22

Paule San Salvador del Valle

Fragmento

22-3

Prólogo

Este libro es a su vez una colección o recopilatorio de otros libros, con sus hermosas citas de grandes escritores y/o personas anónimas que me han ayudado a soportar el dolor. Los libros que me han salvado y las palabras que me han arropado el alma en mis peores momentos.

Es un intento de calmar las ansiedades de quienes sufren con una experiencia parecida.

Reflexiones varias para aprender a vivir mejor. La actividad de la mente cuando el cuerpo no puede ocuparse de casi nada, o se encuentra demasiado ensimismado en la lucha contra el enemigo.

Es la historia de un año en el que tuve cáncer. Ese puto cáncer que a tantas y tantos se nos ha interpuesto en el camino. Ha sido un año especial, lleno de retos a todos los niveles. De aprendizajes constantes.

Pero, sobre todo, es un intento de ordenar todo lo que pasó, de entenderlo mejor y de exprimir todo lo positivo que me ha aportado.

Desde las tripas,

Ez etsi, gogor eutsi[2].

22-4

Los cuatro deseos

a Paule

«Si solo fueran cuatro...» apuntaba Ignacio; y tenía razón, eran más, pero cuatro es un buen número para que parezca un cuento de Las mil y una noches. La idea es que de cuatro deseos que una persona de alma limpia deja sin cumplir en vida, al menos uno se cumple después de su muerte; y no solo eso, sino que redunda en beneficio de otras personas de alma limpia. Requisito indispensable por ambas partes: el alma limpia, honesta o íntegra; puede que un poeta dijera prístina.

El primero de los cuatro deseos es, era, aprender a tocar el ukelele. Aclaro que me estoy refiriendo a la más cercana a mi corazón (the closest to my heart). Y también aclaro que cuando digo «deseos» no aludo a ensoñaciones, fantasías o vagas intenciones sino a proyectos que estaban ya de alguna manera en marcha. Y el ukelele ya lo tenía. Alguien podría quizás aportar más datos del cómo y del por qué. El ukelele, uno de los instrumentos musicales más simpáticos y que parece que combina bien con una chica. La nostalgia del futuro me ha llevado a buscar en Youtube. Recomiendo escuchar (cito, pag 62 «...las canciones bonitas, los bailes, las risas...») a Katie Norregaard interpretando el tema de La La Land, «City of Stars».

El segundo deseo era tirarse de un avión en paracaídas. También era un deseo en proceso de cumplimiento. En su último cumpleaños su hermana le regaló un «vale por un salto». Eso de tirarse al vacío era una constante de la plus chère à mon coeur. Lanzarse sin miedo como alegoría de experimentar, conocer de primera mano esto y lo otro. Tal vez todo empezó cuando, con doce o trece años, se montó en el Dragon Khan de Port Aventura y, enganchada, repitió cuatro o cinco veces hasta que hubo que irse. En adelante no cejó de viajar en (cito pag 101) «el Dragon Khan de la vida».

El tercer deseo era viajar a Italia. Lo expreso así, como si fuera un titular, pero hay que detallar. Ya había estado en Italia un par de veces (cito, pag 15 «en algún lugar de la provincia de Bolonia»), en este caso se trataba de un viaje a la Costa Amalfitana de la più vicina al mio cuore acompañada por su novio. Billetes de avión y reservas de alojamiento ya tramitadas. También tenía un encargo, traer una piedra de recuerdo. Estoy viendo esa piedra esperando en la playa. Una piedra pulida por los siglos, de color gris oscuro con una veta ocre en forma de rayo.

El cuarto deseo era publicar un libro. También en este caso nire bihotz bihotzekoa había hecho los deberes, el texto estaba esperando en una carpeta y también en formato digital circulando entre sus amigos. Solo hacía falta un pequeño impulso y el cuarto deseo se convertiría en realidad. Y se convirtió. Y como (cito pag 50 «...no se puede tener cáncer de alma»)

tenía el alma limpia, tenía el alma fieramente humana (gracias, Blas), también se ha empezado a cumplir la última parte, el efecto positivo, balsámico, en las personas de alma igualmente limpia, honesta, íntegra, prístina. Y me parece que seguirá pasando (léase desde pag 15 «Es guapo» hasta pag 258 «Vivir»).

Aita

22-5

2 de agosto de 2013

Es guapo. Se llama Francesco y tenemos la misma edad, 22 años. Es ingeniero y quiere recorrer el mundo. Tiene el pelo rubio, pero sin serlo demasiado. Ojos claros, creo, y alrededor de 1,80 de estatura. Bien formado, ni demasiado tosco ni demasiado flacucho.

Casi todo el mundo se ha marchado ya, no quedamos muchos en esta casona en algún lugar de la provincia de Bolonia, Italia. Jóvenes borrachos, barra libre, juegos varios, jabón y cerveza. Francesco es el camarero improvisado para esta velada. No sé de qué conoce al homenajeado, pero yo pinto aquí menos aún que él, eso seguro; nosotras hemos llegado aquí de pura casualidad. Es la fiesta de graduación de un tal Giovanni, un tío feliz. No sé a quién pertenece la casa, pero debe de ser una buena amiga porque yo por lo menos no prestaría mi casa para tal menester. Cuando le he visto por última vez, estaba metido en el baño. Yo pensaba que no había nadie dentro y, como necesitaba liberar mi vejiga de tanto alcohol a toda costa, he entrado sin llamar. La llave de la ducha estaba abierta y el espejo empañado de vaho casi por completo. Me he levantado la falda y me he bajado mis braguitas de encaje verdes y, cuando he empezado a mear, me he dado cuenta de que Giovanni yacía medio muerto en la ducha, bajo el agua. No, no estaba medio muerto; tan solo borracho y dormido. La estampa era lamentable y a mí me ha dado exactamente igual; me ha hecho gracia, me he reído. Ni siquiera me he molestado en cerrar el grifo del agua ni en despertarle. Simplemente no se me ha ocurrido. Después he salido con la intención de contarle a alguien lo que había pasado, pero se me ha olvidado en cuanto he pisado el jardín.

Federico y Giulia están tumbados en el suelo. Están enamorados, son monísimos. El DJ también está pululando por ahí todavía. He perdido a Lorena de vista hace un rato y Amets sigue por aquí y por allí, bailando ahora, hablando después, bebiendo algo quizás. No importa demasiado. Yo también me tumbo en la hierba un poco húmeda. Húmeda de alcohol y rocío. Y miro el inmenso cielo azul oscuro, casi negro, que se levanta ante mí. Ha sido una noche divertida, pero ¿dónde estará Francesco? ¿Se habrá ido a casa sin despedirse de mí?

Alguien se sienta a mi lado. «¿Qué tal estás?», me dice en un inglés con marcado acento italiano. «Bien, túmbate conmigo». Nos quedamos ahí los dos. Pone su brazo bien formado, no demasiado tosco ni flacucho, bajo mi cabeza y hace las veces de almohada. Lo siguiente que recuerdo es que es de día y ya no queda nadie en el jardín. Hay vasos derramados por el suelo, la mesa que ha servido

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