Más allá del bien y del mal

Virginia Barber

Fragmento

cap-1

Introducción

Escribí el primer capítulo de este libro hace cinco años movida por la frustración que sentí al reencontrarme con un paciente con trastorno psicótico que había conocido diez años antes y al que imaginaba rehabilitado. La gravedad de su cuadro clínico, la falta de redes de protección social, los fallos en su representación legal y la complicada relación entre el ámbito jurídico y el de salud pública lo atraparon en la maraña del sistema, que terminó con toda posibilidad de reinserción.

No tengo muy claro cuál fue el momento exacto en el que comencé a interesarme por la psicología, e incluso recuerdo dudar entre estudiar esta disciplina o derecho. Mi madre cuenta que cuando era una niña y me llevaba al colegio en la isla de Lanzarote, donde me crie, me causaba una enorme curiosidad el comportamiento de un grupo de jóvenes adictos a la heroína que se reunían por aquel entonces en una esquina por la que pasábamos de camino a la escuela. Quizá fuera ese el origen de mi interés por los factores que influyen en el comportamiento humano.

Tras graduarme como psicóloga clínica en Madrid me mudé a Nueva York, en un principio tan solo para aprender inglés. Una vez allí, animada por un amigo, acudí de oyente a una clase de psicología forense; por fin mis dos áreas de interés, el derecho y la psicología, parecían integrarse.

La psicología forense ha sido definida de varias maneras y hay algo de desacuerdo respecto de sus campos de actuación específicos. En este libro he utilizado la definición en el sentido más amplio (entendida por algunos como psicología jurídica). Es decir, como una disciplina que abarca tanto la psicología aplicada a los tribunales para ayudar a los jueces a tomar decisiones (esto es, el psicólogo como perito o experto) como la psicología clínica y experimental aplicadas a cualquier otro ámbito legal, incluyendo la evaluación y el tratamiento en contextos psiquiátrico-forenses y penitenciarios. Sin embargo, estas dos áreas de actuación difieren significativamente, y espero que dicha distinción resulte evidente a lo largo de las presentes páginas.

Siendo Estados Unidos el país que más personas encarcela en el mundo, los desafíos en este campo resultan interminables, pero también lo son las oportunidades para su desarrollo e investigación. Este libro trata algunos temas clave de las disciplinas que se encuentran en la intersección entre la psicología y la psiquiatría y el derecho, abarcando mi trayectoria profesional desarrollada en Nueva York durante prácticamente los últimos veinte años. Para explicar ciertos conceptos a menudo malentendidos y complejos, he utilizado casos clínicos. Los he seleccionado bien por su valor didáctico, o bien porque, de alguna forma, han dejado su impronta en mi memoria. Los capítulos no aparecen en orden cronológico y provienen de cuatro ámbitos profesionales diferentes, siendo el primero Bellevue, el hospital público más antiguo de Estados Unidos, que fue fundado en 1736.

En contra de lo que mucha gente pueda pensar, en Bellevue, situado en el lado este de Manhattan, se atiende a personas indocumentadas, sin seguro médico, que se hallan en busca de asilo político, que carecen de recursos económicos... en resumen, a cualquiera que llame a la puerta. En un libro reciente publicado por el historiador David Oshinsky[1] sobre este hospital, se explica que, entre otras cosas, fue aquí donde se creó la primera ambulancia del país, así como la primera unidad de maternidad y el primer departamento de psiquiatría. En cuanto al ámbito de la psicología, cabe mencionar que David Wechsler desarrolló en este centro la famosa escala Wechsler-Bellevue, que más adelante se convertiría en el test de inteligencia más utilizado a nivel mundial. El compromiso de este hospital con la salud pública lo convirtió en el epicentro para el tratamiento de la epidemia de sida que tuvo lugar en los años ochenta. Mientras otros centros cerraban sus puertas a estos enfermos, en Bellevue murieron y fueron tratadas más personas infectadas por este virus que en ningún otro hospital del país. Como apunta Oshinsky en su libro, la misión de este hospital siempre ha consistido en proporcionar tratamiento a indigentes sin seguro médico, y esto no se ha entendido como un privilegio, sino como un derecho. Pero quizá Bellevue sea más conocido por su departamento de psiquiatría, donde se forman los estudiantes de la Universidad de Nueva York (NYU, por sus siglas en inglés). Además de las clínicas ambulatorias, el centro cuenta con más de trescientas camas psiquiátricas distribuidas en diferentes unidades que se encuentran en las últimas plantas del edificio. La diversidad cultural (en Bellevue se traducen más de cien idiomas distintos), étnica y de clase social lo convierten en un centro inigualable para la formación de psicólogos y psiquiatras.

En Bellevue, pues, realicé prácticas a lo largo de varios años relacionadas con mis estudios de máster y doctorado, trabajé como psicóloga residente y, más tarde, volví como doctora. La residencia en NYU/Bellevue es famosa por ser muy exigente y agotadora. Fiel a tal reputación, en ese periodo trabajé entre cincuenta y sesenta horas a la semana. De este modo, realicé rotaciones en las clínicas ambulatorias, incluyendo un centro especializado en el tratamiento de personas que habían padecido torturas en sus países de origen y buscan asilo político, así como en el departamento de urgencias psiquiátricas para adultos, que recibe más de ochenta mil visitas al año. Pero la experiencia más importante en mi formación fue el trabajo que desempeñé en la unidad de psiquiatría forense de máxima seguridad, situada en la planta decimonovena y que dispone de aproximadamente sesenta camas distribuidas en dos alas. Aquí se atiende a pacientes que están detenidos en la cárcel de la ciudad, pero cuyos síntomas psiquiátricos agudos los convierten en un grave peligro para ellos mismos o para los demás. Esta unidad también admite a personas que acaban de ser arrestadas y se encuentran en un estado a nivel psiquiátrico demasiado inestable como para entender los cargos de los que son acusados, lo cual es un requisito imprescindible para poder ver a un juez y ser enviados a la cárcel. En esta planta de Bellevue la gravedad de los cuadros psicopatológicos, las medidas de seguridad y la complicación añadida de aquellos casos legales que todavía se hallan en vías de resolución, convierten esta unidad forense en un complejo espacio donde la violencia a menudo está presente. Trabajar allí también es una experiencia increíblemente enriquecedora desde una perspectiva clínica.

En mi caso, Bellevue no solo representa el centro en el que aprendí casi todo lo que sé de psicología clínica, sino también el lugar donde experimenté dos de los momentos más estresantes de mi vida.

En el año 2001, desde la planta decimoctava de este hospital, vi caer las dos Torres Gemelas, situadas a menos de cinco kilómetros. Era un día luminoso en el que ninguna nube me impidió ser testigo directo del acontecimiento más terrible que probablemente haya sacudido a la ciudad en toda su historia. Entonces yo era muy joven; vivía sola en Nueva York. A pesar del horror de la situación, recuerdo que principalmente me aterraba cómo estaría viviendo mi familia los acontecimientos desde España, ya que se cortaron todas las comunicaciones durante algunas horas. Por lo demás, creo que lo su

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