Bécquer para niños

Gustavo Adolfo Bécquer

Fragmento

cap-1

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2

Yo me he asomado a las profundas simas

de la tierra y del cielo,

y les he visto el fin o con los ojos

o con el pensamiento.

Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo

y me incliné un momento;

y mi alma y mis ojos se turbaron:

¡tan hondo era y tan negro!

 

 

5

Primera voz

«Las ondas tienen vaga armonía,

las violetas suave olor,

brumas de plata la noche fría,

luz y oro el día;

yo algo mejor:

¡yo tengo amor!».

Segunda voz

«Aura de aplausos, nube radiosa,

ola de envidia que besa el pie,

isla de sueños donde reposa

el alma ansiosa:

¡dulce embriaguez

la gloria es!».

Tercera voz

«Ascua encendida es el tesoro,

sombra que huye la vanidad.

Todo es mentira: la gloria, el oro.

Lo que yo adoro

solo es verdad:

¡la libertad!».

Así los barqueros pasaban cantando

la eterna canción,

y al golpe del remo saltaba la espuma

y heríala el sol.

—¿Te embarcas? —gritaban—; y yo sonriendo

les dije al pasar:

—Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo

la ropa en la playa tendida a secar.

 

6

Fatigada del baile,

encendido el color, breve el aliento,

apoyada en mi brazo

del salón se detuvo en un extremo.

Entre la leve gasa

que levantaba el palpitante seno,

una flor se mecía

en compasado y dulce movimiento.

Como en cuna de nácar

que empuja el mar y que acaricia el céfiro,

dormir parecía al blando

arrullo de sus labios entreabiertos.

¡Oh, quién así, pensaba,

dejar pudiera deslizarse el tiempo!

¡Oh, si las flores duermen,

qué dulcísimo sueño!

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8

Entre el discorde estruendo de la orgía

acarició mi oído,

como una nota de lejana música,

el eco de un suspiro.

El eco de un suspiro que conozco,

formado de un aliento que he bebido,

perfume de una flor que oculta crece

en un claustro sombrío.

Mi adorada de un día, cariñosa,

—¿En qué piensas? —me dijo.

—En nada... —En nada, ¿y lloras? —Es que tengo

alegre la tristeza y triste el vino.

 

10

Como en un libro abierto

leo de tus pupilas en el fondo.

¿A qué fingir el labio

risas que se desmienten en los ojos?

¡Llora! No te avergüences

de confesar que me has querido un poco.

¡Llora! Nadie nos mira.

Ya ves; yo soy un hombre... y también lloro.

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14

Alguna vez la encuentro por el mundo

y pasa junto a mí

y pasa sonriéndose y yo digo:

«¿Cómo puede reír?».

Luego asoma a mi labio otra sonrisa,

máscara del dolor,

y entonces pienso: «Acaso ella se ríe

como me río yo».

 

15

Saeta que voladora

cruza, arrojada al azar,

y que no se sabe dónde

temblando se clavará;

hoja que del árbol seca

arrebata el vendaval,

y que no hay quien diga el surco

donde al polvo volverá;

gigante ola que el viento

riza y empuja en el mar

y rueda y pasa y se ignora

qué playa buscando va;

luz que en cercos temblorosos

brilla próxima a expirar,

y que no se sabe de ellos

cuál el último será.

Eso soy yo, que al acaso

cruzo el mundo sin pensar

de dónde vengo ni adónde

mis pasos me llevarán.

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16

Cuando me lo contaron sentí el frío

de una hoja de acero en las entrañas;

me apoyé contra el muro, y un instante

la conciencia perdí de dónde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche,

en ira y en piedad se anegó el alma;

¡y se me reveló por qué se llora!,

¡y comprendí una vez por qué se mata!

Pasó la nube de dolor... con pena

logré balbucear unas palabras...

y ¿qué había de hacer? Era una amigo...

Me había hecho un favor... Le di las gracias.

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17

Yo sé cuál el objeto

de tus suspiros es.

Yo conozco la causa de tu dulce

secreta languidez.

¿Te ríes...? Algún día

sabrás, niña, por qué:

Tú lo sabes apenas

y yo lo sé.

Yo sé cuando tú sueñas,

y lo que en sueños ves.

Como en un libro puedo lo que callas

en tu frente leer.

¿Te ríes...? Algún día

sabrás, niña, por qué:

tú lo sabes apenas

y yo lo sé.

Yo sé por qué sonríes

y lloras a la vez.

Yo penetro en los senos misteriosos

de tu alma de mujer.

¿Te ríes...? Algún día

sabrás, niña, por qué:

mientras tú sientes mucho y nada sabes,

yo, que no siento ya, todo lo sé.

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18

¡Qué hermoso es ver el día

coronado de fuego levantarse,

y a su beso de lumbre

brillar las olas y encenderse el aire!

¡Qué hermoso es, tras la lluvia

del triste otoño en la azulada tarde,

de las húmedas flores

el perfume beber hasta saciarse!

¡Qué hermoso es, cuando en copos

la blanca nieve silenciosa cae,

de las inquietas ll

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