Ganar el futuro

Joaquín Almunia

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

HISTORIA DE DOS CRISIS, Y DE CÓMO SALIR DE ELLAS

 

 

 

 

¿Otro libro sobre la crisis? Desde que en el verano de 2007 emergieran las primeras turbulencias en los mercados financieros, que sirvieron de detonante de todo lo que hemos conocido desde entonces, muchos autores han hecho aportaciones brillantes sobre las consecuencias económicas, sociales y políticas de una crisis que está cambiando el mundo, la evolución de la Unión Europea y el panorama político. Pero sigue habiendo muchas razones para escribir acerca de lo que nos está sucediendo.

En mi caso, debo explicar por qué he decidido aportar mis ideas sobre algunos aspectos relacionados con la integración europea y la socialdemocracia. A mi modo de ver, ambas se están viendo seriamente afectadas por todo lo ocurrido en estos años. Pero no pretendo teorizar sobre ello. No poseo un bagaje académico como para intentar competir con los excelentes análisis que han esclarecido las causas remotas o próximas de esta situación, los cuales han señalado bastantes pistas a seguir para ayudar a los responsables políticos a salir de su estupor.

Tampoco es este un libro autobiográfico, aunque no hubiese podido escribirlo sin contar con mi experiencia europea reciente. En abril de 2004, tras su triunfo electoral, José Luis Rodríguez Zapatero decidió nombrar a Pedro Solbes como vicepresidente económico de su Gobierno, y me propuso sustituirle en su puesto de miembro de la Comisión Europea, a cargo de la cartera de Asuntos Económicos y Monetarios. Así que, desde las primeras manifestaciones de la crisis, hasta febrero de 2010, la mayor parte de mi tiempo estuvo focalizado en trabajar para contribuir a las primeras respuestas europeas e internacionales ante unos problemas económicos de enorme magnitud y complejidad. Y desde esa fecha hasta el final de mi mandato como miembro de la Comisión seguí estando involucrado en esos asuntos, ahora, a través del control de los ingentes recursos públicos aportados por los gobiernos para el rescate de las entidades financieras en aplicación de las reglas de la política europea de competencia, de la que fui responsable hasta finales de octubre de 2014.

Durante todos esos años he podido reflexionar, entre otras cosas, sobre la crisis, las dificultades a las que se enfrenta la integración europea, los problemas de la socialdemocracia para ofrecer alternativas coherentes a las políticas propugnadas por un centroderecha mayoritario y la necesidad de reforzar la legitimidad democrática de las instituciones comunes. Muchas de esas reflexiones personales aparecen en los diferentes capítulos, mezcladas con las de otros muchos protagonistas de lo que sucede en la Unión, o con las de los analistas de los acontecimientos. Pero, salvo en alguna ocasión, he preferido no contar mis experiencias en primera persona, optando por tomar cierta distancia y escribir desde una perspectiva más amplia.

Espero que este punto de vista sirva para reducir la subjetividad de mi análisis, y ayude en cambio al lector a una mejor comprensión de asuntos y situaciones que por su naturaleza son complejos. Comunicar lo que sucede en la Unión Europea, explicando las causas de los problemas y las dificultades para hacerles frente, no es una tarea sencilla. El papel que juegan las diferentes instituciones, las responsabilidades de cada una de ellas, la interacción entre la Comisión Europea, el Parlamento y los gobiernos representados en el Consejo para conciliar las posturas respectivas, conforman un entramado de relaciones políticas y de intereses diversos que no encuentra equivalente en las democracias nacionales, ni siquiera en las organizadas en base a una estructura federal. A ello se añaden las barreras idiomáticas y los cauces de información de cada uno de los países, que hacen más difícil la interlocución directa de los responsables comunitarios con los ciudadanos. Mi propósito con este libro es cubrir una parte de ese espacio, y acercar en la medida de lo posible las distancias entre ambos planos.

He tratado de huir de la tentación de aportar una lista completa de recetas para ayudar a una mejor recuperación de quienes, a mi juicio, son las dos principales víctimas políticas de la crisis: la Unión Europea y la socialdemocracia. He centrado mi mirada en algunos de los temas que se han visto más afectados en este aspecto; advierto desde el comienzo que mi selección no es neutral, pues me tocan muy de cerca tanto la economía y los problemas de la eurozona como la necesidad de una dimensión social comunitaria y las tareas que en este sentido le corresponden sobre todo a la socialdemocracia. Otras áreas claves para determinar las nuevas etapas de la integración europea, como los aspectos relativos a la seguridad interior y exterior o la defensa, son mencionados ocasionalmente en mi análisis, pero soy consciente de no haberlos desarrollado lo suficiente.

Escribir este libro me ha servido para confirmar que, dada la forma en que la Unión Europea afrontó la crisis y sus dificultades para superarla, hay que reconocer sin ambages algunos graves errores políticos: por ejemplo, en las dosis excesivas de austeridad fiscal que dominaron durante algunos años la respuesta ante la situación griega y las dificultades en el mercado de deuda de otros países de la eurozona. También ha quedado acreditada la falta de herramientas de gestión de la Unión Económica y Monetaria (UEM) en su dimensión financiera o en la estrategia de convergencia económica. Y, por supuesto, se ha echado en falta la existencia de instrumentos imprescindibles para evitar el deterioro de la cohesión social y el aumento de las desigualdades, tanto en España como en el conjunto de la Unión.

Al mismo tiempo, la experiencia de estos años nos ha proporcionado a los europeístas nuevos y poderosos argumentos para justificar la urgencia de dar nuevos pasos a favor de la integración. Ni la dimensión de cada país por separado, ni la de la Unión en su conjunto, son suficientes para abordar con éxito los grandes desafíos a los que nos enfrentamos en este siglo. A los argumentos que siempre anidaron en la mente de los padres fundadores del proyecto europeo han venido a sumarse, sobre todo a la luz de la experiencia vivida en la crisis, otros nuevos como la globalización y sus consecuencias, el cambio climático, los desequilibrios demográficos o la necesidad de adaptar el modelo social para que los cambios tecnológicos no se lleven por delante la cohesión lograda en las últimas décadas. En este siglo, las razones a favor de la integración son al menos tan potentes como las que existían hace más de seis décadas.

Pertenezco a una generación de españoles que llegaron a la mayoría de edad bajo el franquismo, y para quienes la integración europea ha constituido un punto de referencia imprescindible para completar nuestra identidad como ciudadanos y definir las metas de nuestro proyecto colectivo. España tuvo que esperar a recuperar la lib

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