Claudia Piñeiro: escribir desde los márgenes del poder
Desde su irrupción en la literatura argentina con «La viuda de los jueves» (Premio Clarín 2005), Claudia Piñeiro se ha ido convirtiendo en un fenómeno único y múltiple. Por un lado, sus novelas y cuentos se convierten en superventas a la vez que cosechan premios internacionales (el Sor Juana 2010, el Pepe Carvalho 2018, el reciente Dashiell Hammett de Gijón 2021...). Por otro, sus posiciones públicas la encuentran en el centro de debates sociales álgidos, como fue su rol en la sanción de la ley argentina de interrupción voluntaria del embarazo. Recientemente, su trabajo como co-guionista de la exitosa serie «El Reino», la puso bajo el asedio de la comunidad evangélica. En esta conversación con Alma Delia Murillo, la propia Piñeiro repasa este camino doble que viene recorriendo, y que la encuentra siempre poniendo desde la literatura el dedo en la llaga de la sociedad.

Crédito: Max Rompo.
Crecí a la sombra de una comunidad religiosa que rayaba en lo patológico y me fui de casa a los diecinueve años para no asfixiarme porque todo era pecado, así que cuando me encontré con la serie El reino (Netflix, 2021), se la mandé a mi hermana: «Tienes que ver esto»… No puedo decir hasta qué punto identifico esa mafia emocional que es la religión como método de manipulación y lo cerca que vi casos de chicas que fueron abusadas por religiosos, santos varones que las preñaban en el nombre de Dios. Leer a Claudia Piñeiro y encontrar en su narrativa los temas que exhibe sin piedad como las agresiones de la fe judeocristiana, el tótem familiar, la violencia de género… ha sido una alegría literaria y conceptual.
Luego de leer Catedrales (Alfaguara, 2020), Quién no (Alfaguara, 2018) y Elena sabe (Alfaguara, 2007) se vuelven palpables los méritos narrativos de esta autora que le valieron el Premio Pepe Carvalho de Novela Negra en 2019 y el muy codiciado Dashiell Hammet de la Semana Negra de Gijón este 2021.
Conversar con ella es una experiencia de lucidez y agudeza pero, también, una lección de escritura bien macerada en más de veinte años de carrera.
Alma Delia Murillo: ¿Cómo te fuiste encontrando con los temas que abordas en tu narrativa?, ¿los eliges?, ¿cómo se despierta tu interés por escribir sobre un asunto o el otro?
Claudia Piñeiro: Cuando empiezo a escribir una historia no me lo planteo en términos de «voy a hablar de la familia o de la religión», sólo pienso: «voy a contar una historia…». Eso, el deseo de contar una historia, al final se vuelve universal, por eso ocurre que cualquier familia puede reflejar a otras. Y para los temas que me obsesionan, la familia es un muy buen lugar desde donde contarlos: la hipocresía, las apariencias, los secretos, mostrar una cosa mejor o más bella de lo que es como si estuviera prohibido reconocer las fallas al interior del sistema familiar o del concepto de familia, como si no tuviera fisuras.
Secretos y fanatismo
Ayer justamente conversaba con una amiga que me contaba algo que le pasa a su hijo, muy preocupada, pero lo que le pasa a su hijo era un problema típico del crecimiento, que les pasa a todos… pero estamos tan acostumbrados a tapar, a contar que los hijos son perfectos en las redes y en los intercambios sociales, que nos hace sentir monstruosos lo más normal del mundo: que nuestro hijo no sea perfecto. Estamos aleccionados para creer que la familia no daña y si hay alguien que daña dentro de la familia se arregla adentro y no se expone… cuando sabemos que la mayoría de las violaciones y abusos sexuales a infantes se dan dentro de la familia. Porque la familia se sostiene sobre el ocultamiento. Yo conozco gente en cuyas familias sale a la luz que un tío o un abuelo abusó de alguien y la familia se pelea porque no le creen a la víctima. Y eso mismo pasa con la Iglesia Católica, ahora que supimos del informe de los crímenes de Francia [las historias de más de 200 mil menores abusados por sacerdotes pederastas quedaron reveladas en una investigación que se hizo pública en octubre de este 2021 promovida por la Comisión Independiente sobre Abusos en la Iglesia Católica]… y aparece el Papa Francisco para decir que está muy avergonzado pero ahí se termina el asunto, con una declaración, yo no quiero que estén avergonzados o consternados sino que se sometan a juicio por sus delitos, que la Iglesia Católica deje de ser un institución que protege violadores. Recomiendo ver la película El Club, del director chileno Pablo Larraín que justamente relata eso, que siempre hay un lugar a donde se puede mandar a alguien que ha sido un abusador, en África, en una provincia lejana de Francia, de Italia, en un pueblito encantador de Chile o de Argentina.
Alma Delia Murillo: Seguimos hablando de censura en nuestros países…
Claudia Piñeiro: Sí, pienso en la novela Y líbranos del mal (Seix Barral, 2021) de Santiago Roncagliolo que la cadena Sanborns no quiso poner en punto de venta porque esa tienda tiene por política rechazar cualquier libro que hable de abusos al interior de la Iglesia Católica. ¡Increíble! Hay como un retroceso, parece mentira que en el siglo XXI, volvamos a argumentos de prohibición o que se diga que estos temas no se deben tratar escudados en que ofenden a un segmento social, pero, vamos, si estás hablando de un crimen, hay que nombrarlo. Es un asunto legal, no se trata de ofensas. Y el arte está para transgredir. Y para seguir con estas reacciones, en Argentina hubo varias iglesias evangélicas y diputados y senadores evangélicos que llamaron a boicotear El reino porque la serie les «ofende». Hace poco, en el Teatro Colón de Buenos Aires, se puso en cartelera Theodora, la ópera de Händel que trata sobre una mártir cristiana, la dirigió Alejandro Tantanián con los textos intervenidos por Franco Torchia, que reflexiona sobre cómo los varones de las iglesias nos han contado cómo debe ser la fe, el pecado, las creencias… no lo dijeron los profetas ni Jesucristo, lo han dicho los varones, ellos dictaron cómo hay que vivir religiosamente, sobre todo el tema de la sexualidad porque parece que es un tema que les afecta mucho. Cuestión que me tocó presenciar cómo había un cura con varias monjas que se ocupaban de abuchear la función cada vez que la actriz Mercedes Morán aparecía en escena… Lo curioso es que el ataque en las redes y los medios también era con ella y no con el director ni con quien intervino el texto. Quizá porque era mujer y feminista… Y eso mismo me pasó a mí con El reino, el ataque fue contra mí como si yo hubiera sido la serpiente que fui con la manzana al paraíso de Netflix y los convencí a todos porque soy el demonio feminista a favor del aborto. ¿Podés creerlo? Es el siglo XXI y estamos hablando en estos términos y me parece impactante que socialmente se insista con que hay temas tabú o temas prohibidos. Yo creo que urge lo contrario: pongamos en tela de juicio el absoluto, aunque aleccionen con la Familia como concepto sagrado que no se discute o la Religión que tampoco se discute, yo digo sí, discutamos eso, claro que se debe cuestionar.
«Estamos aleccionados para creer que la familia no daña y si hay alguien que daña al interior de la familia se arregla dentro y no se expone… Y eso mismo pasa con la Iglesia Católica. Yo no quiero una declaración del Papa diciendo que están avergonzados o consternados sino que se sometan a juicio por sus delitos, que la Iglesia Católica deje de ser un institución que protege violadores».
Alma Delia Murillo: Te oigo y pienso que tenía que ser una mujer o que teníamos que ser las mujeres —tomando en cuenta las deudas que la literatura tiene con nosotras— las que pusiéramos estos temas en la mesa de la narrativa. En tu cuento Un zapato y tres plumas, hablas de una casa donde no se pueden reír porque el padre autoritario lo prohíbe. Es tremendo lo que ese cuento relata, el hogar deformado en la rigidez masculina. O ese otro cuento Dos valijas del marido bígamo hasta la muerte, esa historia abunda en el mundo. Y, desde luego, Catedrales, donde encuentro muy novedoso haber metido en el artilugio narrativo de la novela negra a la familia como parte del trigger que dispara el asesinato de una mujer… aunque no sea asesinato. Lo que quiero decir es que estas miradas sobre la fractura de la familia con tanta sutileza como brutalidad, quizá sólo podían ser relatadas desde el punto de vista de una mujer.
Claudia Piñeiro: Es que estamos muy incómodas, degradadas… y cuando se cuenta desde los márgenes del poder la literatura tiene otro sabor. No quiere decir que los varones no lo hayan hecho, por ejemplo la novela Las correcciones, de Jonathan Franzen… Lo que hay de novedoso en las mujeres es escribir desde los márgenes del poder porque hemos estado ahí toda la vida. El otro, el varón, cuenta desde la observación, y desde luego los escritores son muy sagaces y cuentan desde lo que miran; en cambio nosotras contamos desde la resistencia, desde la lucha. Hace no mucho tiempo mi marido me dijo: «Yo no sé cómo ustedes aguantaron tanto tiempo»… y yo lo miré y le dije: «Yo tampoco». Lo que quiero decir es que hasta un hombre aliado se pregunta cómo las mujeres aguantamos tanto. Y son reglas que hemos aceptado todos, nosotras desde un lugar y los varones desde otro. Y hay muchos varones que no quieren renunciar a su lugar de poder. Lo comprobás cuando se repite esa falacia de «todos los hombres llegaron por sus méritos a donde están», y no es verdad: no todos llegaron a la política y a la literatura por méritos… algunos sí, pero muchos están ahí por relaciones, por complicidades, o porque la mitad de la competencia —las mujeres— no estábamos junto a ellos en la línea de largada para competir. Hay mujeres con muchísimo mérito que no llegaron porque no se les permitió llegar a la línea de la largada de la competencia. Desde ya acepto que, si llegás y el varón está más capacitado estará muy bien que se quede con el puesto, pero primero las mujeres tenemos que llegar a ese piso parejo para la competencia. Y hemos ganado terreno para estar ahí pero muy poquito, falta mucho. Y te digo una cosa, a propósito del comentario de mi marido, él fue juez de la Junta que juzgó a los militares torturadores durante la dictadura Argentina… quiero decir, que él ha visto torturas, muertes, y me movió pensar cómo él, que ha visto tantas cosas, se espanta de la violencia brutal que hemos tolerado las mujeres. [Baste recordar el caso de Lucía Pérez, una joven argentina de 16 años a la que violaron, empalaron, drogaron y torturaron hasta la muerte. La justicia condenó a los acusados de su asesinato solo por venta de drogas y descartaron cualquier ataque sexual en su contra. O el caso de la mexicana Ingrid Escamilla, de 25 años a quien su pareja, Eric Robledo, asesinó y desolló. Los medios de comunicación expusieron el cuerpo de Ingrid y un video con el relato del asesino que ayudó a victimizarlo a él y no a ella].
«El varón cuenta desde la observación, y desde luego los escritores son muy sagaces y cuentan desde lo que miran; en cambio nosotras contamos desde la resistencia, desde la lucha. Hace poco mi marido me dijo: "Yo no sé cómo ustedes aguantaron tanto tiempo"… y yo lo miré y le dije: "Yo tampoco"».
Alma Delia Murillo: Me voy a atrever a decirlo una vez más aunque me llamen exagerada: esto ha sido un exterminio… en la Ciudad de México se reportan 50 violaciones a mujeres cada día, y en el país cada dos horas y media asesinan a una mujer, once feminicidios diarios… y cada vez peor y cada vez más jóvenes. Y lo que sabemos es sólo la punta del iceberg, pero esto pasa porque hay una impunidad absoluta, en este país los hombres matan a las mujeres porque pueden, porque saben que nos les va a pasar nada. Es brutal.
Claudia Piñeiro: (Se sorprende, se acerca a la cámara) ¿Cuántas mujeres matan en México?, ¿once cada día, una cada dos horas?... en Argentina se habla de una cada día. Es demoledor.
Alma Delia Murillo: Lo es, y salimos a marchar y nos dicen locas, emocionales, no entienden por qué estamos enojadas…
(Las dos guardamos silencio, movemos la cabeza).
Alma Delia Murillo: Lo sé, hay que sobreponerse. En Catedrales hay seis voces que son los distintos personajes relatando desde un lugar humano, quiero decir que no son clichés, no son perversos de manual, son personas convencidas de lo que creen; Carmen dice «somos católicos de verdad», creo que ahí hay una luz de entendimiento entre quienes pensamos diferente. ¿Cómo podríamos acercarnos con personas de distintas perspectivas y creencias para conversar sobre el tema? ¿Cómo podríamos encontrar formas de conversar aunque estemos, humanamente, formados de forma tan distinta?
Claudia Piñeiro: Seamos justos, van mejorando las cosas generacionalmente. Yo veo a mis hijos y a los amigos de mis hijos no son como era mi generación o la de mi padre, hay una evolución natural hacia una sociedad más justa, pero también hay un aprovechamiento desde la política porque pueden manipular a quienes genuinamente creen en dogmas religiosos. Yo no juzgaría a quien necesita tener una fe, pero luego viene otro y lo manipula y lo hace hacer cosas increíbles y estas personas se dejan manipular. En Argentina antes de que se aprobara la ley del aborto, iba un grupo de católicos a ver a una niña de 11 años violada para convencerla de que siguiera adelante con el embarazo para «salvar una vida»… y nos enseñaron que no hay que discutir nada que tenga que ver con la religión. Fijate: yo soy atea y cuando digo «soy atea» del otro lado se hace un silencio que es como «ay, me caía bien y ahora dice que no cree, es una rara, desahuciada de la fe»… y yo no me siento orgullosa ni soberbia, al contrario, a veces me gustaría tener esas creencias para darme paz. Freud decía que la religión es una neurosis colectiva. Yo no les digo a los creyentes eso, en cambio los creyentes sí me pueden decir a mí que yo soy soberbia porque no creo. Yo no los pongo en tela de juicio diciéndoles «por qué sos católica, cómo te ayudo a que cambies, cuándo se produjo el trauma», pero los creyentes sí lo hacen con nosotros como ateos. Y se hace difícil la discusión en ese sentido, se hace difícil porque los creyentes enseguida se sienten ofendidos en su creencia y con la ofensa como escudo ya no podemos decir nada. Pero la religión funciona para esto perfectamente en cualquier lugar del mundo, no sólo en Occidente. Yo lo que sé es que me sacarán con los pies por delante diciendo lo que creo: hay que cuestionar no la religión, sino los abusos que se cometen en nombre de ella.
Alma Delia Murillo: Yo encontré la salida perfecta para esa reacción del ateísmo cuando vienen a tocar a mi puerta para hablarme de la palabra de Dios, les respondo que muy bien pero que entonces yo les voy a hablar de la palabra de Cioran o de Shakespeare… si usted me habla de su libro, yo le hablo del mío, ¿no deberíamos tener el mismo respeto?
Claudia Piñeiro: No lo tenemos. Yo leí una encuesta que se hizo en Estados Unidos a una muestra de ciudadanos sobre si votarían a un presidente católico, musulmán, judío, protestante… y en todos los casos la respuesta menos positiva fue ante la posibilidad de un presidente ateo.

Crédito: D. R.
Alma Delia Murillo: Claro, no por nada las monarquías nacieron bajo el concepto del derecho divino, por eso Iglesia y Estado siguen conservando un poder indivisible, y todas las sociedades castigan a los ateos. Pero en el fondo hay cierto infantilismo, poca disposición a elaborar desde una psique adulta, y no les puedes hablar de esto porque te miran raro. Como me miran raro cuando digo que no tengo hijos… de inmediato reaccionan «pero por qué no pudiste», cuando es porque no quise. Eso me lleva a hablar del cuerpo, la maternidad y el aborto. [En México recién se despenalizó el aborto gracias a un fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación]. Ese cuento tuyo Basura para las gallinas es magistral, cuenta todo sin mencionar una vez la palabra aborto.
Claudia Piñeiro: Fijate que mi novela Elena sabe se llamaba originalmente El cuerpo de los otros porque justamente trabajaba sobre la creencia y el poder que algunos creen que tienen sobre el cuerpo del otro. La sociedad dice: «Yo decido sobre tu cuerpo, mujer», y rechazar eso provoca una respuesta sistémica patriarcal muy violenta. Nosotras en Argentina cuando empezamos a promover la legalización del aborto comprendimos y elegimos una estrategia: si decimos que nuestro cuerpo es nuestro, se ofenden; no podés mencionarlo, no debés mencionarlo para que no se ofendan con nuestra carnalidad. No tenemos derecho a eso a hablar de la libertad sexual y del placer porque nos degradan… Entonces aprendimos estratégicamente a no hablar del cuerpo y del deseo para que no se vuelvan locos ante el pensamiento de que las mujeres somos dueñas de él y nos centramos en la salud reproductiva, la calidad de vida, las consecuencias de los abortos insalubres. El prejuicio contra las mujeres sobre nuestro cuerpo no tiene límites. Y ha tomado mucho tiempo y va evolucionando, en ese sentido es muy interesante ver que las sociedades se transforman antes que las leyes. Por ejemplo y como decís, en el cuento Basura para las gallinas jamás se menciona la palabra aborto porque son mujeres de otra generación, de otro marco social, verbalizarlo es tabú aunque se practique. Pero hoy cada vez más personas dicen la palabra aborto y esas conquistas tomaron mucho tiempo. En cuanto al tema del cuerpo es un asunto también de dinero, sabemos que el cuerpo de las mujeres se necesita para sostener el capitalismo; y no es sólo tener hijos, imagínate si además les cobráramos el trabajo que hacemos gratis y ante el que los hombres se han hecho los distraídos durante mucho tiempo porque ese trabajo de sostener la logística de la casa, la alimentación, el cuidado de los hijos, es la mitad de la fórmula del capitalismo: sin nadie que hiciera esto el capitalismo no se sostendría. Por eso tienen terror de que nos hagamos dueñas de nuestro cuerpo como medio de explotación para nosotras mismas.
«En Argentina, cuando empezamos a promover la legalización del aborto comprendimos y elegimos una estrategia: si decimos que nuestro cuerpo es nuestro, se ofenden con nuestra carnalidad. No tenemos derecho a eso a hablar de la libertad sexual y del desfrute porque nos degradan… Entonces aprendimos estratégicamente a no hablar del cuerpo y del deseo para que no se vuelvan locos ante el pensamiento de que las mujeres somos dueñas de él y nos centramos en la salud reproductiva, la calidad de vida, las consecuencias de los abortos insalubres».
Alma Delia Murillo: No hay industria que se sostenga sin ese núcleo de consumidores que es la familia. Este sistema hiperconsumista temblaría sin las mujeres reproduciendo el modelo. Que se preparen cuando las estadísticas de la maternidad se derrumben a niveles alarmantes… se va a caer. Pero volviendo al estribillo «mujer escritora»… me pregunto si te importa o no, a mí me pasa muchas veces que me vienen con la pregunta de ser mujer y me siento atrapada… cómo te va a ti con ser parte de la «cuota de género». Estamos en un momento de comercialización y marketing que pide mujeres, lo sabemos. ¿Eso te incomoda, te lo cuestionas o lo dejas pasar y haces lo tuyo? ¿Cómo lo manejas?
Claudia Piñeiro: Es difícil porque tenés plena conciencia de todas las injusticias por las que estás en esto pero a la vez no quiero ir a la mesa de género ni a la mesa de mujeres escritoras, no quiero que se deforme así este movimiento; yo quiero ir a las mismas mesas que van los varones y que abordemos juntos los temas universales. Lo que pasa es que, aunque queremos empujarlo hacia otro lugar de integración, permanentemente vuelve el tema de que relajamos un poco, y vuelven a haber puras mesas masculinas, expertos masculinos, jurados masculinos… y cuando nos incluyen casi parece que lo hacen porque no quieren la molestia de que «van a venir las feministas a reclamar, mejor invitémoslas para que no digan nada». Eso sigue sucediendo. Y se nota que es forzado. Lo que yo creo que estamos todas muy atentas, y que lo hacemos para que en algún momento no tengamos que seguir hablando de cuota de género, pero como ese momento no ha llegado, el de partir del mismo piso de oportunidades, tenemos que seguir insistiendo. Claro que yo quisiera hablar de otros temas que me interesan y no siempre de género pero como está ocurriendo esta lucha, es imposible no hacerme cargo. En mí hay como una antena todo el tiempo levantada hacia ese lado. Y trato de que literariamente mis temas sean otros, porque si no, volvemos a encasillarnos y a mí me parece que la igualdad llegará cuando estemos todas mezcladas con los varones.

Crédito: Alejandra López.
Alma Delia Murillo: Hablando de creación literaria, ¿cómo es tu proceso creativo para lograr equilibrio entre la narrativa sin que esa esencia sea devorada por la postura social ante un tema?
Claudia Piñeiro: Yo soy básicamente una narradora, a mí me gusta narrar una historia, siempre arranco con alguna imagen que me viene de los personajes. Por ejemplo, en Catedrales, vi a una chica entrando a una iglesia, sola, buscando una reparación que no encontraba… yo no pienso en las novelas en función a temas, yo pienso en historias que contar. Me gusta lo que dice David Lodge en su libro La conciencia y la novela; lo que una trata de hacer no es poner distintos temas en los personajes sino crear personajes: quién es Ana en Catedrales, cómo es la familia, cómo es la hermana… y los temas aparecen solos como derivados de la historia, no al revés. No pienso en un tema aleccionador para luego inventarle una historia. Es como cuando soñás, que te aparece una imagen y no sabés bien cómo ni por qué pero si lo piensas un rato el sueño empieza a contarte una historia. Hay que dejar que las imágenes disparadoras aparezcan libremente y se conviertan en personajes que vienen llenos de temas porque están vivos. Cuando ves a esta chica que está en la iglesia, sola, agonizando… te preguntas qué le pasó, por qué está ahí… y ahí aparece la historia. Yo tuve muchos maestros de escritura pero Mauricio Kartún, un reconocido dramaturgo argentino, siempre nos decía «desconfíen de las ideas»… hay que ir a las historias o a las imágenes. Y a la literatura le hace mucho mejor el plano de la narrativa que de las ideas.
Alma Delia Murillo: Para decirlo de otra manera: está primero la narrativa y la historia; y luego aparece una ideología que pertenece a esos personajes.
Claudia Piñeiro: Sí. Y yo creo que eso además te permite que mucha gente lea en distintos planos, hay quienes quieren la historia y nada más, pero algunos quieren ahondar en la ideología, o en los cuestionamientos o en la intriga. Supongamos en Catedrales, hay gente que me dice «a la mitad yo ya sabía lo que iba a pasar», y para mí está bien porque no escribo pensando en trucos, sino en la historia. Pero, luego, siempre aparece una revelación final que se construye pensando en la historia y eso me fascina. Siempre hablo de Carrie de Stephen King. Esa escena final cuando Sue, la amiga culposa, visita la tumba y de pronto aparece la mano de Carrie: es una sorpresa extraordinaria. Y Alfred Hitchcock hablaba de la estrategia narrativa de la bomba debajo de la mesa: si yo no muestro la bomba, no hay tensión para el espectador que está nervioso sabiendo que la bomba puede explotar en cualquier momento. Así que el equilibrio está entre mostrar un poco para elevar la tensión pero no revelarlo todo.
«Hay que contar que somos humanos, que también hay mujeres que son machistas y hombres que lo son menos… necesitamos volver a mirar esa complejidad o no perderla de vista».
Alma Delia Murillo: Me llama la atención y me gusta que en Catedrales metas a una mujer, Carmen, como parte de la violencia más brutal ejercida contra la protagonista, que es su hermana. Esa fue la mano de Carrie para mí.
Claudia Piñeiro: Sí. Es que hay que contar que somos humanos, que también hay mujeres que son machistas y hombres que lo son menos… necesitamos volver a mirar esa complejidad o no perderla de vista; y las motivaciones psicológicas, familiares, el carácter misterioso de la condición humana.
Alma Delia Murillo: Creo que justamente ese es el hilo del que tenemos que tirar, poder hablar todos desde la misma conciencia humana, no nosotras aisladas con nuestros temas de género sólo para nosotras.
Claudia Piñeiro: Sí, ese es el siguiente gran reto, el de la integración. Pero el proceso ha sido y seguirá siendo largo.
Alma Delia Murillo: No me quiero ir sin preguntarte qué se siente haber ganado el Dashiell Hammett, ese premio tan importante y tan masculinizado.
Claudia Piñeiro: (Sonríe con una sonrisa franca, de tierra conquistada). Yo siempre decía en las entrevistas que el premio que quería ganar era el Dashiell Hammett. En treinta y tres años sólo tres mujeres lo hemos ganado. Hace un tiempo vinieron unos periodistas a hacer un documental sobre el género policial y yo era la única mujer a la que entrevistaban. Además, las preguntas eran: ¿qué se siente ser mujer y escribir cosas tan violentas? Y yo decía, ¿las mujeres no podemos imaginar cosas como estas? Era como si me estuvieran diciendo «sos rarita por pensar en esto de serruchar un cuerpo»… y yo digo y por qué en los hombres no es rarito que escriban sobre asesinatos y descuartizamientos. Tendríamos que ser raritos todos o ninguno. Y, bueno, desde ya estoy contenta con el premio porque esta novela es especial ya que no es un crimen y al mismo tiempo es un crimen. Creo que poner esta historia distinta en un festival de esas características es importante, les estamos mostrando que hay otras narrativas y otras miradas para contar. Cuando llegué a Gijón, las libreras de la feria me decían: «ojalá gane tu novela», y yo sentí que había una necesidad de darle valor a ese tipo de historias donde el crimen es un crimen ético pero no jurídico. Y que, sin duda, tiene el género como componente de violencia pero desde un lugar muy distinto a lo que se ha contado antes, por lo menos en la literatura contemporánea.
Alma Delia Murillo: En Catedrales los asesinos son la familia y la sociedad pero a la vez no hay un asesino. Se trata de un asesinato donde todos somos responsables.
Claudia Piñeiro: Me alegra que digas somos responsables, por eso yo conté a los seis narradores para mostrar su punto de vista que les permite asumir o no su cuota de responsabilidad sobre el asunto. Por ejemplo, Alfredo, que es el padre, dice: «Si yo hubiera sabido, si la hubiera acompañado, si yo hubiera abierto mi casa para que se hablara de estos temas y ella pudiera contar lo que le estaba pasando». Y quise hacerlo porque la violencia de género contra las mujeres es un crimen social… en el cual, por supuesto, el perpetrador es una persona pero también hay agravantes sociales, resortes sociales que lo propician. Cuando yo era chica si oías en el departamento de al lado a un hombre golpeando a su mujer, no te metías porque era en el ámbito de lo privado. Y eso ha cambiado, hoy llamás a la policía; no es suficiente, pero vamos modificando complicidades que son sociales y que solamente modificando esas complicidades sociales podremos transformarlo. El sistema ha sido cómplice de cada uno de los feminicidios que han ocurrido.
Alma Delia Murillo: Vi que un medio publicó una foto tuya llamándote Patricia Highsmith…
Claudia Piñeiro: A mí me divierte, me hace gracia que ocurran esas confusiones, esos errores. Pero fijate si no querrá decir que han leído a tan pocas mujeres abordando estos temas que todavía nos confunden a unas con otras. Por eso hay que seguir aquí, contando estas historias.
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