La evolución del talento

José María Bermúdez de Castro

Fragmento

Prólogo de Jesús J. de la Gándara

Prólogo

EL RELOJ DE LA HUMILDAD

Tictac, tictac, tictac: han pasado tres segundos. Más o menos lo que dura una vida humana si lo compara con el tiempo que ha pasado desde que los seres humanos habitamos la Tierra.

Tictac, tictac, tictac: otros tres segundos, eso, más o menos, es lo que tardará usted en cumplir un año más, si lo compara con el tiempo que ha pasado desde que los humanos somos Homo sapiens.

Tictac, tictac, tictac: tres segundos más, una minucia si lo compara con el tiempo que usted tardará en leer este prólogo, pero ésa, más o menos, es la diferencia que hay entre sus genes y los de un chimpancé, menos de lo que dura un suspiro.

Estoy hablando de humildad. De humildad temporal, de humildad biológica, de humildad evolutiva. Los humanos somos seres extremadamente efímeros y no tan especiales como nos creemos. En conjunto los seres como usted y como yo, que conformamos esta especie tan «especial», no somos ni tan antiguos ni tan sofisticados ni tan diferentes.

Y aun así podemos sentirnos orgullosos. Henchidos de satisfacción por poder escribir y leer estos párrafos, por saber trazar garabatos sobre un papel y que otros sean capaces de entenderlos. Y sobre todo porque podamos sentir la humildad o el orgullo, y podamos percatarnos de ello, pues todo eso significa que tenemos dentro de nuestro cráneo un aparato tan complejo y asombroso, que ni siquiera su propietario es capaz de entender cómo funciona, a pesar de que lleva usándolo toda la vida.

Y lo mejor es que todo eso se debe a algo tan simple como que su cerebro y el mío están conectados, unidos por un hilo invisible pero muy fuerte: la información, que es algo así como el combustible limpio, barato e inacabable que usa nuestro cerebro para nutrirse, comunicarse o enamorarse. Cuando la información se comparte generosa e inteligentemente, produce la sabiduría más útil y eficaz para la vida humana: «el talento». Cuando se escamotea o se usa inadecuadamente, produce malestar, suspicacia, agresividad, violencia y muerte.

De cómo aprender a compartir la información inteligentemente, para crear y aumentar el talento humano, va este libro. El mismo talento que ostenta y preside la vida de su autor, que es una de esas personas bondadosas y sencillas, que con su sola presencia te enseñan que la sabiduría humana no necesita de grandes alharacas para ser compartida, pero que si no se comparte no sirve para nada.

Tictac, tictac, tictac: un puñado de segundos y ya ha acabado de leer este prólogo, una nadería si lo compara con los muchos que aún le quedan para disfrutar de este libro. Adelante, no pierda ni uno más, mejorará su talento.

JESÚS J. DE LA GÁNDARA

Introducción

Introducción

El conocimiento de nuestra naturaleza ha sido un objetivo primordial de la humanidad desde que los primeros filósofos y pensadores de las antiguas civilizaciones pudieron dedicar buena parte de su tiempo a la contemplación y la reflexión. Nuestra notable inteligencia, al menos en términos relativos con respecto a otras especies, es un hecho innegable. Hemos adquirido consciencia de nosotros mismos (autoconsciencia), aunque ya no estamos tan seguros de que otras especies no posean esta capacidad de la mente. Nos consideramos seres superiores, desde luego en la cumbre de la escala jerárquica del mundo animal. Y esa presunta superioridad no se basa en la fuerza física, sino en unas capacidades intelectuales que tradicionalmente se han identificado con un ánima invisible, sobrenatural e inmortal, que nos da la vida y nos aproxima a los dioses. Como escribe Jesús Mosterín para criticar con dureza a quienes han afirmado la presunta inexistencia de la naturaleza humana: «Todas las otras especies animales tendrían una naturaleza, pero los seres humanos serían la excepción. El Homo sapiens ni siquiera sería un animal, sino una especie de ángel abstruso y etéreo, pura libertad y plasticidad».1 Creemos que somos muy diferentes de los chimpancés y de otros primates en nuestra anatomía, fisiología, comportamiento, etc. Ellos son animales y nosotros nos hemos encumbrado en una especie de entidad superior, que nos distancia de la naturaleza animal y nos transporta hacia una nueva dimensión espiritual, divina, intangible, que vive y se alimenta en nuestra fértil imaginación.

En los últimos siglos los seres humanos hemos vivido en un mundo onírico, casi virtual, despegados de la realidad, ignorantes de nuestro origen y alejados de la naturaleza a la que pertenecemos. La tecnología, que nos define y distingue de otras especies, debería ser nuestra mejor aliada y, sin embargo, la utilizamos en muchas ocasiones como un arma de destrucción, que podría acabar volviéndose definitivamente contra nosotros. Nuestro comportamiento está lleno de contradicciones. Nos movemos muchas veces por impulsos emocionales: amamos, odiamos, sentimos alegría, nos apenamos, sufrimos, tenemos miedos y fobias, etc. Pero también somos capaces de planificar, investigar, estudiar, realizar obras de arte, anticiparnos a los acontecimientos, comerciar, establecer alianzas, llevar a cabo proyectos, manipular, engañar, mentir, etc. ¿Cuál es el origen de esta dualidad, en el comportamiento entre lo racional y lo emocional, que nos define como seres humanos y que no podemos evitar? Además, somos capaces de sentir compasión y solidaridad, mientras que no dudamos en acabar de manera masiva con nuestros semejantes en determinadas circunstancias mediante guerras y genocidios. Veremos cómo las dos caras de la misma moneda están también presentes en otras especies que nos han precedido y que no necesariamente forman parte de nuestro linaje evolutivo.

Por fortuna, la ciencia del siglo XX ha logrado avances en el conocimiento de nuestras capacidades y habilidades intelectuales. En el siglo XXI, y gracias a ciencias como la medicina, la genética, la neurología, la neuropsiquiatría o la psicobiología, nuestra mente dejará de tener secretos y aprenderemos a conocer nuestras potencialidades e incapacidades. Nos aproximaremos a un mejor conocimiento de nuestra naturaleza y dejaremos atrás la rémora de la soberbia que nos atenaza. Seguiremos el buen consejo de las palabras inscritas en la puerta de entrada al templo dedicado al dios Apolo en la ciudad griega de Delfos, y llegaremos a la sabiduría de nuestro propio conocimiento. Como veremos en los capítulos que siguen, los proyectos sobre el genoma humano y

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