Mejor que nunca

Gretchen Rubin

Fragmento

Mejor que nunca

Introducción
DECIDO NO DECIDIR

Es un profundo error que debamos cultivar el hábito de pensar lo que estamos haciendo. El preciso opuesto es la cuestión. La civilización avanza extendiendo el número de operaciones importantes que podemos hacer sin pensar en ellas.

ALFRED NORTH WHITEHEAD, Una Introducción a las matemáticas

Desde que tengo memoria, una de mis secciones favoritas en cualquier libro, revista, juego o programa de televisión es “antes y después”. Siempre que leo esas palabras quedo enganchada. El pensar en una transformación, de cualquier tipo, me emociona. No interesa si es un cambio importante, como dejar de fumar, o uno trivial, como organizar un escritorio, me encanta leer cómo y por qué alguien lo hizo.

“Antes y después” atrapó mi imaginación y provocó mi curiosidad. Algunas veces, la gente logra hacer cambios dramáticos, pero por lo general no puede. ¿Por qué sí o por qué no?

Como escritora, mi mayor interés es la naturaleza humana y, en particular, el tema de la felicidad. Hace algunos años descubrí un patrón: cuando la gente me platica de un “antes y después” que aumentó su felicidad, a menudo mencionan la formación de un hábito importante. Y cuando fueron infelices por un cambio que no lograron realizar, casi siempre también está relacionado con un hábito.

Un día, mientras estaba comiendo con una amiga, dijo algo que transformaría mi interés casual por los hábitos en una preocupación de tiempo completo.

Después de ver el menú dijo: “Quiero adoptar el hábito de hacer ejercicio pero no puedo, y de verdad me molesta.” Entonces, agregó una pequeña observación que me absorbería por mucho tiempo: “Lo raro es que en la preparatoria estaba en el equipo de atletismo y nunca me perdía un solo entrenamiento, pero ahora no puedo ir a correr. ¿Por qué?”

“¿Por qué?” Repetí mientras repasaba en la mente mi índice de cartas de felicidad, buscando para encontrar algo relevante o una explicación útil. Nada.

Nuestra conversación cambió de tema, pero conforme los días pasaban, no podía sacar ese diálogo de mi mente. La misma persona y la misma actividad, pero un hábito diferente. ¿Por qué? ¿Por qué podía hacer ejercicio en el pasado, pero ahora ya no? ¿Cómo podría empezar otra vez? Su pregunta me zumbaba en la cabeza con esa energía especial que me dice que tropecé con algo importante.

Al final, relacioné la conversación con lo que ya había descubierto en las historias de los “antes y después”, y todo se iluminó: Para entender cómo puede cambiar la gente, primero debo entender los hábitos. Me invadió esa sensación de alegría anticipada y alivio que siento cada vez que tengo la idea para mi siguiente libro. ¡Era obvio! Hábitos.

Siempre que empiezo con un tema, leo todo lo que esté relacionado. Así que empecé a saquear los estantes de ciencia cognitiva, economía conductual, gobierno monástico, filosofía, psicología, diseño de productos, adicciones, investigación del consumidor, productividad, entrenamiento animal, ciencias de la decisión, política pública, diseño de habitaciones y rutinas de un jardín de niños. Una montaña impresionante de información sobre hábitos flotaba a mi alrededor, pero tenía que separar la astronomía de la astrología.

Pasé mucho tiempo buscando en tratados, historias, biografías y, en particular, en las investigaciones científicas más actuales. Al mismo tiempo, he aprendido a hacer un gran acervo de mis propias observaciones de la vida cotidiana. Aunque los experimentos de laboratorio son una forma de estudiar la naturaleza humana, no son la única vía. Soy una especie de científico de la calle. Paso la mayoría de mi tiempo intentando entender lo obvio (no ver lo que nadie más ha visto, sino ver lo que está a plena vista). El enunciado que salta de la página o el comentario casual de alguien, como lo que dijo mi amiga sobre el equipo de atletismo, de repente me llegan con mucho significado, por razones que no entiendo muy bien. Luego, conforme aprendo más, esas piezas perdidas del rompecabezas empiezan a encajar, hasta que el cuadro completo aparece bien claro.

Entre más aprendo sobre hábitos, más me interesan, aunque también me frustran. Para mi sorpresa, las fuentes que consulté mencionan muchos de los asuntos que me parecen más importantes:

•Es fácil entender por qué es complicado formar un hábito que no disfrutamos pero, ¿por qué pasa lo mismo con uno que sí nos gusta?

•Algunas veces la gente adquiere hábitos de la noche a la mañana, otras veces se deshacen de forma abrupta de algunos que llevaban mucho tiempo repitiendo, ¿por qué?

•¿Por qué algunas personas se resisten a los hábitos mientras otras los adoptan con impaciencia?

•¿Por qué después de una dieta exitosa, por lo general, se recupera el peso perdido y hasta más?

•¿Por qué muchas veces la gente es tan indiferente de las consecuencias de sus hábitos? Por ejemplo, en Estados Unidos, un tercio de la mitad de los pacientes con enfermedades crónicas no toman las medicinas que les prescribieron.

•¿Las mismas estrategias sirven para cambiar desde simples acciones (usar el cinturón de seguridad) hasta hábitos complejos (beber menos)?

•¿Por qué a veces no podemos cambiar un hábito negativo, aunque estemos muy ansiosos, incluso desesperados? Un amigo me dijo: “He tenido problemas de salud y me siento muy mal cuando como algunas cosas. Pero de todos modos las sigo consumiendo.”

•¿Las mismas estrategias para crear hábitos funcionan igual de bien para todo el mundo?

•Parece que algunas situaciones hacen más fácil la formación de hábitos. ¿Cuáles son y por qué?

Estaba determinada a encontrar las respuestas a estas preguntas y descubrir cada aspecto de la generación y destrucción de hábitos. Los hábitos eran la clave para entender cómo la gente era capaz de cambiar. Pero, ¿por qué hacen posible el cambio? Encontré la respuesta, en parte, en algunas oraciones cuyas sencillas palabras escondían una observación que, para mí, fue súper interesante. En el fascinante libro Willpower, Roy Baumeister y John Tierney escriben: “Los investigadores quedaron sorprendidos al descubrir1 que la gente con un fuerte autocontrol, pasa menos tiempo resistiendo deseos que los demás… Las personas usan esta característica para desarrollar hábitos efectivos y rutinas en la escuela y el trabajo, más que para rescatar a otros en las emergencias.” En otras palabras, los hábitos eliminan la necesitad del autocontrol.

Éste es un aspecto crucial en nuestras vidas. La gente con mejor autocontrol2 (o autorregulación, autodisciplina, o fuerza de voluntad) son más felices y saludables. Son más altruistas, tienen relaciones más fuertes y más éxito en sus carreras; manejan mejor el estrés y los conflictos; viven más tiempo; se conducen alejados de los malos hábitos. Esta característica nos permite mantener nuestros compromisos. Un estudio sugi

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