Virutas de color

José Francisco Yvars

Fragmento

cap-1

Semblanza

Virutas de color reúne una selección de ensayos sobre arte y artistas que el historiador y crítico J. F. Yvars escribió para catálogos de exposiciones, libros o periódicos. Son de temática y extensión dispares, y entre ellos hallará el lector apreciaciones certeras de pintores como André Masson, Fausto Melotti o Albert Ràfols-Casamada, un retrato del historiador del arte Ernst Gombrich y una exquisita descripción de la colección artística que la Casa de Alba conserva en el Palacio de Liria, en Madrid. Pero el propósito de esta nota no es presentar los textos que prologa, sino esbozar una semblanza de su autor, en cuya persona se da una infrecuente confluencia de rasgos, derivados de sus orígenes y vocación, así como de su formación y trayectoria profesional.

A primera vista, y en cualquier estación del año, J. F. Yvars es un hombre de porte y maneras refinadas, acaso antiguas. En un mundo progresivamente descamisado, luce ternos bien cortados, corbatas de seda, calzado que complacería a un dandy y bastón con empuñadura de plata. Está en su genética: nació en el seno de una noble estirpe y a veces amaga modales de aire feudal. Pero esa distinción de origen se combina en el caso de J. F. Yvars con un perfil intelectual tallado en años de formación en Bonn y Roma, y con un bagaje cultural y artístico que pocos ciudadanos españoles contemporáneos suyos pueden parangonar. Él mismo gusta de definirse como un «caballero particular». Y a fe que lo es, tanto por sus modos como, especialmente, por sus saberes e independencia.

El currículo de J. F. Yvars es amplio y no vamos a revisarlo de modo exhaustivo en este apunte, que se quiere breve. Nos limitaremos a mencionar algunos de sus hitos. «Valenciano de nacimiento, catalán de nación, español de cultura y convicción y bilingüe por herencia y resolución», confiaba a la prensa en su momento público al presentar, era 1993, la exposición Un siglo de pintura valenciana en el Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Madrid. Fue profesor de Historia del Arte Contemporáneo y de Teoría del Arte en la Universidad de Valencia. Dirigió la colección de ensayo de Ediciones Península que, bajo el sello Historia, Ciencia, Sociedad, dio a conocer en una España todavía renqueante un abanico plural del pensamiento europeo del siglo XX, desde el liberalismo hasta el marxismo crítico: una propuesta indispensable para la moderna emancipación. Fue director del IVAM y artífice de Kalías, la desaparecida revista de dicho Instituto, y de las elogiadas «Lecciones Alfons Roig». Ha sido comisario de decenas de exposiciones en Europa y Estados Unidos, también autor de numerosos libros y de una infinidad de artículos, como los que publica quincenalmente bajo la rúbrica A través del espejo en el diario La Vanguardia, donde empezó a colaborar ocasionalmente a finales de los sesenta. En 1995 fue nombrado Chevalier de l’ordre des Arts et des Lettres de la República francesa.

Este resumen de su trayectoria, siendo por entero cierto, no hace justicia a J. F. Yvars. Su vida ha sido extraordinaria y también lo es su personalidad. Vive desde hace décadas a caballo entre Valencia, Barcelona y Londres. Viaja de continuo a las grandes capitales occidentales, cuya programación artística conoce al dedillo. Está al corriente de las novedades editoriales en varias lenguas. Ha tenido ocasión de conocer y tratar a grandes estudiosos del arte y a ensayistas de primera línea, y siente particular predilección por intelectuales complejos como Bernard Berenson, Erwin Panofsky, Alfred Ayer, Isaiah Berlin o Karl Popper, a algunos de los cuales ha tratado. Todos ellos son integrantes de la tradición cultural europea en la que J. F. Yvars se espeja, porque constituye para él una segunda familia de afinidades y elección. Mediados los ochenta organizó en Madrid un curso notable, «La cultura como identidad europea», que movilizó a Martin Walser, Hans Mayer, Agnes Heller o Jorge Semprún. Es un auténtico ciudadano del mundo civilizado, hasta el punto que podría titular un libro de memorias —por ahora se resiste a escribirlo— como lo hizo George Santayana: My Host the World. Habla igual que escribe, con una envidiable propiedad, con precisión, con fonética esmerada y con ciertos giros de sabor añejo. Y es capaz de improvisar intervenciones tan bien documentadas como amenas en cualquier lengua europea censada y, por supuesto, en castellano o catalán...

J. F. Yvars es un trabajador constante e infatigable. Resulta fácil verlo paseando por las calles de las ciudades en las que reside, y aun en las de otras como Nueva York, París, Berlín o Roma, ejerciendo aparentemente de flâneur, visitando las librerías mejor surtidas o los libreros de lance, también los museos y las salas de exposiciones, como lo haría un rentista despreocupado. Pero hay otro Yvars —y es el mismo— que lee vorazmente y escribe a mano en las horas quietas de la madrugada, mientras sus congéneres duermen. Y que cuando sale a la calle en busca de nuevos estímulos para su sensibilidad, hacia las once de la mañana, ha cumplido ya el grueso de la jornada laboral.

«Todo es cuestión de curiosidad, convicción y entusiasmo», dice J. F. Yvars, como si quisiera concretar los resortes que han movido su vida y, sobre todo, la construcción de su obra, labrada en tiempos de bonanza y muy fructíferos, que no duda en calificar como «medio siglo de oro». Afirma en ocasiones, con un gesto de resignación y una sombra melancólica, que «mi mundo se acaba». Pero, de inmediato, reemprende su conversación de gran causeur para ensamblar un mosaico de recuerdos de días y figuras que reflejan una Europa de la cultura ahora desdibujada, y la adereza con un caudaloso torrente de anécdotas y con perlas de su humor seco y recreativamente malicioso.

Contra el paso del tiempo, J. F. Yvars sigue viajando sin cesar —sus llamadas telefónicas se inician invariablemente con un «llego de...» seguido de un «marcho a...»—, como un Stefan Zweig de nuestros días, espoleado por el afán de entender, ampliar y compartir su orbe cultural. Alimenta el espíritu aquí y allá, siempre dispuesto a cultivar la pasión reflexiva por el arte, entendido como un original despliegue de formas que nos obliga a modificar nuestra percepción convencional de las cosas. El destilado de todas esas pesquisas nos lo ofrece en sus artículos ensayísticos, siempre tentativos y sugerentes. Y, con mayor variedad si cabe, en libros como este Virutas de color, donde las sintetiza y pone al alcance de cuantos lectores todavía conservan y reivindican el uso de su sensibilidad, desafiando la fugacidad y el ruido característicos de nuestra contemporaneidad.

LLÀTZER MOIX

cap-2

Presentación

Virutas de color. Notas de arte recopila las críticas artísticas y los artículos más señalados llevados a cabo durante los tres últimos años. En esta ocasión, también por sugerencia editorial como ha sido costumbre a lo largo de estos últimos lustros, desde un ya lejano y punzante título: Los colores del hierro. Carece de sentido, pues, otra jus

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