Cansadas

Nuria Varela

Fragmento

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Prólogo

Para las que nacimos en los ochenta o principios de los noventa, libros como el que ahora sostienes en las manos son un soplo de victoria.

Nosotras, que cuanta más conciencia feminista adquirimos, más cercanas a la realidad nos sabemos.

Nosotras, que entendemos que ese acercamiento pasa, inevitablemente, por alejarnos de la ficción de algodones y unicornios en la que nos dijeron que vivíamos pero donde solo residen ellos.

Nosotras, que cuanta más conciencia adquirimos vemos en ese «ellos» a un número cada vez mayor de gente..., porque si antes los machistas solo eran dos o tres, para nosotras ese «ellos» empieza a convertirse en casi todos.

Nosotras, que a veces perdemos la fe y no sabemos cómo traerlos (y traerlas) hasta este lado, el lado del «darse cuenta», el lado del feminismo.

Nosotras, que estamos evolucionando en una dirección que sigue sin ser la dirección de la mayoría, que nos alejamos sin remedio de muchas personas que antes formaban parte de nuestro entorno y aun así nos sentimos satisfechas. Y nos sentimos satisfechas porque ahora nos conocemos mejor a nosotras mismas, y disponemos de más herramientas con las que pelear contra los mensajes inoculados que nos dañaban.

Nosotras, que sentimos que ganaremos esa batalla invisible.

Lo nuestro está siendo tan poco a poco, que no advertimos que el feminismo nos había estado armando hasta los dientes con escudos y lanzas ingrávidos de los que ya no podríamos desprendernos ni queriendo, y eso nos hace caminar más seguras, alzar la barbilla, mirar a los ojos. Poco a poco. Cada vez más lejos de ese «ellos», cada vez más cerca de nosotras mismas, cada día un poco más equilibradas sobre el eje de nuestras caderas. Firmes, centradas, cada día más cerca de encontrar nuestro lugar exacto en este mundo hecho para ellos.

Pero nosotras –que sentimos que el feminismo nos aleja de un mundo en el que nos habíamos acostumbrado a andar de puntillas– no tenemos lo suficientemente presente que antes de nosotras hubo muchas otras.

Nosotras, que llegamos a casa y abrimos este libro, leemos a Nuria Varela y, mientras devoramos los extractos de Kate Millett o Maruja Torres que vamos encontrando en sus resquicios, nos inunda de emoción la presencia de las Otras. Y sentimos admiración y agradecimiento, porque estos escudos y estas lanzas ingrávidos no los forjamos solamente nosotras, sino que fueron ellas quienes empezaron a forjarlos, y antes de ellas otras, esas Otras que también se alejaron de un mundo ficcionado para estar más cerca de sí mismas. Y se vuelven tangibles entre estas páginas. Y sentimos que también para ellas debió de ser doloroso a veces, porque crecer duele, sí, pero no tiene por qué paralizar. Y las imaginamos solas, porque su conciencia surgió mucho antes que la nuestra, y cuanto más retrocedemos en el tiempo comprendemos cuanto más a solas y señaladas debieron de sentirse. Pero las sabemos satisfechas y sin incertidumbres. Cansadas a veces, sí, pero guerreras siempre. Exactamente igual que nosotras. Y sabemos que cuanto más nos alejemos de ese mundo de algodones y unicornios del que ellos disfrutan –donde el machismo no existe, loca–, estaremos más cerca de esas Otras que de «ellos». De las Otras que hace muchas generaciones empezaron a derribar muros para que, entre todas, entre las Otras y nosotras, construyamos un mundo nuevo donde no solo quepan todos sino donde quepamos todas. Porque esas Otras somos nosotras mismas. Y tras nosotras vendrán muchas más que pensarán a su vez en nosotras y sabrán que las armas con las que ganarán esta batalla en algún momento de la Historia las fuimos construyendo juntas, pasándonoslas de mano en mano como un testigo en un carrera de relevos a lo largo del tiempo.

Y la victoria será de las Otras, será nuestra y será de todas.

BARBIJAPUTA

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Para todas las mujeres que se levantan cansadas,

se acuestan agotadas y, aun así,

no dejan de trabajar todos los días

para construir un mundo mejor.

Para mi madre.

A pesar de todo, y por encima de todo,

una mujer infatigable.

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Introducción

Estoy convencida de que la mía es una generación desperdiciada (que no perdida). Perdernos, lo que se dice perdernos, comenzamos a hacerlo más o menos cuando empezamos a cumplir cuarenta años, cuando llegó la famosa crisis económica y a nosotras nos pilló con unas vidas complejas sin resolver y comenzamos a oír que estábamos demasiado cualificadas para cualquier trabajo al que optá­bamos. No nos sobraba cualificación, aunque éramos la primera generación que habíamos entrado en torrente a la universidad y efectivamente atesorábamos títulos, currículos y experiencia. Lo que nos sobraba era carácter. Habíamos peleado demasiado como para aceptar sin más la pérdida de derechos y la precariedad que nos ofrecían.

Las mujeres que nacimos en España a finales de los años sesenta del siglo XX –y somos un montón–, llegamos a la juventud creyéndonos pioneras y con todas las intenciones de comernos el mundo.1 Probablemente lo fuimos. Éramos herederas (aún sin mucha conciencia) de varios intentos de generaciones anteriores por tener vida propia; hijas de madres que empujaban con mucha fuerza, conocedoras de lo que había sido el franquismo en sus vidas y deseosas de que fuésemos mujeres libres; producto de toda una generación feminista que sin ningún reconocimiento había hecho realidad la famosa Transición. Porque aún silenciad­o o negado en los libros de historia, el verdadero cambio de régimen hacia la democracia lo habían protagonizado las mujeres, no solo con su empeño en eliminar las leyes que las consideraban menores de edad perpetuas, sino con lo más difícil, demoler las costumbres de una sociedad machista hasta el esperpento.

Y ahí estábamos nosotras, dispuestas a no defraudar. Lo intentamos con todas nuestras fuerzas, como si nos fuese la vida en ello (y lo cierto es que se trataba de un asunto vital), pero algo no salió como esperábamos. Quizás es hora de saber qué y, sobre todo, por qué. Como diría Nelson Mandela muchas

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