Anne Applebaum en la Ucrania de los 90: extraños en su propio país
«Entre Este y Oeste» se publicó por primera vez en 1994. El libro describe un viaje que Anne Applebaum hizo desde Kaliningrado hasta Odesa —del Báltico al mar Negro a través de las tierras fronterizas de Europa— en el otoño de 1991, con algunas escenas añadidas de otros viajes realizados en 1992. Muy poco tiempo después, los lugares que la periodista e historiadora había visitado se sumieron en una época de cambios convulsos que afectarían profundamente a todas las personas que había conocido. Hoy, cuando la guerra en Ucrania entra en un delicadísimo tramo, un sendero lleno de fango del cual podría no haber retorno (Alemania acaba de autorizar el envío de sus propios carros de combate a Kiev, una decisión que puede empujar a otros países de la UE a hacer lo mismo), echamos la vista atrás para entender cómo eran, pensaban y vivían algunos de esos testigos del momento bisagra que fue el colapso de la Unión Soviética. Ciudadanos anónimos que, quizá, aún hoy se enfrentan a viejos fantasmas que querrían tener olvidados. En las líneas que siguen, extraídas de la nueva reedición de la obra a cargo de Debate (un texto que no ha sido alterado, ya que ha de verse «como registro documental de una experiencia que no puede repetirse»), la propia Applebaum, ganadora del Premio Pulitzer, narra un encuentro con un lingüista ucraniano, un tipo que -entre coñac y coñac- reconoció ver su propio país (y sus interminables aristas) con los ojos de un extraño.
Por Anne Applebaum

Kiev. 25 de agosto de 1991. Ciudadanos ucranianos se manifiestan frente a la sede del comité central del Partido Comunista, horas después de que la república soviética declarara su independencia. Crédito: Getty Images.
Durante uno de los largos días de finales de verano que pasé en Vilna, descubrí por accidente a un lingüista ucraniano. Era un hombre pequeño y moreno, con un torso tan rebosante de energía que no paraba de dar botes en su silla mientras hablaba. Había vivido en Chernivtsí y en Minsk, en Úzhgorod y en Kiev, se había casado con una lituana, y en su cabeza se agolpaban las lenguas, la mayoría de las tierras fronterizas: ucraniano, ruso, bielorruso, polaco, lituano, los dialectos de Rutenia y Bucovina, rumano, alemán, un poquito de turco e inglés, que ahora hablaba conmigo.
—Es la primera vez en mi vida que hablo en inglés con una persona inglesa real —me aseguró—. Brindemos por ello.
Sirvió dos copas de un delicioso coñac armenio y sonrió abiertamente.
Hablamos de varias cosas: de los polacos y lituanos, de la aversión mutua entre bálticos y eslavos, de los bielorrusos y su nuevo sentimiento nacional:
—Parecen un poco como ebrios, sin un verdadero rumbo, flotando en el aire, en el espacio, en un espacio donde las cosas no se acaban. Sí —reafirmó—, en un espacio donde las cosas no están acabadas. ¿Lo he dicho bien?
Le dije que sí.
—Brindemos también por eso —dijo, y sorbió su coñac con delicadeza.
Se mostraba erudito, locuaz y entusiasta en casi todos los temas, se apresuraba a dar una respuesta rápida a cada pregunta, y tenía chistes e historias sobre cualquier nación fronteriza. Solo cuando le llevé al tema de Ucrania, su propia nación, empezó a atrancarse, aunque fuera solo un poco, a hablar más despacio, a dudar. Finalmente se interrumpió por completo.
Continúe, le dije yo. ¿Qué pasa con Ucrania?
—Bueno, tengo problema con Ucrania. Sí, problema… ¿o se dice un problema?… Un problema. Verá, no sé a qué se refiere la gente cuando dice Ucrania. Hay muchas Ucranias. Está Kiev, Ucrania central, el corazón de la Rus de Kiev de la que descendemos… bueno, en Kiev se habla el ucraniano más bonito, el más puro. Está Ucrania oriental (Donetsk, Járkov, Dnipropetrovsk), que ha sido tristemente rusa durante tantos años, tantos años, que incluso la lengua se ha perdido, allí hablan un ruso corrompido, una especie de jerga. Luego está la costa del mar Negro (Crimea, Odesa), conquistada por Catalina la Grande, que la llamó Novoróssiya, Nueva Rusia, y colonizada por sus cortesanos. También hablan ruso, pero por historia, por derecho, la Tartaria de Crimea pertenece a Ucrania: tenemos muchas conexiones allí, muchos de nosotros descendemos de los tártaros, ya sabe.
Recuerdos no tan lejanos
—Empezó a acelerar de nuevo—. Luego está el norte de Bucovina… y la hermosa ciudad de Czernowitz, ahora llamada Chernivtsí… y Besarabia meridional… tierra de los gagaúzos, los turcos. Esas regiones le fueron arrebatadas a Rumanía al final de la última guerra, y allí hablan ucraniano y moldavo y una especie de mezcla de ambos; ¡qué lengua!, quiero decir, ¡qué lengua tan interesante! Y Ucrania occidental (aquí me refiero a Lviv; Lviv, por supuesto), que antaño fue polaca… ¡vaya!, allí probablemente podrías arreglártelas hablando polaco, nadie se daría cuenta de que hablas una lengua distinta. ¡Nadie se daría cuenta! Y, por supuesto, Rutenia (Transcarpatia), durante tanto tiempo en manos de Hungría y luego Checoslovaquia. ¿Cómo puedo explicarle lo de Rutenia? ¿Cómo puedo expresarlo? Tiene que conocerlo por sí misma, tiene que ir y plantarse en uno de esos largos pueblos de Rutenia, de esos que se encaraman hasta las montañas; vaya y plántese allí, verá que es diferente. Escuche la lengua: no es mi ucraniano, no es el ucraniano de Kiev. ¡Escúchelo! ¡Es ruteno de Transcarpatia!
»¡Toda esa variedad…! ¡Toda esa variedad…! Pero intentaron quitárnosla. Ahora somos todos soviéticos, Homo sovieticus. Nos aglomeraron a todos… sí, ¿es correcto, aglomeraron?… nos aglomeraron a todos y nos dijeron que habláramos ruso. La ideología de ese movimiento marxista tenía que ser completamente simple, y absolutamente primitiva y absolutamente contraria a todo lo que había ocurrido en el pasado. ¡Pum!, van y lo eliminan todo y nos dicen que todos somos iguales, les dicen a los ucranianos que un ucraniano soviético es un ucraniano soviético y no hay más que hablar. Nos enseñan el ruso, nos dicen que olvidemos todos esos estúpidos dialectos. Nos enseñan a ser ucranianos a la manera soviética.
»Entonces ahora tenemos la democratización, y la democratización va acompañada de nuevo nacionalismo, es inevitable. Tenemos nuevo nacionalismo ucraniano. Somos una sociedad arruinada hasta tal punto que necesitamos las formas más sencillas de interesar a la gente en el proceso, y la forma más sencilla es el resurgimiento nacional. Pero me temo que… —Se levantó y empezó a pasear de un lado a otro de la habitación—. Me temo que este nacionalismo será unificador en el mal sentido. Nuestro pueblo no reconocerá el valor de sus diferencias. Querrán que todos sean iguales, querrán que los ucranianos sean iguales. Y entonces algunos se opondrán a ello, algunos sentirán que la ucranización es mala. Pero los ucranianos solo conocen un modelo, el modelo soviético, y ese modelo decía que la unión hace la fuerza. Pero lo que hace la fuerza son las diferencias. La variedad, esa es la belleza de Ucrania. La variedad es su tesoro.
—Aquí el entusiasmo del lingüista alcanzó su cota máxima y luego decayó de repente. Agitó las manos en el aire—. Todo lo que digo… Intento ser lo más claro posible… pero mi inglés no es materno, ya sabe, no es materno.
Se desplomó de nuevo en su silla, frustrado.
Le dije que le entendía perfectamente. Él suspiró y se sirvió otra copa de coñac.

Kiev. 21 de septiembre de 1994. Un niño pequeño se sube al monumento que simboliza la amistad entre los pueblos ruso y ucraniano. Ucrania fue proclamada por el parlamento ucraniano como un estado democrático independiente el 24 de agosto de 1991, estatus confirmado el 1 de diciembre de 1991 a través de referéndum y de las primeras elecciones presidenciales. Crédito: Getty Images.
—Es muy difícil, sí, muy difícil de entender. No somos una nación nueva como Bielorrusia, fíjese, somos una nación muy antigua. Somos una nación muy antigua, pero nunca en nuestra historia hemos tenido un Estado propio. Nuestro destino ha sido siempre existir bajo el dominio de otros. Y también ha sido nuestro destino ser definidos por otros. Me temo que debido a ello dejaremos que los foráneos nos digan que estamos unidos, aceptaremos esa idea soviética de unidad porque no nos conocemos a nosotros mismos. Los auténticos ucranianos no tienen una imagen de sí mismos, por lo que no tendremos la confianza para ser diversos, para permitir que florezcan nuestros diferentes dialectos. Pero hasta yo, hasta yo a veces me siento perdido cuando me piden que hable de mi propio país, que explique cómo es, qué es.
»Fíjese, a veces les digo a mis allegados, a mi gente más cercana, a mis amigos lituanos, a veces les digo: vosotros no conocéis el mundo del que vengo; no conocéis esa tierra ucraniana, ese tipo de barro que teníamos en la aldea donde crecí, y las flores ucranianas, los olores ucranianos… Pero yo no puedo transmitirlo, es imposible de describir. Una vez le pedí a un amigo, que era artista, que me ayudara a describirlo, y él solo pudo decir: «una aldea ucraniana huele… distinto». Yo ahora mismo ni siquiera puedo añadir nada más, porque ello requiere un estado de ánimo diferente, un tipo diferente de conversación, menos erudita… Es cierto, sin embargo, es verdad que en parte soy un extraño. Sí, soy ucraniano, pero también soy un extraño en Ucrania.
Le pregunté a qué se refería.
—Es por mi nombre. Verá, mi nombre es turco. No es un nombre ucraniano. Y tengo algo de sangre turca… Mire, tengo la piel oscura. Durante la guerra, mi tía y mi tío nos escondieron a mis hermanos y a mí en su sótano. Nos ocultaron. Nos escondieron porque los vecinos podían pensar, por nuestro nombre turco y nuestra piel oscura, que éramos judíos. Así que soy como un judío en mi propio país. Desde mi infancia judía, veo mi propio país como si fuera un extraño.
Y eso mismo —añadió— era lo más ucraniano de todo: leer la historia de tu país como si lo hicieras a través de los ojos de un extraño. El destino de las naciones fronterizas era siempre conocerte a través de las historias de otras, realizarte solo con la ayuda de otras.