El fascismo argentino

Ignacio Montes De Oca

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

Este libro está dedicado a la memoria de José María Stella.

Un gran amigo y colega que supo pelear desde el periodismo cuando muchos optaron por la comodidad del conformismo.

PRÓLOGO
La tentación autoritaria

Las conversaciones que mantenemos con Ignacio Montes de Oca pueden variar desde la temática más mundana hasta cuestiones que lindan el esoterismo de mesa de bar. Sin embargo, cuando charlamos en serio, cuando intentamos entender los motivos de algo que sucede en el país, casi siempre llegamos al mismo punto, al mismo principio: el fascismo.

El abordaje que en este libro hace Montes de Oca del sentido de nuestra palabra fetiche —usada para descalificar todo lo que no llegamos a aceptar— es necesario, sobre todo, en tiempos en los que se ha llegado a tildar de “facho” a quien expone asuntos de sentido común como la necesidad de disponer de estadísticas que permitan saber cuántos pobres habitan un país; plantear esa preocupación ha implicado ser estigmatizado. El recurso es tan efectivo que los roles se invierten: de pronto, y en una voltereta discursiva veloz, el que pidió saber si hay nuevos pobres o no es considerado un pichón de Mussolini, mientras que el emisor de la acusación pasa a ser un defensor de los humildes, a quienes protege del verdadero enemigo, que sería el que quiere saber si existen o no, si se los puede ayudar o no.

Argentina demuestra que forma parte del Occidente europeizado a cada rato: siempre miramos con simpatía cuestiones que nos gusta englobar como “fascistas”, aunque no tengamos muy en claro qué significa eso. ¿Puede considerarse al fascismo como la expresión más extrema de la derecha, siendo sus fundadores personajes provenientes del socialismo europeo de principios del siglo XX? Poco importa el significado de las palabras en tiempos en que el ultranacionalismo parece haber recibido una inyección revitalizante, aunque haya una verdad irritante que Montes de Oca plantea con descaro: el populismo es otro de los signos que caracterizaron al fascismo. Y allí no cuentan las ideologías de izquierda y de derecha.

Un hombre que se cansó de que el dinero no le alcance para vivir descubre que los inmigrantes hacen uso del sistema de educación universitaria gratuita. Quienes saben cómo se financian los recursos del Estado también saben que no hay forma de vivir en un país evadiendo todos los impuestos, ya que al momento de comprar un paquete de caramelos se está pagando un porcentaje que, en algunos casos —como el argentino— llega al saqueo de un 21% por sobre el precio de venta. A quienes sienten que son los fundadores del país porque sus padres llegaron antes que el nuevo inmigrante, no les interesa saber que el porcentaje de extranjeros en las universidades es inferior al 5% de sus alumnos, que hay personas que para acceder a la universidad tienen que conseguir un empleo que les permita pagar el altísimo costo de vivir lejos de casa, un hecho que muchos de los que acusan a los inmigrantes todavía no vivieron. Se podría argumentar que el mayor agujero presupuestario está en la cantidad de alumnos crónicos, esos que se inscriben y no van nunca, los que pasan veinte años en un claustro para cursar una carrera universitaria que fue originalmente planificada para ser terminada en cuatro. El único defensor del sistema —tal como funciona— puede ser el mismo funcionario público que pretende solucionar la delincuencia pateando la pelota a la tribuna al decir que se expulsará del país al delincuente extranjero, mientras que las estadísticas gritan que ese grupo representa el porcentaje mínimo de la población carcelaria. Lo curioso es que hemos oído ese discurso en boca de gobiernos de los que se ha probado que practicaron el más rancio clientelismo populista para comprar votos que garantizaran su mantenimiento en el poder. Así, mientras el político usa y desusa el factor extranjero en su beneficio, la sociedad muestra su más crónico e injustificado nacionalismo al culpar al grupo minoritario por el problema de la mayoría. No vaya a ocurrir que reconozcamos que el 96% de los presos argentinos son bien, bien, argentinos.

El fascismo se ha convertido en el recurso literario favorito de la política, tanto para quien vive de ella y hace carrera como para el ciudadano común que, harto de tener que reconocer que es gobernado por una casta política que no está a la altura de las circunstancias, prefiere encontrar enemigos antes que pedir explicaciones a quienes votó. Algunos encuentran en el inmigrante al causante de los problemas que un gobierno no sabe, no quiere o no le importa solucionar. Algunos políticos, incluso, son capaces de acusar de fascistas a quienes se niegan a aceptar que con sus impuestos se otorgue a cualquiera los mismos beneficios de quienes sostienen un sistema. Como si todo fuera lo mismo.

El peor de los errores es considerar que se trata de un fenómeno nuevo. Como bien plantea Montes de Oca en este libro, el fascismo siempre estuvo: solapado, enmascarado, disfrazado, pero siempre estuvo. En todo caso, hoy asistimos a una etapa de descaro, en la que el fascismo no tiene problemas en volver a plantearse como opción, aunque siempre maquilla

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