Contra Bush

Carlos Fuentes

Fragmento

Contra Bush

2000: AGOSTO 1

POLÍTICA CON “P” DE PETRÓLEO

La Convención Nacional del Partido Republicano que tiene lugar esta semana en Filadelfia despliega una bandera sin colores: el “conservadurismo compasivo”. El incoloro lábaro empieza a teñirse de paradojas cuando uno reflexiona que el conservadurismo norteamericano, para hacerse aceptable, debe apelar a la “compasión”. Como la compasión es sinónimo de bondad, piedad, y sobre todo conmiseración hacia quienes sufren penas, la falta de compasión debe ser exactamente lo contrario: maldad, crueldad y falta de conmiseración hacia los más necesitados.

El hecho de que el partido conservador norteamericano —el Partido Republicano, el G.O.P. o Grand Old Party— tenga que diferenciarse de sí mismo (o de su pasado) declarándose “compasivo”, significa que tradicional o esencialmente no lo ha sido, no lo es… pero puede serlo. Tal es el buen propósito, nos dice George W. Bush, de su candidatura.

Difícil de creer por estos motivos, el “conservadurismo compasivo” de los republicanos se vuelve imposible de creer cuando Bush escoge como candidato a la vicepresidencia a un hombre como Richard Cheney. Basta ver su hoja de servicios.

Como representante en la Cámara Baja del Congreso, Cheney votó contra los programas de auxilio educativo a la niñez (head start). Votó a favor de la legalización de las más mortíferas balas de uso criminal (las cop killer bullets, así llamadas porque sus víctimas suelen ser los miembros de la policía). Votó en contra de las sanciones al apartheid en áfrica del Sur. Votó en contra de la liberación de Nelson Mandela. Los votos de Cheney en el Congreso, ha dicho Jesse Jackson, son casi idénticos a los del más reaccionario de los senadores, Jesse Helms.

Como secretario de Defensa del presidente George Bush, Cheney presidió sobre la Operación Desert Storm contra Irak y se ganó la amistad eterna de los gobiernos de Kuwait y Arabia Saudita. A pesar de su batalla contra Saddam Hussein en la Guerra del Golfo, Cheney ha sido un constante opositor de la política de sanciones contra Irak, Irán y Libia. Las sanciones económicas no arreglan nada, ha alegado repetidas veces. Sólo sirven para aislar a los Estados Unidos mientras el resto del mundo comercia con los gobiernos sancionados por Washington. La coherencia de Cheney no se extiende al caso de las sanciones comerciales contra Cuba. Pero Cuba, claro, no tiene petróleo. En contra de Castro son válidas las sanciones que tan repugnantes e inútiles le parecen a Cheney cuando afectan a Saddam, a los ayatolas o a Kadafi.

Las contradicciones de Cheney tienen una razón radicalmente coherente. Se trata de defender los intereses de los Estados Unidos en el escenario petrolero mundial. Y se trata de hacer negocios con el petróleo. De la administración pública, Cheney pasó a presidir la corporación multimillonaria Halliburton, cuya cifra de ventas es de quince mil millones de dólares al año y con una planta de cien mil trabajadores. Halliburton es la principal proveedora norteamericana de tecnología y equipos para la explotación del petróleo y se encuentra, asimismo, en los más altos niveles de ingeniería y construcción en la materia. Es la máxima corporación estadounidense de servicios a la industria petrolera y el 70% de sus actividades tienen lugar fuera de los Estados Unidos. No se detiene allí su excelencia: la empresa le dio apoyo logístico a las fuerzas armadas de Washington en las guerras de los Balcanes. Porque aunque Cheney ha hecho críticas burlonas del presidente Clinton en el affaire Lewinsky, a la hora de los negocios apoya toda iniciativa bélica que redunde a favor de Halliburton Incorporated.

Dado que el candidato George W. Bush inició su carrera como empresario petrolero y su padre, el presidente George H. W. Bush, también fue empresario del “oro negro” antes de dedicarse a la política (pero contando siempre con el apoyo de la industria petrolera), la planilla republicana para la elección de noviembre tiene un fuerte olor a gasolina. Su “conservadurismo compasivo” bien puede ser la piel de oveja de un feroz apetito leonino por los veneros del diablo.

Halliburton Inc. ha extendido sus intereses de Argelia a Angola, de Nigeria a Venezuela, del Mar del Norte al Medio Oriente y de Birmania a Bangladesh. “Los Estados Unidos no tienen amigos, tienen intereses” dijo cínicamente John Foster Dulles, el secretario de Estado del presidente Eisenhower. Más sutil, Cheney ha dicho: “Es una lástima que el buen Dios no haya puesto los yacimientos de petróleo en naciones democráticas.”

La ventaja de la candidatura de Cheney es que deja al descubierto la malla de intereses económicos globales que impulsan la candidatura del Partido Republicano a la Casa Blanca. Como Cheney proviene de un estado, Wyoming, de mínima importancia electoral y como no representa a ninguno de los grupos electorales decisivos (obreros, agricultores, clases medias, negros, hispanos) hay que concluir que es candidato a la vicepresidencia porque representa a un poderosísimo interés corporativo.

Como el candidato demócrata, Al Gore, populista y liberal él, proviene también de un círculo familiar estrechamente aliado a la industria petrolera (su padre, el senador Albert Gore, fue protegido y financiado por el multimillonario petrolero Armand Hammer), todo parece quedar, muy confortablemente, dentro de un pequeño círculo de intereses.

Pero no hay círculo de intereses, por grande que sea, que no se considere pequeño a la luz de nuevas oportunidades de crecimiento. Muchas voces críticas han opinado que detrás de la intervención militar en Kosovo no había más interés que asegurar la línea directa de abastecimiento petrolero para el Occidente hasta el Cáucaso y los fabulosos recursos del Mar Caspio. Bush ha atacado a Clinton y a Gore por su “lenidad” hacia la corrupta Rusia post-comunista. Ya no podrá hacerlo. Cheney y la empresa Halliburton libraron una dura batalla para financiar a una compañía petrolera rusa, Tyumen, íntimamente ligada a los oligarcas supuestamente defendidos por Clinton y Gore, pero afanosamente cortejados por Halliburton y Cheney.

No digo nada nuevo. La gran política internacional del mundo globalizado se implementa a estos niveles. Todo ello debe alertar a un país como México, donde un gobierno conservador asumirá el poder el 1 de diciembre y deberá, sin duda, hacer frente a presiones poderosísimas para cambiar el estatuto de Petróleos Mexicanos e incorporar a México al mundo feliz donde no cuentan ni la democracia política ni los intereses nacionales —cuando no son la democracia y los intereses de los Estados Unidos de América.

La planilla Bush-Cheney no merece ni la confianza ni el respaldo de los mexicanos, los de acá o los de allá, de aquel lado.

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