Gabriel Rodríguez Liceaga por Laura Baeza: los peligros del amor «millennial»
En «La sombra de los planetas» (Random House), el escritor mexicano Gabriel Rodríguez Liceaga narra un día en la vida de una pareja, Damiana y Santiago. A ella la acaban de despedir de su empleo como maestra y ahora podrá hacer eso que ha planeado durante meses: regalar sus dibujos, una suerte de retratos que la acompañan a recorrer la periferia de una delirante Ciudad de México. Él, en cambio, debe esperar hasta que acabe la jornada y simular que trabaja cuando, en realidad, teclea un texto que orbita alrededor de un futuro estéril. Entusiasmada por su lectura, la también mexicana Laura Baeza, autora de «Niebla ardiente» (Alfaguara), decidió reflexionar sobre la novela de Rodríguez Liceaga en esta reseña, un texto repleto de preguntas sobre la posibilidad y la imposibilidad del amor cuando la vida ya no ofrece una manera no dolorosa de volver atrás.
Por Laura Baeza
Crédito: Getty Images.
¿Qué tan similares tienes que ser dos personas para que su relación funcione? ¿Y qué tan distintas para decidir desde el día uno que no pueden estar juntos más que para una noche en la que nadie ve defectos? Uno de los mayores problemas que le veo a las relaciones sentimentales mientras me hago mayor es que nos aferramos a lo que queda porque dejamos de buscar lo que nos hacía falta y justo así es como inicia un episodio más pero muy importante en las vidas de Santiago y Damiana. Esta pareja dio el paso entre décadas, terminaron los gloriosos treinta y empezaron a sumergirse con resignación en los cuarenta solo para darse cuenta de que no son los adultos que soñaron ser a esa edad cuando todavía creían que tenían todo el tiempo delante. El mundo nos jugó una broma pesada a los que habitamos la franja millennial, los medios nos dijeron que todo era sencillo, desde enamorarse hasta ser exitoso y pleno, tu propio jefe en una compañía exitosa, el único dueño de tu estabilidad mental y emocional, la siguiente revelación del mundo del arte y no, nada de eso es cierto, no solo nos quedamos cortos ante las expectativas sino que cada día tenemos cuidado de no echar a perder más lo que de por sí está muy roto.
Luego de un confinamiento que paralizó al mundo pocas relaciones continuarían siendo lo que fueron. Damiana y Santiago estaban parados en el mismo punto de inicio de hacía años, sin mucho que decirse que no fueran las frases convencionales de un matrimonio que desde hacía tiempo dejó de descubrir cosas: comamos en tal lugar, avísame cuando llegues, tienes talento pero no lo explotas. Este espejo incómodo y tan actual de las relaciones interpersonales para quienes nacimos en la década del ochenta y circulamos entre la ansiedad, la indiferencia y la intensidad nos pone alerta: si te enamoras eres vulnerable, si sientes poco eres tibio y si decides seguir tu camino solo y sola a los cuarenta te hundirás en el pantano de la depresión y la tristeza o puedes darte cuenta de que un mal amor no mata aunque a veces eso parezca.
El arranque de esta historia sacude a la vez que genera risas incómodas, hay humor involuntario porque así es el mundo, parece una broma infinita. Damiana es una mujer que se dedica a la docencia, imparte clases a niños que no soporta la mayor parte del tiempo pero la paga, si no es la mejor, al menos solventa los gastos inherentes a una vivienda compartida en la capital del país. Basta con una tarea que hiere susceptibilidades para que la echen del empleo que de por sí odia y se cuestione qué está haciendo de su vida si no es únicamente sobrevivir. Santiago, aunque en apariencia no padece tanto en lo laboral porque se desempeña como publicista en un trabajo más o menos estable, también se siente al borde del abismo porque no es el más joven de su equipo ni el más creativo, es una de esas especies que han tardado más de la cuenta en extinguirse para los corporativos pero eventualmente tendrán que ser desplazadas por una inteligencia artificial, con menos quejas y mucha eficacia.
A Damiana esa pérdida la sacude, no porque el trabajo de sus pesadillas sea importante, sino porque entrando a la cuarta década se da cuenta de que la vida se le ha ido de las manos entre un trabajo y otro y que su propósito principal en un mundo feliz, que es pintar, dibujar y vivir de ello, quedó sepultado por las ocupaciones de una vida seria. Por su parte, Santiago vive en crisis constante y silenciosa hasta que cae en cuenta y con ayuda de la terapeuta de que su insatisfacción viene de no poder procrear con su novia. Así es que nos encontramos con dos conflictos existenciales muy fuertes que tienen que ver con el paso del tiempo y una realización nula o a medias. Y si bien ambos no preparan la bucket list que les dé satisfacción o les inyecte un poco de adrenalina a esas existencias monótonas, hay algo mucho más profundo en sus reflexiones y es el golpe al ego: en lugar de navegar con energía y asombro pasaron muchos años simplemente flotando.
Gabriel y Laura
Para Santiago la decisión es clara: rastrear a las treinta mujeres que lo marcaron sentimentalmente, y para ello hace uso de sus recuerdos, la huella digital en correos electrónicos y elementos del mundo análogo para tratar de comprender qué parte de él quedó ahí o si con alguna fue plenamente feliz. Y Damiana es igual de práctica o un poco más: inicia una peregrinación por espacios de la ciudad, se mueve de un punto a otro por las entrañas y brazos del Metro en sus líneas subterráneas y elevadas para entregar ilustraciones, sus dibujos majaderos, que no son malos pero tampoco la catapultarán hacia la fama que podría darle las emociones que no experimentado. A partir de aquí ella camina, se sube a un vagón, se baja, toma una ruta en microbús, se interna por calles y avenidas, piensa y se piensa. Me gusta el arrojo de Damiana y su concepción del espacio que habita, y al estar tan consciente de cómo la ciudad tiene mecanismos de destrucción hacia quienes transitamos por aquí, lo lógico es que avance con seguridad pero un miedo latente que la haga ver hacia todas partes. En algún momento una reportera le pregunta cuál sería su deseo en ese preciso instante y Damiana responde con una frase que nos da un contexto social, político y de género: «Poder caminar sola de noche. Que tú, yo, que todas las mujeres pudiéramos caminar solas de noche en la ciudad». Ese es su deseo, la liberad de un cuerpo seguro y autónomo en el mapa de una ciudad tan compleja.
El mundo nos jugó una broma pesada a los que habitamos la franja millennial, los medios nos dijeron que todo era sencillo, desde enamorarse hasta ser exitoso y pleno (...) Y no, nada de eso es cierto, no solo nos quedamos cortos ante las expectativas sino que cada día tenemos cuidado de no echar a perder más lo que de por sí está muy roto.
Uno de los pensamientos que me acompañaron mientras seguía los pasos físicos y nostálgicos de los personajes fue que cada uno de nosotros tenemos mecanismos distintos para afrontar las pérdidas, ya sean sentimentales que involucren a otros o individuales. Damiana está consciente de sí misma, desde la integridad que desea cuidar en espacios abiertos hasta su función sexual, emocional y reproductiva; y Santiago, quizás con más carencias proyectadas en insatisfacciones, quiere buscar respuestas en los demás, en otras mujeres y por qué con ellas algo falló. El amor y el desamor funcionan un poco así, con la asociación de ideas, momentos y sensaciones que Santiago necesita para comprender mejor por qué todas ellas han sido importantes, qué le aportó cada una y qué se llevó para convertirlo en un hombre al que le falta una empatía genuina y no por imitación, un poco del talento que creyó que tenía y ahora la ausencia de lo que creía verdadero es lo que más golpea su ego. Damiana se descubre caminando por los lugares de su memoria y ahora poblados por personas de la calle y tiendas chinas de cadena y Santiago indagando en vidas ajenas. Cada uno tenemos formas de darnos cuenta de que poco a poco nos quedamos vacíos y más vale hacer algo a tiempo porque a nadie le gusta ser espectador de su propia ficción y que sea tan aburrida.
¿Cuántas veces tenemos que darnos de frente con la realidad y que esta nos agarre a golpes para entender que por ahí no es el camino, que no hay maternidades a la fuerza, como piensa Damiana, ni paternidades que llenen vacíos, como desearía admitir Santiago? Ellos han tomado las decisiones correctas, pero el límite de edad es difuso y ambos cambian de opinión a cada rato: su adrenalina es habitar en la intermitencia sentimental. Las referencias directas a un mundo extinto y una generación que se aferra a no desaparecer están aquí, en canciones, películas exitosas en viejas tiendas de videos, cajetillas de cigarros sin advertencias de muerte, estrellas del mundo pop y anodino, quizás como recuento de todo lo que uno ve, aprende y a veces atesora y comparte cuando siente que tiene a la persona con la que vale la pena mostrar las armas de guerra de nuestros gustos culposos. De eso se desprenden los personajes nombrando otras formas del amor, que están en los recuerdos de la Cineteca Nacional o la película que no pudieron ver porque una discusión estaba por encima de ello y le agregaba más intensidad al día.
Este espejo incómodo y tan actual de las relaciones interpersonales para quienes nacimos en la década del ochenta y circulamos entre la ansiedad, la indiferencia y la intensidad nos pone alerta: si te enamoras eres vulnerable, si sientes poco eres tibio y si decides seguir tu camino solo y sola a los cuarenta te hundirás en el pantano de la depresión y la tristeza (...).
Esta novela habla de lo que ya no existe porque el tiempo se ha encargado de colocar en el lugar que le corresponde, que es la memoria: las calles de una ciudad en constante cambio, que se ahoga a sí misma y anula los sitios donde Damiana y Santiago, sin conocerse, tuvieron una historia individual; el ex Distrito Federal de sus infancias ahora es la Ciudad de México, la burbuja inmobiliaria donde pensar en formar familia o envejecer anula los deseos de pasar de los sesenta años por el miedo a los desalojos; las caricaturas, películas y programas de televisión que Damiana grababa en VHS porque le gustaban y decían mucho de su infancia; los restaurantes y fondas que Santiago frecuentaba cuando se movía de un lugar a otro desde la madrugada hasta el anochecer y ahora no recuerda si el sabor de su memoria sensitiva corresponde al mapa que trazan sus pasos. Todo muta y el amor también cambia. La sombra de los planetas está llena de pérdidas que para quienes transitamos por episodios similares a los de sus protagonistas nos sacuden de una forma distinta y contundente: la de la infancia, la de los seres queridos, la de la posibilidad de una familia, la de los sueños de sus protagonistas y la del deseo de una vida en común con alguien con quien las diferencias abren un abismo que nos aferramos a cruzar por un puente en llamas.
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