Ponte a punto para el antirracismo

Desirée Bela-Lobedde

Fragmento

1. Educación antirracista, ¿para qué?

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Educación antirracista, ¿para qué?

Existe la creencia, absolutamente falsa y desafortunadamente muy generalizada, de que el racismo ya pasó, de que ya no existe. Y de que, si existe, no es en España. Porque España no es racista. Pero sí lo es. El problema radica en la concepción tan limitada que se tiene de lo que es el racismo y de cómo se manifiesta. Y desde ese entendimiento incompleto y sesgado, una amplia mayoría de las personas, que solo identifican como racismo las expresiones más violentas, considera que la educación antirracista no es necesaria. Que para qué sirve.

Soy consciente de que acabo de hacer una afirmación que levanta ampollas entre un número considerable de personas (sobre todo, de personas blancas). Ante semejante aseveración, que podría juzgarse categórica —decir que España es racista—, hay quienes se rasgan las vestiduras, se escandalizan o se ofenden. Y reaccionan de muy distintas formas, que van desde la pasivoagresividad hasta la ira más visceral. Además, todas ellas son reacciones violentas.

Esta manifiesta hipersensibilidad frente a la afirmación de que España es racista se da porque partimos de una base equivocada. España no puede no ser racista teniendo la historia que tiene. Igual que pasa con el resto de los países europeos, hablamos de sociedades herederas de imperios colonizadores. Y la colonización se basó, entre otras cosas, en la creencia de que Europa y sus habitantes eran superiores al resto de los territorios, sobre todo a los territorios del sur global. Sé que, si hablo de «países del sur global», habrá personas que no sabrán a qué me refiero; pero, si en cambio utilizo «países tercermundistas» o «subdesarrollados», la mayoría sabrá de qué hablo. Sin embargo, hablar de «tercer mundo» o de «países subdesarrollados» me parece despectivo e injusto. Por eso prefiero utilizar la expresión «países del sur global». Y no lo hago por usar un eufemismo, sino por hablar desde la dignidad que esos territorios merecen.

Decía que las sociedades actuales son fruto del desarrollo de imperios colonizadores. Dichos imperios emprendieron sus campañas colonizadoras y civilizatorias para hacer llegar el «progreso» a esos pobres salvajes, a los que había que salvar de sus propias circunstancias y reeducarlos. Lamentablemente, hay personas que aún hoy en día siguen creyendo que los territorios del sur global necesitan de Europa para progresar, y que a saber qué habría sido de sus pobladores autóctonos sin la intervención europea.

Desde luego, no sabemos cuál habría sido el destino de esos territorios sin la colonización europea, eso es cierto. Pero, en ese supuesto escenario de no intervención occidental, muchas personas occidentales y blancas tienden a pensar que esas sociedades habrían permanecido en la era preindustrial y no habrían progresado. Yo prefiero pensar, simplemente, que nunca sabremos cómo serían esas sociedades en la actualidad, qué modelos de gobierno habrían desarrollado, ni cómo serían sus economías. Ni siquiera sé cómo serían las relaciones entre esos territorios y Europa. Puede que fueran más igualitarias, y que no estuvieran marcadas por el paternalismo, el intervencionismo o el saqueo extractivista y el abuso. Ni lo sé ni puedo saberlo. Lo que me niego es a aceptar, como hacen muchas personas, que sin la colonización esos países hoy no serían nada. Porque tal pensamiento no deja de basarse en la idea de que, efectivamente, Europa es superior y tiene el poder de contribuir a la salvación de dichos territorios. Nadie parece caer en la cuenta de que esos territorios están siendo salvados por Europa, cuando fue precisamente Europa la que contribuyó a crear esas situaciones de las que hoy hay que salvarlos. Como dice Sani Ladan, no se puede ser pirómano y bombero al mismo tiempo.

Con semejante pasado colonialista, cuesta creer que el racismo haya desaparecido de nuestras actitudes, de nuestros aprendizajes y, en definitiva, de nuestras vidas. Además, en el caso de los territorios africanos, los procesos de independencia empezaron a producirse a finales de la década de 1950. Y lo mismo sucede con los movimientos de defensa de los derechos civiles, que adquirieron fuerza a partir de las décadas de 1950 y 1960. De eso hace cuatro días, como quien dice. No ha transcurrido el tiempo suficiente para que se equilibre, mediante la aplicación de justicia social, un sistema que lleva desequilibrado tantos siglos. Desde el siglo XV, para ser exactos.

En el momento en que escribo esto, a finales de 2022, tan solo hace setenta y dos años de la primera proclamación africana de independencia, que fue la de Ghana. Esos setenta y dos años, en el caso más longevo, no pueden hacer sombra a cinco siglos de colonialismo, que han dejado un profundo poso de conductas y actitudes, muy arraigadas en forma de creencias estereotipadas y sesgadas con respecto a las personas africanas, que fueron difundidas para justificar la esclavización y el maltrato sistemático al que se sometió a la población del continente africano. Esos setenta y dos años de independencias han servido para constatar que, a pesar de haberse culminado dichos procesos, hay países como Francia que siguen ejerciendo un férreo control en determinados territorios africanos. Un ejemplo claro de todo ello es el control financiero a través de la imposición del franco CFA[1] como moneda en más de una decena de países africanos, aunque, en realidad, esta imposición en concreto va más allá de la cuestión financiera,[2] y ha pasado a convertirse en un controvertido entramado conocido como Françafrique.[3]

* * *

La educación feminista ha ido ganando fuerza y terreno en los últimos años. Cada vez hay una mayor comprensión de que vivimos en una sociedad patriarcal, machista y misógina. Se habla, cada vez con más frecuencia, de que vivimos en sociedades que generan beneficios y oportunidades que privilegian a los hombres cisgénero por el simple hecho de serlo. Y esos beneficios, a su vez, son fuente de opresión, discriminación y violencia para las mujeres, feminidades y personas de género no binario. Y, si bien aún nos queda mucho camino por recorrer, crece la convicción de que es necesario educar desde una perspectiva de género para entender esas dinámicas de desigualdad. Así podemos identificarlas y contribuir a su eliminación.

La educación feminista ha permitido a muchas personas entender que el machismo va mucho más allá de los feminicidios. Los asesinatos de mujeres son la expresión más violenta del sistema, pero no son su única manifestación. Y eso ¿en qué se traduce para las mujeres? Pues, entre otras cuestiones, en la existencia de brechas salariales, de techos de cristal —o suelos pegajosos, si además incorporamos otros ejes de opresión más allá del género— y en la perpetuación de la cultura de la violación. También se manifiesta a través de la feminización de la pobreza o del reparto injusto de la carga de los cuidados, que en el caso de las par

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