Los días que cambiaron México

Carlos Silva

Fragmento

Título

Introducción

Peter Watson, en su libro Ideas, comenta que “el miércoles 1 de mayo de 1859” el arqueólogo británico John Evans cruzó el canal de la Mancha, invitado por su colega francés Jacques Boucher, para examinar en un río a las afueras de la región de Abbeville una serie de hallazgos prehistóricos que consistían en restos de animales y herramientas de caza, hachas y puntas de lanza de pedernal, principalmente, los cuales, años después, permitieron comprobar la existencia del hombre en la Tierra 4 o 6 mil años antes de las fechas que la cronología bíblica hasta ese momento había marcado. En otro momento, Paul Johnson señala al inicio de sus Tiempos modernos que “la modernidad comenzó el 29 de mayo de 1919”, cuando las fotografías de un eclipse solar tomadas en la isla de Príncipe (en el golfo de Guinea) y en Sobral (Brasil) confirmaron la verdad de una nueva teoría del universo. Estos hechos, como tantos más, modificaron el curso de la humanidad.

Sobre la premisa de que ciertos episodios breves, como los mencionados, pueden ser definitorios en las transformaciones de más largo alcance, y que incluso pueden llegar a cambiar el modo en que entendemos el mundo, se concibió el proyecto de elaborar un trabajo narrativo sobre “hechos clave” en la historia moderna de México, los cuales definitivamente modificaron la perspectiva de los mexicanos en el momento que sucedieron. Su trascendencia, en algunos casos, pervive hasta nuestros días y, en otros, se fueron completando los ciclos en el desarrollo del país. El proyecto derivó en un acucioso trabajo de investigación y en una paciente labor de escritura que procura entresacar hechos, ideas y procesos —evidentemente destacados unos y otros, aparentemente discretos, pero decisivos todos— que se imbrican, condicionándose unos a otros en el devenir del país.

El libro reúne varias decenas de eventos sobre diversos temas culturales, políticos y sociales en el siglo XX y lo que va del presente: desde la primera función de cine, pasando por la construcción de la Ciudad Universitaria, hasta la reforma política que transformó el Distrito Federal en la Ciudad de México. Cada episodio busca ser más que una anécdota: persigue convertirse en una ventana para asomarse a un proceso (o problema) tremendamente complejo, sin que por ello se reste “la majestad de los reyes, o el fragor de las batallas [ni…] la belleza de las intuiciones y de las invenciones” (Watson nuevamente) que cada evento trae consigo. Los hechos y sus ideas responden al tiempo, al sitio y a las circunstancias en que suceden, lo cual implica que, aunque no afecten por completo a toda la humanidad, sí determinan el desarrollo de dicha temporalidad y el lugar en que sucede.

Ésta es una crónica que por su naturaleza e intenciones recoge los nombres de personajes conocidos menos en la academia y más en las calles. Los conoce y los reconoce. Sin embargo, no renuncia a un planteamiento y a una solución que echa mano, por supuesto, de una formación, una experiencia y un rigor académicos puestos al servicio de la divulgación de nuestra historia. Esto se refleja en la selección de los eventos tanto en el aspecto cronológico como temático, así como en la relación entre el corto y el largo plazos, o como diría otro clásico: entre la larga y la corta duración, entre la estructura y la coyuntura.

Hay una intención abarcadora, holística, en sus intenciones, pero hay también la convicción de que una historia tan compleja como la nuestra no se agota en un puñado de sucesos. El presente trabajo busca un acercamiento novedoso a ese pasado e invita a seguir tejiendo sobre el mismo.

Esta empresa resultó por demás extenuante. Los historiadores pocas veces tendemos a abarcar grandes periodos de la historia. Sin embargo, la conjunción de estos hechos no se ha realizado irresponsablemente; por el contrario, cada uno cuenta con una investigación y una revisión historiográfica que lo separa de una lista de efemérides. Por esto mismo, el proceso implicó la ayuda y apoyo de una buena cantidad de colegas y amigos que tuvieron la disposición y paciencia para considerar mis planteamientos y aportar sus consejos y conocimientos. En ese tenor, agradezco profundamente a Xavier Guzmán Urbiola, Cristina García Pozo, Jorge Alfredo Ruiz del Río, Yves Solis Nicot, José María Bilbao, Arturo Ochoa Cortés, Joel Álvarez de la Borda, Anabel Cázarez Pérez, Diana Morales Sánchez, Luis Enrique Moguel Aquino, Jorge Ímaz, Sergio Silva Cázares, Othón Nava Martínez y Ulises Benítez.

Quiero agradecer profundamente a mi editor, Andrés Ramírez, quien desde 2007 me ha apoyado para realizar y difundir la investigación que se genera en el campo de la historia. A Vicente Quirate, porque desde hace mucho tiempo me ha dispensado con su tiempo y gentiliza, confiando en mi trabajo, y ahora realiza la presentación de este libro.

Por último, sólo quiero mencionar la importancia de Renata y Carlos, no sólo por la paciencia y solidaridad que me han brindado para llevar a cabo este proyecto, sino porque desde que nacieron y hasta el día de hoy han sido la fuente de inspiración más grande que he podido tener y gracias a ellos todo ha sido posible.

Título

Y el cine llegó

El primer sentimiento que ese espectáculo sugiere es de superstición y de fanatismo. Se busca instintivamente al Nostradamus de negra túnica constelada de signos zodiacales que, abierto el libro de la cábala y tendida la diestra en imperioso conjuro, ordena y suscita aquellas fantásticas visiones. Y aunque la reflexión sorprenda las leyes físicas que rigen ese aparato, la ilusión supersticiosa persiste y se siente uno como envuelto y perdido en una atmosfera de ensueño y de misterios.

JOSÉ JUAN TABLADA sobre el cinematógrafo

El 5 de agosto de 1896, los enviados de los hermanos Lumière, inventores del cinematógrafo, ofrecieron su primera función de cine en México. Esa noche, Ferdinand Bon Bernard y Gabriel Vyre instalaron sus aparatos en el Castillo de Chapultepec para presentar sus “vistas” al presidente Porfirio Díaz y a su selecto grupo de invitados, integrado por políticos, intelectuales y su familia. Lo que parecía que habría de ocupar un tiempo corto se alargó hasta altas horas de la noche por la exigencia del público presente, que pidió en varias ocasiones la repetición de las imágenes en movimiento. La función comenzó con “disgusto de niños”, “bañadores en el mar” y

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