Laura Lippman o el «thriller» como método de agitación social
«He vivido en dos ciudades, Baltimore y Austin, en las que he formado parte de la minoría racial, lo cual creo que es un gran regalo para cualquier escritor americano». Laura Lippman (Atlanta, 1959), uno de los referentes de la novela negra estadounidense de las últimas tres décadas, ejerció de cabeza de cartel en el reciente festival BCNegra, adonde acudió para presentar «La dama del lago» (Salamandra), novela ambientada en el Baltimore de los años 60. Vertebrada en torno al asesinato de una joven afroamericana, en ella convergen el homenaje al viejo periodismo, el retrato de una mujer que desafía las convenciones de su tiempo y la radiografía de las tensiones raciales de la urbe. Hablamos con ella sobre los grandes focos de interés de su obra.
Por Antonio Lozano

Laura Lippman. Crédito: Roser Ninot.
El mundo describió el potencial criminal de Baltimore con la serie televisiva The Wire, que HBO comenzó a emitir en el año 2000, pero para entonces Laura Lippman -que estuvo casada con el creador de aquella producción, David Simon- ya llevaba al menos cinco novelas explorando el tema por medio del ciclo dedicado a la experiodista metida a detective Tess Monaghan. El pasado profesional del personaje bebía de la experiencia de su creadora en los ya extintos periódicos San Antonio Light y The Baltimore Sun, en este último siguiendo las huellas de su progenitor, que fue una de las leyendas de su redacción. Sus dos últimas novelas traducidas, Piel quemada y La dama del lago (de la que Apple TV estrenará una adaptación televisiva este otoño), han permitido a muchos (re)descubrir a una escritora que parte de un gran conocimiento del género negro clásico americano para hacer una lectura fresca y personal, donde se citan el feminismo y el análisis sociológico, los personajes llenos de carisma y la trama con medidos golpes sorpresa. De una simpatía y efusividad que marida con los coloridos vestidos estampados que prioriza a la hora de vestir, Lippman atendió a LENGUA en el hotel barcelonés que sirvió de campamento base del festival.
LENGUA: Su padre fue un prestigioso periodista del The Baltimore Sun, diario para el que usted también acabó trabajando. ¿Sus sueños de infancia consistieron antes en intentar emularle que en convertirse algún día en novelista?
Laura Lippman: De niña no conocía a ningún novelista pero ya sabía que quería escribir. Tenía el ejemplo de mi padre y sus amigos del diario, que solían jugar al póquer en mi casa, a los cuales veía felices y ruidosos por lo que yo imaginaba que esa era la vida feliz de los redactores. Así que en el momento de ingresar en la universidad me decanté por el periodismo aunque para entonces ya tenía claro que lo que de verdad deseaba era ser novelista. Creo que, pese a que más adelante disfruté del oficio de periodista y me sentí orgullosa de haber conseguido abrirme camino en él, no dejé de verme un poco como una impostora al albergar como principal objetivo poder dedicarme a la ficción. Cuando me mudé a San Antonio (Texas) y descubrí que Sandra Cisneros impartía un taller de escritura creativa a un golpe de coche de mi casa, me faltó tiempo para apuntarme. Una serie de encuentros marcados por la serendipia y por golpes de suerte me fueron guiando hacia mi sueño y, una vez conseguí publicar mi primera novela -directamente en bolsillo y pagándome yo el mini tour promocional, ojo-, volqué todos mis esfuerzos en conseguir vivir algún día de mis libros. Sonará cursi, pero cada día doy gracias por haberlo conseguido.
LENGUA: La transición debió llevarle su tiempo.
Laura Lippman: Sí, durante siete años tuve que compaginar el periodismo con la ficción. Madrugaba de cara a ponerme con la novela de turno entre las 6 y las 8 de la mañana, consciente de que al final del día, al regresar de la redacción, estaría demasiado derrengada para hacerlo. Me fijaba completar mil palabras al día, trabajando seis días a la semana. Al comenzar a dedicarme en exclusiva a las novelas, pensé que produciría mucho más, pero lo cierto es que, al cabo de tres o cuatro horas tecleando, acostumbro a sentirme saturada.
Baltimore, 1966...
LENGUA: ¿Qué la llevó a decantarse por el género negro?
Laura Lippman: Para empezar, crecí viendo la serie televisiva Perry Mason con mi abuelo y Ley y orden con mi padre, al tiempo que leyendo a clásicos como Raymond Chandler o James M. Cain. Luego, a principios de los 90, empecé a leer a Sara Paretsky y Sue Grafton, y aunque me da mucha vergüenza admitirlo, mi reacción fue: «¿Cómo? ¿Que una mujer puede ser detective? ¿Quién lo habría dicho?». Conocí a una editora en una fiesta que me ofreció escribir un relato erótico para una antología y, como la tarifa era muy generosa, me decidí a hacerlo. Esa misma mujer me animó más tarde a entregarle una novela y me dijo una cosa que me ha quedado para siempre: que muchas mujeres abrazan la literatura de género por una cuestión de humildad o pudor, centrarse en la novela negra o la novela romántica es como decirle al mundo que una no pretende escribir la Gran Novela Americana. El caso es que el género negro fue para mí una puerta de entrada natural a la novela y el argumento de mi ópera prima surgió de una conversación distendida con mi novio de entonces. Tenía un jefe tan odioso que le dije: «Voy a escribir una historia sobre su asesinato con tantos sospechosos que resultará imposible cazar al culpable».
LENGUA: ¿En qué punto se encontraba el género negro cuando se incorporó a él?
Laura Lippman: Cuando empecé, la novela convencional, fuera del género, había abandonado en buena medida la temática social y dado la espalda al único motor humano más fuerte que el sexo: el dinero. ¿Existe algo más interesante que los detalles que una persona transmite a partir de lo que viste, come, compra…? Y la novela negra recogió el guante y a mí me pareció de lo más excitante contribuir modestamente a ello.
«Cuando empecé, la novela convencional, fuera del género, había abandonado en buena medida la temática social y dado la espalda al único motor humano más fuerte que el sexo: el dinero (…). La novela negra recogió el guante y a mí me pareció de lo más excitante contribuir modestamente a ello».
LENGUA: ¿De inmediato se sintió cómoda en el género negro?
Laura Lippman: Confirmé mis sospechas de que tenía buena mano para los diálogos y la construcción de personajes pero que flaqueaba en términos de trama. Dado que el género negro exige una estructura en tres actos bien trabajada, tuve que aplicarme para ir mejorando y creo que he acabado dominando bastante esta área.
LENGUA: ¿Y qué más fue descubriendo a medida que maduraba como escritora?
Laura Lippman: Que la clave del éxito radica en conseguir involucrar al lector en el destino de los personajes, en establecer una profunda conexión emocional, que se preocupen por su suerte. También que detesto los giros argumentales forzados, me gusta que las sorpresas obedezcan a una gestación orgánica. Y tuve que darles la razón a los que aseguraban que uno no puede leer novela negra mientras está escribiendo novela negra porque se filtrará en su obra o le generará unos celos terribles.

Laura Lippman. Crédito: Roser Ninot.
LENGUA: Es de sobras conocido el potencial de Baltimore a la hora de ambientar en ella historias de crímenes, ¿pero de qué formas le resulta a usted especialmente sugerente para el tipo de novelas que desea escribir?
Laura Lippman: Los motivos que llevan a una a amar Baltimore requieren de algo de explicación. En primer lugar, está el simple hecho de que nací en ella y es lo que conozco, y que de algún modo te pide que hagas un esfuerzo por darle cariño. A esto se añade que es una urbe de enormes contrastes, muy próspera y muy pobre al mismo tiempo, y de una acusada variedad racial. En el siglo XIX era un lugar más glamuroso que Washington D.C. Otro de sus atractivos radica en que acoge una combinación bien extraña de elementos propios de un estado norteño y de uno sureño (en la Guerra de Secesión se vio obligada por cuestiones geográficas a luchar del bando confederado). Baltimore es única porque paradójicamente contiene infinitas versiones de sí misma, de modo que si fuera un tema de jazz permitiría que cada persona tocara una forma personal de interpretarla.
«Siempre escribo sobre temas raciales desde la perspectiva de una mujer de raza blanca y clase privilegiada. No soy quién para meterme en la piel de una mujer negra de pocos recursos económicos, como mucho puedo abordarla desde la posición del observador blanco».
LENGUA: Es de suponer que las tensiones raciales constituyen una suerte de aguas movedizas o placas tectónicas muy sensibles para una escritora blanca.
Laura Lippman: Siempre escribo sobre temas raciales desde la perspectiva de una mujer de raza blanca y clase privilegiada. No soy quién para meterme en la piel de una mujer negra de pocos recursos económicos, como mucho puedo abordarla desde la posición del observador blanco. No pierdo de vista que buena parte de la nostalgia que despierta la ciudad se concentra en episodios relacionados con momentos muy duros para los inmigrantes del este y los afroamericanos. He vivido en dos ciudades -Baltimore y Austin- en las que he formado parte de la minoría racial, lo que pienso que comportaría un gran regalo para cualquier escritor americano.
LENGUA: La dama del lago bebe de dos crímenes reales, ¿en ellos estuvo el germen de la novela?
Laura Lippman: Varias cosas convergieron en mi cabeza. Pese a su proximidad en el tiempo, supe de uno de los dos crímenes, el de la mujer blanca, siendo una niña, pero del segundo, el de la dama del lago, la mujer negra, no tuve noticia hasta la treintena. Sólo esto -el que uno saliera en los periódicos y el otro no- te revela mucho acerca de Baltimore. Por otro lado, 1966 fue un año muy interesante, con unas elecciones municipales controvertidas (el candidato conservador era marcadamente racista) y la aprobación de que los negros pudieran ejercer de investigadores en el cuerpo de policía. Además, quería explorar la figura de una mujer con mucha determinación, ambiciosa en el plano profesional, reacia a la idea de que ser esposa y madre es la máxima forma de autorrealización. Así nació Maddie, decidida a ser periodista y sabuesa, para cuyo retrato me puse en contacto con varios ex colegas periodistas de mi padre que ejercieron por aquellos tiempos, lo cual fue maravilloso. Eso sí, tuve que combatir la tentación de romantizar el oficio y no olvidar que ser mujer en los 60 suponía cargar con muchas cruces.

Laura Lippman. Crédito: Roser Ninot.
LENGUA: Aunque algunas cosas han cambiado, La dama del lago aborda temas como el racismo, el clasismo y la misoginia que siguen muy arraigados en la sociedad americana. Hablamos de una novela de los 60 pero que con algunos ajustes podría pasar por una novela actual.
Laura Lippman: Incluso hoy, en los Estados Unidos de 2023, la desaparición de una mujer afroamericana no merecería ni remotamente la misma atención que la de una mujer blanca. Lo único que ha cambiado es la percepción de la violencia policial contra la población afroamericana, sus brutales métodos represivos sí están en boca de todos. Y en cuanto al clasismo y a la misoginia, ¿qué decir? Poco hemos evolucionado…
LENGUA: Piel quemada contenía referencias a la obra de James M. Cain y La dama del lago a la de Raymond Chandler, desde su mismo título. ¿Debemos interpretarlos como pequeños homenajes, deudas de gratitud, guiños a los fans del género…?
Laura Lippman: A partir de 2016, con la publicación de mi novela Wilde Lake, empecé a querer que mis libros estuvieran en diálogo con obras que me hubieran marcado como lectora. De este modo, La dama del lago tiene importantes conexiones con Marjerie Morningstar, donde en 1955 Herman Wouk retrató a una mujer que se rebelaba contra las convenciones religiosas y sociales de su familia judía con el objetivo de convertirse en actriz, y efectivamente también con la obra en general de Raymond Chandler. Mientras escribía Piel quemada, tenía dos libros rondándome por la cabeza: El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain (aunque mi novela favorita de él es Mildred Pierce, una no criminal); y Ladder Years, de Anne Tyler (en la que una mujer abandona a su familia durante una escapada a la playa). Al final es una forma de volver la vista atrás a novelas que te impactaron e intentar averiguar los motivos (qué tipo de persona eras entonces) y si la perspectiva del tiempo ha cambiado el modo en que las enjuicias (qué tipo de persona eres ahora). Asimismo, buscar este diálogo con obras diversas me allana el camino de cara a no repetirme nunca, pues necesito retarme a mí misma con cada nueva novela. Después del éxito de La dama del lago, mis editores me presionaron para escribir otra novela negra histórica y sólo sirvió para que diera un volantazo todavía más enérgico.

Laura Lippman. Crédito: Roser Ninot.
LENGUA: Ha impartido talleres de escritura creativa en el Goucher College de la localidad de Towson, en Maryland. ¿Cómo se definiría como profesora? ¿Cuáles cree que son sus mayores responsabilidades y prioridades como tal?
Laura Lippman: Actualmente doy clases en un taller literario que creó Dennis Lehane y en otro que se organiza cada año en la Toscana. Diría que soy una profesora muy entusiasta, que procura insuflar confianza y que cree que dentro del aula todos somos iguales (se le dedicará la misma atención al talento natural como al que sufre). Confío en motivar a mis alumnos partiendo de unas líneas muy tradicionales: preguntarse qué funciona y qué no en un texto, ahondar en lo que impulsa a escribir eso en particular y si tiene sentido…. Después, como experiodista que soy, ahondo en el qué, el quién, el cómo y el cuándo. Unas fórmulas tan sencillas sirven unos resultados excelentes. Mi misión es ayudarles a encontrar la novela que desean escribir. No todo el mundo debería publicar una novela, pero sí al menos intentar escribirla. Es un trabajo de largo alcance, una suerte de maratón, y la recompensa de alcanzar la meta está a la altura del esfuerzo invertido. No me cabe ninguna duda que ser profesora me ha hecho muchísimo mejor novelista.
«En los Estados Unidos de 2023, la desaparición de una mujer afroamericana no merecería ni remotamente la misma atención que la de una mujer blanca. Lo único que ha cambiado es la percepción de la violencia policial contra la población afroamericana, sus brutales métodos represivos sí están en boca de todos».
LENGUA: Cuenta con un preparador físico personal desde hace muchos años y ha señalado que el ejercicio físico y la escritura tienen varios paralelismos.
Laura Lippman: ¡Un montón! Para empezar, debes ponerte a la labor tanto si la desmotivación te devora como si te sientes exultante. Y habrá días en que la energía te acompañará y los resultados serán satisfactorios y otros en los que te arrastrarás y los frutos serán escasos. Sin embargo, lo importante es que habrás estado ahí porque el esfuerzo es lo que cuenta, en él radica el sentido de todo. Yo camino cinco millas al día y entreno cinco días a la semana. No me canso de recordarles a mis alumnos que la mayoría de soluciones a los problemas que nos plantean los libros nos llegan cuando no estamos pensando en ellos y el ejercicio físico es un método fantástico de desbloqueo.

Laura Lippman. Crédito: Roser Ninot.
LENGUA: Ha declarado ser una fan incondicional de Donald Westlake.
Laura Lippman: He aprendido mucho de sus novelas pero es que además me dio el mejor consejo literario, resumible en que si escarbaba lo suficiente en mi imaginación acabaría llegando al lugar que quiero. Por eso no me obsesiono con la documentación, de hecho, la suelo hacer al final del proyecto, cuando ya tengo muy claro qué es lo que necesito saber.
LENGUA: Utiliza Twitter de una forma muy lúdica, colgando fotos diarias de Baltimore, haciéndose selfies con atuendos llamativos y retando a sus alumnos a que escriban algo a partir de imágenes.
Laura Lippman: Respecto a las redes sociales, sigo la regla de que uno debe hacer solo aquello con lo que se sienta cómodo. Me fui de Facebook porque tomó una deriva aburrida y tóxica, no estoy en Instagram porque no es un lenguaje que me atraiga y Tik Tok me parece un horror. Si me he decantado por Twitter es porque me divierte mucho y me permite estar conectada de una forma simpática con gente a la que aprecio.