir detectives creíbles. Eso no quiere decir que no haya novelas policíacas con detectives ni que en la vida real no existan detectives que hagan bien su trabajo. Pero en el inconsciente colectivo de mi país, un detective serio y no corrupto es muy poco creíble, por mucho que lleve la gabardina manchada como los de Rosa o los de Chandler. Así que tenemos que recurrir a otro tipo de detectives. Y por eso le dije a mi hermano: «No sé qué quieres hacer con la inteligencia artificial, pero descártalo ya porque solo en el primer renglón ya he encontrado tres errores». Es muy difícil buscar un detective dentro del contexto latinoamericano, especialmente del argentino. Por eso nosotros recurrimos a periodistas, amas de casa, a personas que tienen que investigar algo con sus propias armas, fuera del marco institucional.

Claudia Piñeiro en Madrid en 2019. Crédito: Getty Images.
Toni Iturbe: De acuerdo con el título del encuentro, vamos ahora a poner el dedo en algunas de las llagas que vosotras mostráis. Hay una muy clara en la novela La desconocida al hablar del tráfico de personas, con esa niña de 14 años que se tiene que prostituir y que no ha vivido ni un segundo de su existencia sin miedo. Y yo me pregunto: en este siglo XXI, con la inteligencia artificial que todo el mundo maneja como Claudia Piñeiro acaba de experimentar, que nos vamos a ir a Marte... ¿Por qué estamos todavía en un punto en el que se trafica con mujeres como si fueran animales? ¿Por qué hemos evolucionado tan poco en eso cuando en otras cosas hemos evolucionado tanto?
Rosa Montero: La pervivencia del mal… Recuerdo que en La buena suerte digo que las religiones se inventaron para darle al mal un sentido, para que no nos destruya. ¿Por qué existe el mal? ¿Por qué permanece? El ser humano ha mejorado en miles de cosas. Tecnológicamente ni digamos, pero emocionalmente, poco, aunque algo sí. Y la trata es algo aterrador. Fijaos en ese grandísimo fracaso que ha sido para el mundo, y en especial para Europa, la crisis siria: desaparecieron 40.000 menores, niñas y niños, que se dedicaron a la trata. Es aterrador. Con Ucrania está pasando lo mismo, aunque no tanto porque están más protegidos, afortunadamente, por la comunidad internacional. Pero eso es terrorífico. Y eso es poner el dedo en la llaga. ¿Por qué sobrevive el mal? ¿Por qué perdura? Por los intereses, por el dinero, por el poder, claro. Pero hasta ese punto, ¿por qué?
Claudia Piñeiro: Es un tema dificilísimo. Hay casos tremendos como los que cuenta Rosa con la trata de personas, las dificultades que tienen mujeres en determinados países para estudiar, para tener una vida normal, sus propios derechos. Y también los niños. A veces parece que se avanza poco en lo cotidiano, o que damos unos pasos y luego la cosa vuelve para atrás, o que determinadas cuestiones molestan. En este momento nos movemos en olas cíclicas, históricas, en las cuales siempre hay un retroceso. No me gusta hablar de derechas o izquierdas, porque eso es demasiado político, pero sí estamos viviendo una vuelta hacia lo ultraconservador. Pensar que se pueden revisar los derechos adquiridos por las mujeres o las comunidades LGTB+, hablar de que si hay un ministerio de mujer, también tiene que haber uno de masculinidad, y todas esas cosas que una se dice: ¿cómo es posible que vayamos hacia atrás en estos temas? Uno puede pensar que hay quien representa el mal, como dice Rosa, gente que trafica con personas y cosas así. Pero otras personas parecen racionales y cuando se llega a estos puntos sus comentarios ya no lo son, ni tienen en cuenta al otro, ni los derechos de las minorías. Estoy muy preocupada por determinadas cosas que se escuchan como si fueran de sentido común, y que creo que de eso no tienen nada. Son retrocesos.
Rosa Montero: Está claro. Es la banalidad del mal que decía Hannah Arendt: personas que parecen normales y que pueden llegar a apoyar cosas horribles. Y además estamos en un momento retrógrado tremendo, que va hacia el dogmatismo de cualquier tipo, de desprestigio de la democracia y de los valores adquiridos. Pero yo hablaba de algo todavía más profundo, de esa continuidad del mal básico. Y también estoy de acuerdo contigo en que, a pesar de todo, algo hemos avanzado. Por ejemplo, la esclavitud, que se convirtió en algo abominable a finales del siglo pasado. Hay un consenso sobre ello, pero al parecer, existen unos 60 millones de esclavos en el mundo. Y si hubiéramos nacido antes de finales del siglo XVIII, estaríamos convencidos de que podíamos ser torturados. Ahora se sigue torturando, ni que decir tiene, en montones de sitios, pero también se ha convertido en algo abominable, y eso es un paso muy grande. Esos pasos que parecen pequeños son una lucha esencial del ser humano frente al mal, y son los que me dan esperanza. Lo que no quita que, en efecto, estamos en una involución en el nivel más cotidiano de los valores, y tenemos que armarnos contra ello. Creo que las próximas décadas van a ser muy difíciles no solo por ello, sino también por el cambio climático también. Veremos qué pasa.
Toni Iturbe: Pues sí, tenemos muchas llagas. Claudia, en tu libro hay un coro de conciencia que debate montones de cosas. Por ejemplo, la mujer, que parece que está condenada a ciertos roles. Inés está separada de su maternidad, no se relaciona con su hija. Hay un momento en el que dice que la maternidad es una trampa vitalicia, aunque luego ella misma tiene sus trasfondos. También hay un momento que ya comentaste en un encuentro en Barcelona, cuando la Manca va a hacerse unas pruebas de cáncer de mama y se rebela contra el lenguaje médico. ¿Por qué ella no quiere que se llame cáncer de mama, sino cáncer de teta?
Claudia Piñeiro: Desde el lenguaje y la educación, a las mujeres nos armaron para ser madres. Y si tú no preveías serlo, o ya habías decidido no serlo, o lo eras, pero no llevas bien el vínculo, parecía que eras una mujer con una tara. Por suerte eso ya pasó, ya es una etapa superada. Creo que hoy si una mujer no quiere ser madre no hay ningún problema con eso. Pero desde el lenguaje se refleja eso, como al llamar «mama» a los pechos. Que sí, son para mamar, pero hay mujeres que no quieren usarlos así. Así que la Manca dice que para ella no son mamas, que son tetas o pechos. Pero siempre ha sido así. En mi país, a todas nosotras seguramente nos ha pasado que alguien nos habla y nos llama «mamita», que puedes serlo o no, pero la persona que se dirige a ti como mujer te dice «mamita» asumiendo que lo eres. Y lo que hace la Manca es algo que venimos haciendo las mujeres hace mucho tiempo: separar. No me nombres como lo que no soy, porque eso es llevarme a que yo tenga que ser eso que tú quieres que sea.
Toni Iturbe: Supongo que hay muchísimas cosas que cambiar. Cuando Inés sale de la cárcel algunas han mejorado un poco, pero todavía falta muchísimo. Rosa, en tu carta a los Reyes Magos, ¿qué pedirías cambiar?
Rosa Montero: Como dice Claudia, estamos en un momento de la deconstrucción del sexismo. Es curioso, porque por un lado se ha avanzado mucho en los últimos años, ha habido un empujón, pero siempre que hay un avance de unos valores progresistas crece una resistencia retrógrada. Esa tirantez es la que impulsa la historia. En los últimos años, muchos hombres se han sentido implicados en el feminismo. Que no es cosa de mujeres, ni muchísimo menos. O cambiamos todos o el mundo no cambia. Y muchos hombres se han dado cuenta de que la lucha antisexista es suya también. Yo siempre he pensado que la lucha contra la violencia contra las mujeres debería ser sobre todo una lucha de los hombres. Ver qué les pasa para hacer eso, porque no se entiende cómo pueden vivir tranquilos sabiendo que hay una parte de la construcción social de su rol que lleva a algunos a hacer eso. Y muchos hombres se han dado cuenta también de que eso de tener que demostrar desde pequeños que son unos valientes es terrorífico, que angustia mucho... Y eso ha sido un avance. Pero como decía Claudia, ahora ya están ahí todos esos poderes retrógrados que están intentando a toda costa desmantelar lo conseguido y neutralizar ese avance. Pero la historia siempre ha sido así. Digamos que estamos en las trincheras.

La actriz Lauren Bacall circa 1944 en una foto promocional de la película El sueño eterno, adaptación de la novela de Raymond Chandler, primer título protagonizado por Philip Marlowe, tal vez el detective más célebre del siglo XX. Crédito: Getty Images.
Toni Iturbe: Tal como decís, sin duda el lenguaje marca mucho. ¿Llegará un lenguaje neutro que no marque por género?
Claudia Piñeiro: Uno de los problemas que tiene es llamarlo lenguaje neutro, porque el lenguaje es el lenguaje. Se te pide que uses ese lenguaje para referirse a cosas que tengan entidad femenina o masculina. Yo no uso el lenguaje inclusivo porque no me sale. No me molesta que otros lo usen, pero a mí no me sale porque no lo he usado en mi vida. Pero sí siento una cierta incomodidad porque el lenguaje no siempre nombra lo que tiene que nombrar. Y creo que se va a ir produciendo algún cambio. Por ejemplo, en la novela anterior, cuando Inés pensaba, se leía: «Cuando uno piensa…». Y en esta última novela, en el mismo caso, decía: «Cuando una piensa», porque ahora ya es raro decirlo en masculino. Aunque en realidad sería correcto, porque ese «uno»» se refiere al género humano. Creo que nosotras, como mujeres, tenemos que hacer algunos cambios en ese lenguaje que nos fue impuesto, porque no nombra adecuadamente las cosas. No sé si eso va a derivar en el lenguaje inclusivo del «elles», pero sí creo que el lenguaje va a cambiar para incluir a todas aquellas personas que no se sienten ni hombres ni mujeres.
Rosa Montero: Estoy completamente de acuerdo con Claudia. El lenguaje es como la piel de una sociedad, es algo orgánico. La lengua cambia a medida que la sociedad cambia: no es que esté cambiando ahora, es que lo ha estado haciendo siempre. Un lenguaje vivo se va adaptando a la sociedad, a las nuevas tecnologías, o a influencias de otras lenguas, hasta ahora el inglés, que es el lenguaje dominante. El lenguaje nunca es neutro, nunca será neutro. Nunca van a hacer un lenguaje que refleje la mayoría de la sociedad. Lo que queremos es que a medida que van cambiando los valores de la sociedad, el lenguaje refleje esos cambios. Y eso es lógico, es lo que ha hecho el lenguaje siempre, pero de forma más lenta de la que queremos. Es lógico que haya esa exigencia de acelerar ese cambio, pero el lenguaje es algo vivo y no se puede cambiar por decreto. Las repeticiones como «todos y todas» son tan cansinas que van en contra de la economía del lenguaje, que es una de sus principales leyes. Somos los hablantes los que vamos a decidir qué es lo que va a hacer nuestra lengua hoy y mañana. Hay gente que disocia lo que es la sociedad y lo que es la lengua porque busca cosas. Lo que dice Claudia es exacto: yo ya tampoco digo nunca «el hombre», sino «el género humano». Detesto la palabra señorita, y creo que en España está desapareciendo. A mí cuando alguien me llama «señorita» les monto una bronca. Es como: «Pobrecita». Y en todo esto la gente va ensayando. Una opción es el «todes», que en España suena absolutamente fatal, pero que en Latinoamérica está prendiendo entre la sociedad, está utilizándose mucho. A lo mejor triunfa porque tiene bastantes cosas favorables. Es sencillo, es económico, es inclusivo. Y añade un matiz nuevo. En esa palabra caben todos y todas, todo el mundo. Es adecuada tanto si en la audiencia todos son hombres como si todas son mujeres, y también si hay tanto hombres como mujeres. Todo eso sería genial. Añadiría más precisión lingüística. Y en la precisión radica el éxito de un término: en que añade información. Así que triunfará si nosotros lo queremos. Nadie impone nada. La lengua la escribimos los hablantes. O sea, no va a llegar la real Academia de la Lengua a revertir un cambio que ya han asumido los hablantes.
Toni Iturbe: Pues nos quedamos con eso: para que algo cambie lo hemos de cambiar entre todos.
Gracias, Claudia y Rosa, por estar aquí, en este diálogo en La Noche Más Negra. Hasta pronto.
Rosa y Claudia, Claudia y Rosa
40 años de preguntas y respuestas