Paula Vázquez por Laura Fernández: la librera, la escritora... y la madre
«El vínculo más fiel en toda mi vida es la literatura. Yo he dejado un montón de cosas. Estudié cine y lo dejé. Lo mismo me pasó con los idiomas. Y soy abogada, y también estoy lejos del Derecho ahora mismo. Pero la literatura ha estado siempre ahí. Era el hilito que me sostenía. Y se convirtió en un nuevo cordón umbilical». La librera y escritora argentina Paula Vázquez encierra el cambio de rumbo de su vida tras la muerte de su madre en «La librería y la diosa» (Lumen), un «memoir» en el que reflexiona sobre su propia maternidad (y la narra, desde el deseo inicial), y sobre su relación con lo leído y lo escrito y relata la fundación de la librería Lata Peinada. Laura Fernández, autora de «La señora Potter no es exactamente Santa Claus» o «Damas, caballeros y planetas» (Random House), habla con ella en exclusiva para LENGUA.
Por Laura Fernández

Paula Vázquez. Crédito: Catalina Bartolomé.
Creció, dice, en una casa sin libros y su sensación es la de que trata de llenar, con cada cosa que hace, el vacío de aquellas estanterías inexistentes. Paula Vázquez (Provincia de Buenos Aires, 39 años), librera y escritora, voraz lectora con predilección por los libros delgados, delgadísimos —libros tan brutalmente honestos como La analfabeta, de Agota Kristof—, perdió a su madre cuando tenía 34 años y ese otro vacío, súbito e insoportable, le cambió la vida. «Hasta entonces había dejado de lado un poco la literatura, cuando era lo único que me había sostenido. He hecho un montón de cosas en mi vida, y todas las he ido dejando. Pero los libros siempre han estado ahí. Y entonces volví a ellos», dice. Cuenta cómo fue el proceso, y de qué forma su vida reordenó a partir de entonces, en La librería y la diosa (Lumen), un memoir que es a la vez un montón de cosas: el inventario de un momento hecho de infinidad de momentos, un autoanálisis existencial, una aproximación a otro tipo de maternidad, una maternidad propia y alejada del ruido del pasado, y una pequeña biografía lectora. No es el primer libro de Vázquez —su primer libro de cuentos, La suerte de las mujeres, fue Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2016, y a éste le siguió una novela, Las estrellas—, pero sí es el primero, se diría, de una nueva era. Porque en él se detalla el proceso de transformación que siguió a la muerte de su madre: la apertura de Lata Peinada, la librería-comunidad dedicada a la literatura latinoamericana —con dos sedes, Barcelona y Madrid—, su decisión de ser madre, tanto tiempo postergada, en realidad, rehuida, y su deseo de abrirse camino como escritora o, al menos, dejarse llevar por la literatura a donde fuera que ésta quisiera llevarla.
Laura Fernández: ¿Dirías, de alguna forma, que este libro, La librería y la diosa, pone fin al duelo? ¿Dirías que cierra una etapa, que la inventaría para que de ella quede constancia?
Paula Vázquez: No. No siento que La librería y la diosa tenga que ver con la pérdida. Al menos, no con la pérdida de mi madre. Sí con otras pérdidas [se narra, en el libro, de qué forma el proceso de concepción de su hijo se complicó, y hubo más de un aborto espontáneo, un pequeño abismo distinto cada vez], pero no con ese duelo. Creo que Las estrellas, sin embargo, sí fue una novela de duelo. La escribí en pleno proceso de duelo, al menos. Aquí lo que se narra es la transformación que siguió a ese proceso. Hay cosas plasmadas que tuvieron su inicio entonces, como la librería o la posibilidad de mi propia maternidad. Digamos que se produjo un cambio muy profundo. Fue, literalmente, una tumba que se abre en la tierra y se cierra para alojar y sepultar el cuerpo del que yo vengo. Nada de lo que estaba por venir entonces podía tener que ver con lo anterior. No puede existir una continuidad después de eso. Dio comienzo una etapa completamente nueva en la que todo era medio fragmentario, en la que existía un también medio alterado estado de conciencia, y por ahí hubo de repente espacio para cosas que había mantenido en el margen hasta entonces, entre ellas, la escritura.
Laura Fernández: Hablas de un taller de poesía de Fabián Casas como casi elemento que dio pie al big bang de todo eso. Allí coincides con Ezequiel, el amigo que se convierte en el socio con el que montas Lata Peinada, la librería —en Barcelona, por la relación que ambos teníais con la ciudad, y la que han mantenido históricamente los escritores latinoamericanos—, y allí te reencuentras con tu condición de escritora.
Paula Vázquez: Sí. El vínculo más fiel en toda mi vida es la literatura. Yo he dejado un montón de cosas. Estudié cine y lo dejé. Lo mismo me pasó con los idiomas. Y soy abogada, y también estoy lejos del Derecho ahora mismo. Pero la literatura ha estado siempre ahí. Era el hilito que me sostenía. Y se convirtió en un nuevo cordón umbilical. Yo llevaba desde chiquita participando en talleres literarios. Fui a los 14 o a los 15 años al primero de todos. Es algo habitual en Buenos Aires, donde levantas una piedra y encuentras un taller literario. Lo dejé como a los 20 años, y en este momento, después de la muerte de mi madre, regresé. Y lo que hace Fabián en su taller no es lo que se acostumbra a hacer en un taller. No hay un orden. Él sólo camina y lee poemas, y los comentamos, y leemos todos, pero no hay una urgencia productiva.
Crear y reinventar la vida
Laura Fernández: Dices en un momento dado que Fabián Casas asegura que un taller de poesía no debe servir tanto para escribir poemas como para emanciparse, y me parece que fue lo que ocurrió un poco en tu caso esta vez.
Paula Vázquez: Sí, totalmente. Fue allí donde descubrí a Ricardo Zelarayán, el autor, semicontemporáneo de Borges, al que nadie había hecho demasiado caso, porque perdía sus manuscritos, los dejaba en casa y le echaban de las casas, se mudó miles de veces. De hecho, Lata peinada, su libro más famoso, está hecho de fragmentos que recuperaron sus amigos. Es una novela sin ningún tipo de linealidad, un ejercicio de lenguaje, un libro espectacular y absolutamente experimental. No dudamos, cuando un día se nos ocurrió que podíamos montar una librería, que llevaría el nombre de esa novela. No se llamaría Macondo ni Rayuela ni El Aleph, se llamaría Lata Peinada. Porque queríamos dar cabida a aquello que queda al margen. Es importantísimo para nosotros.

Paula Vázquez. Crédito: Catalina Bartolomé.
Laura Fernández: Se habla, en el libro, de la apertura de la librería, y parece lo más natural del mundo, como si no pudierais no hacerlo. ¿Fue algo orgánico, inevitable?
Paula Vázquez: Ezequiel y yo teníamos ganas de hacer algo juntos, y los dos habíamos vivido en Barcelona, ciudad con un obvio vínculo con la literatura latinoamericana. Queríamos enfocarnos en las editoriales independientes porque sentimos que es gracias a ellas que se ha revitalizado la literatura latinoamericana en los últimos 20 y 30 años. La dificultad de pasar de la idea a la realidad, sin embargo, era mucha. No teníamos ni idea del mercado español, ni experiencia en la gestión con libros, e inventamos un sistema de distribución propio, porque la parte más importante del catálogo la importamos, y contactamos editorial por editorial, a veces a través de pequeñas distribuidoras, pero todos los libros que hay en la librería están comprados, no hay posibilidad de devolución. La apuesta es grande. Y no se limita a los libros, queremos crear un espacio de comunidad.
Laura Fernández: Por eso la creación del Festival de Literatura Latinoamericana.
Paula Vázquez: Sí. Creemos que la literatura y la lectura son una actividad colectiva. La escritura es también una polifonía. Siempre escribimos con las voces de los otros. Las librerías son el lugar donde esa polifonía puede palparse, se ve con más claridad. A veces pienso en las librerías como en el museo de Una noche en el museo, e imagino a los libros llenos de vida y a los escritores que los escribieron hablando entre sí, a través de ellos. Desde el principio concebimos el espacio como un espacio de comunidad, creamos actividades, talleres, lecturas, y el festival, que sostuvimos nosotros, a pulmón, desde el principio. Y ya ha alcanzado la quinta edición.
«El vínculo más fiel en toda mi vida es la literatura. Yo he dejado un montón de cosas. Estudié cine y lo dejé. Lo mismo me pasó con los idiomas. Y soy abogada, y también estoy lejos del Derecho ahora mismo. Pero la literatura ha estado siempre ahí».
Laura Fernández: Volvamos a La librería y la diosa, y a la idea que lo recorre. La de la maternidad. Y la de la mujer. La de ser una mujer mejor. La sensación, leyendo el libro, es que creciste al lado de una mujer a la que la maternidad limitó y no querías para nada que eso te ocurriera, y durante demasiado tiempo ni siquiera quisiste pensar en ella.
Paula Vázquez: Mi madre sintió rabia y enojo toda su vida por todo aquello que no había podido hacer. Se casó joven, tuvo tres hijos, dejó su carrera a un lado. Yo no quería eso. La recuerdo, como cuento en el libro, mordiéndose la ropa, y un pasador, un pasador que siempre llevaba encima, para aplacar la rabia que sentía hacia su propia vida. La primera parte de mi vida pasó por construirme como mujer desde otro lado, lo contrario a ella, ese fue mi motor, y era un motor muy intenso.
Laura Fernández: ¿Qué pasó para que cambiara tu manera de pensar al respecto?
Paula Vázquez: Pasó que me di cuenta de que ni siquiera le había dado una oportunidad a la sola posibilidad de ser madre. Y de repente lo deseaba. ¿Y estaba mal desearlo? ¿Cómo podía ser feminista y querer ser madre? Los feminismos han hecho muchísimo, nos han dado la posibilidad de no ser madre, pero ¿qué pasa si quieres serlo? En Argentina recién se discute la agenda de cuidados. Faltan herramientas desde el feminismo para ese otro costado. El de la libertad integral. Que puedas decidir serlo sin que suponga la reproducción del mandato patriarcal. Los feminismos deberían ponerse a trabajar en eso. Que la maternidad no se vuelva un privilegio para quienes tienen dinero para comprar cuidados y seguir con tu vida, tener una carrera.

Paula Vázquez. Crédito: Catalina Bartolomé.
Su hijo Valentín, protagonista en parte de La librería y la diosa, protagonista en tanto motor, y deseo de la parte de su vida que en él se relata, tiene un año y cinco meses. Y está francamente revoltoso, dice. Entre los recuerdos que se cuelan en el libro —en el que, por cierto, la diosa, es la diosa de Laussel, hecha por ella misma en un taller de cerámica: «La cerámica es la metáfora perfecta para la maternidad, no me di cuenta mientras asistía al taller, pero luego todo encajó, el trabajo con el cuerpo, la creación de algo que debe hornearse, y que puede perderse o romperse en ese horno»—, al menos dos son adolescentes, de una época en la que todo estaba por construir. Hay uno en el que una Paula de 15 años baja al centro de Buenos Aires desde su casa en los suburbios —50 minutos de autobús— para pasar «largas horas sentada en alguna cafetería, acompañada de un libro». A continuación, aparece con 16, aprendiendo a fumar en las escalinatas de la Biblioteca Nacional, sola, «eligiendo libros del catálogo casi al azar, la espalda contra los ventanales de ese enorme edificio-elefante».
Laura Fernández: ¿Cómo de difícil es conjugar toda esa pasión, por completo libre, con un presente en el que incluso tiene un pie en política [Vázquez es directora de Asuntos Culturales de la Cancillería argentina]?
Paula Vázquez: Milito en política desde los 19, pero siempre he tenido con ella una relación de entrada y salida. Por cuestión de libertad. No quiero que mi economía dependa de la política, porque no estaré actuando libremente. Mi estudio jurídico era mi medio de subsistencia, y con el tiempo fui cada vez metiéndome un poco más en política, pero siempre todo relacionado con el Derecho. Por ejemplo, fui concejala legisladora de mi pueblo, Pilar. Luego quise cambiar y dedicarme también a la cultura, y empecé a presentar proyectos de gestión cultural, y así se dio que un compañero subió como canciller y me ofreció el puesto que tengo ahora que me permite hacer cosas divertidísimas, porque mi misión es la de difundir la cultura argentina fuera, y voy a la Bienal de Venecia y al Festival de Cannes, y a la Feria del Libro de Frankfurt. Hay muchísimo trabajo, y pocos recursos, pero me gusta.
«¿Cómo podía ser feminista y querer ser madre? Los feminismos han hecho muchísimo, nos han dado la posibilidad de no ser madre, pero ¿qué pasa si quieres serlo? En Argentina recién se discute la agenda de cuidados. Faltan herramientas desde el feminismo para ese otro costado. El de la libertad integral».
Laura Fernández: Has escrito un libro de cuentos, una novela y ahora un memoir, ¿qué concepción tienes de ti misma como escritora? ¿Tienes ya algo en mente? ¿Empiezas a ser consciente de estar construyendo una obra?
Paula Vázquez: No sé si comparto la idea de una carrera de escritora, estoy muy acostumbrada a trabajar desde chiquita, y para mí el trabajo va por un nivel y la escritura por otro, no le aplico la relación que tengo con el trabajo. Y no sé si un escritor es un trabajador, o debería serlo. Tengo muchas preguntas alrededor de eso. En Argentina hay asociaciones gestándose, reclamos al estado de tener derechos, una jubilación, un Instituto del Libro. Creo que es más libre escribir de otro modo. Y tengo en mente una trilogía, que la pienso como Trilogía del Desierto. Desierto en el sentido en que lo consideramos en Argentina, el campo, la pampa. Hay una tradición enorme en la literatura argentina al respecto. Incluso la primera novela de Hernán Díaz, A lo lejos, es una novela del desierto argentina, literatura gauchesca, a lo Martín Fierro. De fondo estaría el tema del incesto, y tres momentos: el siglo XIX, el XX y el XXI, en plan distópico. Hasta ahora siempre había trabajado con material biográfico. Aquí lo único biográfico será el escenario, el campo, simbólico, y los vínculos sociales. Y tendrá en el centro a escritoras fundamentales para mí, que han escrito literatura gauchesca, como Sara Gallardo.
No sabe cuándo llegará, pero sabe que cuando se ponga a escribir no le llevará mucho tiempo. Es lo que siempre le pasa. Porque, dice, «escribo todo el tiempo, en realidad, pero en mi cabeza». «La historia se va armando, y por eso cuando me siento a escribir, lo tengo enseguida. Da la sensación de que escribo rápido, pero hay un proceso previo, de cosas que escribo en los márgenes, y que voy acumulando», dice. Así que no tiene más que encontrar el momento. «Si ocurre la tragedia de que gane la derecha —se refiere a las elecciones del domingo 22 de octubre de 2023—, desaparece la Argentina, y entonces tendré más tiempo para escribir», añade, irónica y terriblemente.
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