Cómo educar personas de éxito

Esther Wojcicki

Fragmento

cap-1

Prólogo

Como las tres descendientes de «Woj», nos pareció adecuado que sus hijas se encargaran del prólogo sobre lo que verdaderamente es ser criado al Estilo Woj. Por supuesto, Woj es el afectuoso apodo acuñado por los alumnos de nuestra madre hace décadas (acabó calando) y su método se fundamenta en la confianza, el respeto, la independencia, la colaboración y la amabilidad (TRICK, por sus siglas en inglés), los valores que aborda en las páginas siguientes.

La vida ha traído toda clase de sorpresas, desde nuestro trabajo en Google, YouTube, 23andMe y el Centro Médico de la Universidad de California en San Francisco hasta los desafíos de la crianza de nuestros hijos, un total de nueve entre las tres. Al afrontar los altibajos de la vida, le debemos gran parte de nuestra capacidad para progresar a cómo nos criaron nuestros padres.

Cuando nuestra madre nos dijo que estaba escribiendo este libro, buscamos montones de diarios desde la escuela primaria hasta la universidad. A ella, periodista hasta la médula, le parecía una idea excelente que lleváramos un diario de cada viaje, sobre todo cuando nos trasladamos a Francia en 1980. Aunque hay muchas historias divertidas de peleas y mal comportamiento, estas también incluyen algunos temas fundamentales: independencia, responsabilidad económica, viabilidad, amplitud de miras, audacia y aprecio por la vida.

Hoy en día, una de nuestras mayores alegrías es la sensación de independencia. Nuestros padres nos enseñaron a creer en nosotras mismas y en nuestra capacidad para tomar decisiones. Confiaban en nosotras y nos dieron responsabilidades desde una edad muy temprana. Teníamos libertad para ir solas al colegio, pasear en bicicleta por el barrio y estar con nuestros amigos. Ganamos una confianza que nuestros padres reforzaron siendo respetuosos con nuestras opiniones e ideas. No recordamos que desestimaran nuestros pensamientos o ideas por el hecho de que fuéramos niñas. A cualquier edad, nuestros padres nos escuchaban y actuaban como si se tratara de un aprendizaje mutuo. Aprendimos a defendernos, a escuchar y a darnos cuenta de cuándo podíamos estar equivocadas.

En décimo curso, Anne tuvo una reveladora conversación en el templo sobre las relaciones entre padres e hijos. El padre con el que estaba emparejada mencionó que la obligación del niño era escuchar. Ella le explicó que en nuestra familia discutíamos, pero que nuestros padres siempre nos escuchaban, que no se limitaban a decir: «No, porque yo soy tu padre». Más tarde escribió en su diario lo agradecida que estaba por tener unos padres que no gobernaban con autoridad. Rara vez nos peleábamos. Discutíamos, pero no nos peleábamos. A consecuencia de ello, les estamos extraordinariamente agradecidas por la independencia que experimentamos desde niñas.

De la mano de la independencia llega la libertad económica, que no significa ser rico, sino ser prudente con el dinero y planificar los elementos o aspectos de la vida que se consideran esenciales. Nuestros padres son extremadamente disciplinados con el gasto y el ahorro. Ambos son hijos de inmigrantes, y a menudo nos recordaban que la gente malgasta dinero en cosas innecesarias y luego sufre porque no puede permitirse lo que necesita. La importancia de todo esto afloraba en lecciones diarias. Cuando salíamos a cenar, nunca pedíamos bebida ni entrantes. Antes de ir a comprar comida siempre recortábamos cupones de descuento y consultábamos los anuncios de prensa. En una ocasión, mi madre trajo a casa la comida que le había sobrado de un vuelo reciente y se la dio a Anne para cenar. ¡Sus amigos de la infancia nunca lo han olvidado!

Cuando estábamos en la escuela primaria, nuestra madre nos mostró una gráfica de interés compuesto y decidimos ahorrar como mínimo 2.000 dólares al año. Solicitamos tarjetas de crédito y talonarios antes de saber conducir porque quería enseñarnos la disciplina de saldar mensualmente el crédito de la tarjeta y equilibrar ingresos y gastos. De niñas también nos animaron a fundar una pequeña empresa. Durante años vendimos tantos limones del fértil árbol de nuestros vecinos que en el barrio nos llamaban «las limoneras». Susan se dedicaba a vender «cuerdas de especias» (especias trenzadas que se colgaban en la cocina) y ganó cientos de dólares cuando estaba en sexto curso. Fue idea suya, pero nuestra madre compraba los suministros y la apoyaba cuando salía a venderlos. Íbamos puerta por puerta vendiendo galletas de las Girl Scouts. Y, cuando nos aburríamos mucho, empaquetábamos nuestros juguetes viejos e intentábamos vendérselos a los vecinos, que nos los compraban. A veces.

Como familia, los viajes y la educación eran nuestra máxima prioridad, y todo lo demás recibía unos recursos económicos mínimos. (Nota: nuestro padre lleva las mismas sandalias desde hace sesenta años.) Cuando viajábamos, nos hospedábamos en el hotel más barato y siempre con un cupón de descuento. Gastar dinero era una cuestión de tomar decisiones intencionadas. Nunca fuimos ricos, pero esas decisiones nos otorgaban la libertad económica necesaria para tener las experiencias que queríamos en la vida.

Nuestra madre es una maestra evitando posponer las cosas o quejarse. ¡Si puede hacer algo hoy, lo hará! Nos enseñó a hacer la colada, a limpiar la casa, a pasar la aspiradora, a hacer llamadas telefónicas y a practicar ejercicio, todo al mismo tiempo y en menos de una hora. Nunca hemos conocido a nadie tan eficiente como ella. También nos enseñó lo indoloro que es hacer algo en lugar de dejarlo para más tarde, y que el fin de semana puede ser mucho mejor cuando terminas los deberes el viernes en lugar de darle vueltas los dos días y acabar haciéndolos el domingo.

Aunque la filosofía de mamá consistía eminentemente en adquirir aptitudes, en ocasiones recurría al soborno. Un ejemplo que recuerda Susan es que tenía la mala costumbre de morderse las uñas. Mamá le prometió un conejo si dejaba de hacerlo. Cuando Susan llevaba seis semanas sin morderse las uñas (mamá decía que era el período necesario para corregir un mal hábito), le compró una rata doméstica, ya que el dependiente la convenció de que era mejor mascota que un conejo. En realidad, compró tres ratas domésticas: Snowball, Midnight y Twinkle.

Nuestra madre es muy sociable. Disfruta mucho estando con toda clase de gente y transmite mucha calidez y accesibilidad porque está abierta a aprender cosas nuevas en todo momento. Es una emprendedora nata, siempre atenta al cambio y la innovación. No fue coincidencia ni «buena suerte» que lograra incorporar la tecnología en su programa académico y en sus aulas cuando Silicon Valley estaba en ciernes; le encanta innovar. Aprende constantemente de sus alumnos, y ese es uno de los motivos por los que confían en ella y la respetan: porque cree en (y progresa con) la visión del cambio de sus estudiantes. Los adultos pueden ser reacios a las rutinas de cambio, lo cual dificulta que entablen conversación con los adolescentes. Pero nuestra madre (¡que también es una «ciudadana de la tercera edad»!) es justo lo contrario, y por eso los estudiantes acuden a ella en tropel. Saben que los respetará y que alentará sus ideas por alocadas que sean. ¡A veces parece que prefiera las ideas más extravagantes! A menudo nos asombra que nuestra madre, que es septuagenaria, tenga tanta energía (¡sí, no está cansada!) después de trabajar hasta altas horas (casi medianoche) con adolecentes en el periódico de la escuela.

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