Tres guineas

Virginia Woolf

Fragmento

No puedo por menos de preguntar, como un eco: ¿es irrazonable pedir a las mujeres que sigan sufriendo, generación tras generación, vilipendios e insultos, primero de sus hermanos y luego por sus hermanos? ¿No es perfectamente razonable y en general bueno para su bienestar físico, moral y espiritual? Pero no interrumpamos al señor Joad. “Si lo es, cuanto antes abandonen la pretensión de jugar con los asuntos públicos y regresen a su vida privada, mejor. Si son incapaces de hacer algo en la Cámara de los Comunes, que al menos hagan algo en casa. Si no pueden aprender a salvar a los hombres de la destrucción que la incurable maldad masculina promete traerles, dejemos que por lo menos aprendan a alimentarlos antes de que ellos se dediquen a destruirse entre sí.”2 No nos detendremos a preguntar cómo con un voto pueden curar lo que el mismo señor Joad reconoce que es incurable, ya que la cuestión es: ¿cómo, a la vista de estas afirmaciones, tiene usted el descaro de pedirme una guinea para pagar el alquiler? Según el señor Joad, ustedes no solo son extremadamente ricas; son también extremadamente perezosas, y están tan entregadas a comer cacahuetes y helados que ni siquiera han aprendido a prepararle la comida antes de que se destruya a sí mismo, y mucho menos cómo evitar ese acto fatal. Pero hay acusaciones más graves. Su letargo es tal que ni siquiera son capaces de luchar para defender la libertad que sus madres consiguieron para ustedes. Esta acusación contra ustedes la formula el más famoso de los novelistas ingleses contemporáneos: el señor H. G. Wells. El señor
H. G. Wells dice: “No ha habido ningún movimiento de la mujer perceptible para oponer resistencia a la práctica anulación de su libertad por parte de los nazis y los fascistas”.3

Siendo rica, perezosa, glotona y aletargada, ¿cómo tiene el descaro de pedirme que entregue un donativo a una sociedad que ayuda a las hijas de los hombres instruidos a ganarse la vida con una profesión? Porque, como demuestran estos caballeros, a pesar del voto y de la riqueza que ese voto tenía que traer consigo, no han puesto ustedes fin a las guerras; a pesar del voto y del poder que ese voto tenía que traer consigo, no han opuesto ustedes resistencia a la práctica anulación de su libertad por parte de los nazis y los fascistas. Qué conclusión puede extraerse sino que lo que se llamó “el movimiento de la mujer” ha demostrado ser un fracaso; y la guinea que le adjunto no debe destinarse a pagar el alquiler, sino a incendiar su edificio. Y, cuando haya ardido, retírese usted una vez más a la cocina, señora, y aprenda, si puede, a preparar una comida que quizá no compartirá…».4

Aquí, señor, se interrumpe la carta; porque la cara al otro lado de la carta —la cara que un autor de cartas siempre ve— tenía una expresión… ¿era de tedio, o quizá de fatiga? La mirada de la tesorera honoraria parecía reposar sobre un papelito que tenía anotados dos hechos aburridos que, por guardar cierta relación con el asunto que estamos tratando, cómo las hijas de los hombres instruidos que se ganan la vida con una profesión pueden ayudarle a evitar la guerra, quizá valga la pena reproducir. El primer hecho era que los ingresos de la WSPU en los que se basaba el señor Joad para estimar su riqueza eran (en 1912, momento culminante de su actividad) de cuarenta y dos mil libras esterlinas.5 El segundo hecho era: «Ganar doscientas cincuenta libras anuales es todo un éxito, incluso para una mujer altamente cualificada y con años de experiencia».6 La fecha de esta afirmación es 1934.

Ambos hechos son interesantes y, puesto que ambos guardan relación directa con el asunto que nos ocupa, examinémoslos. Abordemos primero el primer hecho, que es interesante por cuanto demuestra que uno de los mayores cambios políticos de nuestro tiempo se llevó a cabo con unos ingresos increíblemente minúsculos de cuarenta y dos mil libras anuales. «Increíblemente minúsculos» es, claro está, una expresión relativa; es decir, son increíblemente minúsculos comparados con los ingresos que el Partido Conservador o el Partido Liberal —los partidos a los que pertenece el hermano de la mujer instruida— tenían a su disposición para sus causas políticas. Son muy inferiores a los ingresos del Partido Laborista —el partido al que pertenece el hermano de la mujer obrera— tiene a su disposición.7 Son increíblemente minúsculos comparados con las sumas que una sociedad como la Sociedad para la Abolición de la Esclavitud tenía a su disposición para abolir la esclavitud. Son increíblemente minúsculos comparados con las sumas que el hombre instruido gasta al año, no en causas políticas, sino en deportes y diversiones. Sin embargo, nuestro asombro, ya sea por la pobreza de las hijas del hombre instruido o por su economía, es una emoción claramente desagradable en este caso, pues nos obliga a sospechar que la tesorera honoraria dice la pura verdad: es pobre; y nos obliga a preguntar: si cuarenta y dos mil libras fue todo lo que las hijas de los hombres instruidos lograron reunir tras años de trabajo incansable para defender su propia causa, ¿cómo pueden ayudarle a ganar la suya? ¿Cuánta paz se puede comprar con cuarenta y dos mil libras anuales en la actualidad, cuando gastamos trescientos millones de libras al año en armamento?

Pero el segundo hecho es el más sorprendente y deprimente de los dos: ahora, casi veinte años después de que la mujer fuera admitida en las profesiones lucrativas, «ganar doscientas cincuenta libras anuales es todo un éxito, incluso para una mujer altamente cualificada y con años de experiencia». En efecto, este hecho, si es cierto, resulta tan sorprendente y guarda tanta relación con la cuestión que nos ocupa que debemos detenernos un momento a examinarlo. Es tan importante que debe examinarse además a la luz blanca de los hechos, no a la luz coloreada de la biografía. Recurramos pues a una autoridad impersonal e imparcial a quien ni le vaya ni le venga lo que estamos analizando: por ejemplo, el Almanaque Whitaker.

Whitaker, ni que decir tiene, no es solo uno de los autores más desapasionados, sino también de los más metódicos. En su Almanaque ha recogido todos los datos acerca de todas, o casi todas, las profesiones al alcance de las hijas de los hombres instruidos. En una sección titulada «Gobierno y organismos públicos», nos proporciona un claro informe de los profesionales a los que da empleo el gobierno y de cuánto paga el gobierno a las personas a las que tiene empleadas. Como Whitaker sigue el orden alfabético, examinemos las primeras seis letras del abecedario. En la A tenemos Admiralty, Air Ministry y Ministry of Agriculture. En la B, British Broadcasting Corporation; en la C, Colonial Office y Charity Commissioners; en la D, Dominions Office y Development Commission; en la E, Ecclesiastical Commissioners y Board of Education; y así llegamos a la sexta letra, la F, en la que encontramos Ministry of Fisheries, Foreign Offi ce, Friendly Societies y Fine Arts. Estas son algunas de las profesiones que en la actualidad, tal como a menudo se nos recuerda, están al alcance de hombres y mujeres por igual. Y los sueldos que se pagan a quienes trabajan en ellas proceden de los fondos públicos, a los que contribuyen por igual hombres y mujeres. El impuesto sobre la renta del que salen esos sueldos (entre otras cosas) asciende ahora a unos cinco chelines por libra. Por lo tanto, todos tenemos interés en preguntar cómo se gasta ese dinero y en quién. Miremos la lista de salarios de la Board of Education, puesto que es la clase, señor, a la que, aunque en grados muy distintos, los dos tenemos el h

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos