Alimentación consciente

Yolanda Fleta
Jaime Giménez

Fragmento

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PRÓLOGO

Descubrí la práctica de la consciencia plena con 20 años, mientras exploraba vías para calmar mi insatisfacción vital y las luchas con mi cuerpo. Leí libros sobre budismo, meditación vipassana; leí sobre conceptos como la compasión, la aceptación, el no juicio, el no apego... pero hasta años después, insatisfecha con mi práctica profesional pesocentrista, no decidí explorar nuevas vías de acompañamiento a mis pacientes. Sentía que otro camino de autocuidado tenía que ser posible, uno que no generara el sufrimiento que provoca el efecto yoyó de las dietas, pero que a la vez ayudara a las personas a incorporar hábitos saludables a largo plazo. Y descubrí todos los beneficios de la práctica del mindfulness y del mindful eating o la alimentación consciente, algo que yo llevaba 15 años practicando.

El ser humano vive un momento de la historia en el que el autocuidado se presenta cada vez como más retador. Por un lado, vivimos en piloto automático, funcionando por hábitos, desconectados de nuestro cuerpo, en modo hacer, intentando llegar a todo en medio de una sociedad especialmente exigente. Por otro lado, las redes sociales y los medios de comunicación nos bombardean con mensajes sobre estilos de vida, tipos de cuerpos, modas alimentarias... y desde nuestra desconexión vamos probando y probando cosas, cual veletas, en busca de la fórmula mágica que nos dé la felicidad, la sensación de pertenencia y la llave de la salud.

Vivimos en continuo conflicto entre los intereses de una sociedad gordófoba que nos impulsa permanentemente a adelgazar y una industria alimentaria que espera aprovecharse de nuestra debilidad como especie que funciona por hábitos.

En medio de esas exigencias, de todos esos «tengo que» y de todos los estímulos externos que nos invitan a comer continuamente, nos hemos desconectado de nuestro cuerpo y de su sabiduría interna. Hemos perdido por el camino uno de los regalos más hermosos y valiosos de los que nos ha dotado la evolución: la capacidad de autorregularnos, de darle a nuestro cuerpo lo que necesita a la vez que experimentamos el placer de vivir el momento presente.

La práctica del mindfulness ha aparecido como un bálsamo para nuestra mente insaciable y nuestro cuerpo desatendido. Un espacio para vivir la vida entre la energía del deseo y la del miedo. Mindfulness es la habilidad de estar en el aquí y el ahora, algo que las culturas pasadas ni se planteaban, pero que en el momento actual se presenta como una necesidad urgente que atender.

En la práctica de la alimentación consciente he encontrado el enfoque más compasivo de autocuidado. Nos ofrece la oportunidad de cambiar no solo nuestros hábitos inconscientes y automáticos, sino algo mucho más profundo: cómo nos relacionamos con nosotros mismos. El mindfulness y el mindful eating consisten en reaprender a vivir el momento presente acompañando esa experiencia desde el no juicio, la aceptación y la curiosidad, las actitudes que más liberan nuestra mente de sufrimiento. El ser humano tiene tendencia a pasar por el filtro del juicio todas las experiencias, eso nos ha ayudado a sobrevivir como especie al impulsarnos a mejorar. El problema surge cuando volcamos ese juicio hacia nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras conductas, nuestro cuerpo; en definitiva, cuando juzgamos nuestro ser. Todo pasa por esa espada de Damocles que nos hace sentir permanentemente culpables por no ser lo bastante buenos. Y desde la amenaza de la culpa, a menudo desarrollamos conductas como comer emocionalmente o hacer dieta, conductas de apego y de rechazo que tienen la función de hacernos sentir mejor. Y el conflicto surge cuando se convierten en hábitos y a pesar de tener la intención de alejarnos del sufrimiento, también nos alejan de nuestros valores y de la vida que queremos vivir.

Lo maravilloso del mindfulness es que además de ayudarnos, gracias a la neuroplasticidad cerebral, a crear nuevos hábitos, también contribuye a que cambiemos la mirada hacia nosotros y hacia nuestra experiencia. El mindfulness y la alimentación consciente nos ayudan a soltar los juicios y crear espacios de decisión basados en la escucha a nuestro cuerpo, el respeto, la amabilidad, la comprensión y la consciencia de lo que verdad nos importa. Sin duda, la alimentación consciente nos conduce a espacios de mayor paz y libertad.

Tuve la suerte de formarme en mindful eating con Jan Chozen Bays, que me enseñó desde su sabiduría la importancia de lo pequeño, de lo sutil. La intensidad de placer que podemos experimentar cuando nos comemos una simple uva con atención plena o cuando nos tomamos una infusión apreciando todos sus matices. Me enseñó la importancia de parar, de ser conscientes de la respiración, de crear espacio para observar lo que surge. Y me ayudó a dejar de ver mis ansias como algo malo para verlas como una señal de que había algo en mi vida que no estaba atendiendo. A veces, lo único que necesitamos en un mundo que gira y gira sin parar es permitirnos parar y observar con curiosidad lo que está pasando.

De Paul Gilbert he aprendido que la compasión es el mejor motivador que puede existir. El cultivo de la autocompasión nos ayuda nutrir nuestro corazón anhelante de amor y aceptación. La compasión es amabilidad, amor, calidez, pero también es responsabilidad hacia nosotros, observar nuestra vida desde una mente sabia y ver qué pequeños cambios pueden acercarnos a aquello que de verdad nos importa. En la autocompasión encontré mi mejor compañera de viaje, en un camino que no siempre se presenta fácil. A menudo, nuestros hábitos, nuestras necesidades, nuestras emociones están moldeadas por experiencias tempranas que no hemos escogido. Tal vez hemos vivido situaciones traumáticas, nuestros padres han tenido vidas no siempre fáciles y no hemos aprendido a cuidarnos como nos gustaría. Por otro lado, el contexto social nos empuja a estar delgados y a tener cuerpos perfectos, y eso puede llevarnos a desarrollar conductas restrictivas que no nos ayudan a cuidarnos. La compasión nos permite tomar consciencia de todo eso, del impacto de nuestro contexto familiar y social, de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde queremos dirigirnos. Nos permite entender que lo hacemos lo mejor que sabemos, pero a la vez nos impulsa a tomar las riendas de nuestra vida, a salir del victimismo y la autoindulgencia sin entrar en el castigo o la autocrítica.

Lo que he aprendido a lo largo de estos años es que la conciencia plena y la compasión van de la mano cuando hablamos de autocuidado y de cambiar nuestros hábitos. Una y otra se retroalimentan para ayudarnos a tomar mejores decisiones. Como dice Jon Kabat-Zinn: «Cuando practicas la consciencia plena, el autocuidado surge de forma natural».

Cuando Yolanda y Jaume me pidieron que escribiera el prólogo del libro, experimenté una mezcla de emociones. Por un lado, me sentí honrada por su confianza; por otro, me pregunté cómo habrían hecho para transmitir la esencia de esta práctica que me ha acompañado a mí y mis pacientes en los últimos 8 años. Después de leer el libro, creo que han logrado un acercamiento que va a ayudar a muchas personas a mejorar sus hábitos.

En este libro, Yolanda y Jaume reflejan con rigurosidad, claridad y de forma amena la base de esta práctica. Los ejercicios que proponen, hechos con paciencia, persistencia y compasión, serán una buena int

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