Draco. La sombra del emperador

Massimiliano Colombo

Fragmento

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Créditos

Título original: Draco. L’ombra de l’imperatore

Traducción: Juan Carlos Gentile Vitale

1.ª edición: noviembre 2015

© Massimiliano Colombo y Edizione Piemme, 2012

© Ediciones B, S. A., 2015

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-204-2

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Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

La dinastía constantiniana

I. Mediolanum

II. Claudio Silvano

III. El césar de la Galia

IV. Draco, la sombra del césar

V. El paso de los Alpes

VI. El sabor de la batalla

VII. La colonia de Agripina

VIII. Las murallas dee Senones

IX. El asedio

X. El patíbulo

XI. El puente sobre el Rin

XII. Argentoratum

XIII. Conspiración

XIV. Tabula Cerata

XV. Vientos de guerra

XVI. Constantinopla

XVII. Antioquía

XVIII. La campaña sasánida

XIX. Frigia

XX. Eternidad

Personajes en orden de relevancia

Agradecimientos

Notas

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Dedicatoria

A L’aura,1 encontrada en Roma hace dos mil años,

que ha afrontado conmigo este largo viaje en el tiempo

hasta las orillas del impetuoso Tigris.

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La dinastía constantiniana

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I. Mediolanum

I

Mediolanum

Agosto del 355 d. C.

El viento cálido del verano empujó al cernícalo sobre la soleada llanura, hacia los campos cultivados en los márgenes de la gran ciudad. Bajo la mirada del depredador corrían relucientes cursos de agua, escudo líquido que abrazaba los sólidos muros erigidos para defender a la población.

Torreones semejantes a mudos centinelas interrumpían la muralla de la ciudad a lo largo de las vías que corrían en todas direcciones. Desde allí era fácil alcanzar Aquileia y luego proseguir hacia Constantinopla, o bien ir en dirección oeste y luego al norte, hacia Vienne o la Galia, hasta Lutecia. Desde allí se podía tener el control de las vías hacia el Rin y el alto curso del Danubio; desde allí el emperador y su corte guiaban la lucha por el dominio del imperio.

Quien quisiera reinar sobre Roma debía hacerlo desde la antigua capital de los insubrios, la ciudad llamada Mediolanum.

En el último siglo, Mediolanum había prosperado, y se había expandido dentro de los antiguos muros y fuera de ellos. Rica y poderosa, acuñaba moneda en su propia ceca y albergaba villas señoriales, jardines, galerías, estatuas, termas y teatros. Por sí solo, el imponente complejo del palacio imperial ocupaba todo un barrio en la parte occidental de la ciudad. El conjunto de suntuosos edificios residenciales y administrativos, erigidos en el curso de los años, alojaba la estructura administrativa del imperio. Entre jardines exóticos cuajados como joyas en majestuosas columnatas, se asomaban muchos de los palacios de la corte, según el modelo oriental, directamente sobre el inmenso escenario personal del divino augusto, el circo ecuestre, construido junto a los muros.

Desde una de las torres de la línea de partida de las carreras de carros elevó el vuelo una bandada de palomas. El movimiento no escapó a la vista aguda del cernícalo, pero el depredador permaneció inmóvil, con las alas desplegadas, contemplando la arena que se extendía debajo de él. Atraído por un resplandor en el torbellino de colores que rodeaba el recorrido del certamen, el cernícalo giró y bajó en picado. En aquel momento se elevó el estruendo de la multitud y la rapaz, espantada, volvió a abrir las alas y voló hacia la campiña.

Un hombre de entre el público del estadio señaló un punto en el cielo.

—Un halcón se ha dirigido derecho al carro de los Azules.

—¿Dónde, Victor?

—Allá abajo, pero ya ha volado.

Los alaridos en torno a ellos reclamaron la atención de los dos hombres en la arena. Al son

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