El lechero en bicicleta

Franc Carreras
Jenny Jobring

Fragmento

 

Despegue

Las puertas habían sido cerradas, la señal que indicaba la obligatoriedad de abrocharse los cinturones estaba encendida y el avión se acercaba lentamente a la pista de despegue. Pero el hombre seguía hablando por teléfono:

—No he visto ningún crecimiento de fans en un mes, y nos hemos gastado una fortuna en ese vídeo viral que no ha servido para nada. ¡Esto tiene que estar arreglado cuando se reúna el comité de dirección la semana que viene!

La mujer que estaba sentada a su lado no pudo evitar escuchar la conversación, hasta que se oyó una voz procedente de los altavoces que decía: «Les rogamos que desconecten todos los dispositivos electrónicos».

El hombre obedeció a regañadientes y apagó su teléfono móvil.

—¿Problemas con internet? —dijo la mujer.

—Sí. Justamente acabamos de contratar a unos consultores en estrategia digital, e incluso a un community manager, pero sigo sin obtener buenos resultados.

—Yo también pasé por lo mismo. —La sonrisa de la mujer revelaba que sabía perfectamente de lo que hablaba aquel hombre.

—¿En serio? ¿Y encontró una solución?

—Pues ¡claro! ¡Ahora ya no me puedo imaginar nuestro negocio sin una presencia en las redes sociales! —respondió la mujer con verdadero entusiasmo.

El avión empezó a acelerar en la pista de despegue.

—¡Vaya! Ojalá pudiera decir lo mismo. Me siento tan perdido... Todo el mundo se empeña en afirmar que esto es el futuro, y yo hago caso de todo lo que me dicen los «expertos», pero luego siempre acabo chocando contra las mismas paredes.…

—Lo sé. A mí me pasaba igual, hasta que un amigo me contó un cuento que me permitió ver lo que estaba haciendo mal —dijo la mujer.

—¿Un cuento? ¿Qué cuento?

—El cuento de El lechero en bicicleta. ¿Quiere oírlo?

—¡Por supuesto! —exclamó el hombre sin pensárselo ni un segundo.

El avión despegó y desapareció entre las nubes.

1

Villalomas y el mercado del valle

Érase una vez, hace muchos, muchos años, una pequeña aldea de montaña llamada Villalomas. La mayoría de sus habitantes eran carpinteros y vivían en casas diseminadas por las colinas que rodeaban el valle. Cada casa estaba en una colina distinta, así que los vecinos vivían alejados los unos de los otros. Normalmente, cuando querían hacer la compra, tardaban toda la mañana en ir y volver del mercado que se hallaba en el valle. Las tardes las pasaban en sus talleres domésticos, construyendo muebles que un distribuidor recogía una vez al mes para venderlos a compradores en lugares remotos. Los vecinos de Villalomas tenían ingresos modestos, pero eran felices y aceptaban las cosas tal como estaban.

Una mañana de primavera un pajarito voló sobre Villalomas, observándolo todo desde el cielo. Vio los verdes campos llenos de vacas junto al río y algunos barcos de pesca acercándose al muelle del pueblo, para descargar pescado fresco traído directamente del océano. El pajarito voló muy cerca de las casas que había en las colinas, y cuando algunos vecinos salieron de camino hacia el mercado, decidió seguirlos. Estos, mientras se aproximaban al valle, podían oler el pan fresco del horno del panadero y oír el murmullo lejano del recinto en plena ebullición. El pajarito, sorprendido por tanta actividad a aquellas horas tempranas, se tomó un descanso en una viga que había bajo un tejado, desde la cual podía disfrutar de una vista privilegiada de todo el lugar.

A medida que se llenaba, el mercado se iba convirtiendo en un lugar caótico y alborotado. Los vendedores gritaban cada vez más, para que su voz se oyera por encima de las otras voces y, así, captar la atención de los presentes. En el centro se hallaba el punto de venta más grande, ligeramente elevado con respecto al resto. En lo más alto se encontraba Berta, la pescadera, que tenía una voz tan potente que resultaba imposible de superar. Berta era corpulenta y llevaba un pañuelo de colores alrededor del cuello que la hacía inconfundible desde cualquier rincón del mercado.

Justo enfrente estaba la lechería donde Kody, el lechero, luchaba sin mucho éxito por lograr un poco de atención. Kody era bajito pero fortachón, y vestía ropa de trabajo sencilla. El resto de comercios se hallaban repartidos por todo el recinto y ofrecían un sinnúmero de productos: desde pan hasta especias. Estaba todo tan lleno que los clientes chocaban unos con otros mientras realizaban sus compras como podían.

Nadie parecía darse cuenta de que había otro par de ojos observándolo todo desde arriba. Se trataba de los ojos del propietario del mercado, que desde una silla elevada supervisaba su negocio. Se llamaba Torin y era el que había construido las paredes y el tejado bajo el que se desarrollaba aquella maraña. Era imposible que algo ocurriera en el mercado del valle sin que Torin lo supiera. Él se aseguraba de que el intercambio de bienes se produjera sin interrupción, y los comerciantes le pagaban por ello un generoso porcentaje de las ventas.

De todos los ciudadanos de Villalomas hubo tres personas que llamaron la atención del pajarito. La primera de ellas fue Fángela, la del vestido de flores y la sonrisa permanente. Mientras andaba por el mercado, iba hablando sin parar con su acompañante, que se llamaba Odessa y tenía el ceño fruncido. Justo unos pasos por delante iba Amelia, que insistía en que aceleraran el ritmo para llegar a la pescadería antes de que se terminara el pescado fresco. A pesar de la frustración de Amelia, no había manera de avanzar porque, cada vez que se giraban, un vendedor las interrumpía ofreciéndoles algo que ni necesitaban ni les interesaba.

Al final de la mañana, las tres amigas salieron por la puerta del mercado cargadas con la compra. Una vez dejaron atrás el caos, se alegraron de poder mantener una conversación tranquila y al aire libre, aunque Odessa se aseguró de que el tema no tuviera nada que ver con la alegría:

—No puedo soportar el abarrotamiento que tiene el mercado últimamente. Tanto grito y tanto empujón me pone de los nervios. ¡Ya tengo dolor de cabeza otra vez!

—Es verdad, pero si sabes lo que buscas y empiezas por lo pequeño, te puedes mover con facilidad y terminar antes de que la cosa se ponga insoportable —contestó Amelia.

—¡Bah, no os quejéis tanto, chicas! A mí me gusta encontrarme a amigos y conocidos cada día —dijo Fángela, intentando quitarle hierro al asunto.

Antes de que Odessa pudiera replicar, llegaron a un cruce y tomaron caminos diferentes. No podían perder más tiempo, porque debían subir la cuesta de sus respectivas colinas para llevar a casa los alimentos que esperaban sus familias.

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