Sylvia Plath en siete cartas de amor (a su madre)
El 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath, una de las principales cultivadoras del género de la poesía confesional, se suicidó abriendo la llave del gas. Tenía 30 años y dejaba dos hijos. Las enfermedades, las preocupaciones y una gran sobrecarga de trabajo habían mermado sus fuerzas físicas y, aunque durante largo tiempo había conseguido estar valerosamente a la altura de las experiencias vividas, un día más sombrío que de costumbre la indujo a pensar por un momento que le era imposible seguir persistiendo. La vida de Sylvia tuvo sombras, sí; pero también tuvo luces. Y las cartas que Sylvia Plath dirigió a su madre nos ofrecen ahora la posibilidad de conocer todas las caras de una escritora que ya es un mito de la literatura contemporánea. «Cartas a mi madre» (Random House, 2023) ofrece un retrato íntimo de la autora, desde el ingreso en la universidad, en 1950, hasta unos días antes de su muerte. Y lo hace a través de las palabras que la propia Sylvia le dedicaba a su círculo más cercano. La euforia juvenil, su luna de miel, sus proyectos y ambiciones, su relación con Ted Hughes, su experiencia de la maternidad, sus momentos de angustia...: cada etapa en la vida de Sylvia está documentada en este libro, una conmovedora autobiografía epistolar de la cual extraemos siete misivas en exclusiva, apenas una muestra de un relato colosal que recoge los pasos vacilantes y hermosos de una mujer que desfiló por la vida y por el arte con pie de equilibrista.
Por Sylvia Plath
Sylvia Plath. Crédito: Getty Images.
[Primera carta desde Smith College]
Smith College
Northampton, Massachusetts
27 de septiembre de 1950
Queridísima mamá:
Cuando solo faltan cinco minutos para la medianoche, he decidido dedicarlos a escribir mi primera carta a mi persona favorita. Si la letra me sale torcida, solo se debe a que esta noche he bebido demasiada sidra.
Aunque todavía no tengo demasiadas galas en mi cuarto, lo siento bastante como un hogar. Los objetos materiales a veces pueden llegar a resultar terriblemente acogedores. Aunque solo estoy aquí desde las tres, parecen haber ocurrido una enorme cantidad de cosas. Me gusta mucho poder establecer reposadamente un primer contacto con mi habitación y con las chicas.
Me parece haber entrado por error en un apartamento neoyorquino […] la madera de arce de mi escritorio parece de terciopelo. Me encanta mi habitación y voy a pasarlo de maravilla decorándola.
He estado tumbada durante media hora escuchando el reloj. Creo que me gustará; su tictac es tan rítmico y seguro que parece el latido de un corazón, así que se quedará encima del escritorio.
[…] Tras la pequeña reunión con las chicas, durante la cual una alumna nueva de Kansas, deliciosamente extrovertida, nos hizo reír hasta las lágrimas, las tres novatas nos quedamos charlando. Después las dejé en su habitación del primer piso, estuve charlando un rato con Ann [Davidow] en el segundo y por fin llegué a mi cuarto a las 11.30. Las chicas representan un mundo nuevo para mí. Creo que será fascinante llegar a conocerlas. Cielos, pensar que viviré en una misma casa con otras cuarenta y ocho chicas de mi edad, ¡qué vida! En mi clase (no te desmayes) somos seiscientas. La señora Shakespeare [la directora de la residencia] es muy cariñosa. En realidad, me gusta todo. […]
Besos,
Sivvy («Sivvy» era el apelativo familiar de Sylvia).
25 de abril de 1955
Querida madre:
Me ha gustado recibir hoy tu carta; estoy muy atenta a la correspondencia y me alegra de verdad. […] He dedicado los días de ayer y hoy a responder varias cartas y a acabar de pasar a máquina los poemas manuscritos para el señor Fisher: el libro, titulado «Circus in Three Rings» (que le zurzan al Atlantic), consta de unos sesenta poemas y representa una buena cantidad de trabajo para un solo semestre. He incluido todos mis poemas, algunos malos, algunos buenos, algunos que todavía requieren revisión, y lo he dedicado a «Mi Maestro preferido, Alfred Young Fisher». También he hecho una copia para mí, para poder trabajarlo este verano. Quiero escribir al menos diez nuevos poemas buenos para sustituir a los de inferior calidad o más insustanciales. Presentar treinta de ellos a un concurso de Borestone Mountain este mes de julio y luego a la colección de Yale el año próximo. Claro que en realidad no creo que tenga ninguna posibilidad pues la mayoría se encuentran en esa zona indefinida entre el arte experimental de la poesía para pequeñas revistas y el ingenio sofisticado de The New Yorker, en ambos casos demasiado de lo uno para lo otro. Pero lo intentaré.
No hace falta que te diga que las cuatro próximas semanas serán cruciales y debería recibir mucha información concreta: Fulbright, Atlantic, Vogue, Mademoiselle, los Christopher y varios premios de Smith que se anunciarán en la asamblea del 18 de mayo. Ahora me limitaré a leer sin parar y revisar cuatro años de apuntes y libros para plantearme las preguntas pertinentes. Ahora me siento mucho mejor con respecto al alemán [abandonó ese curso]; estoy en mi momento de reflujo de energía y sé que en estas circunstancias debo reducir mis exigencias al mínimo. Me parece más razonable que empeñarme en hacer malabarismos con demasiadas bolas a la vez. Espero con ilusión poder pasar un verano de descanso, trabajo creativo a ritmo lento y momentos relajantes al aire libre.
No te preocupes en absoluto por mí. Ya ves que soy capaz de asumir mis limitaciones, aunque sería mucho más agradable no tener ninguna. Necesito al menos diez horas de sueño nocturno [una característica familiar], el mínimo de presión (la mayor parte del tiempo) y un estilo de vida en el que tengan cabida ciclos de energía (escribí mi tesis en dos meses, con grandes arranques de energía, y la acabé mucho antes que nadie) y los correspondientes lapsos de relajamiento total. La enseñanza o el matrimonio combinados con la escritura como autora freelance serían ideales para lograrlo, creo. De cualquier modo, no te preocupes por mí estas próximas semanas y deséame suerte.
Espero que celebres tu aniversario en mucho mejor estado de salud y dales mis cariños a todos.
Sivvy
Entre la vida y el arte
[Postal]
Niza, Francia
7 de enero de 1956
Querida madre:
Ayer fue seguramente el día más bello de mi vida. Salí en motocicleta por la famosa y ancha Promenade des Anglais de Niza, con sus cafés al aire libre, magníficas fachadas barrocas, hileras de palmeras y músicos ambulantes, y me dirigí hacia el interior, rumbo a Vence, donde quería ver la preciosa catedral moderna de Matisse, que aparece reproducida en mi revista de arte y que admiro a través de fotografías desde hace años.
¿Cómo describirte la belleza del campo? Todo es tan reducido, asequible, exquisito y fértil. Cultivos en terraza sobre inclinadas laderas de fecunda tierra rojiza, naranjos y limoneros, plantaciones de olivos, minúsculas casitas rosadas y color melocotón. Así hasta Vence: pequeño, en la cima de una colina calentada por el sol, sin comercios, con un ritmo lento, tranquilo. Fui andando hasta la catedral de Matisse: pequeña, de líneas puras y precisas. Blanca, con sus tejas azules brillando al sol. ¡Pero estaba cerrada! Solo permanece abierta al público dos días a la semana. Un amable y locuaz campesino me contó anécdotas sobre personas adineradas que a diario llegan hasta allí en grandes coches procedentes de Italia, Alemania, Suecia, etcétera, y no se les permite la entrada, ni siquiera a cambio de grandes sumas de dinero. Me quedé desolada y fui paseando hasta la tapia trasera del convento amurallado, desde donde alcancé a divisar una esquina de la capilla y la dibujé, sintiéndome como Alicia al otro lado del muro del jardín, mientras contemplaba las palomas blancas y los naranjos. Luego volví a la puerta principal y asomé la cara entre los barrotes de hierro. Y me eché a llorar. Sabía que el interior era tan precioso, inmaculadamente blanco con el sol que penetraba a través de los vitrales azules, amarillos y verdes.
En eso escuché una voz: «Ne pleurez plus, entrez», y la madre superiora me abrió la puerta, después de negar el acceso a todos los ricos con sus coches.
Me limité a arrodillarme en el centro del sol y de los colores del cielo, el mar y el sol, en el corazón blanco y puro de la capilla. «Vous êtes si gentille», balbuceé. La monja me sonrió. «C’est la miséricorde de Dieu». Lo fue.
Besos,
Sylvia
Fotografía de Sylvia Plath en la playa. Crédito: Cortesía de la biblioteca Lilly (Universidad de Indiana).
Madrid, España
7 de julio de 1956
¡Queridísima madre!
Si pudieras verme aquí, vestida con pantalones cortos y camiseta, a una altura de siete pisos, en la moderna ciudad de Madrid, llena de bocinazos, sentada en nuestro gran balcón privado, con alegres baldosas azules y amarillas en el suelo y en las repisas de la pared, macetas de geranios y de hiedra, y enfrente altas torres de estilo barroco contra un cielo azul aún lleno de sol, cuando ya son casi las ocho de la tarde […].
Es tan maravilloso que dondequiera que vayamos la gente parezca apreciarnos. Estamos fantásticamente bien compenetrados; ambos necesitamos la misma cantidad de tiempo para dormir, comer y escribir; los dos somos introvertidos, y poco sociables, ya que no nos gustan las fiestas de etiqueta y nos sentimos mejor con la gente trabajadora, sencilla y sin pretensiones, que nos acepta de inmediato.
[…] Lo cierto es que nunca, en ningún otro país, me he sentido tan en casa como en España. Para empezar, los colores que vimos por la ventanilla del tren durante todo el viaje eran mucho más intensos de lo que creía posible […] campos de amarillo encendido y otros de un verde muy claro bajo un cielo azul blanquecino, pinos verde oscuro, casas de adobe blancas con tejas anaranjadas, y todo, ¡bendito sea!, dedicado a la agricultura o a la cría de ovejas y de toros.
Lo mejor de todo es que siento la cabeza tan despejada que me parece increíble, ¡nunca había pensado que llevaba tanto peso en los senos frontales! Por primera vez en la vida tengo la cabeza totalmente despejada y me siento vigorosa y llena de energía a mi manera […]. Me encanta pensar que volveremos a pasar cinco semanas seguidas aquí dos veces al año. Pienso aprender el español a pelo durante el verano y estudiarlo por mi cuenta en Cambridge. Es tanto más rápido aprenderlo aquí, en el centro de España, donde todos están dispuestos a enseñarnos palabras nuevas y su pronunciación. […]
España es la gloria […]. Ted y yo juntos […] somos capaces de todo. Nos divertimos tanto […].
Los dos te enviamos nuestro afecto, esperando que tu viaje sea tan bonito como parecía indicar tu primera postal […].
Muchos, muchos besos de tu hija
Sivvy
P. S.: ¡Qué familia más estupenda formamos ahora! Todos, extendiéndonos por nuevos horizontes, ¡y tú aquí, con nosotros!
20 de enero de 1958
Queridísima madre:
[…] A Ted todavía no le han comunicado si dará clases a media jornada o con plena dedicación. Esperamos que sea esto último. Sus clases empiezan dentro de diez días o sea que supongo que pronto saldremos de dudas. Uno de los libros incluidos en su programa es Crimen y castigo y yo acabo de dar dos semanas de clases sobre él, así que podrá aprovechar mis notas. Muy conveniente […].
El sábado por la noche fuimos en coche hasta la Universidad de Massachusetts para conocer a algunos profesores. Son gente muy distinta. Un poco patéticos, nostálgicos o simplemente pedantes y estrafalarios. Por lo menos, Ted se sintió aliviado y ya no le preocupa la perspectiva de dar clases allí, pues esas personas distan mucho de ser genios […]. De todos modos, el programa incluye una lista de libros francamente buenos y la recomendación le será muy útil para encontrar trabajo como profesor en Europa. […]
¡Ya he dejado atrás la mitad del curso! Y toda mi actitud con respecto a la enseñanza ha cambiado. El mero hecho de saber que voy a dejarlo en junio me ha liberado y ahora puedo disfrutar con ello y tengo una actitud más despreocupada, que evidentemente se está contagiando en un sentido favorable. Mi clase de las tres, sobre todo, es ahora más agradable y siento que soy objeto de simpatía general, con la excepción de una minoría hastiada u obcecada, naturalmente. Si consigo preparar las clases con más antelación, me sentiré más relajada. Pero ansío tanto ponerme a escribir. Zambullirme de cabeza en el sufrimiento de comenzar de nuevo y superar el bache para adentrarme en algo enriquecedor, mi antigua vida hecha de poemas y relatos y artículos, y así poder volver a esperar el correo con algún motivo para estar expectante.
Es posible que Ted y yo nos acerquemos a buscar una casa o un apartamento en Beacon Hill el lunes 31 de marzo o el martes 1 de abril. Podríamos mudarnos el primero de junio, creo, o el primero de julio en caso necesario […]. Queremos conocer Boston como la palma de nuestra mano antes de dar por acabada esta etapa.
[…] Escríbeme.
Muchos besos,
Sivvy
Primrose Hill, Londres. Placa que indica y conmemora uno de los lugares donde vivió Sylvia Plath. Crédito: Getty Images.
30 de junio de 1960
Querida madre:
[…] Hoy ha ocurrido una cosa curiosa que me ha entusiasmado y deprimido a la vez. Estaba paseando con la niña por el barrio después de que le pusieran la inyección; hacía viento y el ambiente era demasiado frío para ir muy lejos y ensimismada dejé que los pies se adentrasen por una calle que nunca había recorrido antes. Una manzana más abajo llegué a otra calle por donde no paso prácticamente nunca y allí vi una casa que estaban pintando y empapelando con un cartel que decía en VENTA. PROPIEDAD VITALICIA. Las «propiedades vitalicias» (que pasan a ser tuyas una vez cerrada la venta) escasean en Londres; la mayoría tienen suscritos contratos de cesión de uso, con vencimiento a noventa y nueve años, con una agencia que sigue siendo la propietaria […]. En nuestra zona, que en realidad está bastante deteriorada, hay buenas oportunidades de conseguir una casa por un precio inferior al que tendrá dentro de pocos años, pues apenas están empezando a mejorar el barrio.
Me entusiasmó tanto descubrir esa casa, en el número 41 de Fitzroy Road, la calle donde vivió Yeats y al final de la cual se divisa el verdor de Primrose Hill, que regresé corriendo a casa empujando el cochecito y llamé a Ted que estaba en su estudio. Enseguida fue a echarle un vistazo. Llevo tiempo pensando en ello y esa casa tenía exactamente el número adecuado de habitaciones, construida siguiendo la pauta habitual aquí, al final de una hilera de casas apareadas (una posición muy buena, con un lateral muy tranquilo), y en vez de lindar por detrás con otra hilera da a un bonito callejón de antiguas caballerizas, de solo un piso de altura, de manera que dejan entrar la luz.
[…] Bueno, naturalmente ya veía un estudio para Ted en la buhardilla, otro para mí, un dormitorio para los dos, un cuarto para la niña y otro para invitados (tú) y para el próximo bebé (los próximos bebés). Además del acogedor jardín donde podríamos tender la ropa e instalar una zona de juegos (es un jardín amurallado). Una casa como esa, justo detrás del distinguido Regent’s Park pero dentro de una zona todavía no rehabilitada, en una esquina, con una vista tan espléndida, es exactamente lo que deseaba. Cuando venza nuestro contrato de tres años aquí (podríamos subalquilar este apartamento fácilmente), no me apetece nada volver a instalarme en una vivienda de alquiler. Y Ted necesita un estudio y la niña necesitará un cuarto propio. […] El precio son 9.250 libras esterlinas (multiplica por 2,80 para calcular el equivalente en dólares).
[…] Evidentemente, Ted se muestra mucho más reticente que yo a adquirir este compromiso. No quiero tocar los cinco mil dólares que tenemos en el banco [los ingresos obtenidos con sus escritos] y no quisiera poner trabas a la creación literaria de Ted, que empieza a consolidarse. Comoquiera que sea, uno de los dos tendrá que buscar un empleo en otoño después de haber alargado el dinero de la Guggenheim hasta el primero de septiembre. En fin, me tienta tanto la idea de conseguir de algún modo esa casa. Londres es el único lugar de Europa donde ambos podemos encontrar trabajo fácilmente y vivir gastando poco. Estoy pensando en la posibilidad de buscar yo un empleo, si Ted se hiciera cargo de darle el biberón del mediodía a la niña, y así él podría escribir (ampliaré esta idea en una segunda carta […]) y ganar también algo. Por cierto, ¿se te ocurre alguna idea o tienes alguna sugerencia? Echo tanto de menos no tener cerca a alguien con experiencia en estas cuestiones para poder examinar a fondo el asunto.
Besos,
Sivvy
Fotografía de Sylvia Plath sobre su tumba en el cementerio de Santo Tomás Apóstol, West Yorkshire, Inglaterra. Crédito: Getty Images.
4 de febrero de 1963
Querida madre:
Muchas gracias por tus cartas. También recibí una encantadora de Dotty, y unas manoplas y un gorrito preciosos para Nick de parte de Warren y Margaret. No he escrito a nadie porque me siento un poco deprimida; una vez pasado el cataclismo, empiezo a comprender que todo esto es definitivo, y verme arrancada de mi bovina felicidad maternal y arrojada a la soledad, en medio de penosos problemas, no tiene ninguna gracia. También he recibido una carta muy amable de los Norton y otra, absolutamente maravillosa y comprensiva, de Betty Aldrich. Marty Plumer vendrá a finales de marzo, cosa que me alegra […].
No tengo absolutamente ningún deseo de volver a América. Por lo menos, no de momento. Tengo mi hermosa casa en el campo, y el coche. Londres es la ciudad del mundo que prefiero para vivir, con sus buenos médicos, agradables vecinos, parques, teatros y la BBC. No hay nada parecido a la BBC en Estados Unidos; además, allí no publican mis cosas como lo hacen aquí, donde me han editado mis poemas y mi novela. Me han pedido artículos para Punch sobre mis años escolares, y quizá tenga la oportunidad de participar durante tres semanas, en mayo, en el programa de crítica cultural de la BBC, a unos ciento cincuenta dólares la semana, una fantástica ayuda que me vendrá muy bien. Cada semana, los críticos participantes ven, escuchan o leen todos la misma película, exposición, programa de radio o libro, y después los comentan. Espero poder acabar de amueblar este piso y entonces podré irme [a Devon] de inmediato. Pídele a Marty una copia de la descripción de los dos lugares y el alquiler que pido, y quizá podrías hacerla circular también entre tus amistades entre el profesorado.
Comprendo y agradezco tu deseo de tener a Frieda, pero si piensas en el choque emocional que ha supuesto para ella perder a su padre y luego la mudanza, comprenderás que mandarla ahora en avión a América es absolutamente impensable. En este momento soy su única seguridad y arrancarla de aquí sería desconsiderado y cruel, por muy cariñosamente que la trataseis allá. Yo jamás podría ganar lo suficiente para vivir en Estados Unidos; aquí tengo a los mejores médicos completamente gratis, y con niños esto es una verdadera bendición. Además, Ted ve a los niños una vez a la semana y esto hace que se sienta más responsable a la hora de pagar la pensión […]. Sencillamente tendré que arreglármelas sola y seguir viviendo aquí. Quizá algún día pueda llevarme a los niños de vacaciones a Europa […]. Ahora los niños me necesitan más que nunca, así que durante algunos años más intentaré seguir escribiendo por las mañanas y dedicándome a ellos por las tardes, e iré a ver a mis amistades o leeré y estudiaré por las noches.
La au pair alemana que tengo es un poco especial con las comidas y está loca por salir con chicos, pero estoy haciendo cuanto puedo para disciplinarla. Gracias a ella consigo un poco de tranquilidad por las mañanas y puedo salir algunas noches; pero tendré que pensar en algo distinto para cuando me vaya al campo, a estas chicas no les gusta estar lejos de Londres.
Voy a empezar a visitarme con una doctora, también a cargo del Servicio Nacional de Salud, que me ha recomendado mi buen médico del vecindario, y espero que pueda ayudarme a sobrellevar estos tiempos difíciles.
Dales muchos cariños a todos de mi parte.
Sivvy
***
El 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath se suicidó. Las enfermedades, las preocupaciones y una gran sobrecarga de trabajo habían mermado sus fuerzas físicas y, aunque durante largo tiempo había conseguido estar valerosamente a la altura de las experiencias vividas, un día más sombrío que de costumbre la indujo a pensar por un momento que le era imposible seguir persistiendo.
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