España no es solo blanca

Afropoderossa

Fragmento

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CAPITULO 1

EL HOMBRE

DE LA FAMILIA

RECUERDO QUE MI ABUELO ME DECÍA: «Eres el hombre de la familia». Quizá por eso siempre he tenido un espíritu reivindicativo. Siempre he sido, creo, bastante fuerte. Por ejemplo, a los ocho años ya sabía cocinar. Ya traía dinero a casa porque mi madre era —en realidad, es— madre soltera y necesitaba toda la ayuda posible. Luego, a partir de mi adolescencia, tuve que ir superando las cosas que me han pasado en la vida. Cosas que, creo, a menudo han sido más malas que buenas, pero a pesar de todo siempre he sabido afrontarlas con mucho humor, con una sonrisa y muchas ganas de vivir.

Sí. Las palabras de mi abuelo no son lo único que ha marcado mi vida, sino que todo lo que he tenido que superar me ha convertido en la mujer fuerte que soy ahora. Una mujer «echá p’alante», con mucha personalidad y con ganas, ganas, «ganas» de vivir la vida y demostrarle al mundo que las personas pueden superarse.

Una mujer a la que muchos hoy en día definirían como una influencer, aunque, si pudiera elegir, yo preferiría llamarme «influyente». Son dos palabras que pueden parecer idénticas, pero, en realidad, creo que no lo son. Cuando hablo de que más bien me considero una persona «influyente» es porque no soy solo una persona con una cierta visibilidad o fama, sino porque mi experiencia, mis palabras, pueden llegar de forma positiva a la gente joven, a aquellos que se sienten identificados conmigo, con mis vivencias y con mi historia.

LA CULTURA FANG

En la cultura fang, cuando nace el primer niño dentro de una familia, se asume que, en un futuro, este adoptará el papel de patriarca o matriarca, sustituyendo a sus abuelos. Yo soy la primera nieta de mi familia. Mis abuelos estaban separados y no crecí con mi abuela. Por eso, al ser la primera nieta, me tocó asumir el rol de mi abuela y también el de mi abuelo. Eso, al final, incluso ha influenciado mi relación con los hombres, que a veces me pueden ver como una rival, pero no lo puedo evitar. Así me predestinaron mis ancestros y así soy.

Eso, en realidad, es lo que querría conseguir en mi vida: ser una influencia positiva para los jóvenes que me escuchan, y también para las mujeres, especialmente las mujeres negras, mujeres africanas que, en general, somos poco reconocidas en la sociedad. Querría que esas mujeres, esas niñas, entiendan que son realmente el futuro de la humanidad y que son claves para que el mundo sea mejor, para que «su» mundo sea mejor que aquel en el que hemos crecido las mujeres como yo, y que tengan un camino más fácil que el mío.

DE ACÁ PARA ALLÁ

Porque, no, como decía, mi camino no fue fácil.

Me crie en tres países diferentes. Nací en el año 1991 y, en los noventa, Guinea Ecuatorial pasaba por una fase económica complicada: acabábamos de salir de una dictadura y de un golpe de Estado, y el país estaba devastado. Muchos guineanos, incluida mi madre, tuvieron que abandonar el país para buscar una vida mejor.

Pero no fue tan «mejor». Al contrario, fue bastante horrible, porque los guineanos sufríamos xenofobia allá donde emigrábamos. En nuestro caso, mi madre nos llevó primero a Gabón y luego a Camerún. En Gabón estuvimos viviendo unos tres años y en Camerún cuatro años más hasta que en el año 2000 mi madre decidió regresar a Guinea. En aquella época, el país estaba un poco mejor, pues ya se había descubierto petróleo en su territorio. Otra razón para regresar fue que mi hermana y yo todavía no estábamos bautizadas, por lo que mi madre decidió que, si tenía que bautizar a sus hijas, lo haría en compañía de la familia. Fue entonces cuando conocí formalmente a mi abuelo —sí, el que me llamaba «el hombre de la familia»— y al resto de mis familiares.

¿Y luego? Luego, a España. Cuando tenía catorce años llegué a este país gracias a una asociación, porque yo estaba enferma. Estudié aquí en España, en Cataluña, y no fue nada fácil. Todo lo que me contaban en la escuela me hacía cuestionarme el mundo que me rodeaba. Por ejemplo, al estudiar historia o arte, me preguntaba: «¿Cómo puede ser que ningún negro haya hecho nada en arte? ¿Cómo puede ser que la historia que llamamos “universal” sea solo historia europea? ¿Por qué solo se cuenta cómo el hombre blanco iba a otros lugares y, además de conquistarlos, imponía a sus habitantes una lengua y una cultura como si no tuvieran ya las suyas propias?».

Y nadie respondía a aquellas preguntas. Tuve que vivir con ello, como también tuve que vivir con el bullying por mi color de piel, por mis rasgos. «Pelochocho», «pelopolla», mi pelo tenía distintos motes. Igual que mis labios carnosos… Todo eso que viví durante mi adolescencia en España me hizo entender una cosa: aparte de haber sido colonizados, seguíamos estando oprimidos en una sociedad que, por nuestro color de piel, nos consideraba inferiores.

AFROPODEROSSA

Irónicamente, lo que me llevó al punto en el que estoy ahora en mi vida fue mi pelo. Ese pelo del que se burlaban mis compañeros de escuela en España, porque no es solo en el arte o en la historia que la visión «universal» es también la europea. También el concepto de «belleza», incluso en África, está muy influenciado por el estándar de belleza occidental. Esto es: alisarse el pelo y aclararse la piel. Por suerte nunca llegué a hacerle nada a mi piel porque me gusta quién soy y me gusta cómo soy, pero para mí el pelo sí era un problema y durante años me lo alisé. Sin embargo, llegó un momento en que veía que mi pelo iba perdiendo vida. Lo estaba matando lentamente y, en 2016, decidí parar.

INFLUYENTE

Tengo muchas anécdotas buenas relacionadas con la gente desde que empecé a ser conocida. Gente que me para por la calle y me reconoce. Por ejemplo, un día estaba en Barcelona, en plaza Cataluña, y de repente vino un chico, que me dijo: «Te sigo desde Colombia. Ayer llegué a Barcelona y jamás pensé que te encontraría por la calle». En general, todas son experiencias superpositivas, siempre con mensajes de ánimo. En cambio, en el mundo de los influencers… siempre me veo ninguneada porque normalmente soy la única chica negra. Es un mundo muy racista y muy superficial.

Y, claro, al dejar de hacerlo, me encontré con un problema: ¿qué hacer con mi pelo? En España no existían productos para el pelo afro y los pocos que había no me los podía permitir. Yo no podía —ni, en realidad, puedo todavía— ir al supermercado y coger cualquier producto como hacen mis amigas blancas porque ninguno está hecho para el pelo afro, al cual, al ser bastante delicado, no le puedes poner cualquier cosa. No me quedó otra que hacer lo que siempre había hecho: seguir adelante, buscarme la vida y comenzar a experimentar con productos naturales. Entonces, me abrí una cuenta en redes sociales para compartir mi experiencia con otras mujeres que estuvieran en mi misma situación. Luego, con el tiempo, mi conte

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