La gran novela de la aclamada autora de «Cambia...
Aixa de la Cruz o cómo curarse normalizando la anormalidad
Todo artista es fruto de su tiempo, y toda persona es producto de sus circunstancias. Así lo cree Aixa de la Cruz, que en «Las herederas» (Alfaguara) parte de una experiencia íntima y seminal para articular su discurso sobre la construcción familiar y social de la identidad, un proceso en el que la magnificación y asunción temprana de ciertos diagnósticos clínicos puede convertirse en una bomba de relojería y un lastre de por vida.
Por Carmen Cocina

Aixa de la Cruz. Crédito: Alba García.
Con una casa rural como escenario, los fármacos y las drogas de consumo (y su repertorio de usos, de lo pernicioso a lo virtuoso) como hilo conductor y la locura como una ideación social indisociable de la otredad y la exclusión, Aixa de la Cruz convierte literalmente las voces en voz en una novela que abre las puertas a las propiedades curativas del rito chamánico y rompe el atronador silencio psiquiátrico para reivindicar la necesidad de dar voz a las sin voz.
¿Cómo surgió la idea de Las herederas?
Aixa de la Cruz: Surgió más un espacio y un contexto que de una idea. Después del confinamiento fuerte, tras pasar mucho tiempo encerrados, mi marido y yo decidimos que no podíamos más. Nos tocó en una casa de unos 50 metros cuadrados, con una niña pequeña, haciendo turnos para trabajar en el salón, la única habitación libre de la casa. Fue una sensación de claustrofobia muy fea y la gota que colmó el vaso en relación a lo urbano. Sentíamos que la ciudad llevaba mucho tiempo expulsándonos: alquileres cada vez más altos y todo cada vez más difícil. Y de pronto nos dijimos: «Pagamos alquileres abusivos por casas que, sin lo que tenemos fuera, se hacen inhabitables. No queremos volver a pasar por esto». Así que fuimos buscando refugio por ahí y acabamos en la casa que tiene mi abuelo en el pueblo burgalés en el que nació, una aldea donde en invierno vivíamos nueve personas, de las cuales tres éramos mi marido, mi hija y yo. Para mí fue un encuentro increíblemente significativo y potente con el medio rural. Estar en la naturaleza, abandonar la ciudad, abrir la puerta de casa y que no hubiera tiendas, que todo fuera maleza… Empecé a fotografiarlo todo con una aplicación de identificación de plantas como la que tiene el personaje de Nora y me di cuenta de que no era únicamente maleza, de que había plantas muy diversas que la tierra tenía sin que nadie la cultivase todos los años. Plantas que, en general, tienen usos medicinales: antibióticos, analgésicos, bactericidas… Y dentro de toda esta vorágine también había plantas alucinógenas. Tengo tatuada en el brazo la planta del estramonio y recuerdo perfectamente mi encuentro con ella, una planta mágica con muchísima historia. La vi de lejos y fue como Alicia en el País de las Maravillas, que las galletas hablan y tienen luz (ríe). Era como si la planta estuviera hablando, se notaba que era casi como un fósil por todo lo que contenía. Así que parte de la novela nace de esa reflexión, de por qué la tierra juzga tan importante que tengamos fármacos, tanto de los que curan como plantas mágicas que nos permiten salir de nuestro imaginario y de nuestra conciencia. Es decir, ¿qué busca la tierra al poner en nuestras manos todos los años, desde que el mundo es mundo, plantas chamánicas alucinógenas?
Plano detalle
En la novela las plantas alucinógenas, concretamente el estramonio del que hablas, tienen una gran relevancia como detonante cognitivo. ¿Por qué les asignaste ese papel?
Aixa de la Cruz: Mi conclusión, un poco guiada por lo que han propuesto autores como Terence McKenna, es que las plantas alucinógenas están ahí para permitirnos salir del sistema y volver con un imaginario nuevo para enfrentarnos a él. Estamos en un momento en que el capitalismo, si todo sigue igual, probablemente sea el último sistema que conozca la civilización. Es un sistema que se va a cargar el planeta, y creo que esto está muy asociado a que como sociedad hemos perdido el rito chamánico. Ya no tenemos ese contacto con el otro que te permiten las drogas alucinógenas. Hay experiencias que se repiten entre casi todos los psiconautas: tomando sustancias como el LSD o la ayahuasca hay experiencias de disolución del ego y de comunión con la tierra. Vuelves de esos viajes con la sensación de que la barrera entre el yo y el otro, que es la naturaleza, se ha diluido. Y eso te infunde una conciencia diríamos que ecologista, que históricamente ha servido para que el líder de la tribu que regulaba el nivel de explotación de la tierra y de los animales del medio lo llevara a cabo porque había comprendido su conexión con la tierra. Si tú eres la Tierra no puedes abusar de la tierra, porque sería como abusar de ti mismo. Creo que estas plantas están ahí para eso. Es muy difícil imaginar alternativas al sistema capitalista porque estamos objetivados por el capitalismo. Somos y pensamos capitalismo, y es muy difícil encontrar algo fuera. Estas drogas te sacan del sistema y vuelves con otro imaginario, que yo apuesto a que es el que nos hace falta para buscar alternativas. La novela parte de ahí, de cuatro mujeres que se lo van a replantear todo: qué significa el dolor psíquico, qué significa la enfermedad mental y cuáles son las alternativas a las violencias sistémicas que reciben. Y todo surge de la aparición de esta planta chamánica mágica, el estramonio, que tiene un papel fundamental para cambiar el arco narrativo de los personajes.
«Hay lenguajes normativos, que están bien vistos, y lenguajes que no están bien vistos y que se patologizan. Por ejemplo, está bien visto que alguien que está de duelo llore, pero no que materialice su sufrimiento a través de alucinaciones o construyendo tramas psicóticas que vienen de un mundo lírico o simbólico».
El título del libro, Las herederas, tiene un doble sentido: las cuatro mujeres han heredado una casa rural de su abuela, pero lo que vertebra la historia es su temor a haber heredado también su locura, que le presuponen por el hecho de que se ha suicidado. Por lo general el discurso sobre la salud mental se limita a la depresión y la ansiedad procedentes de causas exógenas muy comunes, como el duelo, el precariado o el acoso laboral. En cambio, tú nos presentas a Liz, una madre primeriza con brotes psicóticos. ¿Te parecía importante ampliar el espectro incluyendo enfermedades endógenas, como pueden ser la bipolaridad, la personalidad límite o, en el caso de Lis, la esquizofrenia?
Aixa de la Cruz: Yo parto de una mirada de la enfermedad mental en la que incluso la esquizofrenia y los cuadros psicóticos no son endógenos. Quizá haya, por poner un porcentaje, un 20 % de endógeno y un 80 % de exógeno. Participo de una mirada sobre la construcción de la locura que pone el énfasis en que todo se explica con causas externas. La tendencia (por ejemplo, a tener alucinaciones psicóticas cuando estás bajo estrés) sí puede que sea congénita o hereditaria. Creo que lo que cambia y lo que es fundamental en la genética es de qué manera canalizamos o verbalizamos el dolor psíquico, porque los síntomas de la «locura», entre comillas, son un lenguaje en sí. Hay lenguajes normativos, que están bien vistos, y lenguajes que no están bien vistos y que se patologizan. Por ejemplo, está bien visto que alguien que está de duelo llore, pero no que materialice su sufrimiento a través de alucinaciones o construyendo tramas psicóticas que vienen de un mundo lírico o simbólico, como hace Lis en la novela. En todo caso, las causas de ese sufrimiento, y no su propia manifestación, en primera instancia siempre son sistémicas. Y las familias también son sistemas: el sufrimiento puede venir de traumas infantiles, abusos o de haber sido marcado como el chivo expiatorio en tu familia. Y luego están las violencias del capitalismo. A veces parecen hay un cierto reduccionismo, como esos eslóganes de Twitter tipo «No vayas al psicólogo, busca un sindicato». Entiendo la esencia, pero no lo es todo. Lo que creo es que una cosa es el síntoma, la manera en que se materializa el sufrimiento psíquico, y otra la causa de ese sufrimiento, que siempre es externa.
«Con esta novela quería construir un marco ficcional en el que las mujeres pudieran curarse a través de normalizar su anormalidad. Era como el sueño, o la fantasía, de que ojalá todo el mundo pudiera curarse de la forma en la que yo siento que me curó a mi abuela».
En la novela, Lis encarna la exclusión y el estigma que sufren a las personas con enfermedades mentales de baja incidencia entre la población y con un diagnóstico clínico, más allá de la depresión o la ansiedad que surgen como respuesta natural al estrés y que cada vez están más normalizadas. ¿Hasta qué punto es intencionada esta visibilización y descenso a la psique de un personaje que sufre una enfermedad que tradicionalmente se ha identificado con la locura?
Aixa de la Cruz: Cuando hablamos de quitarle el estigma a la enfermedad mental siempre da la sensación de que se habla de quitárselo a la depresión. Y la depresión realmente no tiene un estigma, o al menos no al nivel que lo tienen los cuadros psicóticos o esquizofrénicos. La mirada sobre el loco se construye socialmente: el loco que da miedo. Siempre se ha construido al esquizofrénico como alguien potencialmente peligroso; por ejemplo, en su representación audiovisual. ¿Cuántas películas hemos visto sobre asesinos psicóticos? Estamos acostumbrados a oír las dos palabras juntas: «asesino psicótico». Hay una construcción del «otro» peligroso, el «otro» loco, que hace que el estigma que pesa sobre ellos no esté ni medianamente trabajado. No soy ninguna experta en esto, pero he tenido bastantes episodios que podrían haber recibido una etiqueta con un diagnóstico. Y siempre me he resistido a ser psiquiatrizada. Por suerte no he caído ahí, y digo por suerte porque para escribir esta novela he hablado con compañeras que me han contado las violencias que han recibido en sus internamientos y el horror total que todavía supone en esta sociedad recibir un diagnóstico clínico severo. Me refiero, por ejemplo, a Sara R. Gallardo, la poeta maravillosa que sale en el epígrafe de honor de mi novela. Le ha tocado hacer activismo con el tema, porque lo ha vivido en carne propia. Su último poemario habla mucho de esto. He hablado con ella y con otras personas que prefieren permanecer en el anonimato, porque ya solo con decir lo que tienen están marcadas. Algunas me han dicho: «Si voy a urgencias porque me duelen las muelas y ven mi diagnóstico clínico ya sé que me van a tratar mal». Es un estigma de por vida. Así que quiero reivindicar a estas mujeres que me han confiado su testimonio, porque si queremos hablar de salud mental y llevar el tema al Parlamento lo importante es que vayan ellas a hablar sobre sus experiencias: si la medicación las ha ayudado o no, si se han sentido controladas, si la psiquiatría solo busca que estén calladitas y que no molesten así o si realmente intenta curarlas. Se está escuchando muy poco a las mujeres psiquiatrizadas y ese es, de hecho, el único punto de vista importante. Está bien que se hable de reforzar la salud mental, pero igual antes habría que revisar si esa institución está funcionando debidamente. ¿Queremos más enfermeros que aten a las compañeras a las camas o queremos darle una vuelta al sistema de los manicomios y abolirlo? Aquí habrá mil posibilidades, pero igual hay que abrir un debate sobre qué queremos hacer con esta institución antes de decir, simplemente, que hay que sacar más plazas para psicólogos y que hay que meter más dinero en urgencias psiquiátricas. Y ese debate tienen que liderarlo las y los pacientes del sistema psiquiátrico.

Aixa de la Cruz. Crédito: Alba García.
La novela está narrada en estilo indirecto libre y articulada a partir de los puntos de vista de cuatro mujeres distintas, que se van sucediendo y superponiendo a lo largo de todo el relato; a veces encontramos dos pasajes distintos, cada uno con la voz de una de ellas, que giran en torno a la misma conversación o anécdota. ¿Querías con ello sugerir que todo es subjetivo, que toda experiencia cognitiva humana está filtrada por la percepción individual?
Aixa de la Cruz: La novela está narrada a partir de cuatro puntos de vista que cuentan los mismos hechos, cada uno desde su perspectiva. Esto era muy importante en virtud del personaje de Lis, la mujer psiquiatrizada. Creo que lo peor que te pasa con el estigma de la locura es que dejas de ser una interlocutora válida sobre tu propia experiencia. Pierdes el dominio de la primera persona, te lo quitan, nadie te pregunta. A nadie le interesa tu testimonio, aunque seas la única que sabe realmente sobre ese tema porque es experiencial. Yo valoro muchísimo los relatos de la experiencia, muy por encima de los técnicos. Un psiquiatra sabrá mucho de neurotransmisores, pero al final la experiencia auténtica del sufrimiento la tienen las personas que están sufriendo. Para mí en esta novela era muy importante Liz, que se siente coartada porque viene de un internamiento psiquiátrico y tiene miedo de decir cosas inapropiadas y de que la vuelvan a llamar loca. Se siente silenciada por sus circunstancias. Y sí, la silencian, así que para mí era vital que tuviera un monólogo interior propio en cada capítulo a través del cual comprendamos que muchas veces la percepción de la anormalidad del otro (que es lo que viene a ser la locura) es eso, una percepción. En algún capítulo, Erika se dice: «Oh, Dios mío, Lis está como una cabra. Mira qué cosa tan extraña está haciendo. Claro, como está loca…». Para ella es muy fácil explicarlo: hace lo que hace porque está loca. Y luego aparece el punto de vista de Lis y es como: «No, perdona. Me ha pasado esto, y dentro de mi perspectiva todo lo que he hecho responde a una causa lógica, a lo que estaba experimentando. Lo que pasa es que nadie me pregunta por qué lo hago, nadie tiene interés real en saber nada más allá del diagnóstico que he recibido». No quiero arrogarme la lucha de las personas psiquiatrizadas, pero creo que es fundamental que el cuerdismo se calle y que deje hablar a las personas que tienen algo que contar.
«Es muy difícil imaginar alternativas al sistema capitalista porque estamos objetivados por el capitalismo. Pero hay drogas que te sacan del sistema y vuelves con otro imaginario, que yo apuesto a que es el que nos hace falta para buscar alternativas».
De hecho, hay una frase en la novela en la que Lis se dice para sus adentros: «Voy a ser una loca buena, una loca de las que no dan problemas». Es como si desde fuera se esperase una sumisión, ¿no?
Aixa de la Cruz: Se espera que no digan nada, que no alcen la voz. Para mí la locura es una cosa… es todo y no es nada. Pero en cambio, estar cuerdo es parecer cuerdo. Tiene más que ver con aparentar, con mantener ante el otro unos estándares de conducta determinados. La cordura no es una esencia, no es algo que se tiene por dentro y que uno lo tiene y otro no, sino la capacidad de estar en sociedad sin llamar la atención. Todo se dirime ahí, porque sufrimientos los hay de muchísimos tipos, pero una persona con un sufrimiento físico muy fuerte no recibe el estigma que sí recibe una persona con sufrimiento psíquico severo, al que se le pone la etiqueta de loco. Y eso son construcciones culturales.

Aixa de la Cruz. Crédito: Alba García.
La cita de Sara R. Gallardo que abre la novela dice: «Yo manejo mi abismo». ¿Cómo manejas tú tu abismo?
Aixa de la Cruz: Cuando era pequeñita yo oía voces, las estuve oyendo hasta los 14 o 15 años. Y en mi casa decidieron no patologizarlo. Pasó una cosa muy bonita, y es que mi madre se enteró de que yo oía cosas que no estaban ahí porque un día, viendo la tele, dije: «Jo, no oigo nada por culpa de los vecinos». Y mi madre se dijo: «Jo, ¿qué le pasa a esta muchacha?». Y empezó a preguntar y a llevarme a médicos. Y hubo un día que se lo contó a mi abuela y ella le respondió: «Ay, yo llevo escuchando voces toda mi vida y nunca ha pasado nada», que es una frase que aparece en el libro y que está muy ligado a la historia de la novela. Yo quería construir un marco ficcional en el que las mujeres pudieran curarse a través de normalizar su anormalidad. Era como el sueño, o la fantasía, de que ojalá todo el mundo pudiera curarse, entre comillas, de la forma en la que yo siento que me curó a mi abuela. Porque en mi caso esos síntomas nunca resultaron incapacitantes. Sí es verdad que siempre tenía que poner la música muy alta cuando estaba en casa sola, pero ese era un síntoma muy leve, y no se pueden comparar las experiencias de unas personas con las de otras. Pero en mi caso, con un síntoma muy leve, me libraron de un diagnóstico que habría sido un peso para toda la vida. Me da mucho miedo, porque a veces es como si los diagnósticos en la infancia se convirtieran en profecías autocumplidas. Y ahí me libré. Lo de mi abuela fue crucial porque me hizo pensar en cuántas veces el sufrimiento psíquico de quienes experimentan síntomas que se salen de lo normal podrían encauzarse a través de la comprensión, hablando del síntoma e intentando entender lo que ese lenguaje está transmitiendo. Y así intentar vivir en un entorno en el que en lugar de patologizarlo, de anormalizarlo, el síntoma se integre como algo cotidiano, y ver de qué manera este ejercicio puede ser curativo. Esa es otra de las cosas que he querido reflejar también en la novela: cómo estas alternativas pueden, en ciertos casos y con determinados perfiles, resultar sanadoras.
«Cuando hablamos de quitarle el estigma a la enfermedad mental da la sensación de que se habla de quitárselo a la depresión. Y la depresión realmente no tiene un estigma, o al menos no al nivel que lo tienen los cuadros psicóticos o esquizofrénicos».
La novela da a entender que el brote psicótico de Lis, una madre primeriza, surge de la falta de sueño. ¿Querías poner de relieve la fragilidad y el estrés que supone criar a un bebé en sus primeros meses de vida?
Aixa de la Cruz: Yo estuve dos años y medio sin dormir por mi hija, que era un bebé, y tenía alucinaciones. Me acuerdo de que una vez, dando el pecho, abrí la puerta y vi a un señor que pensaba que era mi marido, y estuvo ahí un rato conmigo y luego me di cuenta de que no lo era. Fue como ver fantasmas, como quien dice, por la falta de sueño total (ríe). Me gustaba que en el libro el lector pudiera decir que Lis tuvo una alucinación porque estaba muy cansada por las tensiones de una madre que acaba de parir, pero también apuesto por la magia. Es decir, si la magia cura, ¿por qué la vamos a cuestionar? Lis ha tenido una experiencia en la que encuentra una explicación no científica, pero sí lógica, para lo que vio, y esta explicación mágica le permite restaurar su sentido biográfico y su identidad; en una palabra, la salva. Y si la salva, yo creo en la magia. La novela está abierta a las dos interpretaciones. Puedes tomarte el desenlace como que es una novela fantástica en la que suceden cosas paranormales o puedes darle una explicación más materialista y pensar que todo lo que les pasa tiene causas orgánicas. Ambas lecturas son válidas. Pero yo apuesto cada vez más por la magia, por la capacidad que tenemos de ver más allá de las costuras de la realidad y de encontrar discursos que a veces pueden ser más sanadores que la pura, triste y gris realidad material en la que estamos insertas.
¿Has tenido alguna experiencia así, en la que algo para lo que no hay una explicación científica te haya ayudado a ti o a otra persona?
Aixa de la Cruz: Buena pregunta. Es complicado, porque no sé si alguna de las experiencias que he vivido se corresponde exactamente con lo psicomágico. Durante mucho tiempo he sido de un pensamiento férreamente científico que descartaba interpretaciones de los sucesos que no fueran cien por cien científicas. Pero últimamente me interesan mucho los enfoques psicosomáticos sobre el dolor. Tengo un dolor crónico de espalda y ahora siento que puede ser fruto de un recuerdo almacenado en el cuerpo. Así que la respuesta a la pregunta es sí, pero ha sido a través de experimentos que hice con LSD para escribir la novela. En este viaje empecé a tener dolores muy intensos en diferentes zonas del cuerpo, y al focalizarme en el dolor me venían recuerdos que eran claramente bloqueos emocionales relacionados con él. Así que a través de estas drogas he tenido una experiencia cercana a la magia que me ha resultado sanadora, quitándome contracturas y dolores musculares.
«Está bien que se hable de reforzar la salud mental, pero igual antes habría que revisar si esa institución está funcionando debidamente. ¿Queremos más enfermeros que aten a las compañeras a las camas o queremos darle una vuelta al sistema de los manicomios y abolirlo?».
Cuando describes al personaje de Nora dices que ella es partidaria de la autoprescripción, que nunca tomará nada, ni fármacos ni drogas de diseño, que no haya conseguido por sí misma. ¿Crees que hay que diferenciar entre lo que alguien decide tomar por tu cuenta de lo que pauta un psiquiatra?
Aixa de la Cruz: Nora está perdidísima (ríe). Lo única cosa que creo que es recuperable de las drogas es que todas son potencialmente chamánicas, como digo en algún momento del libro. Las drogas de consumo se han vuelto muy peligrosas porque antes estaban asociadas al rito y ahora han pasado a formar parte de un consumo liberal en el que todo entra. Creo que toda droga, bien encauzada en un contexto ritual, con fines de autoconocimiento y de fusión con el medio, puede generar un sentido de comunidad y hacer aflorar preguntas que ayuden a descubrir cosas interesantes. Lo que es peligroso es el uso productivista de la droga, tal como hace Nora y como se hace en tantísimas oficinas del mundo, y también el uso no asociado al rito de las drogas psicodélicas. Yo he tenido viajes de LSD en entornos muy controlados, después de estar meditando mucho tiempo, y aún así han sido experiencias muy intensas y extenuantes. No me puedo imaginar lo que sería eso en mitad de un concierto, habiendo bebido o tomado otras sustancias: ahí es cuando igual vas y no vuelves. Todo tiene que ver con el contexto de consumo. Pero creo que la prohibición de las drogas nos ha alejado de consumos responsables, informados y rituales: como está prohibido, cada cual lo hace en su contexto de fiesta particular, sin información, y de ahí que se den conductas peligrosas.
«Cuando empecé a publicar era una chica muy joven en un sistema literario exclusivamente masculino. Se hacía muy poco espacio a las mujeres, y si una chica quería ser uno de los nuestros tenía que amputar ciertas vivencias de lo que se consideraba despectivamente femenino. Era como si dijeran: "No me cuentes tu parto, no me muestres tus embarazos…". En los últimos cinco o siete años las cosas han cambiado mucho».
El libro arranca con una cita de Antonio Gamoneda: «Pero si lo que ocurre, doctor, es que tengo algún mal que se produce a causa del amor y el pensamiento de la resistencia, entonces, déjelo; esto no es más que nuestro sonido natural», de lo que se deriva una reticencia a interceptar con fármacos el dolor que procede de un motivo externo tangible. Cuando los síntomas vienen de dentro y no dejan aflorar ni los afectos, ni los placeres, ni la propia identidad, ni la intendencia diaria, ¿hasta qué punto tiene sentido dejarlos correr y hasta qué punto lo tiene intervenirlos farmacológicamente?
Aixa de la Cruz: Cuando los síntomas son incapacitantes es diferente. Una amiga me contaba hace poco que lo está pasando muy mal para dejar los psicofármacos, pero que había iniciado una terapia que le estaba yendo muy bien y que al principio de su depresión estaba tan mal que no habría sido capaz de emprenderla si no le daban unos estabilizadores de ánimo que la ayudaran a salir de la cama. Es una experiencia megaválida. También hay mujeres que me han contado lo contrario, que la medicación las hacía sentirse tan encerradas en sí mismas que cuando las mandaban a terapia eran incapaces de salir de sus ideas obsesivas. O sea, que a cada quien le sienta de una manera. Yo no tengo opinión sobre si los fármacos están bien o mal. En el contexto de la novela sí que hay una reflexión sobre la idea de que nos mediquen únicamente para producir. Esa es la única queja objetiva que puedo apuntar más allá de la experiencia de cada cual. Pero también creo que se están dando cuadros de sobremedicación: a todos los ancianos se les dan benzodiacepinas para que duerman y no molesten a los cuidadores. O el caso de una mujer que dice que quiere dejar de fumar y le dan un antidepresivo. Además son drogas que según los casos pueden tener efectos secundarios espeluznantes. Pero no soy nadie para decirle a alguien a quien le funciona algo que no puede hacerlo. Al contrario: me parece maravilloso y aplaudo que haya casos en los que funcionen. Lo que creo es que en el tema de los psicofármacos hay que reforzar la información y que el consentimiento sea plenamente informado, que cuando te dan unos antidepresivos para dejar de fumar sepas igual te estás metiendo en una liada para toda tu vida por un problema muy pequeño. Y escuchar a los pacientes para que digan qué les es más doloroso y cómo quieren lidiar con sus síntomas o con el tratamiento, porque en cada caso la respuesta será diferente.
Tu literatura está en cierto sentido pegada al cuerpo de la mujer: muchas de tus narraciones están salpicadas de temas como la menstruación, el círculo ovulatorio, los abortos… ¿Qué incidencia ha tenido tu género en tu vida, tu escritura y tu experiencia?
Aixa de la Cruz: Supongo que siempre ha estado ahí. Toda escritura sale de un lugar, toda escritura es situada, y si eres mujer sale del hecho de serlo y de habitar el mundo como tal. Pero a partir de Cambiar de idea la reflexión se hace libro, se hace texto, se vuelve muy consciente: que somos cuerpo, que también se escribe con el cuerpo y que todo está conectado.
Muchas veces se habla de una literatura hecha por mujeres. ¿Hasta qué punto tiene sentido hacer esta distinción?
Aixa de la Cruz: Dejará de tener sentido cuando ya no sea noticia que haya libros escritos por mujeres en las mesas de novedades literarias. Cada vez vamos más hacia allí, se está normalizando la incorporación importante de las mujeres a al mundo literario, pero sigue siendo algo muy reciente. En tanto que haya una lucha, un espacio que reivindicar y un estatus por el que luchar tiene la importancia de la reivindicación política. En un futuro ideal en el que hayamos conquistado todos los espacios doy por hecho que desaparecerán estas distinciones.
En la contraportada de Cambiar de idea escribes: «Hay editores que buscan mujeres que escriban de una determinada manera, que pasen de puntillas por su género», mujeres que escriban desde patrones muy neutros. ¿Cuál ha sido tu experiencia en este sentido?
Aixa de la Cruz: Yo empecé a publicar superjovencita, cuando tenía 18 años. Las cosas han cambiado radicalmente los últimos 5 o 7, pero cuando yo empecé era muy joven, y además chica, en el sistema literario español, que era exclusivamente masculino. Era como ser la rara avis del sector, y creo que esperaban ciertas cosas de mí. Se hacían muy pocos espacios a las mujeres, pero si una chica quería ser «uno de los nuestros» tenía que pasar por ciertos estereotipos para integrarse en un canon que privilegiaba a escritoras que se alejaran por completo de lo que se consideraba negativa y despectivamente femenino. Eso englobaba todo lo que sonara a novela rosa, todo lo que tuviera que ver con la experiencia exclusivamente femenina, con lo fisiológico. Era como si dijeran: «No me cuentes tu parto, no me muestres tus embarazos…». Para pertenecer a ese elitista club masculino que era la literatura tenías que amputar ciertas vivencias. Por supuesto, eso ha ido cambiando, y con ello también el tipo de libros que hemos leído las que escribíamos, que quizá dejamos de fijarnos tanto en los señores del canon y de repente podíamos verbalizar nuestra experiencia de lo femenino. Hemos empezado a mirar hacia atrás y a rescatar, reivindicar y buscar mujeres que lo hicieron en su momento, cuando lo tenían más difícil, con mucha más valentía que nosotras. Y esa es la idea de que el canon cambia. No es que a mí ya no me guste T.S. Elliot, es que estoy en un momento en el que las obras que me permiten escribir y con las que dialogo ya no forman parte de él.
Otros libros con identidad propia
De la autora de Teoría King Kong