Juntos hicimos historia

Tatiana Clouthier

Fragmento

Título

I

Lo conocí antes de verlo en persona

La primera vez que vi en persona a Andrés Manuel López Obrador fue en enero de 2006, pero puedo decir que lo conocí antes de haberlo visto físicamente. Fue gracias a las obras en la Ciudad de México, cuando todavía se llamaba Distrito Federal. La figura de Andrés Manuel comenzó a despertar mi curiosidad en 2003, año en el que viajé con más frecuencia a la capital del país. Eran los años en que había temor de visitar la ciudad, cuando decían que era mejor no cargar cartera, no traer fotos de tus hijos, cuando era una osadía subir a un taxi porque te asaltaban, te violaban o te mataban. Todo era pánico. La mayoría de las personas que veníamos de afuera teníamos a un conocido al que habían asaltado en la Ciudad de México y dicha percepción se había extendido por todo el país. En ese contexto, llegué a la gran urbe, cuando fui diputada federal en la Legislatura LIX, para el periodo 2003-2006.

Durante mis tres años de legisladora viví de manera alternada entre Monterrey y la Ciudad de México, pero antes hice muchos viajes a la capital porque fui consejera del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), organismo creado durante el gobierno del presidente Vicente Fox. Confieso que en esos traslados venía apanicada por la situación de inseguridad que se vivía. Sin embargo, cuando llegué a la diputación, empecé a notar cambios, algo estaba pasando en la ciudad, y una de las cosas que más me impresionaban era el aspecto físico de la metrópoli. En aquella época me movía de la colonia Condesa al Congreso y, en esos trayectos, me llamaba mucho la atención que los edificios de interés social eran distintos: estaban pintados y arreglados, los inquilinos tenían áreas verdes para jugar y convivir en familia, los jardines estaban podados y no tenían esas fachadas arruinadas.

En mis tiempos de legisladora, me percaté de un fenómeno que no había visto en ninguna parte del país. En la esquina de mi casa había un sitio de taxis donde la mayoría de los choferes se sabían el contenido de las conferencias mañaneras de Andrés Manuel; tenían el reporte al día de lo que había pasado en la ciudad, y su principal fuente de información era el propio jefe de Gobierno.

Cuauhtémoc Rivera, un amigo con el que escribí un libro sobre Sinaloa llamado Crónica de un fraude anunciado, me contó que su hermano trabajaba con Andrés Manuel y que su labor consistía en hacer la síntesis de prensa. Hay que pensar en las síntesis del año 2000, que no son como las de ahora que tienen formatos electrónicos, sino como las de antes, cuando había que levantarse a las cuatro de la mañana para leer los periódicos, recortarlos y tener listo el documento antes de que amaneciera. Cuauhtémoc me decía: “A las cinco de la mañana, el señor López Obrador ya quiere el reporte de prensa, y todos los días se va a las siete de la noche a cenar porque tiene a su esposa enferma”. Yo me enteraba de esas situaciones y reflexionaba: “El López Obrador del que hablan mis compañeros del PAN no es este personaje del que escucho, con disciplina, capacidad de trabajo y que está al pendiente de su situación familiar. Definitivamente, él no es el monstruo del que se habla…”

Otra señal que me hizo voltear a ver la trayectoria de Andrés Manuel fueron las críticas de sus adversarios. Tenía compañeros del Partido Acción Nacional (PAN) que habían sido asambleístas del Distrito Federal cuando López Obrador era jefe de Gobierno (2000-2005) y parecía que llegaban a la Cámara de Diputados pensando: “¿Cómo le damos en la madre a Andrés Manuel?” Y yo me preguntaba: “Bueno, ¿pues qué ha hecho este hombre que tanto lo critican y, al mismo tiempo, todos quieren hacer lo que él hace?” Es decir, lo consideraban un peligro para el país, sin embargo replicaban sus programas de apoyo a adultos mayores, a madres de familia y de útiles escolares.

Ya en San Lázaro, en 2004, el tema del desafuero contra el entonces jefe de Gobierno estaba muy presente y yo estaba viviendo mis últimos días en Acción Nacional. Recuerdo bien las reuniones para hablar del desafuero de Andrés Manuel, pues, al final de las sesiones, la conclusión era cómo se le podía hacer para descarrilarlo. A mí esos argumentos nunca me checaron, y aunque para ese entonces no tenía trato con López Obrador, nunca dudé que detrás de esas maniobras legales había intereses políticos. Por eso, el 9 de abril de 2005, cuando el tema llegó al pleno de la Cámara de Diputados, no apoyé el desafuero.

Para enero de 2006, ya estaba en marcha el proceso electoral y yo fuera de las filas de Acción Nacional, partido al que renuncié por haberse alejado de los principios que le dieron vida y asemejarse al PRI. Justo ese mes, Graco Ramírez nos invitó a mi mamá, a mi hermano Manuel y a mí a una cena en su casa. Graco era aspirante a un escaño en el Senado y apoyaba la primera campaña presidencial de López Obrador. Mi mamá no quiso acompañarnos y en su lugar invité a mi marido, quien me dijo: “¡A ése no lo quiero conocer!” Entonces, tuve que hacer labor de convencimiento y le planteé: “La probabilidad de que tú conozcas a un personaje como éste es muy baja, así que no la desaproveches”. Al final aceptó y me dijo: “Pide permiso y voy”. Es ahí cuando vi por primera vez en persona a Andrés Manuel. Mi impresión fue la de un hombre calmado y receptivo. Mi marido no se dedica a nada que tenga que ver con política y me gusta ponerlo en sus palabras para que no se piense que estoy siendo sesgada. Después de la cita me dijo: “Me impresionó que (Andrés Manuel) fuera medido para comer, tomar y platicar. Un excelente escucha y un hombre con una gran capacidad para explicarnos el Fobaproa y dibujarnos el país”.

Esta pequeña reunión fue en el departamento de Graco y me acuerdo que llegaron las llamadas Gacelas; no sabía quiénes eran y me llamó la atención ver a un grupo de chicas haciéndose cargo de la seguridad del entonces precandidato presidencial. Andrés Manuel llegó en su carrito Tsuru y al volante iba Nicolás Mollinedo, conocido popularmente como Nico.

Durante la cena platicamos sobre la elección de 2006 y Andrés Manuel nos habló de la posibilidad de sumarnos a su esfuerzo. Reconoció que era muy temprano todavía y que había que esperar a que se definieran las cosas. No se volvió a dar una plática entre nosotros durante ese proceso electoral, y no lo volví a ver sino hasta 2012, cuando Dante Delgado, Alfonso Romo, Fernando Turner y yo estuvimos con él en una reunión de trabajo sobre el tema de la educación.

Recuerdo que durante una de las pláticas, los integrantes de una asociación civil muy conservadora lo cuestionaron sobre el tema educativo y le hicieron la misma pregunta una y otra vez. Al ver esa escena dije para mí: “Yo ya los hubiera mandado a la goma”, pero Andrés Manuel les volvía a contestar con mucha paciencia.

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