La masai blanca

Corinne Hofmann

Fragmento

 

Título original: Die weiße Massai

Traducción: Isi Feuerhake

1.ª edición: septiembre 2012

 

© 1998 by A1 Verlag GmbH, München

www.a1-verlag.de

© Ediciones B, S. A., 2012

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal:  B.22761-2012

ISBN DIGITAL:  978-84-9019-204-7

 

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Para Napirai

 

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Llegada a Kenia

Buscando

Un largo medio año

El reencuentro

Barreras burocráticas

Despedida y partida

En la nueva patria

Mi viaje con Priscilla

Encuentro con Jutta

Feliz en Maralal

De vuelta en Mombasa

La cabeza enferma

Vienes a mi casa

El todoterreno

Peligros en la selva

Planes de futuro

Vida cotidiana

Suiza, un país extraño

África, mi patria

Burocracia

Malaria

En el hospital

La ceremonia

Pole, pole

Despedida y bienvenida

Registro civil y viaje de bodas

Nuestra propia manyatta

Boda samburu

La tienda

Senderos en la selva

La mujer del maestro

Miedo por mi hijo

En la ladera de la muerte

La gran lluvia

La mudanza

Médico aéreo

Sophia

Napirai

El regreso de los tres

Hambre

Cuarentena

Nairobi

Reposo en Suiza

Rostros blancos

¿Se arreglará todo?

Desconfianza

Agudización

Situación desesperada

Impotencia y rabia

La buena saliva

Nuevas esperanzas

Amarga decepción

Un callejón sin salida

Huida

Agradecimientos

FOTOS

 

Llegada a Kenia

 

Un esplendoroso aire tropical nos recibe a nuestra llegada al aeropuerto de Mombasa, y allí mismo lo presiento y lo noto ya: este es mi país, aquí me sentiré a gusto. Pero, por lo visto, solo yo me muestro receptiva al aura que nos envuelve, pues Marco, mi novio, exclama sin eufemismos:

—Aquí huele que apesta.

Tras los trámites aduaneros, el safaribús nos lleva a nuestro hotel. Durante el trayecto tenemos que atravesar en ferry un río que marca los límites entre la costa sur y Mombasa. Hace calor, y nosotros seguimos asombrados nuestro viaje en el autocar. En este momento aún no sé que dentro de tres días este ferry cambiará bruscamente mi vida, que la va a alterar de manera radical.

Al otro lado del río recorremos, durante aproximadamente una hora, carreteras comarcales que cruzan pequeños poblados indígenas. La mayoría de las mujeres que nos miran sentadas a la puerta de las sencillas cabañas parecen musulmanas y van envueltas en telas negras. Al fin llegamos a nuestro hotel, el Africa-Sea-Lodge. Se trata de un complejo moderno, si bien construido en estilo africano, y nos instalamos en una cabaña circular amueblada con gusto y acogedora. Una primera escapada a la playa refuerza una sensación sobrecogedora: este es el más hermoso de todos los países que he visitado jamás, y aquí quisiera quedarme.

Al cabo de dos días, nos hemos aclimatado perfectamente y, por nuestra propia cuenta, queremos tomar el autobús de línea para ir a Mombasa y el Likoni-Ferry para realizar una visita a la ciudad. Discretamente pasa a nuestro lado un hombre rasta y le oigo decir:

—Hachís, marihuana.

—Yes, yes, ¿dónde podemos conseguirlo? —asiente Marco.

Tras una breve conversación nos indica que le sigamos.

—¡Déjalo, Marco, es demasiado peligroso! —le digo, pero él hace caso omiso de mis advertencias.

Cuando llegamos a una zona de chozas destartaladas, trato de suspender la operación, pero el hombre nos explica que le esperemos y, acto seguido, desaparece. Me siento incómoda y, al fin, también Marco comprende que lo mejor sería marcharnos. Estoy furiosa y le pregunto alterada:

—¿Ves ahora lo que puede pasar?

Está cayendo la tarde y deberíamos iniciar el regreso. Pero ¿en qué dirección? No recuerdo dónde atraca aquel ferry, y también Marco me falla miserablemente. Tenemos así nuestra primera disputa importante y, solo tras una larga b

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