Bienestar emocional

Osho

Fragmento

TUS EMOCIONES, SENTIMIENTOS Y PENSAMIENTOS —toda la parafernalia de tu mente— se manipulan desde el exterior. Ahora la ciencia es capaz de entenderlo mejor, pero incluso antes de que la ciencia lo hubiese investigado, los místicos llevaban miles de años diciendo exactamente lo mismo: que todo lo que está dentro de tu mente no es tuyo; tú estás más allá de todo eso. El único problema es que te identificas con ello.

Por ejemplo, si alguien te insulta, te enfadas. Crees que te estás enfadando pero, en términos científicos, el insulto de la otra persona actúa como un control remoto. La persona que te ha insultado está manipulando tu comportamiento. Tu ira está en sus manos, y tú solo te comportas como una marioneta.

En la actualidad, los científicos pueden poner electrodos en ciertos centros del cerebro con un resultado increíble. Los místicos llevaban hablando de esto desde hace miles de años, pero solo recientemente la ciencia ha descubierto que en el cerebro hay cientos de centros que controlan tu comportamiento. Se puede poner un electrodo en un punto determinado, por ejemplo, en el centro de la ira. Nadie te está insultando, nadie te está humillando, nadie te está diciendo nada; tú estás tranquilamente sentado y feliz, y cuando alguien pulsa el botón de un control remoto, ¡te enfadas! Es una sensación extraña porque no encuentras el motivo de tu ira en ninguna parte. Intentas buscarle una explicación racional. Ves pasar un hombre por el pasillo y recuerdas que te insultó; buscas una justificación tan solo para convencerte de que no te estás volviendo loco. Estás tranquilamente sentado y, de repente, sin mediar provocación alguna ¿cómo es posible que te enfades tanto?

Ese mismo control remoto también se puede accionar para que te sientas feliz. Estás sentado en una silla y empiezas a reírte, miras a tu alrededor, ¡si te viera alguien pensaría que estás loco! No te han dicho nada, no ha pasado nada, nadie ha dado un patinazo, ¿de qué te ríes? Buscas una explicación racional, intentas encontrar una explicación racional a la risa. Y lo más curioso es que la próxima vez que pulsen el mismo botón y te rías, se te ocurrirá la misma justificación, el mismo consuelo, la misma explicación; ¡esa explicación racional ni siquiera es tuya! Es como si se tratase de un disco de vinilo.

Al leer unas investigaciones científicas acerca de estos centros, me acordé de mis días de estudiante. Yo era uno de los ponentes en un debate intrauniversitario en el que participaban todas las universidades del país. La Universidad de sánscrito de Benarés también estaba entre ellas pero, naturalmente, los alumnos de dicha Universidad se consideraban un poco inferiores a los participantes de las demás. Conocían las antiguas escrituras, conocían la poesía sánscrita, el teatro, pero no estaban familiarizados con el mundo del arte, la literatura, la filosofía o la lógica contemporáneas. Y el complejo de inferioridad tiene unos mecanismos muy extraños...

Después de mi intervención, le tocaba el turno al representante de la Universidad de sánscrito. Para impresionar al auditorio y para disimular su complejo de inferioridad, comenzó su discurso con una cita de Bertrand Russell que había aprendido de memoria; los estudiantes de sánscrito son capaces de memorizar mejor que nadie. Pero tenía tanto miedo escénico... y además no sabía nada de Bertrand Russell, no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Si se hubiese limitado a citar algo relativo al sánscrito, se habría sentido más cómodo.

En mitad de la frase se quedó callado. Yo estaba sentado a su lado porque acababa de terminar mi turno. Hubo un silencio, él estaba sudando, y para echarle una mano le dije: «Vuelve a empezar». ¿Qué otra cosa podía hacer? Se había quedado en blanco y le dije: «Si no puedes seguir, vuelve a empezar; a lo mejor te acuerdas de cómo sigue».

Así que volvió a empezar: «Compañeros y compañeras...», pero al llegar exactamente al mismo punto volvió a quedarse en blanco. Ahora resultaba cómico. En la sala todo el mundo empezó a corear: «¡Otra vez!». Él lo estaba pasando fatal. No era capaz de seguir pero tampoco podía quedarse callado como un idiota. Así que tuvo que volver a empezar. Y volvió desde el principio: «Compañeros y compañeras...».

Durante un cuarto de hora oímos una y otra vez esa parte que empezaba por «Compañeros y compañeras...», hasta que llegaba al punto en el que se quedaba en blanco. Cuando se le acabó el tiempo vino, se sentó a mi lado y me dijo:

—Has arruinado mi exposición.

Yo le respondí:

—Estaba intentando ayudarte.

—¿Eso es ayudar? —dijo lastimeramente.

—De todas formas estabas en un apuro. Así por lo menos has hecho que todo el mundo se divierta... menos tú, por supuesto. ¡Pero deberías estar contento de haber hecho reír a toda esa gente! Además, ¿por qué escogiste esa cita? Cuando te dije: «Empieza otra vez», no hacía falta que lo hicieras desde el principio, podías haberte saltado la cita, no era imprescindible.

Pero leyendo algunas investigaciones científicas me he enterado de que el centro del habla es exactamente igual que un disco, aunque tiene algo muy raro y especial. En un disco, si levantas la aguja, puedes volver a ponerla en el sitio donde estaba y seguir desde ahí. Pero en el centro del habla, si levantas la aguja y vuelves a bajarla, el centro vuelve automáticamente al principio.

Si esto es así, ¿cómo puedes decir que tú eres dueño de lo que dices o de lo que sientes? Es obvio que no te han puesto ningún electrodo, pero biológicamente está ocurriendo lo mismo.

Cuando ves determinado tipo de mujer, tu mente reacciona automáticamente: «¡Qué bella!». No es más que un control remoto. Esa mujer está actuando de control remoto conectado a un electrodo, y tu centro del habla reproduce la frase grabada: «¡Qué bella!».

La mente es un mecanismo. No eres tú. La mente graba cosas del exterior y luego reacciona a los estímulos externos conforme a esas grabaciones. La única diferencia entre un hindú, un musulmán, un católico o un judío, es que sus discos son diferentes. Pero internamente solo hay una humanidad. Cuando pones un disco... la letra puede estar en hebreo, en sánscrito, en persa o en árabe, pero la máquina que lo hace sonar es la misma. A la máquina no le importa que el disco esté en hebreo o en sánscrito.

Todas vuestras religiones, vuestras ideas políticas y vuestras actitudes culturales solo son grabaciones. Y cada situación desencadena determinada grabación.

Hay un bella anécdota en la vida de uno de los reyes más sabios de la India, Raja Dhoj. Él se mostraba muy interesado por los sabios. Había puesto su fortuna a disposición de un único propósito: reunir a todos los sabios del país, costara lo que costase. La capital de su reino era Ujjain, y en su corte había treinta de las personas más famosas del país. Era la corte más refinada de toda la nación.

Kalidas, uno de los mayores poetas que ha dado el mundo, era m

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