Introducción
Todo empieza con un niño y una niña. No se conocen, pero sus historias comienzan de la misma manera. Son del Medio Oeste, con padres con trabajos precarios y con poco dinero. Ninguna de las dos familias sabe qué hacer con ellos. Resulta que son diferentes de los otros niños, y se empieza a notar.
A veces el niño parece bastante normal. Sigue las reglas en el colegio. Es educado con sus maestras y amable con los otros niños, pero cuando llega la hora del recreo, se encoge. El recreo tiene algo que es demasiado para él. En vez de jugar a la pelota con los demás, al pillapilla o colgarse de los columpios, sale corriendo. Huye de los gritos y las risas, y se esconde en el único sitio que encuentra: una vieja tubería para el desagüe de la lluvia.
Al principio, las maestras ni se dan cuenta, porque siempre aparece cuando suena el timbre que anuncia el final del recreo. Pero un día se lleva consigo una pelota para no estar solo. Sería un gesto enternecedor en otras circunstancias, pero como nunca hay pelotas suficientes, los otros niños protestan cuando lo ven alejarse corriendo con una. Justo entonces las maestras lo descubren y es cuando empieza la preocupación. Sus padres no lo entienden: «¿Por qué te escondes en una tubería? ¿Qué haces allí?». Su respuesta —que dice en voz muy baja— no ayuda. Tendrá que aprender a jugar con los otros niños, le dicen, por más ruidosa y sobreestimulante que sea la experiencia.
En cambio, la niña no sale corriendo. De hecho, parece tener un don para entender a los demás. Se convierte en la líder de su grupo de amigos, ya que se da cuenta con facilidad de lo que quiere cada niño o de lo que necesita para hacerlo feliz. No tarda en organizarlos para hacer actividades en el barrio: una feria familiar, con juegos y premios; o una casa del terror muy elaborada en Halloween. Son actividades que necesitan varias semanas de preparación, y está la mar de contenta perfilando los detalles. Sin embargo, cuando llega el gran día, en vez de estar en el meollo de la acción, riéndose con el espectáculo de marionetas o corriendo de juego en juego, opta por quedarse al margen. Hay demasiadas personas, demasiadas emociones, demasiadas risas, gritos, victorias y derrotas. Su propia feria la abruma.
No es el único momento en el que se siente sobreestimulada. Tiene que modificar la ropa y cortarle las etiquetas para que no le rocen la piel (de pequeña, recuerda su madre, también tenían que cortarles los pies a los peleles). En verano, se emociona por ir a un campamento durante un fin de semana largo, pero su madre tiene que ir a recogerla antes de tiempo; es incapaz de dormir en una cabaña atestada, mucho menos en una a reventar con las emociones y las intrigas de un numeroso grupo de niñas. Estas reacciones sorprenden y desilusionan a los demás, y a su vez dichas reacciones sorprenden y desilusionan a la niña. En el caso de sus padres su comportamiento es causa de preocupación: ¿y si no es capaz de enfrentarse al mundo real? Aun así, su madre hace todo lo que puede para animarla, y su padre le recuerda que debe decir las cosas en voz alta, no solo pensarlas. Pero ella tiene demasiados pensamientos —un sinfín de ellos— y los demás rara vez los comprenden. La llaman de muchas maneras, a veces incluso «sensible», pero no siempre de forma positiva. Es algo que hay que cambiar.
Nadie llama «sensible» al niño. Dicen que tiene un don, por su capacidad para leer y escribir con más facilidad que la que le corresponde por su edad, y al final le dan permiso para pasar la hora del almuerzo en la biblioteca del colegio: eso lo libera del caos del comedor y es menos inquietante que una tubería. Sus compañeros le reservan otras palabras. Lo llaman «raro». O algo muchísimo peor: «nenaza». No ayuda que nunca pueda ocultar sus sentimientos, que a veces llore en el colegio y que se derrumbe cuando ve algún caso de acoso, aunque él no sea la víctima.
Sin embargo, conforme va creciendo, cada vez es más sensible. Los otros niños respetan muy poco al soñador que prefiere pasear por el bosque en vez de ver un partido de fútbol americano, que escribe novelas en vez de ir de fiesta. Y él no tiene el menor interés en ganarse su aprobación. Eso le sale caro: lo empujan en los pasillos y se meten con él durante el almuerzo; y la clase de educación física podría compararse a un pelotón de fusilamiento. Lo ven como alguien tan blando, tan débil, que una chica de más edad se convierte en su peor acosadora, y se ríe mientras le escribe obscenidades en la camiseta con un rotulador. No puede contarles nada de eso a sus padres, sobre todo a su padre, que le dijo que la manera de enfrentarse a un acosador es darle un puñetazo en la cara. El niño no le ha dado un puñetazo a nadie en la vida.
Tanto el niño como la niña, en sus vidas separadas, empiezan a creer que no hay nadie más como ellos en el mundo. Y los dos buscan una salida. En el caso de la niña, la solución es replegarse en sí misma. Cuando llega al instituto, los días la abruman y vuelve a casa tan cansada que se esconde de sus amigos en su dormitorio. A menudo se queda en casa enferma, y aunque sus padres no la cuestionan, se pregunta si se preocupan por ella. En el caso del niño, la salida es hacerse el duro, decir que no le importa nadie, como si pudiera enfrentarse a todos. Esta actitud le sienta tan bien como un casco militar de adulto. Tampoco tiene el efecto deseado: en vez de respetarlo, los otros niños lo evitan por completo.
Al cabo de muy poco tiempo el niño empieza a saltarse las clases y a relacionarse con un grupo de artistas que desarrollan su arte con un subidón de marihuana: personas que sienten tanto como él, que no juzgan su manera de ver el mundo. La niña encuentra aceptación en una secta abusiva. Los seguidores de la secta no la consideran rara, le aseguran. Creen que tiene poderes milagrosos, incluso un propósito especial, mientras haga todo lo que ellos quieren.
Lo que nadie les dice es: «Eres totalmente normal. Eres sensible. Y si aprendes a usar este don, puedes hacer cosas increíbles».
EL RASGO DE PERSONALIDAD QUE FALTA
En general, «sensible» puede significar que una persona experimenta muchas emociones de forma exagerada: llora de alegría; rebosa calidez; se derrumba por las críticas. También puede ser algo físico: puede ser sensible a la temperatura, a un olor o a un sonido. Un creciente número de pruebas científicas nos dice que estos dos tipos de personas sensibles son reales y que, de hecho, son el mismo. La sensibilidad física y la emocional están tan íntimamente relacionadas que hay investigaciones que demuestran que si te tomas paracetamol para reducir el dolor de cabeza, tendrás peor puntuación en una prueba de empatía hasta que se pasen los efectos de la medicación.
La sensibilidad es un rasgo humano esencial que está ligado a algunas de las mejores cualidades de nuestra especie. Pero tal como veremos, no muchos la comprenden bien todavía, aunque la comunidad científica la ha estudiado en profundidad. En la actualidad, gracias a los avances de la tecnología, los científicos pueden comprobar de forma fiable la sensibilidad de una persona. Pueden ver las diferencias del cerebro de las personas sensibles en resonancias magnéticas funcionales (fMRI por sus siglas en inglés) y también pueden identificar con precisión el comportamiento de las personas sensibles en los estudios científicos, incluyendo las poderosas ventajas que conlleva ser sensible. Sin embargo, la mayoría de las personas —tal vez tu jefe, tus padres o tu cónyuge— no piensan en la sensibilidad de esta manera, como un rasgo real y cuantificable de la personalidad.
Es más, la sensibilidad suele considerarse como algo malo. La desincentivamos en nuestros hijos («¡Deja de llorar!» u «¡Olvídalo ya!») y la usamos como arma contra los adultos («Te lo estás tomando a la tremenda» o «Estás siendo demasiado sensible»). Esperamos que este libro lo cambie. Imaginamos un mundo en el que la palabra «sensible» sea habitual en las conversaciones cotidianas, de modo que una persona pueda decir «Soy muy sensible» en una entrevista de trabajo o en una primera cita y recibir una sonrisa a cambio. Es todo un reto, pero no es algo imposible. «Introvertido» también fue una palabra fea en el pasado, pero ahora no hay nada raro en presentarnos así. Queremos crear un mundo donde suceda lo mismo con la sensibilidad. Creemos que normalizar esta cualidad tan humana permitirá por fin que las personas sensibles prosperen... y cuando lo hagan, la sociedad se beneficiará de sus dones únicos.
A lo largo de la última década hemos presenciado demasiadas conversaciones durante las cuales alguien descubre lo que es en realidad la sensibilidad. Cuando lo hacen, de repente encuentran la pieza que les faltaba. Experimentan un momento de ¡Eureka! sobre quiénes son y el porqué de lo que hacen... o por fin comprenden a su hijo, a su compañero de trabajo o a su cónyuge por completo. Por esto creemos que la sensibilidad es a menudo el rasgo de la personalidad ausente. Está ausente en las conversaciones cotidianas y de nuestra conciencia como sociedad. Está ausente en los colegios, en los trabajos, en la política, en las instituciones, en las familias y en las relaciones.
Y esa ausencia es importante. Es lo que hace que las personas sensibles oculten quiénes son, como nuestro niño, o se sientan fuera de lugar, como nuestra niña. Tal vez también esté ausente en tu vida. De ser así, ojalá que encuentres consuelo en estas páginas y consigas comprenderte mejor.
PARA QUIÉN ES ESTE LIBRO
Hemos escrito este libro para tres clases de personas. La primera es el lector que ya sabe que es sensible y que incluso tal vez se identifique como una «persona altamente sensible». Si es tu caso, ojalá que todo lo que aparece en estas páginas te sea de ayuda y que aprendas algo nuevo. Hemos recurrido a la documentación más exhaustiva, abarcando muchos campos, a fin de ofrecerte las herramientas que necesitas para controlar tus increíbles dones y para protegerte de la sobreestimulación. Es más, nuestro propósito es ayudarte a llevar a cabo la importante tarea de cambiar la conversación sobre el hecho de ser sensible. Aprenderás a prosperar en un mundo a menudo abrumador, la manera de cambiar los patrones basados en la vergüenza y la forma de salir al paso cuando sea necesario como líder (aunque no te consideres uno). Al final, esperamos que te sientas empoderado para reclamar una etapa más sensible y mejorada en nuestro mundo cada vez más ruidoso y cruel.
La segunda clase de persona es la que nunca se ha considerado sensible, pero que empieza a preguntarse si podría serlo. A lo mejor siempre has sabido que tu forma de pensar y de reaccionar ante las situaciones te hace diferente. A lo mejor eres mucho más sensible por dentro y no siempre lo exteriorizas. O a lo mejor solo empiezas a reconocer una parte de ti en lo que hemos descrito. Si eres esta persona, ojalá que el libro te dé algunas respuestas. Quizá incluso encuentres algo de paz al saber que otros se han enfrentado a problemas muy parecidos a los tuyos y que no estás solo en dichas experiencias. A la postre, puede ser agradable llamarte «sensible». Las palabras, los
