La libertad del compromiso

Hernán Zin

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

Cambié el rumbo de mi vida en Calcuta. Llegué para entrevistar a la Madre Teresa, que acababa de superar una nueva crisis de salud, y me quedé durante tres años en esta ciudad.

Fui muy afortunado. Cuando sentí la necesidad de dar una nueva dirección a mi vida, tuve la suerte de encontrarme en un lugar donde todo conspiraba para que pudiera hacer realidad mis aspiraciones. No sólo mis amigos y compañeros de trabajo me alentaban, sino que llevaban años dedicándose a lo que yo deseaba hacer, y los veía contentos, ilusionados, agradecidos.

Llegó un momento en que tanto me había adentrado en este camino, que había olvidado que se podía vivir de otra manera. El lejano rumor del mundo de las prisas, del consumo, de los trabajos de nueve a seis, de las hipotecas, resultaba apenas perceptible desde la terraza del hotel María, en la que pasaba las tardes conversando con mis amigos, tocando la guitarra, debatiendo con infatigable brío y entusiasmo acerca de las herramientas que podríamos emplear para hacer de este mundo el lugar más justo e inteligente que tanto anhelábamos.

Me parecía lo más normal vivir al día, sin preocuparme por el futuro. Hacer únicamente lo que creía correcto, sin responder de forma alguna a los condicionantes de la cultura en que me había criado.

Fue al sentar residencia en España, porque consideré que podía ser más útil para los proyectos que había puesto en marcha en Calcuta consiguiendo recursos y movilizando voluntades en el lado materialmente próspero del mundo, cuando volví a descubrir que hay mucha gente atrapada en el sistema de vida que prevalece en Occidente. Gente que no se anima a seguir su vocación, que tiene miedo a salirse del camino transitado por la mayoría.

Me causó una gran perplejidad. Si hay una parte del planeta en que existen los recursos para seguir la propia vocación, es ésta. Sin embargo, cuando daba alguna conferencia o presentaba un libro, siempre al final se me acercaba alguien y me decía:

«Cómo me gustaría hacer algo parecido, es lo que siempre he querido, pero no me animo».

Al principio mi respuesta era rotunda: «Si quieres cambiar, hazlo». Pero ahora, que llevo seis años de regreso en Occidente, comprendo que no es tan sencillo romper con los valores predominantes. Yo mismo he comenzado a sentirme coaccionado, inhibido, por la sutil presión de un sistema que es en apariencia sumamente respetuoso de las libertades individuales, pero que ejerce una enorme presión sobre sus integrantes para asegurarse de que sean pocos los que se animen a recorrer otras sendas.

Para tomar conciencia de la magnitud de la presión bajo la que vivimos, resulta suficiente un dato: en España, el ciudadano medio recibe seis millones de anuncios publicitarios al año. Un estímulo constante, en algunos momentos estridente, deslumbrante, pero casi siempre silencioso, sutil. Un estímulo que en la gran mayoría de los casos no nos alienta a vivir con desapego, orientados a los demás, sino a todo lo contrario, nos empuja en la dirección del egoísmo y, de forma casi imperceptible, nos inculca el miedo a ser distintos, a no pertenecer, nos lleva a asociar la posesión de ciertos objetos con el amor y la felicidad. Hay una frase de Émile M. Cioran que refleja a la perfección la sensación que muchos tenemos en Occidente: «Siento que soy libre, pero sé que no lo soy».

Tomé la decisión de escribir este libro por dos razones fundamentales. En primer lugar, necesitaba recuperar ese espíritu de libertad, de entrega, de ausencia de miedo al futuro, a la exclusión, del que había gozado en Calcuta. Necesitaba tomar perspectiva, salir del ciclo que nos mueve a todos en estas latitudes, y volver a fortalecer los ideales que habían comenzado a languidecer en mi interior. Y debo admitir que la redacción de esta obra ha sido sumamente estimulante. De cada encuentro con sus protagonistas, salí pletórico, esperanzado, agradecido, deseoso de ponerme a trabajar en pos de mis ideales.

La segunda razón que me llevó a escribir este libro es la certidumbre de que puede ser útil a mucha gente. Creo que la vida fue muy generosa conmigo al haberme dado la posibilidad de pasar esos tres años en Calcuta; lo que he intentado en esta obra es lograr que quien está en Occidente y sienta deseos de cambiar, encuentre las voces que lo alienten, se sienta como yo lo hice en la India, rodeado de ejemplos, de amigos que lo ayuden a conocerse, a liberarse, que la den la fuerza para romper con los cánones establecidos y forjar su propio rumbo.

Por eso sólo hablo esporádicamente de gente como la Madre Teresa, Mohammed Yunnus o Vicente Ferrer. Sus vidas son tan extraordinarias que mueven más a la admiración que a la acción. Los protagonistas de este libro son personas comunes, llanas, como lo eran aquellos amigos que tanto me enriquecieron en la terraza del hotel María. Profesionales, estudiantes, de distintas clases sociales, de diversos lugares del mundo que, cansados de todo, disconformes con la vida que llevaban, decidieron buscar otros ámbitos de acción, de desarrollo personal, más acordes con sus valores, con su percepción del deber, de su responsabilidad hacia los desafíos que debe afrontar la humanidad. Gente normal, ausente de motivaciones místicas o religiosas que, por su proximidad, considero que nos pueden guiar hacia el cambio, nos pueden dar las pautas de la dirección que ha de seguirse en el infructuoso pero apasionante periplo hacia la propia transformación.

Guiado también por el deseo de buscar ciertas claves prácticas, ciertas pautas que pueda dar a quien se acerque la próxima vez a decirme que «quiere cambiar pero no se anima», incluí al final del libro una serie de conversaciones con personas relevantes de distintos ámbitos de la vida pública española: Fernando Savater, Rosa Regàs, Ramiro Calle, Concha García Campoy, Pilar Bardem, Javier García Sánchez, Carlos Taibo y Dominique Lapierre. A ellos les pregunté: ¿Por qué cuesta tanto cambiar de rumbo en Occidente? ¿Qué factores conspiran para que tantas personas tengan miedo a seguir su vocación? ¿Cómo romper con las trampas del sistema? Más allá de lo meramente narrativo, considero este libro una reflexión coral sobre la libertad y el compromiso.

Pasado el siglo de las grandes revoluciones, superados sus fracasados dogmas, estoy convencido de que el cambio a gran escala no procederá de nuevas filosofías ni de la influencia de líderes carismáticos, sino que será la consecuencia de una silenciosa pero irrefrenable sucesión de transformaciones individuales. Nunca ha tenido el individuo tanto poder como ahora. Por eso debemos asumir nuestra cuota de responsabilidad y, más allá de los valores imperantes, de las presiones a las que nos somete la sociedad, debemos comenzar a trabajar, donde nos haya tocado estar, con las herramientas que tengamos a nuestro alcance, en favor de la equidad social.

También creo que somos los ciudadanos de los países prósperos los que tenemos la llave para el cambio. Nuestros son los recursos. Depende de nosotros compartirlos con los habitantes de las naciones postergadas, hacerlos igualmente suyos, y terminar de una vez por todas con la injusta distribución de la riqueza que condena al hambre y la marginación a una quinta parte de la humanidad.

Ojalá las historias que pueblan este libro alienten a muchas personas a que tomen el camino del compromiso, de la lucha, de la implicación e

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