¿Quién controla el futuro?

Jaron Lanier

Fragmento

cap-1

Introducción

Fue una anécdota de la historia de la música lo que me convirtió en un idealista digital en la década de 1970, cuando era adolescente.

Durante muchos años, a los esclavos afroamericanos se les prohibió tocar los tambores porque estos podían utilizarse como una forma de comunicación. Sus amos temían que los usasen para organizar revueltas.

A lo largo de la historia, los humanos hemos sido nuestros peores enemigos, y siempre que alguien trata de oprimir a otra persona intenta controlar las herramientas de comunicación. Para mis compatriotas y para mí mismo, las redes digitales parecían un nuevo giro en este antiguo juego. Una red digital, por su propia naturaleza, debe adaptarse constantemente a los fallos y errores encontrando un camino para sortearlos. Por tanto, controlarla no sería nada fácil. Las redes digitales serían los tambores que nadie podría silenciar.

Esa fue la idea de partida, antes incluso de que existiese internet. A mí me sigue pareciendo correcta, y quizá pueda llevarse a la práctica alguna versión de dicho concepto, pero la extraña manera en que hemos construido nuestras redes no ha dado los resultados que esperábamos.

Ahora estamos aprendiendo a vivir con las redes digitales tal y como las hemos construido hasta el momento. Una vez que entendemos esto, ciertos acontecimientos actuales entre los que no encontraríamos ninguna relación —y que incluso podríamos pensar que no tienen ningún sentido—, de pronto encajan en una historia coherente. Por ejemplo, a primera vista no parecía que hubiese ninguna relación entre dos fallos descomunales que han estallado en Estados Unidos entre la publicación de la edición original de este libro y la de bolsillo.* Pero si nos fijamos con algo más de atención veremos que son imágenes especulares el uno del otro.

El primer fallo se produjo cuando Estados Unidos estuvo a punto de hacerse pedazos como consecuencia de la extraordinaria batalla alrededor de Obamacare. Partes del gobierno tuvieron que cerrar temporalmente y el país estuvo a punto de incumplir sus obligaciones de deuda. Aunque hay varias maneras útiles de reflexionar sobre el conflicto de Obamacare, también es importante recordar cuál era su esencia.

En un sentido literal, estábamos discutiendo sobre cómo la sociedad integra el big data.* Como se explica en estas páginas, la irrupción del big data invirtió la motivación de las compañías aseguradoras. En la época anterior a la computación conectada y barata, si una aseguradora quería aumentar sus beneficios, la principal manera de hacerlo era asegurar a un número cada vez mayor de clientes. Tras la aparición del big data, los incentivos se invirtieron de una manera perversa, y la vía para incrementar los beneficios consistió en asegurar únicamente a quienes los algoritmos indicaban que menos necesitaban contratar un seguro.

Este cambio de rumbo estratégico dejó a una gran cantidad de estadounidenses sin cobertura sanitaria. Puesto que los estadounidenses somos en el fondo compasivos, esto no provocó que las personas sin seguro acabaran muriendo en la calle, a las puertas de los servicios de urgencias de los hospitales, sino que la población pagó por la atención sanitaria de la manera más cara posible: tratando únicamente a las personas en situación de emergencia. Lo cual, a su vez, supuso un lastre para la economía, una limitación de la libertad personal (ya que la gente permanecía en sus trabajos solo para seguir teniendo derecho a la atención sanitaria) y una reducción de la innovación y del crecimiento económico. También causó un empeoramiento generalizado de la salud del país.1 Obamacare es una forma de revertir de nuevo la situación, al exigir que aumente el número de personas aseguradas y que las compañías de seguros compitan de una manera que recuerda a los tiempos anteriores al big data.

Nadie discute que el big data puede ser una herramienta fundamental en medicina y salud pública. La información es, por definición, la materia prima de la retroalimentación y, por tanto, de la innovación. Pero hay más de una manera posible de integrar el big data en la sociedad. Puesto que la tecnología digital sigue siendo en cierta medida algo novedoso, podemos caer en el engaño de pensar que solo existe un modo de diseñarla. ¿Es posible utilizar el big data de tal forma que mejore la salud tanto de las personas como de la economía? Esta es la cuestión que se aborda en este libro.

El segundo fallo estalló con las revelaciones de Edward Snowden, que pusieron de manifiesto que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) estaba desbordando los límites que le imponen sus estatutos y se dedicaba a espiar a todo el mundo, amigos y enemigos por igual; a socavar los mecanismos de encriptación que protegen nuestras transacciones; y a convertir el mundo de los servicios de internet «gratuitos» de los que hacemos uso los consumidores en un monstruo orwelliano.

La NSA ha sido incapaz de mostrar los beneficios concretos del espionaje algorítmico generalizado. El trabajo de inteligencia con métodos tradicionales sobre el terreno sí ha dado resultados, como por ejemplo la localización de Osama bin Laden, mientras que la esperanza de lograr una seguridad automática mediante algoritmos de big data sencillamente no se ha materializado. El atentado de la maratón de Boston en 2013, que tuvo lugar la misma semana de la publicación de este libro en Estados Unidos, se produjo a pesar de todas las granjas de servidores ocultas, del tamaño de una ciudad, los analistas de metadatos y las cámaras de vigilancia en las calles, que fueron incapaces de evitarlo.

De hecho, para el disparatado alcance del barrido de datos digitales llevado a cabo por la NSA fue necesaria tal cantidad de techies que se puso en peligro a la propia profesión y resultó inevitable la aparición de alguien como Snowden. Con independencia de si nos horrorizan o nos parecen justificadas las estrategias de la NSA en la era del big data, lo que es innegable es que han repercutido negativamente en su propia capacidad de actuación.

La NSA y las compañías de seguros médicos estadounidenses fueron víctimas de la misma enfermedad, una forma de adicción institucional. Se volvieron adictas a lo que llamo «servidores sirena», recursos de computación cuya potencia supera a la de todos los demás nodos de la red y que, en un principio, parece asegurar a sus dueños el camino hacia un éxito garantizado e ilimitado. Pero los beneficios son ilusorios y no tardan mucho en conducir a un gran fracaso.

Las filtraciones de Snowden hicieron que el mundo entero sintiese que se habían conculcado sus derechos. No sabemos quién habrá leído nuestros correos electrónicos más íntimos. No es agradable y, si alguna vez nos acostumbrásemos a la sensación, sería aún peor.

Por otra parte, ¿por qué todo el mundo volcaba información personal en ordenadores que eran propiedad de las grandes empresas? La NSA accedió a ellos en secreto, pero ¿qué nos hacía pensar que, al contar con el apoyo casi unánime de los consumidores, esa gigantesca industria de la vigilancia no acabaría transformándose en un Estado policial?

El gran interrogante de nuestra era es saber si nosotros —es decir, todos nosotros, no solo quienes los gestionan— seremos capaces de resistir

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos