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Tú, contigo y por ti

Ángela Sánchez del Río (@annsdr)
Ángela Sánchez del Río (@annsdr)

Fragmento

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La Villa Pantone

Siempre me ha encantado fantasear con mi futuro. Soñar despierta con lo que quería conseguir ser y vivir «de mayor». De mi piquito de oro han salido innumerables veces frases que empiezan por: «De mayor voy a tener…», «Cuando sea mayor, entonces…», «De mayor seré…», «En mi futura casa…», «En mi boda…», «Cuando sea madre…», «Mira, para cuando…». Subordinadas adverbiales de tiempos futuros que suelen terminar con grandes objetivos y sueños por cumplir.

Entre ellos, de los más grandes que recuerdo es uno que, por desgracia, olvidé por completo durante los años en los que me hacía mayor y a la mochila adulta comenzaron a sumarse preocupaciones directamente proporcionales a la edad.

Ese gran sueño era la Villa Pantone. Comencé a hablar de ella con total naturalidad. Ante las preguntas de qué era yo decía, recalcando el tono de obviedad:

—Mi futura casa de colores, duh… Mira esa vajilla con forma de verduras de ahí, ¿la ves? La tendré en LVP.

Ay, la Villa Pantone, mi futuro hogar, ese lugar donde mi corazón estará en calma, donde viviré feliz, segura, tranquila y querida con mi futura familia.

No es raro que ese sea mi gran objetivo, que a nadie le pille por sorpresa. Ya apuntaba maneras desde bien pequeña cuando me pasaba las horas creando casas y vidas «ideales» en los Sims. Iba a rachas, pero cuando me daba era tal el nivel que incluso soñaba con el juego, su música y su idioma…Ahora sueño con el truquito del motherlode…

He encontrado incluso dibujos de planos hechos «de aquella manera» de casas con las que fantaseaba y, a falta de videojuegos o escuadra y cartabón, también era buena cerrando los ojos e imaginando. ¿Cómo no me iba a resultar fácil más tarde el dibujo técnico, con la de práctica que tenía? ¿Cómo no se iba a llevar el chasco de su vida mi padre al ver que la niña no elegía como carrera profesional alguna ingeniería o arquitectura?…

Me visualizaba viviendo una vida tranquila, feliz, en la que fuese creativa, tuviese una buena relación conmigo misma, en la que me aceptaba y quería, aunque esas características, en mi mente de niña, simplemente eran propias de la persona en la que me convertiría de adulta de manera natural.

Imaginaba una familia superguay que pasaba los días lejos del mal humor, que disfrutábamos de nuestra compañía, de los planes creativos que acababan con la Villa hecha un desastre pero sin importarnos recogerla más tarde, porque valorábamos el espacio que habíamos creado y más aún las actividades que podríamos realizar juntos.

Sería una burbuja en la que cualquier persona que entrase se sentiría bienvenida, segura, alegre por los colores que decorarían cada rincón, con detalles vibrantes.

La Villa Pantone se llama así porque la fachada será de algún color Pantone por definir. Quizá lo decida el número de la calle en la que se sitúe, la cifra de una fecha especial… O el color que más me guste —y me permitan las leyes de urbanismo.

Empecé a pensar en ella hace muchos años. Hacía fotos cuando veía casas con características que me gustaban: galerías típicas del norte de España con cristaleras que iban del suelo al techo, patios interiores muy del sur, azulejos para todos los gustos… Casi a diario recopilaba inspiración en el evidente tablero de Pinterest, con cocinas de revista que disponen de los típicos sunrooms ingleses mezclados con proyectos de renovación de mobiliario, ideas de manualidades y construcción con fotos de cantos de puertas pintados de colores y detalles alegres por todas partes.

La Villa Pantone era un lugar seguro en mi mente, mi foco, mi objetivo por el que trabajar, una ilusión, mi descanso mental, mi futura recompensa al esfuerzo que haría cada día. Avivaba mi llama interior, era mi meta para cuando «fuese mayor».

El peligro de las frases de este tipo es que son un arma de doble filo: son llamadas a la acción y a la vez, un freno. Te motivan si sabes lo que conllevan y requieren de ti, y te paran en seco si no te conoces lo suficiente ni sabes lo que van a suponer esas enormes expectativas tan a largo plazo, en un mundo que facilita las gratificaciones instantáneas.

Esa ilusión que podía llegar a tener con la Villa Pantone desapareció al entrar y empezar a vivir la verdadera independencia en la vida adulta. Las decisiones que tomaba eran mías y solamente mías, mis tiempos, horarios, hábitos, rutinas…

Ese anhelo que tenemos de pequeños por vivir sin normas puede volverse en tu contra cuando «por fin» lo consigues, pues si bien por un lado tú tomas las decisiones, por otro, tú te comes las consecuencias, tanto las buenas como las malas. Y sin patatas.

Cuando no sabes gestionar tus necesidades emocionales básicas —porque nunca nos han enseñado—, llevas la mochila de aprendizajes de otras personas —que nunca has cuestionado—, y te toca tomar decisiones difíciles que te sacarán de lo conocido y te dan un miedo terrible, entonces apechugas con lo que resulte de ellas y sigues con tu vida día a día, sin reflexionar si la estás viviendo o simplemente estás vivo.

La ambición de cuando te llevaban de la mano y la seguridad de que, si te la pegabas de camino a perseguir tus sueños, ibas a tener un colchón, pasa a un conformismo gustoso sin dramas al ver que tu vida actual «no está mal». Con el remordimiento de un fuego interno sin apagar, ya que esa vida cómoda no te está acercando a cumplir tus sueños ni a crear un plan para conseguirlos.

La Villa Pantone pasó de verse en 4K y a todo color a tantearse en blanco y negro, pasando por más pixelado que las videollamadas pandémicas. Hasta que un día, no sé cuándo, se disipó. Se esfumó de mi mente, la olvidé.

Me enfoqué en el ahora, en sobrevivir día a día sin pensar en la presión incómoda de un futuro incierto que cuando paseaba por mi mente, lo hacía acompañado de una dosis de frustración, angustia y desilusión.

Con ese sueño también se fue apagando la persona que lo tenía. La inocencia se convirtió en responsabilidad; el delirio, en cordura; la alegría, en seriedad; la felicidad, en tristeza; la creatividad, en mediocridad; el acelerador, en freno y el futuro, en presente.

Así empieza la pérdida de tu verdadero «yo», cuando renuncias a tus sueños y antepones el pensamiento «no puedo, no va a llegar» antes de empezar a perseguirlo siquiera. O, al menos, supongo que así fue para mí.

En este libro quiero que abras tu mente y tu corazón para que reconozcas a la persona en la que te has convertido y evalúes si esta es la que va a luchar por alcanzar tus objetivos, metas y sueños. Si eres quien siempre quisiste ser o si ni siquiera sabes quién es esa persona. Si te has dejado llevar por la corriente hasta un lugar en el que estás cómodo en la incomodidad, si el reflejo del espejo te representa o apenas lo reconoces. Quiero que veas la posibilidad que hay en ti de crear alguien que encaje en el molde donde únicamente entras tú, tu mejor versión, la que lucha dentro de sus posibilidades y circunstancias únicas a ti, por todo lo que siempre quisiste. No te conformes ni te escudes en frases como «yo soy así», porque con eso solo te haces daño a ti y a tu entorno. Puedes cambiar quién eres y tu realidad actual, porque puedes tomar decisiones al respecto. Puedes vivir una vida en la que la felicidad aparezca cada día a saludar, en la que la alegría sea más fuerte que el dolor. Recupera tu llama, ilumina a los demás con eso que solo tú puedes aportar. Mereces priorizarte, cuidarte, respetarte, caerte bien. Eres tú, contigo y por ti antes que nadie. No podrás dar a los demás si no tienes suficiente para ti. Es difícil, pero puedes hacer cosas difíciles. Y, en estas páginas, yo quiero acompañarte en este proceso. Vamos a hablar de los sueños que no se cumplen y de los que sí, de qué es el bienestar y cómo se llega ahí, de las versiones de uno mismo que hay que dejar atrás para avanzar, de los consejos que me hicieron espabilar a mí y que ojalá resuenen en ti. ¿Estás preparado? Pues respira hondo, ¡que empezamos!

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Los sueños

Renunciar a un sueño, propósito u objetivo grande de vida es una manera de conformarte con menos de lo que en el fondo sabes que quieres y seguramente puedas conseguir. Dejar de lado el tener un propósito o un foco nos roba poco a poco la alegría de vivir, y enmascara con el miedo a lo desconocido la seguridad que nos puede aportar tener una estructura en la que apoyarnos y un plan de vida que nos ilusione.

Puede que muchos de nuestros sueños de cuando éramos pequeños ahora nos parezcan del todo inalcanzables, y quizá objetivamente ya no queramos perseguirlos. Pero si hay una llama dentro de ti, aunque sea pequeñitísima, ínfima (palabra de mayor), minúscula, después de tantos años pasando por completo de ella, es que por ahí va la cosa. Y vamos a protegerla, porque será tu guía cuando quieras mandarlo todo a la mierda.

Esos impulsos y preferencias que nos surgen de pequeños, ya sea en todo lo creativo, en ser el defensor de los apartados en el patio, en ayudar a pajaritos caídos del nido…, no se pueden olvidar con tantísima facilidad como acostumbran. Seguramente hayamos oído muchas veces lo de las vocaciones. Solo les prestamos atención y les damos imp

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