Largo Caballero

Julio Arostegui

Fragmento

Antiguo obrero estuquista, el señor Largo Caballero ha debido de hacer un gran esfuerzo de voluntad y de inteligencia para aprender también a gobernar. Ha llegado a ello a través de un trabajo obstinado y una moralidad intransigente. Físicamente, aun siendo madrileño como es, no se parece ni a ese tipo meridional que suele presentarse en el extranjero ni tampoco al hombre que hubiese vivido siempre en la ciudad. Sus rasgos, que la edad ha esculpido sin deformarlos, recuerdan más bien a los de una vieja efigie romana. Uno se lo figura en tiempos de Catón el Viejo, compartiendo su tiempo entre los negocios de Estado y el cultivo de la tierra. La austeridad de su rostro está acompañada, como suele ser habitual, por una cierta timidez. Habla poco y no hace vida social. Pero cuando se decide, bajo la presión de una convicción largo tiempo contenida, a expresar una idea en la que cree firmemente, es capaz de hablar sin esos rodeos corteses que son habituales entre los oradores españoles.

JEAN HERBETTE, embajador de la República Francesa,

26 de septiembre de 1931

...os digo que al dejar los cargos no he tenido que volver a la clase obrera, porque jamás salí de ella; me ha bastado con sustraerme a los halagos y las comodidades personales, sabiendo que mi puesto no podía estar más que en el campo obrero. Porque la redención de la Humanidad solo puede hacerla la clase obrera.

FRANCISCO LARGO CABALLERO,

Jaén, 5 de noviembre de 1933

Una de las mayores satisfacciones de mi vida política la ha constituido mi absoluta coincidencia con él sobre el problema español, coincidencia que se operó sin haber cambiado entre nosotros media palabra, y que abarcó no solo lo fundamental sino detalles secundarios ... muchos no valoraban en todo su alcance el fenómeno de que dos hombres de temperamento tan distinto y de formación tan diversa hubiesen coincidido de manera tal sobre problema tan complejo.

INDALECIO PRIETO, carta a Carmen Largo Calvo,

17 de mayo de 1946

Agradecimientos

Agradecimientos

Este texto empezó a materializarse gracias al impulso, extremadamente benevolente, de dos destacados y persistentes mentores: Antón Saracíbar, director entonces de la Fundación Francisco Largo Caballero, y Manuel Fernández Cuesta, director entonces también del sello editorial Debate. Sin estos dos beneméritos y constantes impulsores, pese a mis dilaciones, puedo decir, sencillamente, que esta obra no habría empezado a construirse. En el transcurso de su elaboración, bastante más prolongada de lo que yo pensé entonces, y con vicisitudes obligadas como la de tener que reducir drásticamente el original, cuya extensión lo hacía inviable para una edición «para todos los públicos», he recibido alientos, apoyos, orientaciones, consejos y correcciones por parte de colegas, amigos, profesionales de la archivística y eruditos en algún aspecto concreto de su contenido, y todos, lo que es lo mejor, movidos por el afecto personal. Gracias a ellos se han evitado algunos errores, lo que no implica que se hayan subsanado todos, pero quiero pensar que sí lo han sido los más importantes. Nada puede ser más grato que ofrecerles aquí el testimonio de reconocimiento de la deuda contraída por mí, agradecimiento que vale mucho menos que su ayuda.

Me asalta, eso sí, la preocupación por la posibilidad de omitir involuntariamente en la referencia que hago alguna de estas irrecompensables ayudas. Por si esto ocurriese, deseo que conste que mi agradecimiento a los que de una forma u otra han seguido y colaborado en la elaboración de este trabajo, más allá de su expresión formal e individualizada, desea expresar el convencimiento de que sin asistencias de quienes son nombrados o no, de su confianza permanente, hubiera sido imposible llegar al final de algo que tiene como responsable, claro está, a una única persona, pero en la que siempre dejan su huella otras muchas.

Entre aquellas cuya ayuda ha sido esencial para la consulta de la documentación empleada figura en muy primer lugar Aurelio Martín Nájera, director del Archivo y Biblioteca de la Fundación Pablo Iglesias, un auxilio fundamental el suyo, con su disponibilidad y su consejo, junto con una entrañable comprensión y una particular sabiduría. Y con él todo el personal de esa institución. No puedo decir menos de la Fundación Largo Caballero, donde Antón Saracíbar, Almudena Asenjo, Jesús Pérez —su actual director—, Nuria Franco y el resto de sus colaboradores me ofrecieron siempre su más completa disponibilidad. Lo mismo vale para Julián Vadillo en la Fundación Anselmo Lorenzo (CNT), María Victoria Ramos en el Archivo del PCE, Alonso Puerta y su magnífica atención en el de Indalecio Prieto, y para las diversas personas que me atendieron exquisitamente en la Biblioteca Gabriel Miró, de la CAM, en Alicante, en el Archivo Histórico Nacional, en el ahora llamado Centro Documental de la Memoria, en Salamanca, y en el Archivo General de la Administración.

Un lugar especial en mi agradecimiento ocupan también quienes me han hecho conocer ciertos documentos o me los han facilitado directamente, como es el caso de Ángel Viñas, Jorge Marco, Sandra Souto, Ana Domínguez Rama y Josep Sánchez Cervelló, al cual debo la noticia de que el Archivo del Monasterio de Poblet guarda documentos de Josep Tarradellas interesantes para nuestro objeto. Un caso especial en este apoyo ha sido también el de Rodolfo Llopis junior, en todo fiel reflejo de su padre, interesado siempre en esta obra, que muy claramente refleja la culminación de lo que Rodolfo Llopis senior emprendió ya en vida sin verlo concluido nunca; Llopis hijo —al que Caballero y los demás conocieron siempre como Fito— nos facilitó informaciones, incluidas las gráficas, de gran interés. En este mismo caso se encuentra Paul Preston. Y no quiero dejar de mencionar tampoco la cordialidad y sencillez con que Adolfo Ferrero y Antonio Ortiz pusieron a mi disposición su texto inédito «Largo Caballero en la Dehesa de la Villa», con noticias entrañables sobre las vicisitudes del dirigente como vecino de aquella zona de Madrid.

De otra parte, Aurelio Martín Nájera, Octavio Ruiz-Manjón, Ángel Viñas, Eduardo González Calleja, Sandra Souto, Jorge Marco, Carlos Navajas, Jorge Saborido, Juan Andrés Blanco, Glicerio Sánchez Recio y Ana Domínguez Rama leyeron total o parcialmente el texto antes de su última versión. Todos, algunos con conmovedora y ejemplar dedicació

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