«Vive o muere pero no envenenes cada cosa…»: Anne Sexton en tres poemas
Anne Sexton (Massachussets, 1928-174) fue una de las voces norteamericanas más contundentes e íntimas del siglo pasado. Su literatura nació del dolor —de la necesidad de transferir al papel la angustia desesperada de una depresión posparto— pero abarcó mucho más que el tormento y la aflicción de quien persiguió durante años la muerte. Enmarcada dentro de la lírica confesional, Sexton fundió su sexualidad con el poema y recorrió con tinta el cuerpo de la mujer. Su desnudo, crudo e íntimo en lo físico y espiritual, fue clave en el camino hacia la legitimidad y valoración de la subjetividad femenina en la creación literaria. El aborto, la menstruación, el adulterio o masturbación son algunos de los temas tabús que supuran sus textos. En estos tres poemas, seleccionados por Luna Miguel e incluidos en el libro recopilatorio «Mi boca florece como un corte» (de la colección Poesía Portátil de Random House, año 2020), la Premio Pulitzer de poesía ahonda en la sexualidad femenina y escribe a una Sylvia Plath ya fallecida.
Por Anne Sexton

Anne Sexton. Crédito: Getty Images.
VIVE
Vive o muere pero no envenenes cada cosa…
Bien, la muerte ha estado aquí
por un buen tiempo –
esto tiene un infierno que ver
con el infierno y la sospecha del ojo
y los objetos religiosos
y cómo los lloré
cuando los hicieron obscenos
mis garabatos de corazón enano.
El ingrediente mayor
es la mutilación.
Y fango, día tras día,
fango y ritual
y el bebé en el plato,
cocido pero todavía humano,
cocido también con pequeños gusanos,
cosidos sobre él tal vez por una madre,
¡perra maldita!
A pesar de eso,
seguí adelante sin duda,
una especie de punto de vista humano,
arrastrándome a mí misma como si
yo fuera un cuerpo aserrado
en el baúl, el baúl de viaje marítimo.
Eso se volvió un perjurio del alma.
Se volvió una mentira de una vez
y aunque vestí el cuerpo
siempre estaba desnudo, siempre asesinado.
Ya fue capturado
la primera vez al nacer,
como un pez.
Pero lo representé, lo atavié,
lo atavié como a un muñeco de alguien.
¿La vida es algo que se representa?
¿Y de lo que todo el tiempo se quiere uno librar?
Además cada uno te grita:
Cállate. No es de extrañar.
A la gente no le gusta que le digas
que te va mal
y tener que ver entonces
cómo
enfermas con esa carga.
Hoy se abrió la vida dentro de mí como un huevo
y allí dentro
después de excavar a fondo
encontré la respuesta.
¡Qué suerte!
Salía el sol,
su yema se movía febril,
dejando caer su premio –.
¡Y tú te das cuenta de que lo hace diariamente!
Ya me di cuenta de que era purificador
pero no había pensado
que era sólido,
no conocía que era una respuesta.
¡Dios! Es un sueño:
los amantes brotan en el jardín
como tallos de apio
y mejor,
un marido recto como una secuoya,
dos hijas, dos erizos de mar,
cortan rosas en el pelo erizado de mi nuca.
Si salgo ardiendo bailan a mi alrededor
y cocinan malvaviscos.
Y si soy hielo
simplemente patinan hacia mí
en trajes cortos de ballet.
Aquí,
desde el principio,
pensando que yo era una asesina,
ungiéndome diariamente con mis preciosos venenos.
Pero no.
Yo soy una emperatriz.
Llevo un delantal.
Mi máquina de escribir escribe.
No está rota como advirtieron.
Incluso loca soy tan bella
como una barra de chocolate.
Incluso con gimnasia de brujas
confían en mi ciudad incalculable,
en mi cama corruptible.
Oh mis queridos tres,
doy una respuesta suave.
La bruja llega
y la pintáis de color de rosa.
Vengo con besos en mi capucha
y el sol, el listo,
que se derrama en mis brazos.
Por eso digo Vive
y gira mi sombra tres veces en círculo,
para alimentar a nuestros cachorros cuando lleguen,
los ocho dálmatas que no ahogamos,
a pesar de las advertencias: ¡Aborto! ¡Destrucción!
A pesar de los cubos de agua preparados
para ahogarlos, hundirlos como piedras,
vinieron cada uno con la cabeza adelante,
soplando pompas del color azul de las cataratas
y tanteando las pequeñas tetas.
Solo la última semana, ocho dálmatas,
de ¾ de libra de peso se alinearon como leños
cada uno
como un
abedul.
Prometo que si vienen más también los querré,
porque a pesar de la crueldad
y los vagones repletos para los hornos,
no soy yo lo que esperaba. No una Eichmann.
Simplemente el veneno no tuvo efecto.
Por eso no estaré dando vueltas en mi bata de hospital,
repitiendo la Misa Negra y todo eso.
Digo Vive, Vive por el sol,
el sueño, el regalo excitante.

Anne Sexton leyendo junto a sus hijas. Crédito: Getty Images.
MENSTRUACIÓN A LOS CUARENTA
Pensaba en un hijo.
El seno no es un reloj,
ni una campana que suena,
pero en su undécimo mes de vida
siento el noviembre
del cuerpo como el del calendario.
En dos días es mi cumpleaños
y como siempre la tierra ha dado su cosecha.
Esta vez ando husmeando a la muerte,
la noche hacia la que me inclino,
la noche que quiero.
Así pues –
¡dilo!
Estaba todo el tiempo en el seno.
Pensaba en un hijo…
¡Tú! El nunca alcanzado,
el nunca germinado ni desatado,
tú de los genitales que yo temía,
del rabito y del aliento del cachorro.
¿Te daré mis ojos o los suyos?
¿Serás David o Susana?
(Estos dos nombres escogí y escuché atenta su sonido.)
¿Puedes ser un hombre como tus antepasados –
los músculos de las piernas de Miguel Ángel,
manos de Yugoslavia,
de alguna manera el campesino, eslavo y decidido,
de alguna manera sobreviviente, repleto de vida –
y sería posible incluso
todo esto con los ojos de Susana?
Todo eso sin ti –
dos días se han ido en sangre.
Yo misma moriré sin bautismo,
una tercera hija que les daba igual.
Mi muerte ocurrirá el día de mi santo.
¿Qué tiene de malo el día del santo?
Es solo un ángel del sol.
Mujer,
tejiendo una tela sobre los tuyos,
un veneno fino y enredado.
Escorpión,
mala araña –
¡muere!
Mi muerte desde las muñecas,
dos etiquetas con nombres,
sangre llevada como un ramillete prendido
para florecer,
uno a la izquierda y otro a la derecha –.
Es una habitación cálida,
el lugar de la sangre.
¡Dejad la puerta abierta de par en par!
Dos días para tu muerte
y dos días hasta la mía.
¡Amor! Esa enfermedad roja –
año tras año, David, ¡me volverías loca!
¡David! ¡Susana! ¡David! ¡David!
llena, despeinada, silbando en la noche,
nunca envejeciendo,
siempre esperándote en la puerta…
año tras año,
mi zanahoria, mi repollo,
te habría poseído antes que todas las mujeres,
diciendo tu nombre,
diciéndote el mío.

Anne Sexton. Crédito: Getty Images.
LA MUERTE DE SYLVIA
Para Sylvia Plath
Oh Sylvia, Sylvia,
con una caja de muerte llena de piedras y cucharas,
con dos niños, dos meteoros,
que corren sueltos en el cuartito de juegos,
con tu boca en la chapa del horno,
en la viga del techo, en la oración muda,
(¿Sylvia, Sylvia,
hacia dónde fuiste
después de que me escribieras
desde Devonshire
acerca del cultivo de patatas
y la apicultura?)
¿a qué te has atenido,
cómo te has metido dentro?
¡Ladrona! –
¿Cómo te has metido dentro,
te has metido abajo sola
en la muerte a la que deseé tanto y tanto tiempo,
en la muerte de la que dijimos que la habíamos superado,
la muerte que llevábamos en nuestros magros pechos,
la muerte sobre la que hablábamos tanto cada vez
que en Boston tomábamos tres martinis extrasecos,
la muerte que hablaba de psicoanalistas y curaciones,
la muerte que hablaba como novias con parcelas-tumbas,
la muerte por la que brindábamos,
los motivos y después el acto tranquilo?
(En Boston
los moribundos
van en taxi,
sí, la muerte de nuevo,
esa vuelta a casa
con nuestro chico.)
Oh Silvia, recuerdo al batería soñoliento
que golpeó nuestros ojos con una vieja historia,
cómo deseábamos que viniera
como un sadista o un marica de Nueva York
para hacer su trabajo,
una necesidad, una ventana en una pared o una cuna,
y desde aquel tiempo ha esperado
bajo nuestro corazón, nuestro aparador,
y comprendo ahora que lo conservemos
año tras año, viejas suicidas,
y siento con la noticia de tu muerte,
un terrible gusto de eso, como de sal.
(Y yo,
yo también.
Y ahora, Sylvia,
tú de nuevo,
de nuevo con la muerte,
esa vuelta a casa,
con nuestro chico).
Y yo digo solamente
con mis brazos extendidos hacia ese lugar de piedra,
¿qué es tu muerte
si no una vieja pertenencia,
un lunar caído
de uno de tus poemas?
(¡Oh amiga,
como la luna es mala,
el rey se fue,
y la reina no sabe qué hacer,
la asidua del bar debe cantar!)
¡Oh madre pequeña,
tú también!
¡Oh alegre duquesa!
¡Oh cosa rubia!