Tu hijo en el centro

Moises Salinas Fleitman

Fragmento

Tu hijo en el centro

Prólogo

El ambiente moral que predomina en el aula mexicana está dispuesto principalmente para enseñar a tener respeto a la autoridad. Tres son las frases más utilizadas por los maestros mexicanos a lo largo de cada jornada escolar: “¡Guarda silencio!”, “¡Pon atención!” y “¡Trabaja sentado en tu lugar!”* Para los alumnos, el profesor, la adquisición de conocimiento, es la medida de todas las cosas. Si el docente entrega una calificación aprobatoria, si regala un comentario favorable, si estimula al alumno, si aprueba su comportamiento, la escuela puede ser un lugar feliz para el educando. En sentido inverso, si el docente descalifica al estudiante, lo juzga, lo diferencia del resto de sus compañeros a partir de valoraciones injustas y negativas, si no sabe respetar su identidad específica, entonces la escuela se convierte en una larga pesadilla.

El siglo XXI mexicano comienza con una pedagogía que no tiene al sujeto que aprende en el corazón del sistema educativo; lo que importa es la disciplina que éste sea capaz de imponer dentro del aula. A su vez, el docente vive limitado en su libertad de cátedra porque también se espera de él una subordinación acrítica frente a la autoridad, que antes era representada por un Estado sin ambiciones democráticas y que en los últimos tres lustros fue sustituido por una dirigencia sindical atrapada por rancios vicios autoritarios.

Los hermanos Salinas Fleitman nos entregan un texto bien reflexionado sobre los desafíos educativos que ya enfrenta la escuela mexicana y que sin embargo todavía se halla lejos de atender. Su conocimiento sobre el tema es amplio y su capacidad para compartirlo es generosa. Éste es uno de esos libros que sorprende por su precisión a la hora de comprender el futuro y también es inspirador porque es capaz de traer el lejano horizonte de los deseos a la realidad inmediata de nuestro presente.

Cuestiona con datos y referencias difíciles de contradecir las fallas de nuestro modelo educativo, pero no lo hace a partir de descalificaciones ociosas sino desde consideraciones que abrevan de una perspectiva histórica bien fundada.

La pedagogía que masivamente se impuso, primero en Occidente y después en el resto del mundo, proviene de la época de la Revolución industrial. Una época en la que se decidió comprender al ser humano como una minúscula partícula integrada a segmentos demográficos inmensos, prácticamente todas tratadas en tercera persona del plural. Mientras las grandes naves industriales se prepararon para la producción en masa, a partir de materias primas extraídas intensivamente, la educación moderna se encargó de fabricar individuos poseedores de una mínima formación homogénea, gracias a los conocimientos ofrecidos por la escuela, pero sobre todo a partir de lo que los hermanos Salinas Fleitman llaman la domesticación cultural de la persona. Ya sir Ken Robinson ha realizado antes una cruzada en contra del modelo educativo que se originó a principios del siglo XIX y que muy poco ha cambiado desde entonces en la mayoría de los países, incluido México.

En palabras de los autores de este libro:

El modelo de fábrica [busca] crear un grupo homogéneo de estudiantes para que el maestro o maestra, de manera más eficiente, pueda enseñar el mismo contenido, con la misma metodología, a todos los estudiantes al mismo tiempo […] [En él] la transferencia de conocimientos no es el objetivo central del sistema de educación pública. Nuestras escuelas comenzaron como escuelas utilitarias cuyo propósito era el de capacitar a los futuros trabajadores y trabajadoras (y consumidores) con [las] habilidades [necesarias] para ser miembros productivos y productivas de la sociedad.

Lo que sigue no lo dicen los autores pero tampoco desentona con su visión: la escuela moderna también sirvió como una institución dispuesta para el control social de comunidades que, paradójicamente, como producto del progreso, se fueron haciendo cada día más urbanas, complejas, diversas y también más informadas. En este sentido se puede afirmar que tuvo, para gobiernos democráticos y autoritarios por igual, el objetivo político de asegurar autoridad sobre poblaciones grandes en una época en que, además, se hizo fundamental construir identidades nacionales rígidas.

Por lo anterior durante mucho tiempo ha sido más importante el control que el poder público logre imponer sobre la escuela y el maestro, que los conocimientos adquiridos dentro del aula por los educandos. Bien advierten los autores que esta ola de modernidad se instaló en México a partir de la Ley de Instrucción Pública impulsada en la época de Benito Juárez por Gabino Barreda. Sin embargo, no sería hasta dos décadas después de concluida la Revolución que el Estado mexicano logró someter al magisterio con el fin de volverlo una rondana poderosa para la gobernación y, lamentablemente, también para ganar elecciones.

En 1943 se creó, desde la más alta cúspide del poder, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) con el objetivo principal de subordinar cualquier interés o práctica docente a la autoridad política. Desde entonces, igual que sucede con los alumnos, los profesores mexicanos, sobre todo de educación básica, escuchan con frecuencia tres instrucciones irrefutables: “¡Guarda silencio!”, “¡Pon atención!” y “¡Trabaja sentado en tu lugar!” Guarda silencio frente a lo que tu líder sindical ordena, pon atención sólo a los temas que el SNTE define y no te vayas a salir del lugar que te ha sido destinado por la jerarquía política, porque los costos por pagar serán grandes. (Hasta los años ochenta del siglo pasado, el asesinato todavía era utilizado como método disuasorio; hoy las cosas se han sofisticado y la congeladora o el despido son suficientes para mantener el orden político.)

¿Cómo esperar que un maestro eduque sujetos libres, críticos, innovadores, responsables, motivados, analíticos, cooperativos, en fin, ciudadanos demócratas del siglo XXI, cuando él mismo es víctima del modelo de fábrica que, como en tiempos de Charles Dickens, tiene todo de vertical y autoritario.

Al momento en que se publica este libro, se está emprendiendo en México una reforma política al sistema de educación básica. Para no generar confusiones necesito precisar aquí que la modificación a los artículos 3º y 73 constitucionales, consumada en enero de 2013, no tiene pretensiones pedagógicas y por tanto no debe bautizarse como “reforma educativa”. Se trata de un paso previo a ésta; lo que se pretende es reformar el modelo político a partir del cual se formulan las políticas de educación pública para la primaria, la secundaria y la educación media superior. Si esta transformación estructural se logra, el camino para una revolución educativa en México tendrá, entonces sí, paso franco; precisamente a propósito de este segundo momento el libro de los Salinas Fleitman se vuelve una brújula invaluable.

Tu hijo en el centro: una nueva visión educativa para la era digital llega en el momento justo. Después de esta reforma política, en M

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