Sergio Ramírez: «La verdad absoluta es parte de la intolerancia; la verdad crítica siempre está sujeta a revisión»
Dios no juega a los dados con el universo, pero un escritor puede moldear a su antojo la suerte de sus personajes. Así de claro lo deja Sergio Ramírez desde la primera línea de su última novela, «El caballo dorado» (Alfaguara, enero de 2024), una suerte de ópera bufa en la que el laureado escritor nicaragüense (que entre sus numerosos galardones atesora el Premio Cervantes en 2017) goza del noble placer de confundir al lector haciendo desfilar por sus páginas a un elenco de calamitosos personajes cuyos avatares teje y desteje, sentencia y redime a golpe de refutaciones, piruetas narrativas, cebos y paradojas con los que, ufano y juguetón, hace explícita su condición de narrador voluntarioso. Con la retranca como motor y un caballo de madera como hilo conductor, Ramírez nos embarca en un rocambolesco periplo capitaneado por una princesa coja que atraviesa décadas y continentes y en el que, cual hombre del Renacimiento, el autor gusta de incluir digresiones tan dispares como son la sintomatología del envenenamiento por cianuro, un acta de denuncia policial, cómo un compositor cocinó una de sus famosas melodías o el inventario de un carrusel. Una novela socarrona y exuberante con la que, entre líneas, el lector oye cantar a Ramírez, a capella y con contagioso entusiasmo, lo placentero que es escribir.
Por Carmen Cocina
Sergio Ramírez en Madrid el 14 septiembre de 2021, apenas unos días después de saber que el gobierno nicaragüense de Daniel Ortega había librado una orden de captura sobre él, así como sobre varias decenas de opositores. Crédito: Getty Images.
Solo un hombre de tan vasto bagaje cultural y perspicacia como Sergio Ramírez podía, de entre todos los pasajes literarios del mundo, elegir con semejante tino la cita que abriría su último retoño: el pasaje de El Quijote que explica cómo un caballero puede hacer caminar a su corcel como buenamente quiera con solo dar vuelta a una clavija. La pertinencia de la cita es doble: por un lado, la metáfora que identifica al caballero con el (veleidoso) escritor y al caballo con la novela; por otro, la vocación guasona del clásico con el que Cervantes se hizo inmortal echando por tierra los lugares comunes de las novelas de caballerías. Como él, el veterano escritor latinoamericano revienta en tono de chanza los tópicos de la novela romántica y de aventuras (y le da un poso añejo y remoto situando la acción en un pueblo perdido de la Rumanía de principios del siglo XX) con un divertimento extra que se adivina tan placentero para el escritor como lo es para el lector: el narrador no fiable como elemento cómico y disruptivo, que desde la primera página se identifica a sí mismo como autor caprichoso y mordaz, antojadizo y artero, gustoso de mostrar las costuras de un relato deliberadamente incoherente para confusión y regocijo del que lo lee. A imagen y semejanza de un carrusel, el elemento central de la historia, Ramírez presenta una amalgama de aseveraciones y desmentidos, de tiempos y de espacios en donde se arremolinan un popurrí de personajes, encabezados por una resuelta princesa coja, cuyos objetivos se enredan tanto como sus urdimbres. Una novela que no solo cuenta la historia que fue, sino todas las que pudieron ser, y que a la postre viene a decir lo que siempre supimos: que la carroza nunca dejó de ser calabaza.
LENGUA: ¿De dónde partió la idea para esta historia tan rocambolesca ambientada en los albores del siglo XX?
Sergio Ramírez: Esa idea anda ya un poco perdida en mi memoria. Quería crear una historia en la que hubiera una princesa de la nobleza rural austrohúngara, y di con el pequeño pueblo de Siret, que ahora pertenece a Rumanía. A partir de ahí fui creando un universo variado, primero con una narración lineal e introduciendo después distintas piezas que van formando una armazón, como si se tratara de un mecano de juguete.
LENGUA: ¿Por qué eligió poner a un carrusel como eje de la historia?
Sergio Ramírez: Supongo que es el carrusel de mi infancia. En Nicaragua llegaba a mi pueblo una vez al año, durante las fiestas patronales. Yo iba de madrugada, me sentaba frente a los operarios y miraba cómo bajaban las piezas de los camiones, cómo montaban los palos, el travesaño, la plataforma, los caballos… El listado que aparece en la novela de todos los elementos del carrusel lo hice tirando de mi memoria. Para mí es un recuerdo infantil importante. Llegué a escribir un capítulo sobre el significado que adquiere para el niño de la novela, cómo su personaje arranca entusiasmado por él y cómo después el carrusel se va deteriorando, pero luego me di cuenta de que eso era otra historia. Pero eso es lo que me pasó a mí: de niño veía las luces y la caja de música. Cuando fui a León a estudiar Derecho lo vi en una plaza y ya estaba muy estropeado: se habían caído las máscaras, la pintura, las cenefas estaban desdibujadas, habían cambiado los caballos por cebras y elefantes… Fue un poco como el final de la infancia. Siempre que veo un carrusel me hago una foto con él; ahora los hay hasta de dos pisos.
LENGUA: El tono es marcadamente guasón, muy irónico. Se diría que, tal como hizo Cervantes con las novelas de caballerías en El Quijote, usted pretende parodiar las novelas románticas de la tradición clásica: contexto y retórica similares, pero personajes patéticos y gestas ridículas. ¿Era esa su intención?
Sergio Ramírez: En efecto, quería parodiar estos géneros. Mi propósito era crear una novela libre que toma el estilo de la narrativa romántica clásica, de la fábula y del cuento de hadas, y después darles un envoltorio más terrenal. Y no quería una princesa con rueca de oro como la de Rubén Darío, sino una con la pierna coja.
El caballo dorado
Sergio Ramírez
LA NUEVA NOVELA DEL PREMIO CERVANTES
Un magistral relato de aventuras lleno de humor
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LENGUA: A esa intención parece responder, especialmente, el recurso del narrador no fiable: frente a la grandilocuencia de los grandes autores del siglo XIX, usted juega al despiste y, situando la acción en similar contexto histórico, cuenta cosas que luego desmiente aduciendo que tal personaje ha mentido o se lo ha imaginado todo, o bien revelando el punto de vista de un personaje que contradice lo que se había dado a entender anteriormente. ¿A qué responde este recurso?
Sergio Ramírez: Mi pretensión era romper los amarres de la ficción y entrar en una ficción pura con distintos niveles, jugando con la credibilidad del lector y mostrándole que la realidad es otra. Cuando uno piensa en una princesa se imagina que va en una carroza, como Cenicienta, no que va a pie, y menos prácticamente a la pata coja. Como narrador puedo hacer lo que quiera, como ponerle una institutriz burguesa que aparece como un fantasma y se convierte en antagonista de la princesa, con quien se disputa amante y fortuna. Tras varios desmentidos y revelaciones, el lector asume que el autor puede corregir la ficción a cada paso, lo que forma parte del juego, del experimento. En su día, hasta el cuento de Caperucita Roja fue corregido a través de la intromisión de otras voces narrativas. En mi novela los personajes hablan no solo a partir de lo que cuenta el narrador, sino de cartas, documentos y escritos que hacen que la novela dé vueltas como un carrusel.
LENGUA: Para desarrollar esta estrategia es fundamental optar por un narrador equisciente. ¿Fue esa la razón por la que lo eligió? ¿Cree que la multiplicidad de puntos de vista enriquece y dinamiza la narración?
Sergio Ramírez: Sí, creo que hace que la imaginación vuele más alto. El desconcierto le da espacio dentro de la congruencia de la narración. Los personajes y sus desmentidos son así ficción de la ficción hasta prácticamente el desenlace de la novela. Todos los personajes tienen un doble fondo, y la mayoría mienten.
LENGUA: ¿Quería dejar caer que la condición humana es mentirosa?
Sergio Ramírez: Cuando uno vive en su propio mundo no ve más allá, hasta el punto de jugarse la vida por un informe falso, tal como ocurre con uno de los personajes. La multiplicidad de puntos de vista conduce a esa conclusión. Cada personaje tiene un mundo propio que se roza con los del resto, como el del espiritista o el del escultor de caballos con su obsesión por inventar lo que ya está inventado.
LENGUA: ¿Cree usted, en línea con ello, que todo es del color del cristal con que se mira? ¿Que las verdades absolutas pueden contarse con los dedos de una mano?
Sergio Ramírez: Es curiosa la idea de que el mundo existe en la forma en que cada uno lo ve. Esa vieja idea del obispo Berkeley sobre la percepción me fascina, porque contradice la tesis de la verdad absoluta, que a su vez tiene mucho que ver con la tendencia al totalitarismo de la política actual, ese «si no compartes mi verdad estás en un error, te suprimo y te quemo». La verdad absoluta es parte de la intolerancia. La verdad crítica siempre está sujeta a revisión, siempre caben la duda y la dialéctica, como decía Kant.
Sergio Ramírez en Buenos Aires en abril de 2019. Crédito: Getty Images.
LENGUA: Juega frecuentemente a romper la cuarta pared. Por ejemplo, en el pasaje en el que se remite a la Teoría de la Literatura en la construcción de personajes, cuando dice que el de una institutriz debe ser así y asá. Ha escrito Mentiras verdaderas, un ensayo sobre creación literaria. ¿Está familiarizado con lo que otros teóricos han escrito sobre las reglas de la creación literaria? ¿Cuáles considera apropiadas, y cuáles prescindibles o directamente inconvenientes?
Sergio Ramírez: Se ha escrito muchísimo sobre eso. Me gusta leer lo que los escritores dicen sobre sus propias reglas de construcción, aunque existen algunos principios universales. Pero la Teoría de la Literatura me aburre. Cuando hablaba de la trascendencia política de la escritura, McLuhan decía que hay tantas escrituras como escritores, que la escritura es un artefacto que dota de credibilidad al relato para que el lector lo compre como una verdad. Por eso yo puedo romper esas reglas sin que el relato pierda credibilidad. Y esta es importante porque desde ella se produce una suspensión de la incredulidad: cuando uno lee una novela que se supone que es ficción y no un texto pedagógico, desde la primera línea uno se va metiendo en la historia como si fuera cierta. Si decimos «su cabello negro» y cinco páginas después decimos que es rubio, el lector se dice: «No puede ser que el autor haya caído en este error», y vuelve para atrás. Con ello regresa a la incredulidad, porque se ha violado el contrato entre el autor y el lector. En esta novela yo estoy jugando, así que si quisiera podría escribir de repente que la princesa tiene las dos piernas sanas. El lector ve entonces que le estoy dando gato por liebre, ve lo que ocurre entre bambalinas, se da cuenta de que está participando en un juego y se ríe. Lo que no funcionaría es que yo tratara de vendérselo con seriedad.
«Sigo creyendo en el mundo en el que creía a los dieciséis años, que es cuando uno toma conciencia del mundo. Mis ideas de la justicia, la igualdad, la equidad y la solidaridad siguen inamovibles. Lo que ha cambiado son mis ideas sobre cómo construir el futuro».
LENGUA: Hay un momento de la novela en la que la princesa se arrepiente de lo que ha hecho y recibe como consuelo la leyenda de tres ancianas que escriben desde el cielo el destino de los seres mortales. Y también desempeña un papel importante el azar. ¿Usted comulga más con el determinismo, con la meritocracia o con el libre albedrío?
Sergio Ramírez: Para mí es más atractivo creer en el azar. Y para la literatura, sin duda, es más atractiva la casualidad que la creencia de que todo está escrito, de que todo va a suceder indefectiblemente, es fatalista. El azar es más sorpresivo, y como novelista le apunto a él. José Lezama Lima, un escritor cubano muy ingenioso con el que compartí el Premio Alfaguara en 1998, me contó que un alumno le preguntó una vez: «Maestro, ¿qué es el azar?». Y él respondió: «Imagínate que te sientas al lado de una mujer en el autobús, entras en relación con ella y acabáis casándoos». El alumno dijo: «Ah, ¿eso es el azar?». Y José contestó: «No. El azar estaba en la mujer de atrás, que no te sentaste a su lado». El azar tiene múltiples puertas.
LENGUA: ¿Se puede luchar contra el azar?
Sergio Ramírez: Es que es todo tan sorpresivo… Yo me decepciono mucho cuando me dicen que cada vez que alguien juega a la lotería todas sus posibilidades vuelven a cero. No por haber jugado diez veces tus posibilidades aumentan para la siguiente. El azar es implacable.
LENGUA: Alude en repetidas alusiones al paso del tiempo: define el pasado como aquello que no se olvida y el futuro como aquello que se ignora. A medida que acumulamos experiencias, revelaciones o desengaños, encuentros y rupturas, ¿somos los mismos o no? ¿Pueden cambiarnos nuestras experiencias?
Sergio Ramírez: El cambio es algo biológico. Siempre me impresiona que el cuerpo humano nunca es el mismo porque sus células van cambiando. Me aterroriza, es como que somos otros. Y la mente también cambia: uno cambia de ideas, de forma de ver el mundo, lo que antes le parecía hermoso ahora le parece feo o atroz… Eso lo va dictando la experiencia, el paso del tiempo. Nada es fijo desde el principio.
Sergio Ramírez en Managua, Nicaragua, en julio de 2012. Crédito: Getty Images.
LENGUA: ¿Ha sucedido en su vida algo tan significativo como para trastocar aquello en lo que creía, que le revelara una faceta suya que desconocía o que incluso le hiciera replantearse su noción de sí mismo?
Sergio Ramírez: Ocurrió con mis concepciones sobre la sociedad, sobre la vida pública y política. Mis expectativas han cambiado mucho. Los principios, no, esos siguen siendo los mismos. Cuando alguien cambia de principios está acabado. Sigo creyendo en el mundo en el que creía a los dieciséis años, que es cuando uno toma conciencia del mundo. Mis ideas de la justicia, la igualdad, la equidad y la solidaridad siguen inamovibles. Lo que ha cambiado son mis ideas sobre cómo construir el futuro. Antes pensaba que el futuro se podría cambiar con una revolución armada, que sobre la tierra arrasada se podría hacer un mundo nuevo. Eso me ha decepcionado mucho porque no es posible, lo he experimentado en carne propia.
LENGUA: A ese respecto, usted participó en la Revolución sandinista para el derrocamiento del dictador Somoza. Teniendo en cuenta todo lo que ha vivido a lo largo de los años, ¿cómo describiría el panorama sociopolítico internacional actual?
Sergio Ramírez: Estamos entrando en un mundo muy distópico, marcado por la intolerancia, la polarización, el enfrentamiento, la demagogia y el populismo. Los vendedores de humo y sus remedios milagrosos están por todas partes. Estamos en una fase muy peligrosa, en la que se están multiplicando los conflictos bélicos. Y están muy cerca. El de Ucrania es el primero que se libra en suelo europeo desde hace décadas. El de Oriente Medio, que es terrible, tiene muchas aristas. En América Latina y Europa hay una tendencia a los gobiernos populistas que se aprovechan del andamiaje democrático para llegar al poder, y una vez se han hecho con él no respetan las garantías democráticas y tratan de eliminarlas. Y es inaudito que en Estados Unidos pueda llegar a Presidente un hombre que quiso asaltar el Capitolio cuando perdió las elecciones. Este país ha sido un modelo de muchas cosas, y también lo está siendo del funcionamiento de este tsunami democrático. El mundo entero está en riesgo.
«Yo quiero estar escribiendo hasta el último día de mi existencia o al menos mientras tenga la capacidad física y mental para hacerlo. En la escritura no hay tercera edad ni retirada, es un asunto vital. Dice Woody Allen que uno solo se jubila de los trabajos que no le gustan. Así que yo no voy a hacerlo».
LENGUA: Hablando de populismo, y volviendo a la construcción de personajes, los suyos parecen diseñados para derribar estereotipos, empezando por la princesa coja y el príncipe borracho y jugador. ¿Cree que la sociedad sigue dividiendo a las personas en categorías dicotómicas? En caso afirmativo, ¿puede ser que los líderes demagogos se sirvan de ello para simplificar su mensaje y con ello hacerlo más adherente?
Sergio Ramírez: Los estereotipos sociales siguen funcionando. Son lo que mueve la narrativa corriente. Hay historias universales y eternas de las que toman provecho las series y las telenovelas, que ofrecen la posibilidad de traspasar el mundo propio para entrar en otro: la empleada que se enamora del patrón, la madre que se opone, la interrupción del amor y, finalmente, la empleada doméstica que sale triunfante. Aplicamos esas historias a la vida, por eso nos gusta leer las vidas de familias ricas. Por ejemplo, una lectora de edad madura puede hacerse la ilusión de que a su hija le va a ocurrir lo mismo. Por otro lado, la sociedad sigue siendo muy injusta y revela grandes contradicciones. A nivel socioeconómico, el siglo XIX aportó algo crucial: el nacimiento de la clase media, consumidora y creadora de cultura, que hoy en día está siendo pulverizada por la crisis económica y la desigualdad. Habiendo sido el gran motor de la sociedad, su debilitamiento contemporáneo es algo muy sintomático. Hay una minoría minúscula que concentra casi toda la riqueza del mundo y una inmensa mayoría de desposeídos, lo que deja a la clase media totalmente atrapada. Y de esa contradicción, precisamente, se alimenta mi última novela.
LENGUA: Soluciones me imagino que no tendrá, porque ya las habría revelado…
Sergio Ramírez: Quienes buscan soluciones a través de la cordura y el entendimiento están en absoluta minoría. En Israel, a los judíos que apuestan por dos estados y por la convivencia pacífica con los palestinos nadie los escucha. Es muy triste. Yo ya solo puedo aspirar a que toda esta tormenta se disipe, a que los aires de guerra se desvanezcan y a que se fragüe un entendimiento, aunque sea parcial, que permita la convivencia. Y regresar al fortalecimiento institucional de la democracia. Es un mundo tan injusto… Es tan distópico que incluso da lugar a lo inaudito. Hoy leí que en el Foro Económico Mundial de Davos algunos multimillonarios están pidiendo a sus gobiernos que les pongan un impuesto para que el mundo sea más justo, para ayudar a la equidad social. Para recuperar el espacio perdido hace falta un gran ajuste en lo tecnológico y lo económico. Pero la generadora de tecnología tiene que ser siempre la clase media, que es quien siempre ha procurado los grandes inventos y avances de la humanidad.
Sergio Ramírez en Managua, Nicaragua, el 17 de noviembre de 2017, un día después de ser nombrado premio Cervantes. Crédito: Getty Images.
LENGUA: Sus lectores se cuentan por miles. ¿A quién lee usted?
Sergio Ramírez: Yo leo de todo. Releo mucho. Siempre vuelvo a Chéjov, a los clásicos griegos como la Odisea o la Ilíada, al Antiguo Testamento, todo Cervantes… Me divierten mucho sus Entremeses. Y trato de rellenar lagunas de algunos autores clásicos, como los ensayos de Montaigne. También me gusta leer a mis contemporáneos. Ahora estoy con Prophet Song, que ganó el Booker Prize el año pasado en Inglaterra. Me gusta mucho Rafael Chirbes. Y me interesa mucho lo que escriben los jóvenes, desde su perspectiva. Ahora los que nacieron en el siglo XXI ya están escribiendo. Y me siento muy feliz cuando encuentro un libro original, novedoso, y saber que también puedo aprender de los más jóvenes. Ahora estoy con Machado de Assis, un autor del siglo XIX que con todo resulta bastante moderno.
LENGUA: Después de tantos libros y premios a sus espaldas, ¿qué le impulsa a seguir escribiendo?
Sergio Ramírez: Es mi vida. No me explico qué es eso de los pensionistas en la tercera edad, la gente que hizo un trabajo y luego se retira a no hacer nada o a cultivar el jardín o a dormir. Yo quiero estar escribiendo hasta el último día de mi existencia o al menos mientras tenga la capacidad física y mental para hacerlo. En la escritura no hay tercera edad ni retirada, es un asunto vital. Dice Woody Allen que uno solo se jubila de los trabajos que no le gustan. Así que yo no voy a hacerlo. Ahora mismo estoy viendo qué rumbo voy a seguir para lo próximo. La cocina siempre está abierta.