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El libro de los poderes

Ramón Fauria

Fragmento

cap-1

Prólogo

¿Cómo descubrí los poderes de la mente?

Una tarde de verano, cuando solo tenía cuatro años, asistí por primera vez a la actuación de un mentalista. Era mi amigo Amadeu Abril, que presentaba su espectáculo ante los huéspedes del hotel que regentaban mis tíos en la provincia de Girona. Recuerdo el momento con todo lujo de detalle. En el transcurso de la intervención, él se me acercó y me dio unos lapicitos de colores y una caja de cerillas vacía. Me pidió que introdujera uno de los lápices dentro de la caja sin que nadie me viera y que me guardara el resto en el bolsillo. Se concentró y, en cuestión de segundos, percibió y adivinó el color del lápiz que había dentro de la caja.

Desde aquel día, siempre que echaban algún programa de magia o en el que interviniese algún mago o mentalista por la tele, me quedaba boquiabierto, muy atento y concentrado.

Empezaba a descubrir el enorme poder del asombro para generar atención, conexión emocional, impacto y acción.

En la primera cadena (de las dos únicas que existían en aquella época), pude disfrutar de algún especial de grandes ilusionistas, como el protagonizado por los emblemáticos Sigfried & Roy, unos magos que utilizaban maravillosos tigres blancos en sus intervenciones, o por un jovencísimo David Copperfield, que embellecía sus espectaculares números con historias o con acercamientos emocionales que encandilaban al espectador. Tampoco me perdía las apariciones que el inigualable Juan Tamariz hacía en el programa Un, dos, tres… responda otra vez ni las que protagonizó más adelante en otros programas.

En 1975, se me quedó grabada en la memoria la impactante intervención del mentalista Uri Geller en el programa Directísimo, en el que dobló unas cucharas que sostenía entre los dedos invocando al poder de la mente. José María Íñigo, el presentador, el público en el estudio y los dieciocho millones de espectadores que lo estábamos viendo, nos quedamos atónitos. Pero Geller no se quedó satisfecho con eso y solicitó a quienes lo estábamos viendo desde el sofá de casa que cogiéramos una cuchara de la cocina, la frotáramos con los dedos y confiáramos en doblarla. Los teléfonos del programa empezaron a sonar y se sucedieron los testimonios que confirmaban que, efectivamente, también en muchas casas se habían doblado cucharas.

Geller fue todavía más allá y solicitó que buscáramos algún reloj parado o incluso averiado que tuviéramos por casa, que lo cogiéramos y nos concentráramos en hacerlo funcionar de nuevo. Al rato empezaron a llegar al plató las llamadas de varios espectadores que afirmaban que, por sorprendente que resultara, habían logrado hacer funcionar los relojes parados.

¡Qué gran puesta en escena! Al día siguiente, la noticia estuvo presente en las portadas de los periódicos. Fue una de las intervenciones que más han calado en la memoria colectiva. La aparición de Uri Geller en televisión tuvo un enorme impacto no solo en España, sino en todo el mundo, aunque también generó cierta controversia. Más adelante hablaremos de ello.

Maravillado por esas primeras experiencias y deseoso de saber más, pronto me hice con una caja de Magia Borrás, que abrí con brillo en los ojos y a la que saqué partido con gran entusiasmo. A los nueve años ya realizaba mis primeros shows ante la familia y algunos amigos. Sus alentadoras y positivas respuestas me motivaron a seguir descubriendo y estudiando por mi cuenta para intentar sorprenderlos todavía más y mejor. Comencé a adquirir libros especializados y a poner en práctica lo aprendido ante ese público, que cada vez parecía más entretenido y sorprendido.

Ávido de mayores conocimientos, a los diecinueve años ingresé en la Sociedad Española de Ilusionismo, donde magos de diferentes áreas comparten juegos, conocimientos, experiencias, inquietudes y números. Cuenta con una biblioteca especializada y diversas actividades de apoyo y fomento del arte y, durante mis dos primeros años allí, adquirí conocimientos y refiné el talento de la mano de compañeros más avanzados, de los que guardo un muy entrañable recuerdo, en especial del maestro Pablo Doménech.

Por la sociedad también andaban unos chicos un poco más jóvenes que yo, que hacían gala de talento y que hoy son profesionales reconocidos de la magia, como Lari, Buka o Pardo.

Pasaba muchísimas horas devorando libros, viendo a otros actuar y analizando sus personalidades y presentaciones, practicando movimientos, perfeccionando sutilezas psicológicas y actuando, primero en círculos cerrados y, luego, abiertos, buscando nuevas ideas y fuentes de inspiración (también en otras áreas artísticas), para compartirlas y reflexionar sobre cómo mejorar día a día y acercarme a la aportación de un valor y una experiencia realmente diferente a las demás.

Pronto percibí que, más que por la vertiente física y manipulativa de la magia, iba sintiendo una gran atracción por la vertiente psicológica y presentacional, y empecé a indagar en esos preceptos. Esto me llevó a descubrir un arte en el que percibía diferencias con respecto a la magia, así como una potencialidad, un impacto y unas virtudes difíciles de superar: el mentalismo.

Las actuaciones de Fassman, que también era un reconocido hipnotizador, las conferencias del estadounidense Larry Becker, así como las numerosas lecturas y experiencias varias en torno al arte del mentalismo me llevaron a especializarme definitivamente en esa poderosa y maravillosa área artística.

Recuerdo, por ejemplo, cómo Fassman, con los ojos vendados, solicitaba a la gente del público que escondiera tres objetos en diferentes lugares del auditorio. Luego cogía a un espectador por la muñeca y, a través de la lectura de ese contacto o del pensamiento o de la percepción de las sensaciones, se desplazaba entre el público y lograba encontrar el primer objeto; luego, el segundo, y finalmente, por pequeño que fuera, el tercero. También con los ojos vendados, conseguía reproducir palabras o dibujos pensados por personas del público. Incluso en alguna ocasión se acercó a alguna persona, la tocó y le dijo si padecía algún mal y cuál era.

De Larry Becker me impactaron especialmente sus dotes presentacionales, tanto por la vestimenta, el lenguaje y la voz como por la manera de engalanar el juego y conseguir una implicación emocional admirable. Esas presentaciones acrecentaban el impacto de sus actuaciones y le permitían ofrecer una experiencia a otro nivel. En una ocasión, contó una anécdota sobre el curso del tiempo y nos invitó a pensar en un momento de nuestras vidas relacionado con esto. Luego, se dirigió a mí y me pidió que pensara en una hora y en una marca cualquiera de relojes. Le dije ambos pensamientos y nos mostró a todos el reloj que llevaba en su muñeca, que… ¡marcaba la misma hora que yo había pensado y era de la misma marca!

Más adelante, me incorporé a la British Society of Mystery Entertainers y a la Gemeinschaft Europäischer Mentalisten, las dos únicas asociaciones de mentalistas que existen en Europa y donde coincidí con compañeros de gran talento de todo el mundo. Allí también conocí diferentes aproximaciones a esta arte, unas más esotéricas, otras más paranormales, otras más pseudocientíficas, otras más psicológicas… Muchas experiencias, conocimientos e ideas brillantes eran compartidas tanto en conferencias como en encuentros informales. También, viajé en numerosas ocasiones al Reino Unido para asistir a seminarios especializados de hipnosis o de lectura en frío impartidos por primeras espadas en estas disciplinas.

Todavía se me dibuja una sonrisa en el rostro al recordar, por ejemplo, un seminario de hipnosis en Liverpool. Una vez aprendidas y dominadas las técnicas fundamentales, salimos todos a practicarlas a la calle, en el centro de la ciudad y con los transeúntes con los que nos cruzábamos. Nuestro mentor se acercaba a ellos y, en un instante, esas personas estaban hipnotizadas y tendidas en el suelo. Luego teníamos que hacer nosotros lo mismo. A la vuelta, entramos todos en un pub a tomar una pinta. Allí, coincidimos con un grupo de ocho personas que estaban tomando algo sentados a una mesa. Nos presentamos y, respetuosamente, les pedimos permiso para hipnotizar a algunos de ellos. En cuestión de minutos, una chica tenía la frente sobre la mesa y no podía despegarla, otro no podía asir su jarra de cerveza, otro era incapaz de recordar el nombre de su amigo, otro se olvidaba de decir el número seis al contar hasta diez, etc. Y a la cuenta de tres, todos volvieron a la normalidad. Quienes habían asistido a esa escena, entre divertidos y maravillados, no podían creerlo.

Más adelante, veremos ejemplos que ilustran lo sugestionables que somos y conoceremos las herramientas y los factores que inciden en ello. Una comunicación trabajada y depurada, tanto verbal como no verbal, unas personalidad y actitud determinadas, así como el dominio del direccionamiento de la percepción, de la atención y, sobre todo, de la conciencia pueden hacer que una persona lleve a cabo las acciones que se le sugieren e indican. La hipnosis, además, es un claro ejemplo de lo mucho que podemos cambiar positivamente a través del pensamiento, de las palabras que utilizamos, de la actitud desde la que partimos… para optimizar así el resultado ante una tarea o un reto.

Así fui desarrollando, a lo largo de los años, mi propia aproximación al arte con una propuesta alejada de los clisés sobre el mentalismo.

En aquel entonces, la palabra «mentalista» traía a la mente la idea de un hombre serio y maduro, por lo general ataviado con traje oscuro, que demostraba o afirmaba tener poderes paranormales o extrasensoriales y ofrecía un entretenimiento singular en base a esa premisa; por lo común, actuaciones impactantes que podían ir desde la telepatía, la clarividencia, la telequinesia o la psicometría, pasando por la adivinación, hasta incluso el contacto con el más allá.

Sin embargo, lo que yo proponía, con lo que me sentía más a gusto y disfrutaba más, no era jugar con poderes paranormales, sino con nuestros poderes naturales (comunicación no verbal y verbal, percepción, emoción, sugestión, influencia, actitud, memoria, etc.) y con las posibilidades extraordinarias de la mente en infinidad de áreas, entre ellas el liderazgo, la comunicación estratégica de marca, la venta, el aprendizaje, el desarrollo de talento, el rendimiento, la calidad de vida, etc.

Esa aproximación me daba una ventaja adicional, especialmente a la hora de conseguir la importante cercanía emocional con el público, que se sentía más próximo a una persona que planteaba potenciales naturales, que estarían más a su alcance, que a una que plantease potenciales paranormales, es decir, más alejados de sus posibilidades reales.

Hace unos años, en una entrevista en televisión me mostraron una escena de la serie Héroes, en la que uno de los protagonistas tiene el poder de introducirse en la mente de las personas, y otra de El mentalista, en la que un profesional de la mente ayuda a la policía a resolver casos a través de la observación, la agudeza mental, la memoria y otras habilidades. Me preguntaron con cuál de ellas me identificaba más y no dudé en mi respuesta; me sentía mucho más cercano y cómodo con el segundo personaje, protagonista de una serie que ha ayudado a comprender mejor el concepto de mentalista.

Más que como un fin en sí o puramente como entretenimiento, concibo el mentalismo como un medio para un fin, es decir, para entretener pero también para comunicar, motivar, inspirar, formar, capacitar, persuadir, emocionar, aportar felicidad e impactar de forma positiva, única y duradera. Así, su impacto y su potencia se multiplican. Todos estos aspectos, sin embargo, implican un esfuerzo constante de autoconocimiento, de autoconciencia, de actitud, de estrategia, de información y de reaproximación hacia clientes, públicos, personas, que, por otro lado, permiten diferenciarte positivamente.

En cualquier caso, todos los aspectos que uno puede llegar a plantearse deben estar muy meditados, trabajados y encaminados hacia lo que considero la clave: la conexión emocional con los asistentes. En un evento, la organización, el servicio o los detalles deben ser excelentes, pero la llave maestra es la conexión emocional con el público. Léase también con los clientes.

Mi primera contratación, que aún recuerdo bien, fue entrañable. Tuvo lugar hace casi treinta años, ante un centenar de huéspedes de un hotel de la Costa Dorada y, a pesar de haberla preparado muy bien, poco antes de empezar estaba hecho un manojo de nervios. Una vez en acción, sin embargo, me fui calmando y gané confianza y soltura. Aparte de la sorpresa e impacto que generaron los juegos y dinámicas que planteé, el entusiasmo y la expresividad que pude desplegar contribuyeron, sin duda, a la recepción generosa y apreciativa del público. Uno se da cuenta de que, más que los juegos o experiencias, los cuales es importante escoger, practicar y presentar de forma excelente, se trata de la personalidad y de la actitud y de lo que la persona puede ser y proyectar. Más adelante, veremos la trascendencia que tiene la capacidad de ser.

Desde aquel día, mi seguridad y mi confianza fueron en aumento, a medida que combinaba unas actuaciones cada vez más habituales con los estudios y, luego, con una carrera profesional.

En 1992, me licencié en Derecho y empecé a ejercer como abogado en Barcelona y luego en Londres, donde también estudié un máster en Negocios Internacionales. Aproveché mi estancia en la capital británica para asociarme a The Magic Circle, cuyo presidente por aquel entonces era el legendario mago y mentalista David Berglas, quien hacía gala de unas ingeniosas y muy creativas propuestas que dejaban siempre boquiabiertos a los espectadores. Berglas también era un maestro en la transposición de objetos de un punto geográfico a otro; algo que también era capaz de hacer consigo mismo. Se metía en una caja y, de repente, aparecía en otra a cientos de kilómetros. También consiguió que un pasaporte, depositado dentro de una caja custodiada por la policía y colgada en una calle céntrica a la vista de todos los peatones, movilizando magistralmente medios, empresas y públicos, fuera intercambiado por otro objeto y que el pasaporte apareciera en sus propias manos. Algunas de sus apariciones y desapariciones son realmente memorables. En una ocasión, en Sudáfrica, se metió también en una caja, que en esta ocasión se cerró con clavos, se cargó en un coche y se trasladó a una playa cercana. Cuando, una vez en destino, esta se abrió, Berglas había desaparecido y, en su lugar, se encontraron… ¡un tiburón! Otra vez, hizo desaparecer un piano de cola que tocaba un pianista para amenizar un cóctel al que asistían cientos de personas. Algunos de los presentes incluso vieron caer al músico de la banqueta.

Berglas también era un maestro de las coincidencias asombrosas (números escogidos al azar por varias personas que coincidían con efemérides personales de los asistentes o con datos clave del evento), de las percepciones de pensamientos y de otros muchos momentos «psíquicos» extraordinarios. En uno de sus programas navideños de televisión, pidió a varios de los presentes que cada uno de ellos eligiera al azar un regalo que había alrededor del árbol de Navidad y pensara y dijera el nombre de una persona especial a quien regalárselo. Cuando se levantaron para recoger los respectivos regalos, se quedaron estupefactos. En cada regalo había una placa en la que figuraba grabado precisamente el nombre de la persona que lo había escogido y además el nombre de la persona especial pensada. Todo en un momento y grabado en una placa.

En el Magic Circle, pude admirar al maestro de la numismagia, J. B. Bobo, que presentó a uno de los mejores numismagos del mundo, David Roth, capaz de hacer cambiar de color las monedas, de que vayan de un lugar a otro o de que penetren en la madera de una mesa o a través del cristal y la etiqueta de una botella. Recuerdo una graciosa anécdota de Roth. Un día, en el vestíbulo de un hotel, vio a un pianista que tocaba con una moneda en la palma de la mano. Se quedó asombrado ante su increíble habilidad. Ni siquiera él había logrado jamás algo semejante. Cuando fue a saludar al pianista, sin embargo, descubrió, para alivio de su orgullo de mago, que la moneda no era tal, sino un tatuaje.

Allí, además de a otros grandes nombres de la escena mágica internacional como Michael Vincent, Ali Bongo, Patrick Page o Paul Daniels, conocí también al extraordinario carterista James Freedman, capaz de birlar a los espectadores la cartera, el reloj, la estilográfica, la corbata, el cinturón e incluso las gafas. ¿Las gafas? ¿Cómo puede ser que alguien no se dé cuenta de que le están hurtando unas gafas que lleva puestas? Pues así era. Se trata de algo fantástico. A veces no solo no nos percatamos de que nos han sustraído las gafas, sino que incluso aún las sentimos sobre la nariz o la cabeza. Al final de la intervención, James iba sacando de los bolsillos de la chaqueta todos los objetos sustraídos y, por supuesto, se los devolvía a los propietarios, ante las caras de incredulidad y asombro de estos y de todos los que habíamos presenciado la actuación.

Recuerdo la visita de un mentalista de apariencia peculiar y gran personalidad, envuelto en un aura misteriosa y enigmática. Se llamaba Max Maven. En aquella ocasión, fue capaz de percibir una serie de disposiciones y de pensamientos que correspondían a algunos de los presentes, lo que se hizo patente al abrir unos sobres con enunciaciones certeras sobre algunas decisiones y hechos que se habían tomado o habían tenido lugar con antelación, y de intuir distintos acontecimientos de la vida de los participantes. Todos quedamos magnetizados por su imagen y fascinados por las ideas y las propuestas mentalísticas que desplegaba.

A finales de diciembre, solía tener lugar en Londres un encuentro anual internacional de magia. Se trata de un acontecimiento muy especial al que tuve la oportunidad de asistir. Se sentaba a los asistentes en grupos de veinte personas ante una mesa y, cada diez minutos, iban apareciendo ante nosotros una serie de magos procedentes de diversos lugares del mundo —Estados Unidos, Australia, Alemania, Francia, Italia, España, etc.—, los cuales deleitaban a la concurrencia y la dejaban maravillada con su magia, con sus ideas o con sus reflexiones. Entre ellos, se encontraba un mago español que no solía faltar a la cita y que era una de las estrellas del cartel. En cada una de las mesas por las que pasaba suscitaba alegría, revuelo y un profundo asombro. Derrochaba energía y carisma en sus intervenciones y, por esta y otras razones, gozaba de especial cariño y admiración por parte de todos. Se trataba del maestro Juan Tamariz.

Después de aquellos años en Londres, regresé a Barcelona, donde estuve ejerciendo en un despacho internacional de abogados hasta que tomé la decisión de dar un cambio de rumbo más dinámico a mi carrera profesional, para dedicarme a la dirección internacional de ventas, sin abandonar mi labor como formador en un máster de Comunicación Empresarial.

Tanto la abogacía como la dirección de ventas, al igual que la formación o la actuación, tienen en común el liderazgo, la negociación, la venta, la gestión, la comunicación, la presentación eficaz y, en especial, la influencia y la persuasión. A lo largo del tiempo he ido identificando y cruzando hallazgos, recursos y técnicas de esas diversas áreas y creando sinergias entre el mentalismo, mi actividad profesional y mi vida personal, con el deseo de dotar de más solidez y profundidad a mi trabajo y a mis intervenciones como infotainer (de info y entertainer), presentador, formador, conferenciante, coach, optimizador o mentalista, para hacerlas realmente impactantes, singulares y diferenciables. Y también, por supuesto, con el deseo de optimizar el rendimiento y la calidad de mi vida, haciéndola más plena y sostenible.

Esto me ha llevado a indagar con irrefrenable entusiasmo en la mente, desde la óptica psicológica de la sugestión, la persuasión, el liderazgo, las ventas, el talento, la comunicación o el entretenimiento, explorándola para poder explotarla al máximo. También desde la óptica de la neurociencia, a la que los mentalistas recurrimos para aprender sobre el cerebro. A su vez, la neurociencia aprende sobre el cerebro mediante el estudio de los mentalistas, ya que ayudamos a comprender cómo funcionan los sistemas visuales y cognitivos de este. Se nos ha llegado a tildar de «hackers del cerebro»; confío que en un sentido positivo.

Hay un denominador común de incidencia superlativa en cómo percibimos, cómo sentimos, cómo pensamos, cómo comunicamos, cómo actuamos, cómo rendimos y cómo vivimos: ¡la mente! «Sin lugar a dudas, ¡nuestra mente lo es todo!» es mi frase capital. Además, defino mi voluntad de conectar con otras mentes y diversas mentes entre sí con el lema «Connecting Minds».

En las actuaciones en teatros, siempre que puedo intento que la experiencia del espectador comience en el mismo instante en que cruza la puerta de la sala manejando el pre (lo q

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