Aquellas maravillosas series

Alberto Rey

Fragmento

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ADVERTENCIA

¿Otro libro de series?

Eso mismo me preguntaría yo. ¿Otro? ¿En serio? Por eso es importante que insista en la palabra OTRO y añada otra: MI. Este es OTRO libro de series, pero sobre todo es MI libro de series, o el libro de MIS series. No es OTRO libro de MIS series porque por ahora es el único. El único MÍO.

Libros de series hay muchos. Es tentador decir otra palabra gruesa, DEMASIADOS, pero sería de idiotas empezar ya desde la primera página tirando piedras contra mi propio tejado. Lo que sí hay es demasiados libros de series intentando ser EL libro de series. Hay demasiados compendios seriéfilos que intentan ser exhaustivos (como si eso fuese posible) o acotadísimamente monográficos (como si eso fuese posible... y apetecible). También hay demasiados libros apuntándose a la moda de lo retro, de lo muy recientemente declarado retro: los años ochenta, la EGB, Espinete, Olé Olé, la Ruperta... Este mismo, sin ir más lejos.

Por eso mi idea es, sin negar que este libro es OTRO, intentar que sea MI. Y como dicen que nada mejor para hablar de lo general que centrarse en lo particular, utilizar lo muy concreto para tratar lo muy genérico, partiré del yo para intentar llegar al nosotros, que es el vosotros. Al fin y al cabo, yo pertenezco a una generación específica en un lugar específico. Es lógico que mis referentes y mis recuerdos sean los de muchas otras personas. Específicos pero comunes. Tiene sentido que lo que yo viví, articulado aquí a través de lo que yo vi, sea lo mismo que vivisteis y visteis vosotros. Estoy convencido de que MIS series de televisión también son VUESTRAS series de televisión. Si es así, ojalá que leas esto como si paseases por una galería de espejos deformantes, reconociéndote en todos los reflejos y en ninguno a la vez. Si al contrario, por haber nacido en otra generación, en otro país o en el seno de un culto religioso que prohibía el acceso a la televisión, MIS series no son TUS series, tómate los siguientes capítulos como una excursión por el archivo mental, incompleto, inexacto e incoherente, de un tipo que lo último que quiere es decirte qué series sí y qué series no.

Solo sé qué series MI.

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PRÓLOGO

La vida es una tómbola

Sería bonito decir que un día (gris, de otoño, idealmente en Berlín o Amberes, alguna de esas ciudades de moda) me desperté con la idea de escribir un libro sobre las series de televisión que marcaron mi infancia y primera juventud. Que me hice un café (no, un té, y verde, y orgánico) y me senté en el sofá (ver: caro) del salón de mi piso (ver: loft), mirando el día (gris, de otoño y de Estocolmo, sí, ¡de Estocolmo!) a través de la ventana y, en un arrebato de inspiración, empecé a escribirlo. Pero no. Este libro, como muchos otros, realmente nació en una sala de reuniones de una editorial. En concreto, en una presidida por un enorme retrato de Marisol desnuda. Un pequeño detalle (de unos dos metros de alto) que, sin embargo, me viene al pelo para daros la bienvenida y dejar claras un par de cosas antes de pasar a mayores. La mítica fotografía de la estrella española, aquella portada de la revista Interviú, escandalosa (la revista en general y la portada en particular) en su momento, funciona bien como metáfora de lo que podréis encontrar aquí, en estas páginas. Empecemos con Marisol. No se me ocurre mejor comienzo.

Para mí Marisol siempre fue un actriz antigua, una estrella de un tiempo pasado, una presencia pop más cercana a Marilyn que a Madonna. Y escribo esto tras leer un inteligente artículo que argumenta la irrelevancia cultural de esta última. Indiscutiblemente, el autor explica cómo la tantas veces reinventada (lo siento, siempre quise escribir este horrendo adjetivo) ambición rubia (ver: paréntesis anterior) está ahora atrapada entre la nostalgia de los que conocimos sus años mozos y los crueles «¿quién?, ¿esa señora MAYOR?» de las nuevas generaciones de consumidores de Gagas y Rihannas. Si es que Gaga y Rihanna no están también «mayores» cuando esto se publique, claro. Madonna está en dos sitios a la vez, en la memoria y al pie del cañón, chapada en oro en los museos y negándose a habitarlos para siempre. Pero ese «para siempre» por el que Mileys y Kanyes luchan casi patéticamente, a ella nadie se lo podrá negar. Madonna vivirá eternamente en los recuerdos de tres, quizá cuatro, generaciones y en unas hemerotecas que tendrán que adjudicarle su propia carpeta. Esa señora mayor, sí.

Marisol no estuvo nunca en esa situación, o lo disimuló muy bien. Sus fases fueron menos y sus cambios, aunque tal vez podríamos decir que hubo solo dos, abruptos y sorprendentes, pero no desesperados. Quizá debido a su absolutamente modélica humildad, ella no se reinventó, sino que se le quedaron los vestiditos yeyé y los personajes de jovencita asexuada groseramente pequeños y tuvo que redefinirse de nuevo. Porque realmente lo que se le había quedado pequeño era ella misma. Marisol cambió de rumbo dos veces, más por dignidad que por obligación. Y luego desapareció. Su boda comunista y aquella foto (bellísima, perfecta) de portada no fueron sino los hitos con los que Pepa mató a Marisol, aquella niña-mujer-concepto, idealmente española, españolamente ideal, falsa y apabullantemente famosa. Pepa tuvo la inteligencia (o la precaución) de no destruir a esa Marisol ideal. Porque no lo habría logrado. Hoy, si dices «la vida es una tómbola, tom tom tómbola», casi cualquier persona sabrá continuar. «De luz y de color. O-ooooor.»

Y ahora, un pequeño test: ¿Cuántas de estas frases sabes tú continuar?

—Érase, una vez, un planeta...

—En un país multicolor, nació una...

—Son, ochenta días son, ochenta nada más...

Si has sabido hacerlo, este es tu libro. Y si has querido hacerlo, también. Tú eres de los míos, de los que están entre los viejos estupefactos por ver a Marisol desnuda y los niños que se saben todos los singles de Katy Perry pero, cuando en un bar suena un temazo de la Madonna de los años ochenta o noventa, ponen cara de disgusto, mientras tú te lanzas a la pista, anulando todos tus esfuerzos por intentar parecer más joven. Con los brazos en alto, al ritmo de «Express Yourself» o «Vogue». O peor: «La isla bonita.» Sí, tus años tiernos ahora son nostalgia. Filtro sepia. Oldies. Vintage. El póster de El retorno del Jedi que tenías en tu dormitorio de niño ahora se vendería (y caro) en tienda

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