Prólogo
de Rafael Santandreu
El libro que tienes en las manos probablemente sea la mejor guía para superar la anorexia escrita por una expaciente. Y es, sin duda, una historia de éxito.
Jenni llegó a estar obsesionada por adelgazar, y en el peor momento de la enfermedad su vida mental era un caos absoluto. Llegó a pensar que iba a volverse loca.
Pero ahí está ahora: feliz, libre de todo eso, ayudando profesionalmente y dando charlas por el mundo para expandir la noticia: cualquiera puede superar un trastorno alimentario.
Tú también. No es complicado. Aunque sí duro.
Tendrás que aprender a hablarle a tu mente. Aprender a dominarla para que deje de ser ese tirano caprichoso y autodestructivo que ha sido hasta ahora y se convierta en tu mejor amiga.
Cuando lo consigas, la vida volverá a ser maravillosa, llena de oportunidades para disfrutar, amar y construir algo bello.
Soy consciente de que, por difícil que parezca, cualquier trastorno alimentario se puede superar. Y lo sé porque lo he visto con mis propios ojos.
En mi consulta hemos acompañado a cientos de chicas (y a algunos chicos) en ese maravilloso camino de crecimiento personal. Y sé que lo único que se necesita es una buena guía y grandes dosis de determinación. Y repito: no hay nadie en el mundo que no pueda hacerlo, porque la mente funciona así. Si aplicas este método durante el tiempo suficiente, te transformas.
Disfruta de este libro que ya es un clásico. Siente su ternura, pero también hazte con su poder. En sus páginas hallarás las claves de tu liberación y tu nueva fuerza.
RAFAEL SANTANDREU, psicólogo y autor de
El arte de NO amargarse la vida y Sin miedo
Prólogo
de Thom Rutledge
La noche en que conocí a Jenni Schaefer, destrozó un cojín. El relleno de algodón y la tela quedaron esparcidos por toda la sala de terapia de grupo, y ella parecía bastante aliviada.
Estaba hablando de su trastorno de la conducta alimentaria y todo lo que le había arrebatado.
—¿Qué sientes ahora? —le pregunté.
—Furia —respondió sin más.
—Describe esa furia —dije.
Mientras Jenni buscaba las palabras, me fijé en algo más importante que su lenguaje verbal. Al hablar, no paraba de abrir y cerrar las manos como si estuviera estrujando un objeto invisible.
—¿Qué sientes en las manos? —pregunté—. Veo mucha energía contenida ahí.
Jenni se quedó en silencio y se concentró en las manos, que en ese momento eran dos puños.
—Enfado, mucho enfado —respondió.
—¿Qué quieren hacer tus manos?
—Romper algo —respondió tan rápido que hasta ella se sorprendió.
Poco después, un cojín en perfecto estado dio su vida para que Jenni pudiera empezar a recuperarse.
Jenni se zambulló en el trabajo de recuperación de su trastorno de la conducta alimentaria. Mis pacientes no suelen hacer algo tan atrevido como destrozar parte de la decoración de la sala en su primera sesión de terapia de grupo. Pero esa primera noche Jenni estaba lista; Jenni quería hacerlo.
El hecho de decidirse no garantiza el éxito de la recuperación. El camino que Jenni tenía por delante no era llano. Tropezaría y muchas veces se caería de bruces —y de culo— durante el recorrido. Pero su determinación estaba ahí. Jenni no siempre era consciente de ello, pero yo sí. Aquella joven estaba decidida a avanzar en su recuperación y no mirar atrás.
Mi trabajo con Jenni siempre ha sido agradable. Y era más fácil porque se esforzaba mucho. Durante las sesiones siempre tomaba apuntes, pero de algún modo eso no la distraía. Aunque describía el cuaderno como su libro de autoayuda personalizado, al principio no se le ocurrió que podía escribir un libro sobre cómo recuperarse de un trastorno de la conducta alimentaria. Después de todo, estaba en Nashville para cumplir su sueño de cantar y componer canciones.
Ahora sé que aquellos apuntes han valido la pena, no solo para Jenni, sino también para ti.
Tienes en tus manos un libro sumamente práctico. Si padeces un trastorno de la conducta alimentaria, En paz con la comida puede mostrarte la salida. Si quien lo sufre es un ser querido, En paz con la comida puede ayudarte a entender lo que antes escapaba a tu comprensión. Y si eres un profesional de la salud mental, En paz con la comida puede llevarte al interior de la mente de una persona con un trastorno de la conducta alimentaria y enseñarte más que ningún artículo científico a tratar esta insidiosa enfermedad.
En paz con la comida no se parece a ningún otro libro sobre el proceso para recuperarse de un trastorno de la conducta alimentaria. Tiene dos características importantes de las que carecen casi todos los estudios sobre el tema. En primer lugar, es a la vez esperanzador y realista. Dado que tener un trastorno de la conducta alimentaria es una experiencia muy frustrante (y me quedo corto), no es fácil que coexistan estos dos elementos. Jenni cuenta su experiencia y reconoce las dificultades que conlleva la recuperación sin dejar de ser el rayo de esperanza que, con su ejemplo, ofrece a los lectores: «Si yo puedo, tú también». Para quienes pensáis que los demás pueden recuperarse de esto, pero vosotros no, creedme cuando os digo que Jenni Schaefer pensaba lo mismo no hace tanto.
Además de ser práctico, realista y esperanzador, En paz con la comida tiene otro elemento muy importante que solo ha asomado con timidez en otros libros sobre trastornos de la conducta alimentaria: sentido del humor.
En nuestra cultura sin matices de gris, el humor relacionado con estos trastornos o no ha existido o ha sido de mal gusto, ofensivo, y se ha llegado a insinuar que se trata de una enfermedad provocada por una vanidad extrema y que las personas que la sufren son superficiales y carecen de valores. Nada más lejos de la realidad. Quienes padecen un trastorno de la conducta alimentaria figuran entre las personas más inteligentes, competentes, creativas y divertidas que conozco. Y en sus reflexiones sobre sí mismas y el mundo que las rodea lo son todo menos superficiales.
A fin de encontrar un término medio con respecto a este tema, las lecciones e historias de Jenni encierran un humor que ni minimiza las dificultades —las suyas, las tuyas o las de cualquier otra persona— ni las ridiculiza o las censura. El humor de En paz con la comida proviene de la perspectiva que Jenni adquirió estando ahí, al pie del cañón. Además, el humor en el trabajo de crecimiento personal es eso: la perspectiva que confiere la experiencia.
Así pues, te invito a conocer a una joven extraordinaria que te contará secretos que muchos de vosotros creíais —al menos hasta ahora— que solo son vuestros.
Te animo a sacar provecho de los breves apartados de En paz con la comida. Lee un poco de aquí y de allá, sin un orden concreto. Identifícate con lo que Jenni tiene que contar, prueba algunos ejercicios y toma apuntes en un diario personal. Pero procura no presionarte demasiado. Léelo en pequeñas dosis. No te des un atracón. Mastica despacio y digiérelo a tu ritmo. Y, por supuesto, no te prives de su sabiduría.
No añadas este libro a tu lista de obsesiones. Léelo, reléelo, descansa y retoma la lectura. Cuando te sientas con ánimo, cuéntale a un amigo lo que estás aprendiendo sobre ti misma.
Goza. Crece. Y trátate bien por el camino.
THOM RUTLEDGE
Introducción
Nunca he estado casada, pero me considero felizmente divorciada. Tece y yo vivimos juntos más de veinte años. Me maltrataba, era controlador y nunca vacilaba en decirme lo que pensaba: que todo lo hacía mal y cómo tenía que comportarme. Lo odiaba, pero era incapaz de dejarle. Tece me convencía de que lo necesitaba y de que sin él era patética, que no tenía nada de especial... Me decía que se preocupaba por mí, que lo hacía por mi bien, pero siempre se volvía en mi contra. Jamás cumplía sus promesas. Cuando toqué fondo física y emocionalmente, decidí divorciarme de él.
Deja que te hable un poco más de Tece. No es un novio del instituto. No es un cretino con el que empecé a salir en la universidad ni un chico que conocí en la cola del supermercado (aunque pasa mucho tiempo en ellos). El nombre de Tece proviene del acrónimo TCA, que significa «trastorno de la conducta alimentaria». Tece es mi trastorno de la conducta alimentaria.
Quizá reconozcas a Tece como la vocecilla interior que te susurra «Solo tienes que perder unos kilos» o «¿Sabes cuántas calorías tiene eso?». Tece te mira desde el espejo y te dice que deberías estar descontenta con tu aspecto. Nos habla a todas. Mientras algunas estamos demasiado enredadas en una relación con él, otras solo lo ven de vez en cuando. Tanto si estás casada con Tece como si solo mantienes un flirteo con él, este libro es para ti.
Rompí con Tece, mi trastorno de la conducta alimentaria, gracias al enfoque que me enseñó mi psicoterapeuta, Thom Rutledge, que consiste en verlo como a un ser distinto con ideas propias y una personalidad separada de la mía. En una de mis primeras sesiones de terapia, Thom acercó una silla y me pidió que le hablara como si él fuera mi trastorno de la conducta alimentaria. No reaccionó cuando lo miré como si estuviera loco, y añadió: «Si tu trastorno de la conducta alimentaria estuviera sentado en esta silla, ¿qué le dirías?». Bueno, el profesional era él; le pagaba para que me ayudara, así que decidí probar. Miré la silla y dije: «¿Por qué intentas controlar todo lo que hago? ¿Por qué no me dejas en paz?». En los breves momentos que me llevó formular esas dos preguntas, noté que me distanciaba un poco de mi trastorno y me sentó muy bien. Durante toda la sesión, continué conversando con mi trastorno. Antes de que acabara la hora, me refería a él como si fuera un hombre y, por primera vez, tenía la sensación de que acababa de dar un paso hacia la libertad.
A diferencia de como me sentía al salir de sesiones con otros terapeutas y psiquiatras, aquel día me fui de la consulta de Thom con una clara sensación de esperanza. El hecho de haberme podido distanciar un poco de Tece durante su sesión demostraba que podía recuperarme. Nunca había notado esa separación con otros terapeutas. De hecho, a menudo salía de sus sesiones sintiéndome inútil y más atrapada en mi trastorno. Me pasaba la hora llorando y hablando de lo frustrada que estaba. Ninguno me dirigió nunca hacia estrategias positivas que me ayudaran a combatir mi trastorno. Por supuesto, algunos de aquellos profesionales me daban consejos, pero tendían a ser poco realistas y no abordaban la verdadera causa del problema. Por ejemplo, un psiquiatra insistió en que todo se resolvería si volvía a estudiar y me sacaba una segunda licenciatura en Gestión musical. Estaba seguro de que eso me ayudaría a modificar mis conductas con la comida. En realidad, informarme sobre universidades y hablar con los orientadores solo sirvió para estresarme y no me permitió dedicarme de lleno a mi trastorno. Así que ya puedes imaginarte mi alivio cuando Thom me enseñó un enfoque terapéutico que me llevaba a hablar directamente con mi problema. Fue increíble decirle por fin lo que pensaba de él. Por un momento, me sentí Jenni, una persona a la que llevaba tiempo sin ver.
Como muchas de las personas que utilizan este enfoque, mi trastorno de la conducta alimentaria es hombre. De todas las personas que han formado parte de mi grupo de terapia a lo largo de los años, solo una mujer se ha referido a su trastorno en femenino. Si el tuyo es mujer, puedes llamarlo Ana (abreviatura de ana-rexia) o Mia (abreviatura de buli-mia) mientras lees este el libro. Lo importante es que empieces a separarte de él o de ella.
Empleo el término «divorcio» para describir mi separación de Tece por una analogía que aprendí en terapia entre la relación de una mujer con su trastorno de la conducta alimentaria y un matrimonio en el que el marido es un maltratador que controla a su mujer, incluso le pega. Como una esposa maltratada que teme dejar a su marido, una mujer con un trastorno de la conducta alimentaria tiene miedo de superar la enfermedad. A menudo, solo conoce eso. Las mujeres con un marido maltratador suelen esconder sus moretones de amigos y familiares igual que las mujeres con un trastorno de la conducta alimentaria esconden sus heridas de guerra. Esas esposas solo empezarán a sanar cuando den el primer paso y decidan divorciarse de su maltratador. Y es la única forma en que una mujer con un trastorno alimentario podrá saborear la libertad en su vida. Si nunca has estado casada, imagina la separación de Tece como romper con tu pareja o cortar lazos con tu mejor amigo. Una vez más, no olvides distanciarte.
En terapia he aprendido que recuperarme no es eliminar mi trastorno de la conducta alimentaria, sino modificar mi relación con él. La que mantenía con Tece cambió en el curso de nuestra separación, de igual modo que la que tiene un matrimonio se transforma durante el divorcio. Para cambiar mi relación con Tece tuve que aprender a dar un paso atrás y separarme de él. Dejé sitio a mi propia opinión, lo que me dio la oportunidad de enfrentarme a Tece. Me di cuenta de que la obsesión con la comida y la censura respecto al cuerpo venían de Tece, no de mí. Hasta hoy, recuperarme consiste en hacer sitio para que exista mi verdadero yo.
Mis primeros recuerdos de Tece son de cuando tenía cuatro años. En clase de danza, se burlaba de mí porque era la niña más grande de la sala. Me decía que tenía las piernas gordas porque los muslos me rozaban. Cuando salía al escenario, no me importaba clavar la coreografía. Solo me importaba lo delgada que me hacía el vestido. En primaria, me obsesioné cuando no me dejaron ponerme en primera fila —la fila de los niños menudos— para las fotos de la clase. Tece me lo aclaró: «Estás detrás porque eres gorda. Si fueras delgada, estarías delante». Es curioso, no hay ninguna prueba fotográfica de que tuviera kilos de más. Las fotografías demuestran que era más alta que los niños de la primera fila. Pero Tece no me decía que fuera más alta, solo gorda. Ya de niña, empezó a restringir lo que comía, y no me dejaba probar los dulces: nada de tarta en Acción de Gracias ni en mi cumpleaños, y ni un caramelo en Halloween.
En secundaria, Tece me prohibía comer a mediodía. Cuando ensayaba con el coro, me obligaba a no despegar los ojos de los espejos de la pared para ver quién era la más delgada del grupo. Me decía que, si quería triunfar como cantante, debía perder kilos. En la universidad, restringió lo que comía de forma drástica. Al final, me obligó a comer muchísima comida. Para seguir delgada, me convencía de que me purgara, lo que significaba provocarme el vómito, ayunar o hacer ejercicio en exceso. A Tece le encantaba ese ciclo de atracones y purgas. Durante un atracón, no era raro que cogiera el coche a la una de la madrugada para ir del Taco Bell a McDonald’s y de ahí a otro establecimiento de comida rápida o que comiera las galletas que había tirado a la basura. Tece controlaba mi vida.
Separarme de él no fue fácil. Durante mi recuperación aprendí a preguntarme: «¿Es lo que pienso yo o lo que piensa Tece?». Mi respuesta solía ser «Tece». Siempre sabía lo que él pensaba, pero tenía que indagar mucho para averiguar qué ocurría en la mente de Jenni. Me di cuenta de que conocía muy bien a Tece, pero a menudo parecía que ni siquiera me hubieran presentado a Jenni.
En un primer momento, me limité a distinguir la voz de Tece de la mía. Al principio estaba de acuerdo con todo lo que decía. Si me llamaba gorda, pensaba como él. Si decía «Ve al supermercado», iba. Si me pedía «Come hasta que te diga que pares», lo hacía.
Poco a poco, empecé a estar en desacuerdo con Tece, pero seguía obedeciendo sus órdenes. En muchos aspectos, me sentía más débil que nunca. Si Tece me decía que no debía comer a mediodía, sabía que se equivocaba, pero no lo hacía. En esa etapa, además de sentirme débil, tenía la sensación de estar volviéndome loca. Sabía lo que me convenía, pero nunca lo hacía. Jamás me había considerado una persona fácil de controlar, pero era justo lo que sucedía.
Como parte de la terapia, llevaba un diario. Aprendí a escribir diálogos entre Tece y yo. Para ayudarte a diferenciarte de tu Tece, incluiré diálogos a lo largo del libro. He aquí un ejemplo:
TECE: No me puedo creer que vayas a comer.
JENNI: He quedado con mi amiga. No tengo otra opción.
TECE: Cuando toque pedir de la carta, yo me ocupo.
JENNI: (asintiendo con la cabeza) Muy bien.
TECE: Comichearemos y esconderemos comida bajo las servilletas.
JENNI: Vale.
Con perseverancia y una determinación cada vez mayor, avivada por mi creciente frustración, empecé a desobedecer sus órdenes. Aquí tienes otro ejemplo de diálogo con Tece:
TECE: Jenni, sé que te sientes fatal. Para dejar de verlo todo negro, ve a la máquina expendedora y come hasta más no poder.
JENNI: No es cierto. Si lo hago, acabaré sintiéndome mucho peor.
TECE: Notarás alivio. Te calmarás. Si te das un atracón, dejarás de sentirte mal, como siempre.
JENNI: Si te hago caso, taparé momentáneamente lo que siento. Después me sentiré culpable, avergonzada y enfadada, y seguiré igual de mal.
TECE: Deja de contradecirme. Ve a la máquina y escoge algunos de tus tentempiés favoritos.
JENNI: No. En vez de los tentempiés, prefiero llamar a alguien que sepa por lo que estoy pasando para que me ayude. Ya no te necesito.
Este diálogo, un ejercicio que puede ser muy útil para separarse de Tece, se ha incluido como uno de los ejercicios terapéuticos de Thom que encontrarás al final del libro. En él hace sugerencias y propone ejercicios que han marcado hitos en mi recuperación. No puedo garantizarte que todas las actividades vayan a ayudarte, pero cada una significó un paso importante en mi proceso. Al principio, algunos ejercicios pueden parecerte tontos, y Tece te dirá que son una pérdida de tiempo. Te animo a que pruebes incluso los que te parezcan absurdos. En paz con la comida solo incluye las actividades mínimas, tanto que apenas tienen calorías. No te sientas obligada a completarlas todas. En una segunda lectura, puedes aprender mucho de un ejercicio que no te haya parecido útil en la primera. Quédate con lo que te ayuda y deja lo demás.
El formato del libro está pensado para las personas que batallan con un trastorno de la conducta alimentaria. Mientras Tece y yo estuvimos casados, tenía la mente tan ocupada con la comida y el peso que me costaba pensar en nada más. Leer me parecía muy complicado porque me costaba concentrarme y me resultaba casi imposible quedarme quieta el tiempo suficiente para hacerlo. A menudo tenía que releer la misma página una y otra vez. Así pues, pensando en los problemas de concentración que puedes tener, esta obra se divide en píldoras fáciles de digerir. Me he dado cuenta de que es más sencillo mantener la concentración en un apartado corto que hacerlo en un largo capítulo compuesto por montones de páginas de texto.
Otra razón para los apartados breves es que se adaptan a tu apretada agenda. Sé que estás ocupada, porque soy consciente de que los trastornos de la conducta alimentaria consumen tanto tiempo que queda muy poco para nada más. Si eres como yo, te pasarás el día atendiendo a las exigencias de Tece. Los apartados cortos funcionan porque se leen enseguida. En pocos minutos obtendrás una gran cantidad de información que puedes comprender, recordar y aplicar a tu vida. Y serás capaz de leer un apartado completo antes de que Tece te detenga.
Además de los apartados breves, todo el libro está salpicado de humor. Que puedas reírte no significa que el tema no sea muy serio. Durante el viaje nos divertiremos, pero lo que te hará Tece no hará que sonrías; te dolerá. El humor ha sido importante en mi recuperación y me ha ayudado a dejar de creer que nunca me recuperaría, además de brindarme una nueva perspectiva sobre mi trastorno de la conducta alimentaria. Tener la posibilidad de reírme de Tece me permitió tomar las riendas de mi vida.
Aunque esta obra está pensada para personas que padecen un trastorno de la conducta alimentaria, Tece disfruta leyendo todas y cada una de sus páginas. Las leerá contigo e intentará utilizar todo lo que aprenda. ¿Me oyes? Mientras lees, averigua cómo reaccionas ante las ideas que te doy. Aprende a diferenciar sus reacciones de las tuyas. No eres Tece. Él se llevará lo que quiera del libro, pero tu trabajo es mantenerte centrada en lo que necesitas para recuperarte, para vivir.
Quizá te extrañe, pero no intentaré explicarte qué son los trastornos de la conducta alimentaria. Al principio de mi recuperación cometí el error de creer que, si lo entendía, podía librarme del mío. Leí todos los libros sobre el tema. Recurrí a mi licenciatura en Bioquímica y a mi interés por la Medicina para comprender por qué padecía un trastorno de la conducta alimentaria, cómo lo había desarrollado y qué señales químicas me fallaban en el cerebro. Creía que, si lo entendía, podría encontrar la salida gracias a mi intelecto. Me equivocaba. Al final llegué a un punto en el que tuve que mirar a Tece a la cara y pasar a la acción. En este libro comparto mi experiencia, así como la firmeza y la esperanza que por fin rompieron las cadenas que me ataban a Tece.
Este libro trata de dejarse ir, de caer y volver a levantarse, de darse cuenta de que no estás sola. Millones de personas de todo el mundo padecen trastornos de la conducta alimentaria. Aunque la mayoría son mujeres, también los sufren los hombres. Me inclino a pensar que no tenemos un cómputo preciso de la cifra real de varones que batallan con la enfermedad. Hace años, se creía que el alcoholismo era una enfermedad típica de los hombres, ya que las mujeres lo sufrían en silencio. De manera comparable, estoy convencida de que muchos hombres aún no han dado el paso de reconocer que tienen un trastorno de la conducta alimentaria. Verás que en este libro siempre hablo de mujeres porque en mi grupo de terapia —que menciono con frecuencia— solo hay mujeres y, por supuesto, soy mujer. Pero es útil tanto para los hombres como para las mujeres.
Puedes encontrarte en cualquier punto del espectro, entre pensar «No padezco un trastorno de la conducta alimentaria» y «Estoy deseando recuperarme de mi trastorno». Todos se caracterizan por la negación. En mis peores momentos, la gente me abordaba todos días y me preguntaba si tenía anorexia. Yo lo consideraba el mayor cumplido del mundo. Puedes sentirte en dos puntos distintos de este espectro en el mismo día u hora. Quizá experimentes resistencia y sentimientos encontrados. Aun así, te pido que leas este libro de la forma más receptiva posible.
Que haya escrito sobre mi recuperación no significa que esté tan alejada de mi trastorno de la conducta alimentaria que ya no sepa qué es padecerlo. De hecho, como sé lo que se siente, tenía ganas de escribir este libro. Estos trastornos implican una autocrítica constante, una pérdida de la autoestima y un perfeccionismo implacable. Conozco la sensación de estar atrapada por todos ellos, sometida por Tece.
Sé qué es sentirse presionada para estar delgada. En la actualidad, estoy abriéndome camino en el mundo de la música, una industria muy exigente con el aspecto físico. Renuncié a una plaza en la facultad de Medicina para ser cantante. Después de la universidad, dejé a todos y todo lo que conocía en mi Texas natal y me fui sola a Nashville, la ciudad de la música, para perseguir mi sueño, que me decía que debía tener un cuerpo perfecto. Rechacé la oportunidad de ser médica para seguir un camino que no me ofrecía ninguna garantía y acabé frente a frente con mi trastorno de la conducta alimentaria. En Nashville descubrí que la mayoría de las cantantes que triunfaban estaban extremadamente delgadas. Tece me dijo que tenía que ser como ellas. Hasta hoy, me cuesta trabajo no pensar que los artistas tienen que estar más delgados que el resto del mundo.
Me he fiado de Tece una y otra vez, siempre dispuesta a darle otra oportunidad, hasta que descubrí que sus soluciones hacen que me sienta peor. Ya no me fío de él, y estamos divorciados, pero aún tengo algún que otro desliz. Soy una obra en curso, en absoluto perfecta. Pero ahora entiendo que la perfección no es la meta.
Sé lo que es tener un trastorno de la conducta alimentaria y sé lo difícil que resulta superarlo. Como no quiero alargarme en ningún apartado, quizá al leer el libro te parezca que la recuperación ha sido sencilla para mí. En mi empeño por ser concisa, puede darte la sensación de que a menudo soy capaz de vencer a Tece al momento. Por ejemplo, en el primer párrafo de un apartado, puedo estar viviendo un infierno. Luego, en el tercero, todo es maravilloso y la vida no puede ser mejor. Te aseguro que mis batallas con Tece nunca han sido fáciles. Aunque el segundo párrafo no sea muy largo sobre el papel, implica mucho esfuerzo, sudor y lágrimas, ira combinada con depresión, impotencia, una buena dosis de resistencia y quizá varios días dedicados a recuperarme.
Separarme de Tece fue muy difícil, a veces me parecía imposible. Solo tenía que creer en mí y estar dispuesta a caerme una y otra vez. Y cada una de ellas, tenía que encontrar la fuerza para volver a levantarme. Thom puede constatar que me caía cada dos por tres. A veces, tardaba días en levantar cabeza. Pero lo importante es que al final lo hacía. Es imposible describir con palabras cómo es superar un trastorno de la conducta alimentaria. Hay que vivirlo para entenderlo.
Ningún libro o programa eliminará tu trastorno de la conducta alimentaria. Para recuperarte, tendrás que comer y dejar de darte atracones y purgarte. Y deberás separarte de Tece y volver a conocerte a ti misma o hacerlo por primera vez. Recuperarse consiste en adoptar una nueva actitud ante la vida, en hacer pequeños cambios que conducen a otros muy grandes. Los que duran llevan tiempo. Haz lo posible por ejercitar la paciencia.
No intentes hacerlo sola. Yo lo probé y no me dio resultado. Para avanzar en tu recuperación, tendrás que rodearte de personas que te ayuden. Mi equipo de apoyo está formado por mis familiares, amigos y compañeras del grupo de terapia. También incluye a mi dietista, Susan, y a mi internista, el doctor Tucker. Y, por supuesto, a mi psicoterapeuta, Thom. Necesité la ayuda de todas estas personas para tener la vida maravillosa de la que gozo hoy.
He oído decir que algo, «visto desde fuera, no puede entenderse. Desde dentro, no puede explicarse». Es una buena descripción de lo que es un trastorno de la conducta alimentaria. Las personas que no lo padecen no pueden comprenderlo. Es tan improbable que lo hagan como capaces somos de explicarlo quienes lo sufrimos. Durante mi recuperación, mis padres solo pudieron ayudarme cuando todos aceptamos que jamás entenderían lo que Tece me empujaba a pensar y a hacer. A menudo dicen: «No lo entiendo, pero te apoyo». La gente no tiene por qué comprendernos. Solo necesitamos que nos crean. Si le digo a mi madre que me siento gorda, no necesito que me convenza de que no lo estoy. Solo que me crea cuando se lo digo. Ella no entiende lo que se siente, pero me cree. Es lo que preciso.
A veces, durante la recuperación, es difícil ver hacia dónde vas. Tu nuevo estilo de vida parece llevarte por un camino cuyo destino es incierto. Como dice el doctor Tucker: «La dirección es lo importante, no el destino». Céntrate en el buen camino. Si vas en esa dirección, no necesitas preocuparte
