La felicidad personal

Antoni Bolinches

Fragmento

Introducción

Introducción

La mayor felicidad del hombre es ser él su causante, gozando de aquello que él mismo ha adquirido.

Immanuel KANT

De todas las aspiraciones que los seres humanos han mantenido a lo largo de la historia, la más constante es la felicidad.

De todas las motivaciones que activan conductas, actitudes y proyectos, la que tiene mayor fuerza y poder de convocatoria es la felicidad.

De todas las abstracciones que son objeto de estudio y análisis psicológico, la más amplia, importante, confusa y difusa es la felicidad.

Por eso no encuentro mejor ni más pertinente manera de iniciar un ensayo que pretende contribuir a mejorar el bienestar de las personas, que hacer algunas precisiones sobre el concepto de felicidad.

Desde un punto de vista filosófico la felicidad se considera como el fin último y el bien supremo de la existencia. Lo que ya no está tan claro es a través de qué medios podemos alcanzarla. Según los hedonistas, la felicidad se consigue gracias al placer. Los estoicos, por contra, defienden una idea de felicidad asociada al control del dolor y las pasiones. Y para acabar de complicar las cosas, resulta que los grandes maestros de la filosofía griega (Sócrates, Platón y Aristóteles) señalan el camino de la razón como el único adecuado para obtener la dicha.

Así pues, los criterios para definir la felicidad son varios y complejos, aunque quizá por eso Protágoras nos da una pista clarificadora cuando el ilustre sofista nos dice que el hombre es la medida de todas las cosas. Yo no me atrevo a ser tan categórico, pero comparto la noción de relativismo subjetivista que su pensamiento encierra.

Según entiendo y como me ha sido posible comprobar en las interacciones que a lo largo de los años he mantenido con personas que han solicitado ayuda para mitigar su sufrimiento o resolver sus problemas, la felicidad puede alcanzarse por infinidad de caminos, siempre y cuando el escogido sea adecuado para quien lo elige. Con ello quiero decir que cada uno de los distintos puntos de vista de las escuelas filosóficas que hemos recogido y muchos otros que podríamos aportar (tantos como habitantes hay en el planeta), pueden ser válidos como mínimo para una persona: la misma que lo expresa.

Cuando Erasmo de Rotterdam afirma: «La felicidad consiste principalmente en conformarse con la suerte», tiene razón. Cuando Jean-Jacques Rousseau señala: «Nadie puede ser feliz, si no se aprecia a sí mismo», está en lo cierto. Cuando Mahoma sentencia: «Al lado de la dificultad está la felicidad», expresa la verdad, su verdad. Todos explicitan un concepto de felicidad consecuente con sus ideas y esa elaboración mental influye en su bienestar.

¿Por qué no hacemos lo mismo? ¿Por qué no contribuimos a nuestra felicidad sustantivándola? Si cada uno de nosotros construye su idea de felicidad y se orienta hacia ella, estará siendo feliz en el trayecto. Al menos ésa es nuestra experiencia, y como tal se la ofrecemos.

Si usted, amable lector, ya es feliz, enhorabuena, disfrute de esa coyuntura con plenitud; pero si no lo es, ahora tiene la oportunidad de autoayudarse para conseguirlo. Después de todo y como observó cáusticamente Miguel de Unamuno: «Una de las ventajas de no ser feliz es que se puede desear la felicidad».

Desde ese deseo y con el convencimiento de que es posible trabajar psicológicamente para alcanzar mayores cotas de bienestar personal, les ofrezco mi propuesta de revolución interior. Una revolución tan peculiar que no tiene otra aspiración que la de contribuir a mejorar las respectivas capacidades de autoinfluencia positiva, a través de un proceso de autoanálisis que nos haga conscientes de nuestras posibilidades y optimice nuestros potenciales.

Históricamente todas las revoluciones han tenido un destinatario exterior. Iban dirigidas a los otros, la nobleza, los burgueses, los capitalistas, los conservadores o simplemente aquellos que según la idea del visionario de turno podía oponerse a sus deseos o dificultar sus proyectos.

Ya sabemos los resultados conseguidos por este modo de exteriorizar la revolución. Millones y millones de muertos en nombre de encomiables ideas de igualdad, fraternidad, libertad y justicia, para llegar a un modelo de sociedad donde tan deseables abstracciones son más importantes por lícitas que por presentes.

Todo sistema de convivencia, por muy justo y razonable que pueda parecer, está condenado a fracasar si el mensaje que transmite no es asumible por todas y cada una de las personas a las que va destinado, y para que ello sea posible sus postulados se deben poder armonizar con la naturaleza humana.

Los sistemas no cambian a las personas, son las personas las que pueden cambiar los sistemas. Por eso propongo una revolución que no va contra nadie, ni intenta cambiar a nadie, excepto a uno mismo, porque pretender cambiar al prójimo es un proyecto tan inviable como asequible resulta generar el propio cambio. Sigmund Freud afirmaba que a nadie le está dado entender sino lo que está dentro de sí. Hagamos caso al padre del psicoanálisis; trabajemos con el convencimiento de que el cambio es posible y habremos encontrado la forma de mejorar la sociedad.

Los revolucionarios clásicos pretendían transformar el mundo y ese objetivo les parecía tan importante que les llevó a violentar la voluntad y la vida de las personas que se oponían a sus propósitos. Nosotros proponemos todo lo contrario: respetar la vida y las ideas ajenas y limitar los enfrentamientos a los que cada uno pueda tener con sus propias contradicciones internas.

Nuestra idea de revolución no es otra que la de luchar por la felicidad sin agredir al prójimo, de ahí que se plantee como un reto personal e intransferible, en el que la persona es, a la vez, arte y parte, objeto y sujeto de su propio perfeccionamiento. Por eso vamos a proponer que en lugar de malgastar nuestras fuerzas intentando cambiar a los demás, reservemos la energía para invertirla en nuestro propio proceso de superación personal.

En mi libro El cambio psicológico apostaba por la persona potencial, ese individuo capaz de autocriticarse para mejorarse y en El arte de enamorar* defiendo que mejorar es la mejor manera de enamorar. Permítanme que siga por ese camino para profundizar en una propuesta de revolución que, a partir de la aceptación de los rasgos esenciales de la naturaleza humana y desde el propósito de automejora —libremente elegido—, facilite la orientación de nuestro destino individual y colectivo hacia la felicidad.

Déjenme pensar que el proyecto es viable y acompáñenme si les apetece; vamos a iniciar un viaje que nos conducirá hacia una sociedad más sana, madura, constructiva y

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