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DEDICATORIA
UNO
DOS
TRES
CUATRO
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SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
TREINTA Y DOS
TREINTA Y TRES
TREINTA Y CUATRO
TREINTA Y CINCO
TREINTA Y SEIS
TREINTA Y SIETE
TREINTA Y OCHO
TREINTA Y NUEVE
CUARENTA
CUARENTA Y UNO
CUARENTA Y DOS
CUARENTA Y TRES
CUARENTA Y CUATRO
CUARENTA Y CINCO
CUARENTA Y SEIS
CUARENTA Y SIETE
CUARENTA Y OCHO
CUARENTA Y NUEVE
CINCUENTA
CINCUENTA Y UNO
CINCUENTA Y DOS
CINCUENTA Y TRES
CINCUENTA Y CUATRO
CINCUENTA Y CINCO
CINCUENTA Y SEIS
CINCUENTA Y SIETE
CINCUENTA Y OCHO
CINCUENTA Y NUEVE
SESENTA
SESENTA Y UNO
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OCHENTA
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OCHENTA Y CINCO
OCHENTA Y SEIS
OCHENTA Y SIETE
OCHENTA Y OCHO
OCHENTA Y NUEVE
NOVENTA
NOVENTA Y UNO
NOVENTA Y DOS
NOVENTA Y TRES
NOVENTA Y CUATRO
AGRADECIMIENTOS
Para los que heredarán la tierra, especialmente
James, y para Andrew, sin quien este libro no existiría
UNO
NO ECHARÉ DE menos estas mañanas.
No echaré de menos la arena, el mar, el aire salobre. La madera astillada del paseo marítimo entablado, viejo y carcomido, que se me clava en la piel. No echaré de menos el sol, reluciente y cegador, un foco que me ilumina mientras observo y espero. No echaré de menos el silencio.
No, no echaré de menos estas mañanas en absoluto.
Día tras día, me escabullo hasta el paseo marítimo cuando aún reina la oscuridad. Me he esforzado mucho para que parezca que solo soy una chica a la que le encantan los amaneceres, una chica que nunca te devolvería un empujón. Al menos una de las dos cosas es cierta. Los Lobos que vigilan esta playa ya apenas se inmutan cuando me ven, una extraña muestra de indiferencia lograda gracias a mi constancia y mi paciencia. Dos años de constancia y paciencia, todas y cada una de las mañanas desde que nos arrancaron de las vidas que amábamos y nos metieron en gulags. Me siento donde los vigilantes puedan verme, donde yo pueda verlos, donde pueda verlo todo. Observo el agua, observo las olas. Observo más que el agua, más que las olas. Busco grietas.
No ha habido grietas. La rutina de los vigilantes ha sido siempre sólida, impenetrable, la única razón por la que todavía no me he lanzado. Pero lo haré, sin duda. Soy un ave, decidida a volar a pesar de las alas cortadas y las patas maltrechas. Esta jaula con forma de isla no me retendrá para siempre.
Un día, cuando la guerra termine, volveré a comer helados. Correré descalza por la playa sin miedo a pisar una mina. Entraré en una librería, o en una cafetería, o en cualquiera de los cientos de lugares que ahora están ocupados por los Lobos, y permaneceré allí sentada durante horas solo porque podré hacerlo. Haré todas esas cosas y muchas más. Si sobrevivo.
Siempre estoy lista para escapar, siempre a la espera de huir. Llevo mi pasado dondequiera que quepa: doblado a la espalda, colgado del cuello, bien enterrado en el bolsillo. Un libro amarillo destrozado. Un anillo pesado en una cadena pesada. Un vial de sangre y dientes. Mis manos vacías son mi ventaja: sin nada salvo mi propia piel para clavarme las uñas, sin nadie a quien aferrarme ya, soy libre para reclamar este mundo teñido de guerra. Si todo va según lo planeado, claro.
Puede que no resulte obvio para todo el mundo, pero las cosas están cambiando. Yo veo señales sutiles de ello por todas partes, para mejor y para peor a la vez. Mientras que en este puesto de la playa solía haber solo dos vigilantes, ahora hay cuatro. Mientras que antes los vigilantes caminaban con tranquilidad por ciertas zonas de la arena —se han encargado de advertirnos alto y claro dónde están enterradas las minas—, ahora caminan con precaución, en fila de a uno, si es que llegan a abandonar su puesto. Hasta la semana pasada, su puesto estaba equipado con una lancha motora color rojo sangre. Ahora han sustituido sus líneas puras por sencillez, y un velero verde sin florituras ocupa su lugar, destinado a desfavorecer a cualquiera que intente utilizarlo para escapar. Como si alguno de nosotros pudiera llegar hasta tan lejos sin saltar por los aires hecho pedazos.
Este cambio silencioso de rutina me asegura que los rumores son ciertos.
Alguien escapó la semana pasada, dice la gente. Alguien más planea intentarlo. Hoy, mañana, la semana que viene, el mes que viene, he oído de todo. Los rumores no tienen nada que ver conmigo: de lo contrario, jamás me permitirían estar aquí sentada, observándolo todo, como siempre. Esto ha funcionado exactamente tal como yo esperaba: que esté cerca de la playa les lleva a suponer que no estoy tramando nada, nada fuera de lo normal. Cambiar mi rutina resultaría sospechoso.
Ahora solo espero a que los vigilantes me den la espalda, como hacen a veces cuando van a buscar otra taza de caf